4 de agosto de 2006

Esclavitud laboral

NOTA DE MIS-XXI

Qué ironía: El negrito del batey, ese inmortal intérprete cubano decía que “el trabajo lo hizo Dios como castigo”. Y en respuesta a Dios, el capitalismo le hizo creer a la gente que la única forma de uno sentirse útil a la sociedad es trabajando.

Al cabo de los años, el negrito del batey ganó la parada, no en cuanto que Dios haya hecho el trabajo como castigo, sino en cuando que el capitalismo ha convertido el sentirse útil en una esclavitud que soportamos porque la otra opción que se nos ofrece es morirnos de hambre.

Quién sabe qué tanta agua faltará pasar por debajo de los puentes para comprender que el libre mercado, al que tanto incienso se le quema en el altar de la libertad individual, se ha convertido en un abuso de minorías potentes y prepotentes contra inmensas mayorías de clases medias que se empobrecen y pobres que se pauperizan.

Quién sabe cuando alcanzaremos a comprender que en aras de una fementida democracia se está inmolando la libertad más esencial del ser humano que es su seguridad social: salud, educación, vivienda y alimentación.

Alienta, al menos, ver cómo crece la audiencia; ver cómo cada día más, excelentes escritores y analistas ponen sus inteligencias al servicio de la causa social; al servicio de una concienciación popular que es la llamada, finalmente, a romper las cadenas de la explotación capitalista que ha convertido el libre mercado en un abuso.

En este orden de ideas se enfoca el siguiente análisis de Libardo Sarmiento Anzola, realizado para Le Monde Diplomatique (edición Colombia), remitido a nosotros por la corresponsal, Lilia Beatriz Sánchez, y al que nos hemos permitido agregarle sólo el título.

El trabajo como castigo

Deslaboralización y subjetividades en crisis

Libardo Sarmiento Anzola

Colapso de la pirámide del bienestar

Darío, obrero de Sofasa, tiene 48 años y ha sobrevivido laboralmente a la reingeniería que emprendió la empresa hace una década. Es testigo de los cambios organizativos y de la evolución de la planta de trabajadores que va desde los viejos sindicalizados hasta los jóvenes flexibilizados de hoy: “Yo creo que uno se siente muy mal, porque nosotros que hemos visto correr el tiempo y que estuvimos en los dos procesos […] uno se ve desplazado, uno se ve muy afectado.

Anteriormente uno sabía que el papá trabajaba, digamos en Tejicóndor, pero allá se iba a jubilar, no tenía ese temor diario de que lo iban a echar, que lo iban a desplazar, de que le iban a buscar una salida. Ahora uno tiene que estar sujeto a que en cualquier momento perdió el trabajo y más cuando ya tiene una edad puede estar más seguro de eso. En Colombia, el tipo de más de 35 años no sirve sino para votar”.

Durante los últimos 15 años, los mercados de trabajo en Colombia afrontan radicales transformaciones que afectan profundamente las subjetividades de los trabajadores (**). La subjetividad es un sistema complejo y plurideterminado que se afecta por el propio curso histórico de la sociedad y de los sujetos que la constituyen, dentro del cotidiano movimiento de las complejas redes de relaciones que caracterizan el desarrollo social. Como bien lo afirma Hugo Zemelman, sociólogo del trabajo, el proletariado es histórico-social pero también es conciencia, esto es, sujetos reflexivos, con horizontes de vida y actuantes en cada momento concreto de la existencia.

