27 de diciembre de 2009

Caldera: Cabeza y cola de la democracia

“No hay muerto malo”, dice el adagio popular. Y no hay tal. Lo que resulta es muy incómodo en medio de un sepelio, hablar mal del muerto, y menos cuando el entierro se lleva a cabo en nuestra propia casa.
En Venezuela acaban de realizarse las honras fúnebres del ex presidente Rafael Caldera. Tan pronto como murió, me acordé que un gran amigo mío, Álvaro Másmela, me había hecho llegar hace como un año, más o menos, un reportaje suscrito por Mario Villegas, en el periódico El Espacio, con el dirigente político Eduardo Fernández (Secretario General y ex candidato presidencial del Copei), con ácida remembranza al ilustre desaparecido.
Nadie con razón puede negar todo lo bueno que del ex presidente se anda diciendo. Pero, antes de que se pierdan en el cielo los inciensos, acompañémoslos con un poco de esas debilidades humanas que todos tenemos y llevamos por la vida.
Me interesa el caso porque, como todo lo colombo-venezolano es tan parecido, aquí también enterramos ilustres rancios como hace poco al ex presidente López Michelsen, a quien se elogiaba con marcada frecuencia como al “único que cuando hablaba ponía a pensar al país”. Y resulta que fue en su gobierno (1974/1978), cuando el país menos pensó que con su ministro de Hacienda, Rodrigo Botero Montoya, un ilustre “Chicago boys”, comenzó a abonársele el terreno al libre mercado que fatalmente prendió años más tarde con los resultados que, contrariamente por lo sabido, es cuando menos podemos callar.
Y antes de darle la voz a Fernández en ese reportaje aludido, déjenme consignar también otro candidato a cadáver que recibirá fastuosos honores y grandes loas, entre ellas las mías, si para entonces no he llegado a la fosa antes que él: el ex presidente Belisario Betancur de quien se dice que dijo que se llevará a la tumba el secreto del asalto al Palacio de Justicia en 1985, en donde fueron asesinados a manos del M-19, y ahora sabemos que también a manos del Ejército (“salvando la democracia”), la cúpula de la rama Judicial de Colombia.
Cuando escuché que Belisario (como se le dice comúnmente aquí) dijo eso, pensé que si alguna vez podía tener la oportunidad de volverlo a saludar le diría que uno puede morir por la verdad pero no morir con la verdad.
Pero, bueno, se me alargó el cuento por desembuchar esa náusea que siempre siento cuando los ilustres bajan al sepulcro envueltos en mortajas de loas, muchas de las cuales se expresan por conveniencia y aún por figuración mediática de propios y extraños.
Quizás, entre esas loas postmortem a Caldera, ahora estén las de Fernández, lo que no le restará importancia histórica a su afirmación de hace un año cuando dijo de él que (…) “Prefirió que ganara las elecciones su enemigo y adversario Carlos Andrés Pérez a que las ganara yo, porque en la campaña de 1988, sólo con haberse ido a la reserva estaba contribuyendo al triunfo de Pérez, pero además hizo muchas cosas que ayudaron a que éste ganara. Pero después, la escena más patética que he tenido en mi experiencia, es en 1999 cuando veo por televisión al presidente Caldera entregándole el poder al jefe de un golpe militar, llamado Hugo Chávez: es el fin de la república democrática y civil. Yo había estado al lado de Caldera en su primera presidencia, cuando dijo: “En mis manos no se perderá la república” y después lo vi entregándole la banda presidencial al jefe de una asonada militar golpista. Que fuera a un militar ya era grave, pero que fuera a un militar golpista era más grave todavía”.
Es decir, ese que hoy entierran en Venezuela como el adalid de la democracia, paradójicamente fue también su sepulturero en palabras de Fernández.
Me atengo a la cita y que lo demás lo debata la historia.

26 de diciembre de 2009

Las FARC: de terroristas a brutas

Yo comparto la combinación de las distintas formas de lucha para tumbar un tirano. Cuando las circunstancias de opresión social y persecución política no dejan más alternativa, se justifica empuñar las armas contra el régimen que en tal forma se comporta, según se contempla en el derecho que explica la desobediencia civil.
Quienes conmigo así piensen, nos diferenciamos en esto del sistema capitalista a ultranza que combina las distintas formas de lucha, pero para derrocar a los gobiernos socialistas que democráticamente han accedido al poder en Latinoamérica, solamente porque son socialistas.
Para el capitalismo salvaje nada importa cómo lleguen al poder los gobiernos de su estirpe, y prueba reciente nos da el golpe de Estado en Honduras, instigado inicialmente por la embajada estadounidense, y finalmente consentido y avalado por Estados Unidos.
En ese orden de ideas se justificó durante mucho tiempo que las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, hoy conocidas como FARC, se hubieran armado y echado al monte, primero para defenderse del exterminio que los esbirros del gobierno conservador emprendieron contra todo aquel que no fuera de su parecer y, segundo, en procura de tumbar ese régimen de oprobio que hundió al país desde el asesinato de Gaitán en la barbarie que hoy nos deshonra.
Nadie discutiría ahora con razón que esa razón de existir de las FARC se ha diluido en unos intereses de poder, aparentemente más de tipo económico que político. Ya los guerrilleros de la primera generación de Tirofijo no son guerrilleros en el estricto sentido de la palabra, sino unos mercenarios que ni siquiera tienen vocación de poder.
Si las FARC de veras intentaran tumbar el régimen, otro sería su accionar. Por ejemplo, es inaudito que ahora anden mostrando su poder de daño en momentos en que el país discute si continuamos con un régimen tan belicoso como el de Uribe. Resulta más que obvio que si la sociedad percibe que la guerrillera no quiere diálogo, Uribe siga siendo la carta a jugar.
En momentos en que el Presidente parecía arrinconado y agotado en sus argumentos para no abrir la posibilidad de liberaciones como las que se venían en navidad, venir a secuestrar y asesinar al gobernador del Caquetá, no me parece ninguna muestra de fuerza sino de estupidez.
Las FARC, de momento, han condenado a los secuestrados que están en su poder a seguir secuestrados porque no hay riesgo de que ahora Uribe vaya a poner a discreción a las Fuerzas Armadas mientras se dan las liberaciones; han ahogado el grito de felicidad de unas familias que ya veían cerca la oportunidad de estrechar a unos seres queridos por los que tantos años llevan sufriendo, y al paso que van, nos van a condenar a todos los colombianos a seguir sufriendo la seguridad democrática con Uribe en vivo y en directo o reencarnado en algún candidato que la sociedad perciba de su misma calaña.
Si hacia la derecha se ven las FARC como terroristas, hacia la izquierda creo que han comenzado a verse como brutas, o al menos lejanas y alejadas del objetivo político que inicialmente las inspiró.

¿Quieren más?

En vísperas de un debate electoral tan importante como el de renovación de Congreso y elección presidencial, uno sí debiera exigirle al actual gobierno, y por supuesto a los congresistas, que tanto uno como otros andan en busca de la reelección, que expliquen por qué hemos perdido los primeros 10 años de este nuevo milenio en los términos estadísticos e incontrastables en que los presenta el Centro de Investigaciones para el Desarrollo de la Universidad Nacional (CID), en un trabajo que acaba de divulgar el pasado 23 de diciembre en http://www.cid.unal.edu.co/cidnews/.
A menos que consideremos el CID como parte del “Séptimo Frente de las Farc”, como alguna vez encasilló a los académicos el nefasto asesor presidencial, José Obdulio; y a menos que su profesor e investigador, Ricardo Bonilla, sea un charlatán, como es el calificativo que con frecuencia se asigna a los más serios analistas económicos y sociales del país en las esferas del círculo neoliberal que blinda al gobierno, el estudio debiera por lo menos recibir una piadosa explicación en las altas esferas del gobierno y del Banco de la República, responsables directos de los pobres resultados económicos y sociales con que Colombia cierra esta década perdida.
¿Dónde están los partidos de oposición (liberalismo y Polo Democrático) que se dejan llevar al engaño como los toros tras la muleta, con el sólo propósito de distraerlos del verdadero debate nacional, ese que está más allá de las Farc y de Chávez e, inclusive, de las mismas bases militares?
Si los aspirantes a reelección son capaces de explicarnos por qué crece el desempleo y se concentra más y más el ingreso nacional en pocas manos; por qué crece la pobreza y por qué solamente la tercera parte de las personas que trabajan tienen seguridad social y por qué esta seguridad social está quebrada al punto que se ha tenido que decretar una emergencia social que, en sus primeros visos tampoco muestra que vaya en dirección de resolver el verdadero problema de los pacientes que se ven enfrentados a las inequidades del Sistema; y si aparte de darnos unas buenas razones, son capaces de convencernos cómo vamos hacer para recuperar la década perdida, entonces, no sólo nos merecemos el gobierno y los políticos que tenemos, sino algo más… que nos sigan gobernando.

3 de noviembre de 2009

¿Ya para qué?

El dilecto amigo Rodrigo Llano necesitó 24 años para revelar la tramoya electoral del Partido Liberal en 1985 que llevó a su candidato Virgilio Barco a la Presidencia en 1986.
Dice el dirigente político, Ramón Elejalde, en su columna del diario El Mundo de Medellín (02 – 11 – 09), que Llano, en una conferencia dictada en Pereira, reveló que el liberalismo tomó la decisión de utilizar las encuestas para inflar a Barco que por entonces apenas tenía una favorabilidad del 1,5 por ciento, frente al 45 de Gómez Hurtado y el 37 de Galán. La manipulación fue subiendo a uno y bajando a los otros hasta que Barco, como por arte de magia, superaba de tal forma a sus dos contendores que hizo expresar al ex presidente López su famosa sentencia: “Si no es barco… ¿Quién?
Tal vez esto de Llano debió haberse denunciado antes, y quizás, aunque sea 24 años después, merece una explicación del director del Partido Liberal, el ex presidente César Gaviria, ya que se trata de una muy grave acusación hecha por quien ostenta hoy en día el cargo de Veedor Nacional de esa colectividad.
Mientras esperamos a ver dónde cae ese globo, podemos pensar que igual tramoya usó en el 2002 el hoy presidente Álvaro Uribe, cuando su encuestadora de bolsillo empezó a inflarlo desde el 12 por ciento frente al 40 de Serpa. Igual que en el caso Barco, que hoy se soporta en una muy confiable infidencia histórica, Uribe alcanzó a Serpa, lo sobrepasó y siguió de largo, hasta lograr un triunfo arrollador en primera vuelta.
Recientemente me ocupé también del tema en el editorial del periódico El Satélite de Sabana Centro que tengo el honor de dirigir desde Tocancipá. En la ultima edición (la No. 16) se dice: (…) “Impulsado por los medios de comunicación otro fenómeno se encumbra en el escenario de la democracia moderna: las empresas encuestadoras. Nadie cree en ellas, pero todos las contratan para saber cómo van”.
Resulta muy difícil cuestionar las encuestas, pues, en mi opinión, ellas no son mentirosas sino tendenciosas, que son dos cosas distintas como cualquiera podrá entender sin mayor esfuerzo.
Si puedo explicarme, pienso que las encuestas siempre dicen la verdad, o al menos algo que se le parezca. Sus realizadores buscan las personas y los escenarios en donde se puedan dar los resultados que persiguen. Este ejemplo probablemente nos haga más claro el tema: si yo comparo la imagen de Uribe contra la de Petro en Medellín, barre Uribe; pero si llevó los mismos contendores a Zipaquirá, barre Petro. Si Uribe sabe eso y Petro también, entonces gana el que más plata tenga para pagar encuestas tendenciosas que para muchos, yo incluido, podrían tener algún juicio de valor pero no legal.
En ese mismo editorial que cito parece que lo tengo más claro: (…) “El fenómeno de las encuestadoras puede llamarse de “arrastre”, un término muy conocido en política que hace que el que más votos tenga se lleva a los demás. El “arrastre” en las encuestas hace que a quien ellas den como puntero en cualquier elección popular, los electores, especialmente en la franja de opinión y los indecisos, tiendan a sumársele por aquello de que siempre es mejor ganar que perder, algo que dejó de ser perogrullada a partir de la famosa frase de Maturana, “perdiendo también se gana”.
Quizás necesitemos más debate para ‘desencriptar’ el tema de las encuestas. Lo que preocupa de momento es que ahí están y esas son las que venden ante los electores a los candidatos, y con más veras si se trata de un candidato-Presidente, pues, no sólo puede pagar con creces sino también, lo que resulta más preocupante, cobrar por ventanilla.