La actuación de los trabajadores está acotada por las estructuras que restringen o posibilitan, pero también la afectan las subjetividades cargadas de razonamiento cotidiano, desde donde ellos despliegan acciones a partir de relaciones prácticas. Este es el caso de Samuel, quien ha pasado la mayor parte su vida laborando en una cadena de producción textilera: “Definitivamente, la expectativa de uno dentro de la empresa es a veces pasar los años, pero cuando ya tiene cierta edad la expectativa no es pasar los años sino verlos pasar, entonces dice uno: bueno, en tal fecha me jubilo ¿cuándo será? Y una persona con 38 años sabe que si sale de ahí ya no le van a dar trabajo. Para sentirse útil, empieza a redoblar esfuerzos, y cuando la edad empieza a no permitirle ciertos movimientos o cuando la rutina ya ha vuelto esclerótico el cerebro, o una cantidad de cosas más, eso es una esclavitud mortal […] Entonces uno tiene que lograr momentos para evadirse de esa realidad, se pierde conciencia. La única forma de mantenerse como ser humano es soñando, empieza a soñar uno, pero no es soñar, es como desvariar, no sé, es una ilusión en todo caso”.

El desgarramiento que sufre la subjetividad de los trabajadores es provocado por una arisca realidad que no se compadece con sus arraigados imaginarios e ideales de felicidad, realización personal, y necesidad de protección y futuro seguro. Durante el siglo XX, la subjetividad de los trabajadores se construyó en torno a su profesión u oficio, la familia y la seguridad social pública. La familia se convirtió en la institución que le dio sentido al trabajador para mantener sus propósitos a largo plazo, e hizo parte de su motivación para considerar el trabajo como eje central de la sociedad. “A través del trabajo se puede ser útil, se puede obtener la realización personal anhelada, la independencia, la tranquilidad, la seguridad de la familia y por tanto salud mental y física; permite conocerse a sí mismo, sentirse útil y que aportemos a la sociedad; es una bendición”, afirma la mayoría de trabajadores al preguntárseles sobre el significado de la labor que desempeñan. La seguridad social significaba acceso a los servicios de salud, financiación de la vivienda, protección ante las incertidumbres de la vida, subsidio familiar y una pensión al finalizar la edad productiva.

Con los recientes y agresivos cambios del sistema mundo capitalista, en todos los momentos de la vida cotidiana en los cuales el trabajador individual cree verse como sujeto de su propia vida y con un futuro confiable, la inmediatez de su existencia le destroza esa ilusión. Ahora las familias no son fácilmente viables por las restricciones económicas, su condición efímera, o la amenaza de desencuentros, frustración y violencia en su interior. Con la globalización neoliberal, el conjunto de beneficios de la seguridad social tiende a desaparecer o reducirse drásticamente. La vida laboral, forma existencial determinante del trabajador, de su ser como sujeto, como humano, está marcada por la exclusión, los largos períodos de paro, la inestabilidad, la precarización y la sobreexplotación.

Los trabajadores se sienten aniquilados, resisten esta situación histórica con impotencia y padecen la realidad de una existencia inhumana. “A mí me ha tocado vivirlo, ver un hombre perforarse un dedo con una broca y envolvérselo en una cinta y seguir trabajando, con fiebre; me ha tocado ver gente con una fractura en un dedo o en una mano y trabajando, porque les da temor reportar el accidente o reconocer que están enfermos, ya que esto estaría significando un trabajador descuidado. Además, para un contrato de tres o seis meses, una incapacidad de 15 días, por ejemplo, o una semana, sería fatal porque no vuelven a llamarlo, no les interesa sino la gente definitivamente sana y joven”.

El capitalismo ejerce una opresión extrema y una explotación aplastante de toda dignidad humana. El trabajador prefiere la sobreexplotación ante la amenaza del desempleo y la miseria bajo la cual viven los excluidos del sistema. “Es tenaz, pero si me comparo con todas las personas que están en la calle, yo mismo estuve mucho tiempo sin trabajo y en situaciones difíciles; entonces no puedo quejarme porque prefiero esto a tener que volver a pasar por la escasez”.

“Lo que hace que un trabajador se mantenga es la necesidad, el desempleo que hay en este país; eso no se le puede ocultar a nadie. Y el patrón ahora no usa ningún recurso para presionar, la única palabra es: si usted no lo hace, allí hay 10.000 ó 20.000 que lo hacen, inclusive más barato que usted y mejor hecho. No es sino colocar el aviso en la prensa y esto aquí se me llena, por falta de empleo. El trabajo antes era un poco más digno, más humano, mejor remunerado, ahora es esclavizante, inhumano y mal remunerado. Ahora, entre más trabaje, menos se consigue, es más esclavizante la jornada laboral, hay más presión”.