1 de noviembre de 2009

Uribe: de la encrucijada al temor

Si yo tuviera la popularidad que tiene Uribe habría sometido a referendo el convenio suscrito en forma cuasi clandestina con Estados Unidos mediante el cual se le entrega al Imperio más criminal de la historia las siete bases militares en territorio colombiano.
Si yo tuviera el control del Congreso que tiene Uribe, especialmente el dominio sobre aquellos congresistas proclives a la corrupción y expertos en chantaje, habría sometido a su discusión ese convenio, entre otras cosas, para cumplir con normas constitucionales oportunamente advertidas por la Corte Suprema de Justicia.
Pero mejor que no lo hizo porque ese convenio o acuerdo, como quiera llamársele, no aguanta un papirotazo legal.
¿Por qué no lo hizo? Fácil de responder. Uribe ya no tiene la imagen popular que los medios dicen que tiene y que las encuestadoras hacen ingentes esfuerzos por corroborar en los círculos de su evidente ocaso.
Hay un creciente post- uribismo que ha empezado a manifestarse hasta en la misma voz chillona, cansina, iracunda y desafiante del presidente Uribe a la Corte en un consejo comunal, porque no se ha dejado imponer una floja terna de fiscal de bolsillo que con urgencia necesita para sacarle el bulto a la Corte Penal Internacional que acecha su prontuario criminal de manera apabullante.
Este prematuro post- uribismo no deja a Uribe acudir a su efímero Estado de Opinión del que sacó pecho recientemente porque sabe bien, como buen saltimbanqui político que es, que abajo le espera un porrazo en el frío pavimento.
Por eso no creo en la reelección de Uribe, aunque la corte avale el referendo y aunque el mismo referendo alcance el umbral que necesita para ser reforma constitucional que le permita al Presidente aspirar a una segunda e inmediata reelección.
Haciendo abstracción de todas las irregularidades de forma y de fondo que empiedran el azaroso camino del referendo hasta la Corte Constitucional, y considerando que también la Corte sucumba a la arremetida y que por alguna última pirueta se baje el umbral que permita alcanzar la votación popular requerida para allanarle el camino a Uribe a su candidatura presidencial, no pasará en una nueva confrontación electoral en las urnas porque su post- ya no cuenta con monolíticas fuerzas políticas que en su primera y segunda candidatura le brindaron apoyo incondicional: el conservatismo, Cambio Radical y el mismo partido de la U, que es más santista que uribista. Y Santos (Juan Manuel) sabe de marrullas políticas tanto o más que Uribe.
Uribe, obviamente, ya no puede contar con el apoyo de partidos extintos entre su primero y segundo mandato como Alas Equipo Colombia, Colombia Democrática o Convergencia Ciudadana, cuyos líderes se disputan hoy las mejores celdas de los presidios.
Tampoco cuenta con el amplio aparato militar de otros tiempos, dado que en su arrogancia ha barrido la calle con numerosos oficiales sacrificados en aras de su propia impunidad. Y, por supuesto, tampoco tiene ya el frente paramilitar que le limpió a sangre y fuego el camino de opositores hacia sus anteriores mandatos presidenciales. El post- Uribe resta muchos “socios” de DMG quebrados por Uribe a petición de Sarmiento Angulo que no soportó más la competencia “desleal” de un aparecido como David Murcia; también suman –o mejor restan- los desempleados que siguen aumentando y, sobre todo, los empresarios privados que tienen en vilo sus empresas en gracia y por desgracia de las malas relaciones que este gobierno ha cosechado con Venezuela y Ecuador.
Los empresarios, como todo el mundo intuye, apoyan cualquier gobierno, independientemente de su legitimidad o color político, con tal que no obstaculice sus negocios y que sus actos no signifiquen pérdidas financieras. Por esto último es que vemos a los gremios como la Andi, tan uribista en la primera y segunda magistratura, diciendo que no es bueno un tercer mandato de Uribe.
Por eso, y por mucho más, Uribe no va más, y todo lo que espera es el momento en que pueda decirlo de manera que el pueblo crea que se trata de un desprendimiento de su alma democrática, camino al pabellón de la historia reservado a los próceres.
Ahora sí creo, y por lo visto en su arremetida contra la Corte Suprema de Justicia a la que acusa de conspirar en conciliábulos bogotanos y violadora de la Constitución (los pájaros tirándole a las escopetas), que Uribe está en una encrucijada en cuerpo y alma.
Qué bueno fuera que llegara en su delirante ansia de poder hasta la tercera candidatura para que Colombia pudiera tener la gloria de mandarlo al lugar adecuado de la historia, como eufemísticamente dijo una vez Diana Turbay, la arrogante hija del ex presidente Turbay Ayala, insinuando que el columnista Daniel Samper, debía irse a la mierda.

31 de octubre de 2009

La humildad de garabato

“La humildad ante Dios es el único orgullo legítimo del ser humano”, dice Charliie Ventura, un dilecto amigo virtual, en respuesta a mi columna “Mientras menos Dios, mejor”, que resulta ser una abreviación de la frase completa “mientras menos cantidad de Dios necesitemos, más humanos seremos”.
El pensamiento de Charliie hace parte de otras reflexiones bien interesantes que se dieron en torno al mismo tema, provenientes de quienes forman parte también de mi aprecio personal hace ya varios años: Carlos Piñeros, periodista de importante trayectoria en el sector público y privado, Lilia Beatriz Sánchez, presidenta de la Asociación Colombiana de Economistas y Mario Lamo, escritor y periodista. Y junto a ellos, otra amiga virtual de reciente “conquista”, Leda Méndez, activista de izquierda en Costa Rica.
Agradezco a ellos la deferencia dada al tema, y aprovecho para aclarar que el artículo de Saramago que cito a la entrada, fue escrito por el Nobel, el 18 de septiembre de 2001, justo ocho días después del 11S que, entre otras cosas, Mario sostiene que fue un autoataque, y dice que está en mora de poner en orden sus ideas sobre el particular.
Carlos dice que “el tema Dios es complejo”.
Yo tengo una particular definición de “complejo”. Me parece que complejo es todo aquello sobre lo que no queremos hacer mayor esfuerzo mental por entender y lo mandamos al archivo “Complejo”, como mandamos al archivo de “Pendientes”, todo aquello que no podemos borrar de inmediato sin algún remordimiento.
El término complejo tiene una variante: es como la puerta de escape por la que sale el erudito cuando no quiere perder tiempo explicándole a alguien algo que de antemano sabe que no entenderá.
Creo que con Dios usamos indistintamente las dos variantes: (1).- lo tenemos aplazado para ver si después de muertos es verdad que existe y (2), quienes fueran capaces de explicarnos científicamente por qué no existe, no van a perder tiempo con nosotros porque de antemano saben que no entenderíamos, entre otras cosas, porque hay un inmenso aparato religioso de diversas tendencias haciendo una muy eficaz propaganda sobre nosotros para que no entendamos.
Lilia dice que el tema es “de suyo espinoso”, un término que para el caso parece sinónimo de ‘complejo’. Y avanza en algo que parece ser una de las causas del “Factor Dios”: “Los seres humanos tenemos la tendencia de clavarle a Dios todas las culpas de todo aquello que no queremos responsabilizarnos”…
Claro, esa pudo haber sido la génesis de Dios. Es decir, Dios era para los antiguos que lo crearon, algo así como el “Mono de la Pila”, un decir que parece hacer parte también de una leyenda que corre por aquí entre los habitantes de la Sabana cundiboyacense colombiana, que pone fin a lo insoluble de la gente cuando alguien aconseja ir a quejarnos “al Mono de la Pila”. Leyendas de estas ruedan por todo el mundo, y la más conocida universalmente es, quién lo duda, Dios.
La “humildad ante Dios”, de la que habla Charliie, como “único orgullo legítimo del ser humano”, parece tomar como soberbio el título de la columna: “Mientras menos Dios, mejor”. Y no es así. No podemos tener soberbia contra algo en que no creemos. No creer es neutral; no creer es algo así como no amar – no odiar.
Ahora bien, cuando en la frase original digo “mientras menos cantidad de Dios necesitemos, más humanos seremos”, pienso, por el contrario, que resulta crasa soberbia creer en Dios y maltratar tanto a los hombres, muchas veces en nombre de ese dios y en la más de las veces, hacerle creer a los humillados que su suerte son cosas de Dios.
El escritor, Germán Castro Caicedo, condensó magistralmente esto en uno de sus primeros pinos literarios en donde trató lo de un cura misionero en el Amazonas con este título: “Siervo de Dios y amo de los indios”. Todos los dioses de todas las pelambres, son soberbios, y sus siervos también, por el sólo hecho de sentirse representantes divinos, “hechos a su imagen y semejanza”.
Semánticamente, la humildad es humillación a toda hora. Así que, por lo visto en esta tierra, y por lo visto como nos comportamos con y ante los demás, sobre todo con los pobres y los menos afortunados, la humildad de estos soberbios ante Dios, no viene a ser un “orgullo legítimo” sino una humildad de garabato.
Pero acepto que el tema es “complejo” y “espinoso”. Por eso me parece un portento Saramago que en un escrito de no más de una cuartilla nos hace ver que una cosa es Dios y otra bien distinta “el factor Dios”. Para él no resultó complejo ni espinoso hacernos ver como “El Rey desnudo”.
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P.D. No he leído a Caín, y salgo a buscarlo