Deterioro del mercado laboral e inseguridad social en Colombia

Durante la última década, Colombia registró una inicial desaceleración del ciclo económico que afectó el mercado de trabajo y una posterior recuperación, que no ha sido completa, a costa de la calidad del empleo y de un estancamiento de los ingresos laborales. De acuerdo con el estudio realizado por el Observatorio del Mercado de Trabajo y la Seguridad Social, los principales cambios registrados son:

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La tasa de ocupación total se caracteriza, en 2005, por una menor utilización de la fuerza de trabajo, producto del aumento del subempleo por horas y, sobre todo, del trabajo de tiempo parcial.

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El desempleo en 2005 resulta más grave que en 1997, con tasas respectivamente de 11,6 por ciento y 9,9. En paralelo, la tasa de subempleo se disparó de 17,1 por ciento en 1997 a 37,4 en 2005. Este crecimiento del subempleo agregado resulta fundamentalmente provocado por razones de bajos ingresos; la correspondiente tasa en el período considerado casi se triplicó, al pasar del 11,1 al 30,5 por ciento. Para las mujeres, también es importante y creciente el subempleo por insuficiencia de horas (18,7 por ciento en 2005).

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Los hombres, de cualquier edad, han sido los más afectados y su probabilidad de conseguir un empleo se ha reducido rápidamente en el tiempo. Particularmente grave es la situación de los mayores de edad y de los jóvenes, cuyas tasas de ocupación no muestran síntomas de recuperación entre 2002 y 2005. Es necesario destacar, además, que un 44 por ciento de los hombres jóvenes se considera subutilizado en el trabajo, y que el 17,8 por ciento buscaba un empleo en 2005.

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Conseguir un empleo en la actualidad no sólo es más difícil sino que además toma más tiempo. La incidencia del desempleo de larga duración se duplicó en el agregado y creció en forma importante para todos los grupos poblacionales considerados. Los jóvenes, en especial hombres, son los que más rápidamente salen de una situación de desempleo y por tanto sus elevadas tasas en este aspecto son fruto de una considerable rotación laboral.

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Los colombianos cuyos estudios no alcanzan el bachillerato mantienen sus niveles ocupacionales y su tasa de desempleo. Por el contrario, los más educados experimentan importantes bajas de su tasa de ocupación y alzas de la de desempleo.

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Las oportunidades de conseguir empleo se han reducido especialmente para quienes buscan una ocupación como asalariados, del sector público o privado. En el nivel nacional, los asalariados (incluidos los jornaleros rurales) han pasado de representar el 53,8 por ciento de los ocupados totales en 1997, a representar el 46,9 en 2005. Dado que encontrar empleo asalariado es ahora más difícil, los colombianos se ocupan en lo mismo pero por cuenta propia. De hecho, el aumento de los trabajadores independientes, del 33,9 al 38,2 por ciento del total de los ocupados, refleja un cuantioso fenómeno de “falso-cuentapropismo”, es decir, de personas que son contratadas como independientes o mediante cooperativas de trabajo asociado, pero que para todo efecto desarrollan labores con clara relación de dependencia asalariada.

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El hecho de que aumente la proporción de trabajadores por cuenta propia respecto a sus homólogos asalariados, y de que al mismo tiempo sus ingresos relativos disminuyan, implica que el auge de los trabajadores independientes se debe a una falta de oportunidades de trabajo asalariado y que los empleos generados (independientes) son en su mayoría de inferior calidad.