27 de octubre de 2009

Mientras menos Dios, mejor

El 18 de septiembre de 2001, una semana después del atentado a las Torres, el Nobel José Saramago escribió un lúcido ensayo sobre lo que llamó el “factor Dios”, para describir lo que en mi libro inédito “Después de…”, considero como algo normal dentro de la violenta anormalidad que ha vivido el mundo desde Caín y Abel hasta los Talibanes y las Torres Gemelas.
Lo que pasa es que, como digo en ese ensayo, “el exceso del vengador hace olvidar la responsabilidad del agresor”.
Dice Saramago en el “factor Dios” que los muertos se van acumulando “estos de las torres gemelas de Nueva York y todos los demás que, en nombre de un Dios convertido en asesino por la voluntad y por la acción de los hombres, han cubierto e insisten en cubrir de terror y sangre las páginas de la Historia”.
No hubo entonces mayor reacción sobre ese ensayo de Saramago que vapulea a Dios como nadie antes lo había hecho en el presente de los tiempos, en términos literarios, aunque en términos reales el terrorismo democrático de gobernantes como Uribe lo vuelvan mierda al decir que su eventual tercer mandato depende de Dios, confirmando la tesis del iluminado Nobel cuando agrega que los dioses todos han sido capturados por un ‘factor Dios’, “que ha intoxicado el pensamiento y abierto las puertas a las intolerancias más sórdidas, ese que no respeta sino aquello en lo que manda creer, el que después de presumir de haber hecho de la bestia un hombre acabó por hacer del hombre una bestia”.
Saramago ha vuelto ayer 26 de octubre de 2009 con otro nuevo libro llamado “Caín”, en el que trata a Dios como siempre lo ha tratado y debe tratarlo un ateo: meramente una ilusión creada por los hombres a su imagen y semejanza: “cruel, mala persona y vengativo”.
Por alguna razón se ha desatado una reacción mundial contra el escritor al que ahora llaman “Diablo”, algo que resulta ser la contracarátula de Dios, ambos unidos en la imaginación de la gente como la cara y sello de las monedas.
Afortunadamente lo del “diablo Saramago”, apenas es un apodo intrascendente. En cambio lo de los sátrapas que invocan a Dios para afianzarse en sus cargos o justificar sus crímenes, estos si son de una terrible trascendencia del ser hacia la más brutal animalidad.
En ambos temas, Saramago lucha como nunca por arrancar a Dios de la imaginación humana, al punto que llega a pedirle a la gente que si cree en Dios, crea en uno solo y que en su relación con él, “lo que menos importa es el nombre que le han enseñado a darle”. Pero que desconfíe del ‘factor Dios’.
Es entonces cuando cobra validez la sentencia que consigno en el ensayo “Después de…”: “Mientras menos cantidad de Dios necesitemos, más humanos seremos”.

26 de octubre de 2009

¿Retardado mental o idiota útil?

No parecen gratis las papayas que los altos funcionarios del gobierno colombiano, empezando por el propio presidente Uribe, le ofrecen a Chávez para que de venida se despache de tanto en tanto contra ellos.
Es evidente que tanto en Colombia como en Venezuela, sus gobiernos se benefician popularmente de las irresponsables acusaciones que se lanzan y de las inoportunas declaraciones que se emiten, muchas veces sin soportes técnicos o pruebas contundentes.
Vaya uno a medir en este momento la imagen de Chávez una vez le dice “retardado mental” al ministro de Defensa de Colombia, Gabriel Silva, por haber declarado que “la mayoría de los vuelos ilegales al servicio del narcotráfico con destino a Centroamérica y Estados Unidos, proceden de Venezuela”, y verá que es abrumadora. Todo el mundo en ese país debió haberse sentido ofendido con el infundio.
Y de vuelta, vaya mida ahora la aceptación popular del ministro de Defensa colombiano, a quien probablemente poca gente distinguía hace unas cuantas semanas, y verá el salto que acaba de pegar la imagen pública del nuevo azuzador de la guerra con el hermano país, que por cierto, fue la ficha que impuso en ese cargo su bélico antecesor, Juan Manuel Santos.
Uribe-Chávez o Chávez-Uribe, han montado un negocio político de gana-gana como se dice en el argot empresarial. Cada vez que uno de los dos quiera elevar su imagen interna o ahumar algún debate incómodo, sólo necesita zaherir de alguna forma al otro, para que se prenda la mecha.
No puede un ministro, y menos el de Defensa, con tan urticarias relaciones como las que se tienen con Venezuela, emitir unas declaraciones, traídas de los cabellos, sin pruebas, sin soportes investigativos o estadísticos, afirmando que el vecino país se ha convertido en el epicentro del narcotráfico internacional.
Puede que el ministro Silva no sea un retardado mental, como dice Chávez, pero lo que si no cabe duda es que con tales declaraciones, le está haciendo un mandado a alguien, y el tal caso, lo que vendría a ser sería un “idiota útil”, y ojalá inútil, en el sentido en que, como esperamos todos, su irresponsable declaración no pase a mayores.

11 de octubre de 2009

La paz preventiva

Si Bush inauguró eso que ahora conocemos como “guerra preventiva”, Estocolmo acaba de responder con algo que debemos comprender como “paz preventiva”.
En la asignación del Premio Nobel de Paz al presidente Obama no debe mirarse lo que Obama ha hecho por la paz (que ha sido nada) sino lo que puede hacer (que es mucho).

En ese sentido, me parece un giro estratégico importante del jurado que pudiéramos definir como el inicio de los Nobel de Paz “preventivos”. Quizás no puedan aplicarse a otras modalidades como en Economía, Química o Medicina. Pero en el tema de la paz sí, porque esto es algo que toca más con los anhelos de la gente que con los méritos de las personas. No es lo mismo tener en las manos la posibilidad de hacer la paz o la guerra, que en la mente la inteligencia para demostrar que la tierra es redonda o que todo es relativo.
A mí me parece que el Nobel de Paz a Obama puede generar una de dos cosas: (1) Si realmente busca la paz, le potencia la fortaleza que indudablemente requerirá para enfrentar a los halcones del Pentágono que quieren no sólo seguir con las guerras del momento como en Irak, en Afganistán y el Oriente Medio, sino avivar las chispas prendidas en Latinoamérica, especialmente en el Sur, en donde Colombia les ofrece en bandeja de plata un excelente ambiente para hostigar a los gobiernos de Venezuela, Ecuador y Bolivia, principalmente, que andan fuera de madre. (2) Si lo que el presidente de Estados Unidos tenía en mente era un cuento soterrado de paz, ese premio le ata las manos para continuar con la treta. Vamos a ver si por encima de tan importante distinción, Obama sigue permitiendo la existencia de prisiones del Imperio en el exterior en donde, como en Guantánamo, lo que se tiene son fábricas de torturas y violaciones a los derechos humanos; vamos a ver si el nuevo Premio Nobel de Paz, sigue engavetando el acuerdo firmado con Colombia sobre las bases militares que apuntan más (¿quién lo duda ya?), a una provocación militar a los vecinos que a una “guerra” contra el narcotráfico. Y vamos a ver, quizás con horror, si esto de la paz mundial es puro cuento
Finalmente, como dice Castro en sus “Reflexiones del compañero Fidel” (09. 10. 09), el Nobel de Obama encierra una crítica a la política genocida que ha seguido a lo largo del tiempo el Imperio llevando el mundo a la encrucijada actual en que se encuentra. Puede, y ojalá sea, un premio anticipado que Obama recibe por su contribución a la paz mundial.
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P.D. (1) Pero además, el premio a Obama me refleja otra cosa que me gusta: la portentosa dimensión de la senadora Piedad Córdoba: tuvieron que apelar al más alto representante del Imperio para poderle arrebatar a la negra más grande de Colombia una distinción que ella sí ha trabajado como nadie más lo haya hecho en Colombia por la paz. (2) Charliie Ventura, un amigo virtual, dice que lo que más le gustó de la candidatura de Piedad al Nobel de Paz fue la forma como debió haber hecho sufrir a Uribe.

4 de octubre de 2009

¡Eureka: habemus uribismo!

Bueno: o no sabemos de política quienes nos las damos de analistas; o la política no se inscribe en el reino de lo racional. Pero no es lógico que el presidente Uribe, sin un solo resultado importante de tipo económico o social, siga en la mira de una inmensa opinión pública, según las encuestas.
Si votar por tal o cual candidato fuera una decisión personal, el Presidente no debiera tener tanta opción popular en medio de tantos millones de desempleados; de tantos millones de pobres que han venido creciendo a pesar de que el Presidente ha gobernado en unos esplendorosos años de bonanza económica, y en medio tantos golpes sociales como los que Uribe le ha infringido a la clase menos privilegiada del país. Mejor dicho, es que Uribe no debió haber sido Presidente de Colombia ni la primera vez, si los colombianos más necesitados de la ayuda del Estado hubieran sido capaces de discernir que no podía ejercer un buen gobierno quien como senador de la república había dado el golpe de gracia con la Ley 100 a lo más sensible de la población: la salud.
Esto se puede analizar por partes:
La política hoy en día ya no se rige tanto por principios ideológicos como por motivos económicos. En este orden de ideas, la fuerte opinión uribista está soportada en quienes derivan del régimen pingues ganancias, bien desde la burocracia o desde ciertos negocios que como los de la salud y la educación han caído en manos de unas familias privilegiadas, empezando por la del propio Presidente.
Es apenas obvio que si ello es así, esas élites no quieran soltar la teta.
En la parte burocrática, sí que habría motivos para que la “seguridad democrática” se quedara “otro ratico”, como acaba de manifestarlo el propio Presidente.
Piénsese no más en la burocracia castrense que se mueve alrededor de un jugoso presupuesto nacional, buena parte de él sin control fiscal, porque hace parte de secretos de Estado como por ejemplo los muchos millones de dólares que se mueven a través del Plan Colombia o Plan Patriotas; la compra de armas y equipos de guerra: barcos, lanchas, helicópteros, camiones, tanques; las cuantiosas partidas presupuestales que discrecionalmente se destinan para mantener el “cartel de los sapos” o los zánganos que se han enquistado en esa torta burocrática como desplazados, reinsertados y “Familias en Acción”, programa a través del cual se ha venido introduciendo una cultura pordiosera en las gentes que encuentran más fácil vivir de dádivas oficiales que del esfuerzo propio del trabajo y el emprendimiento.
Debe haber mucho uribismo también alrededor de las obras públicas. Lo poco que se ha logrado filtrar de la corrupción en este campo, lo último en Inco, por ejemplo, es índice de que poderosos empresas y familias quieren mantener sus privilegios. El último escándalo del Ministerio de Agricultura con su programa “Agro, ingreso seguro”, también nos dice que los poderosos agricultores cobraron caro su apoyo, o al menos su silencio, sobre la entrega del agro colombiano a los intereses de Estados Unidos. Y si quiere entrar a otra “cueva de Rolando”, métase en la educación. Y más adentro, en lo que parece caminar ya sobre el filo de lo penal, piénsese en la parapolítica, el paramilitarismo, el narcotráfico y los juegos de suerte y azar, todos productores de fabulosas ganancias, tributarias a su vez de los intereses uribistas que controlan el poder.
Podemos dejar de lado el DAS y, quizás, otros sutiles manejos del uribismo a través del Congreso, la Procuraduría, la Contraloría y la Fiscalía General; o del sector financiero a través de decisiones del Banco de la República o de los medios de comunicación con la jugosa propaganda oficial y las decisiones de la Comisión Nacional de Televisión, todas impulsadas por el índice del uribismo.
Sí, en efecto, tenemos que admitir que hay mucho uribismo habilidosamente mostrado en encuestas que siempre encuestan a estos privilegiados del régimen que, como también vivimos en un mundo de oportunistas, “jalonan” a la masa de gente que, por instinto, cada quien quiera estar entre los primeros y con el primero.
Ahora, después de comprobar esta abrumadora masa de opinión uribista (¡el 63%!), según la última encuesta de la FM y Radio Sucesos RCN, sólo se me ocurre decir:
Bien aventurados aquellos que no saben de qué mueren porque de ellos será el reino de la ingenuidad.