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Los índices de ingresos reales relativos al total de los ocupados urbanos señalan una fuerte contracción de los ingresos de los trabajadores por cuenta propia, que, además, han sido particularmente afectados por las recientes reformas en lo tributario y pensional. Algunas de las medidas que afectan los ingresos netos de los trabajadores por cuenta propia, a partir de 2003, son los siguientes: reducción del monto de ingresos por encima de los cuales tienen la obligación de hacerse retenedores del IVA de 100 a 60 millones de pesos anuales, introducción de la obligación de cotizar a pensiones, aumento del porcentaje de aportes a las mismas (del 13,5 al 15 por ciento en 2005 y 15,5 en 2006), obligación de cotizar con destino a la seguridad social sobre un 40 por ciento del valor del contrato de prestación de servicios (cuando antes era suficiente cotizar sobre el valor de dos salarios mínimos). El efecto neto es la reducción del ingreso laboral en un 30 por ciento, toda vez que el trabajador debe cubrir totalmente su propia seguridad social. Este es dinero perdido para los jóvenes, ya que difícilmente se convertirá en el futuro en una pensión, teniendo en cuenta factores como inestabilidad del empleo, largos períodos de desempleo, mayor número de semanas de cotización y aumento permanente en la edad mínima para jubilarse.

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El estancamiento de los salarios no es el único indicio del deterioro experimentado por la calidad del empleo en Colombia. Solamente un 35 por ciento de los asalariados tiene hoy contrato escrito de trabajo permanente; un 15 por ciento corresponde a los temporales con contrato, de manera que se infiere que cerca de la mitad de los trabajadores dependientes no tiene regularizada su relación laboral. Adicionalmente, el 8 por ciento de los asalariados pertenece a la modalidad de subcontratación laboral, fenómeno éste que tiende a difundirse rápidamente en el país. Por otro lado, el número de trabajadores con más de un empleo ha aumentado y representa hoy un 9 por ciento de todos los ocupados.

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Entre 1997 y 2005, la cobertura de seguridad social entre los trabajadores colombianos ha mejorado algo en materia de salud contributiva (36,9 vs. 44.6 por ciento), pero muy poco en cuanto a pensiones, no obstante que ambas contribuciones son de carácter obligatorio para todos los trabajadores. El porcentaje de trabajadores que cotizan a pensiones apenas alcanza el 25 por ciento; el porcentaje de la población con 60 años o más que vive de una pensión es aún más bajo, alrededor del 20 por ciento. Se confirma así la mediocre evolución del sistema pensional colombiano, no sólo en términos de afiliaciones sin también de beneficiarios efectivos. De igual manera, la cobertura en el subsidio familiar ha disminuido del 23 por ciento de los asalariados públicos y privados a sólo un 15 (incluyendo jornaleros y servicio doméstico).

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Y, por último, la informalidad laboral no ha experimentado cambios sustanciales, y se ubica en 2005 en un nivel similar al de 1997, esto es, superior al 60 por ciento de los ocupados.

Crisis en la subjetividad de los trabajadores

Los mercados de trabajo en Colombia tienden a homogenizar flexibilización, precarización, deslaboralización y exclusión. Debido a que el país se caracterizó por tener como referente principal el trabajo asalariado en la industria manufacturera, en el imaginario de los trabajadores persiste el ideal de un empleo permanente en el sector formal de la economía. De allí se desprende el dolor que experimenta un obrero al quedar desempleado: “Eso se volvió una cosa muy desesperante, se llegó el momento en que yo no aguantaba más […] me cogía ese taco en el pecho, recuerdo que en varias ocasiones ese dolor se me acentuaba, una soledad, una angustia, una desesperación de ver que mi vida no era nada, de ver que había perdido mi existencia”.

La situación más dramática la viven los 11 millones de jóvenes que hay en Colombia, en tanto que no encuentran signo alguno de optimismo en el horizonte. En los grupos etarios comprendidos entre los 14 y los 26 años, tres de cada cuatro jóvenes viven bajo condiciones de pobreza, y uno de cada tres está en la indigencia. La tasa de desempleo equivale a 2,5 veces la de los jóvenes respecto al promedio nacional. En cuanto a la escolarización de los jóvenes, sólo uno de cada tres tiene acceso a educación de calidad.

En relación a los desplazamientos forzosos, nuevamente la juventud es la más afectada. Sólo en el grupo de 15 a 17 años, unos 80.000 jóvenes son obligados a desplazarse. En contraste con esta trágica realidad que padece la juventud colombiana, la judicialización tiende a ser cada vez más dominante en la sociedad. Para 2006, el número de adolescentes en centros de reclusión se acerca a 9.000. Las escasas salidas que el sistema les ofrece a los jóvenes es la vinculación a cualquiera de los grupos armados o de delincuencia: actualmente, un 4,5 por ciento de los jóvenes hace parte del ejército, el paramilitarismo o la insurgencia.

Con relación a su experiencia en un trabajo flexible, un trabajador comenta la dificultad que tienen ahora los jóvenes para conformar una familia: “Si un par de personas jóvenes con trabajos inestables se casan y se ponen a tener hijos, cuando se quedan sin trabajo sufren mucho; eso le sucede a la gente joven con la que uno trabaja. Los hogares se han desordenado mucho por eso, ya las familias no se casan fácilmente por la inestabilidad en el trabajo, pues hoy tienen trabajo y mañana no. Ya no se van a ver hogares completos, bonitos como los que se veían antes, ya escasamente tienen uno o dos hijos; sin embargo, a mucha gente le parecen mucho dos, por la inestabilidad laboral”.

La educación tampoco es esperanza de movilidad social. “¿Para qué se educa un muchacho aquí? Yo digo, eduque un muchacho que sea honrado, aunque este país no sea honrado, este es un país de ladrones por todas partes. Para qué estudia un muchacho ahora; un ingeniero sale a ganarse $ 450.000. Los muchachos, que se eduquen en aprender un arte para que trabajen por cuenta propia, porque aquí una empresa ya no”.

La crisis del trabajo asalariado alcanza connotaciones graves en Colombia. Se trata sobre todo de la crisis del empleo en las unidades intermedias, pequeñas y medianas, y de la emergencia del autoempleo y las precarias cooperativas de trabajo asociativo. Esta situación se agravará aún más cuando opere el Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos.

Las experiencias del trabajador subcontratado y temporal son igualmente dramáticas: “El trabajador subcontratista está sujeto a todo lo que el patrón quiera hacer con él por un salario mínimo; a un poco de vejámenes y humillaciones”. “El trabajador de un contratista no tiene derecho ni al agua ni a hablar nada; es que uno lo ve. Un patrón le debe el subsidio familiar a 50 trabajadores, se reúnen con él y le dicen: –Bueno. Qué pasa con el subsidio familiar que hace seis meses no nos lo da. –¡Ah! ¿Entonces me van a formar un sindicato? Se me van todos y listo”.

Una de las causas más graves de la informalidad y el subempleo radica en la creciente pobreza, que en Colombia afecta a dos terceras partes de su población. El afán por completar los ingresos necesarios para cubrir los gastos básicos del hogar hace que un número cada vez mayor de miembros de la familia, jóvenes, niños en edad escolar y amas de casa, se vea abocado al desarrollo de oficios informales, al comercio, y en general a considerar cualquier forma infrahumana e indigna de actividad como trabajo, siempre y cuando con ella se obtenga el mínimo para mantenerse biológicamente vivo.

Los trabajadores ambulantes se ven expuestos a todo tipo de abusos. Los policías los persiguen y les quitan las mercancías; las mafias que se apropian del espacio público les cobran arriendos; los dueños de los establecimientos formales los presionan, como cuenta su experiencia una vendedora informal: “En estos días estaba yo ahí parada y el supervisor de ellos me dijo: –¡Qué hubo, hágale a esa güevonada, pues! Váyase de esta zona porque va a tener problemas. Y tiene una que quedarse callada porque, si no, lo sacan de la zona que es donde mejor le va a una”. La lucha es diaria: “trabajar independiente es darse patadas y codo con los demás, que también están trabajando como independientes”.