28 de septiembre de 2009

Unas elecciones para olvidar

Resultó desalentadora la jornada electoral del pasado 27 de septiembre en la que el liberalismo y el Polo eligieron popularmente a sus candidatos presidenciales con una lánguida votación de menos de un millón 500 mil votos que escasamente supera el 5 por ciento del potencial electoral estimado en 29 millones.
La lectura de esos resultados puede tener muchos ángulos. Todo depende del color del cristal con que se mire.
Los uribistas podrán decir que el único ganador fue Uribe y los antiuribistas que el único perdedor fue el país.
Digan lo que digan, las elecciones desde todo punto de vista fueron un fracaso que le costó al Estado 57.000 millones de pesos que seguramente habrían quedado mejor invertidos en vivienda de interés social; en salud, educación o empleo; en cualquier cosa de tantas que adolece la sociedad colombiana, menos en ese embeleco electoral.
Los elegidos, Rafael Pardo por el liberalismo y Gustavo Petro por el Polo no pasan de ser unos ‘candidaticos’ que ni siquiera alcanzaron la mitad más uno de los votos registrados por sus partidos en la consulta del 2006 en donde el liberalismo obtuvo 2,5 millones de votos y el Polo 1,5 millones.
El ganador liberal, en esta oportunidad Rafael Pardo, triunfa con una votación de 376.739 votos, es decir el 15 por ciento; y en el Polo, Gustavo Petro obtiene 223.627 que representan menos del 15 por ciento.
El resultado liberal, visto en conjunto es algo así como de… “no te lo puedo creer”. Los siete precandidatos: Pardo, Aníbal Gaviria, Gómez Méndez, Cecilia López, Héctor Helí, Marulanda y Alfonso López III no sacaron ni siquiera el millón y medio de votos que registró Serpa en el 2006.
Desde el punto de vista oficial, difícilmente puede sacarse pecho ante unos resultados que muestran, en pleno auge de la “seguridad democrática”, a la esencia misma de la democracia (la elección popular), en su más baja expresión.
En las huestes liberales, sí que debieran estar preocupados con el otrora “glorioso partido” que se vuelve agua entre las manos del ex presidente César Gaviria.
Y en las manos de Petro, el réquiem es por el Polo. Camino cogió a ser cola de león, inmerso en una coalición de bajas aspiraciones burocráticas.
No se requiere bola de cristal para pronosticar que Petro será derrotado en la consulta interpartidista, bien por Pardo Rueda o Vargas Lleras. Ni tampoco echar las cartas para ver quién gana las próximas elecciones presidenciales: La derecha colombiana seguirá en el poder con o sin Uribe.

25 de septiembre de 2009

Colombia: paradoja política

Paradójicamente los prosélitos del Partido Conservador y los movimientos uribistas tienen en sus manos la decisión de elegir el próximo domingo a los candidatos presidenciales del liberalismo y del Polo.

Mientras a la consulta para seleccionar candidatos presidenciales no acudan todos los partidos y movimientos con vocación de poder, los resultados no pueden ofrecer garantías confiables. Así, cualquiera de los que quedan con las manos libres, pueden votar por el candidato del contrario que le resulte más conveniente, de cara a la siguiente elección presidencial.
Algo parecido ocurrió en el 2006 con la candidatura presidencial del hoy gobernador de Santander, Horacio Serpa, arduamente luchada en la respectiva consulta frente a sus copartidarios Rafael Pardo, Rodrigo Rivera y Andrés González, dado que el conservatismo y los movimientos uribistas apoyaron a sus contendores de turno con el sólo propósito de debilitarlo y hacerlo quedar ante la opinión pública como un retador sin peso específico para combatir por el cetro ante el campeón de los pesos pesados. Como diría hoy el propio Serpa, resultó ser una pelea de toche con guayaba madura.
Si yo fuera uribista (y Dios me guarde), probablemente tendría mucho interés en estos momentos en salir el domingo a votar en la consulta de los partidos Liberal y del Polo.
Y la decisión sería de simple lógica: Si voto por Pardo, a pesar de que nos está sacudiendo algunos cueros, esto es como en las carreras de caballos: basta mirar su retrospectiva para darnos cuenta de que se trata de un pura sangre del régimen, proveniente de las aras de Gaviria, Samper, Pastrana y el mismo Uribe. En algún instante este magnífico ejemplar tendrá que sacar su casta y volver por sus fueros. Pardo sería mi apuesta.
Si miro al Polo, la elección sería Petro. Su voltereta de hace justamente dos años en célebre reportaje a la revista Cambio (10.09.07), en donde afirma que (…) “La lucha del Polo no debe ser contra Uribe”, me deja tranquilo; no porque piense que puede ganarle al favorito de todas las estadísticas, sino porque con su eventual candidatura, yo, con mi voto, puedo matar dos pájaros con una piedra: saco de taquito a Gaviria, ese “sucio” chavista, y dejo al Polo ahí sí al borde del ‘nock out’, en manos de un candidato que ya viene de regreso al redil por el camino del “todo vale”, inclusive dispuesto a hacer alianzas con los explotadores sociales de siempre. Del tercer candidato del Polo, ni del nombre me acuerdo ni falta que hace.
Sobre los otros precandidatos liberales, pues sí, muy querido Héctor Elí pero, como dicen los mismos boyacenses, no tiene carne pa’ un tamal; Alfonso López Caballero, da grima que la casa de dos ex presidentes haya puesto su divisa en manos de un petardo… “heredero de una gloria que le aplasta”. Cecilia López… ¿cuántas oportunidades le ha dado el establecimiento como ministra, como directora de planeación y nada de nada; o sí?
En la consulta del próximo domingo, Salvo Gaviria, a quien los movimientos uribistas y el conservatismo pueden fácilmente neutralizar –y pienso que lo van a hacer- todos los demás no pasan de ser harina del mismo costal.
Como diría Votaire “Piensa mal y acertarás”. Y aquí y ahora se me ocurre pensar que salvo el ex magistrado, todos los demás precandidatos parecen burdas hormas de alguien que pretende hacernos ver a Uribe como efectivamente el de la “inteligencia superior” necesaria para conducir a Colombia –pienso yo-, finalmente al abismo.

18 de septiembre de 2009

¡Dios te salve Corte Suprema!