La flexibilización, la alta rotación laboral y el rebusque obligan a los trabajadores informales a desarrollar múltiples actividades a lo largo de su vida. Corrientemente han iniciado su primer trabajo a temprana edad, antes de los 15 años. Su trayectoria laboral, centrada en actividades informales, se inicia en el ámbito de la familia y en relación con el barrio. Uno de ellos, de 40 años de edad, confiesa haber desarrollado los siguientes oficios: “He sido vendedor de periódicos, de duchas Corona y filtros para agua, rosas, cerámica, vidrio templado, soldador en una fábrica por un mísero mínimo, administrador de restaurantes, de hoteles, fui un tiempo embolador, cotero y después cerrajero, vendedor de casetes, reciclador, tendero, carnicero, actualmente vendo nutrición, trabajo con Omnilife”.

En su investigación sobre “Configuraciones subjetivas de los trabajadores en el tránsito de la flexibilidad”, Nelcy Valencia concluye: “Los trabajadores tienen temor en el sitio de trabajo a una invalidez o una incapacidad física, le temen a la persecución sindical y la violencia, a la terminación de la convención colectiva, a perder el empleo y también a los despidos masivos sin justa causa y sin indemnización, a llegar a ser deshonestos, al fracaso, al debilitamiento del sindicato, a la inestabilidad emocional, a no jubilarse, a la nueva legislación sobre empleo, a perder la familia, al cierre de la empresa o su relocalización. Estos temores también se convierten en motivaciones subjetivas para la aceptación del trabajo, tal y como está dado o para ser muy cautelosos en la manera de expresar su insatisfacción frente a éste”.

Pero la rebeldía no está ausente en los trabajadores, al igual que el anhelo de libertad: “La sociedad le juega a usted con los miedos, primero se los elabora cuando es pequeño y le elabora los paradigmas, entonces el paradigma de ser pensionado. Le trabaja el miedo, le dice ‘imagínese que usted llegue a los 70 años y no lo pongan a trabajar y no le den trabajo, usted qué se pone a hacer, aguantar hambre, irse a vivir debajo de un puente o lo tienen que tirar a un ancianato’; le trabaja el miedo, con el fin de que después se meta en el rol y diga ‘no, yo cómo me voy a salir de este rol y después qué voy a hacer cuando sea viejito’. Usted tiene que enfrentar eso, simplemente no dejarse comer de miedo y averiguar si usted es capaz de proveerse las mismas cosas que supuestamente la sociedad le va a entregar, la famosa seguridad […] Mi papá tenía razón, uno no necesita que nadie lo joda”.

Pese a todo, concluye Nelcy Valencia, el trabajador en la flexibilidad, asalariado o no asalariado, desde esquemas deslaboralizados, precarios o no, aún le otorga una alta valoración al trabajo como ordenador de la sociedad, que le da status y le permite estar incluido. Conserva una visión de futuro relacionada con el deseo de permanencia en las actividades u oficios desde los cuales aspira a mejorar su posición en la escala, es decir, acceder a un trabajo asalariado o reforzar su nivel de estabilidad en las condiciones presentes.

Se conserva, dentro de la visión de futuro, el deseo de transformación de la sociedad a través de la familia, procurándoles una mejor educación a los hijos para que éstos puedan enfrentar con mayores ventajas la competencia en un contexto de trabajo flexible, aunque las realidades materiales contradigan esta visión de futuro. La ilusión respecto a la pirámide del bienestar se resiste a desaparecer de la conciencia de los trabajadores deslaboralizados.

** Para el desarrollo del artículo se consideraron principalmente dos investigaciones: “El mercado laboral y la seguridad social en Colombia entre finales del siglo XX y principios del siglo XXI”, elaborado por el Observatorio del Mercado de Trabajo y la Seguridad Social, de la Universidad Externado de Colombia, financiado por la Cepal (Bogotá, abril 2006); y “Puente y abismo. Configuraciones subjetivas de los trabajadores en el tránsito a la flexibilidad”, realizado por Nelcy Valencia Olivero, en el marco de los “Estudios del mundo del trabajo” de la Escuela Nacional Sindical (Medellín, septiembre 2004).