Cuando yo digo tres, estoy sumando tres unidades una por una que me dan tres. Cuando yo digo terna, estoy sintetizando a tres en una unidad llamada terna porque comprenden afinidades que de suyo requieren para que por tal hecho puedan considerarse terna.

Yo puedo decir una terna de abogados, como la que remitió el presidente Uribe a la Corte Suprema de Justicia para que dentro de uno de ellos eligiera el nuevo Fiscal General. En este caso estoy diciendo que las tres personas son abogados. Y hasta ahí vamos bien. Es decir, cumplen uno de los requisitos exigidos para ser Fiscal.
Supongamos que otro de los requisitos sea la nacionalidad. Y entonces encontramos que los tres son abogados y son colombianos y por tanto cumplen el primero y el segundo requisito y por tanto siguen siendo terna.
Ahora digamos que los tres deben tener una conducta intachable. Ahí ya el asunto empieza a complicarse porque si los tres candidatos no tienen una conducta intachable, entonces la terna deja de ser terna para volver al rebaño de unos candidatos que son abogados, que son colombianos pero que, en al menos uno de ellos, se puso en tela de juicio su conducta intachable. En ese punto la terna retorna a la simple condición de unidades que contadas suman tres.
Ahora supongamos que otro requisito sine qua non es que los nominados deban tener por lo menos un conocimiento más avanzado en derecho penal que el común de los abogados del país.
Y aquí volvemos a la conclusión del punto anterior. Si alguno de los tres no sobresale del común en derecho penal, debe concluirse con Perogrullo que la terna ha dejado de existir por sustracción de materia.
De lógica se deduce también que cuando uno recibe una terna para escoger a uno de tres, debe entenderse que el nominador está en la obligación de enviar candidatos homogéneos que le permita al elector escoger al mejor, y no, como sería el caso en la ausencia de homogeneidad, al menos malo.
Si tal caso se da, el elector queda en derecho de exigirle al nominador que le cambie la terna con el fin, a su vez, de poder cumplir cabalmente con su responsabilidad.
Si ello no fuere así, el poder del elector quedaría reducido al capricho del nominador quien, por la simple artimaña de desquilibrar la terna en favor de alguno de ellos, estaría dando dirección (o ‘direccionando’, como se dice en las licitaciones) la decisión.
Si la Constitución establece que el Fiscal General debe ser elegido de una terna enviada por el Presidente de la República, con tales y cuales características, alguna función discrecional debe tener esa facultad de la Corte como, por ejemplo, la de considerar si la terna nominada cumple o no con los requisitos mínimos.
Es que la democracia no debe ser simplemente una cuestión de forma sino un principio de fondo, y mientras más profundo, mejor.
El debate público que a lo largo de tres meses se dio en torno a los nominados a Fiscal General, no deja dudas del buen juicio que asistió a la Corte para rechazar los nominados por el Presidente.
Esto no debe calificarse como un “choque de trenes” porque, si en ausencia de prudencia del nominador el elector no tiene autonomía para juzgar, entonces uno de los dos sobra.
Finalmente, también en el episodio caben algunas suspicacias. Por recordar un par: (1) uno nunca se explica como es que un Presidente, con toda la capacidad de información e investigación que tiene, haya ‘ternado’ a uno de ellos que a los pocos días empieza a soportar en los medios el bochornoso incidente de ser un vulgar intermediario de fallos jurídicos ante las altas cortes. Y, la pregunta del millón es, ¿quién filtró a los medios la información? Quizás el mismo gobierno que quiso con semejante patraña quitar del medio a quien profesionalmente hablando resultaba el peor enemigo de su amigo. (2) ¿No fuera hora de que el Presidente se declarara impedido de conformar la terna a Fiscal debido a que en la Fiscalía cursan varios procesos en los que el Presidente tiene inocultable e innegable interés personal y familiar?
Pero es evidente que la ética dejó de ser norma en este gobierno desde que por la vía del cohecho se hizo reelegir en el 2006, y los delincuentes no se han caído de sus cargos porque son como los peces que cuando mueren flotan.
Cuando el Presidente Uribe intenta darle dirección al nombramiento del Fiscal General de la Nación, en favor de un subalterno suyo; un incondicional como es el caso, lo que prosigue es acabar de cerrar el broche por donde pueda escapar algún aliento del fementido Estado de Derecho que agoniza en Colombia.
En este sentido, propio sería decir… ¡Dios te salve Corte Suprema!
Coro: Amén (respondamos todos).

11 de septiembre de 2009

El esplendor uribista

No se corre ningún riesgo de calumnia si se augura que en los próximos días veremos venir la corrupción en su mayor esplendor, dispuesta a dar el último asalto en pro de la segunda reelección de Uribe.

“¡Es el colmo!”, se dice, cuando uno piensa que razonablemente más allá no se puede llegar ni existir cosa parecida. Pues, no: la corrupción que va detrás del referendo reeleccionista podría ser algo así como “el colmo de los colmos”. Algo nunca imaginado y, por eso, siempre tiene un paso más que dar hacia abismo.
En algún tiempo, cuando la historia se atreva a contarnos esta negra y larga noche uribista, dirá que eso que nos horrorizó en la primera reelección: una reforma constitucional conseguida a punta de sobornos, cohechos y chantajes, y que los de entonces consideramos “el colmo”, iba a tener tres años después manifestaciones superiores, pues, ya no implicarían a unos cuantos, como Yidis y Teodolindo, sino al Parlamento en pleno, a gobernadores y alcaldes, convertidos por la magia del incentivo y la persuasión al mejor estilo uribista, en jefes de campaña de la reelección.
Y, más allá de lo común y corriente en que se nos ha convertido la corrupción oficial en Colombia, debemos prepararnos para lo extraordinario que viene en nombre de la reelección y de la mano de un experto: el ministro del Interior, Fabio Valencia Cossio quien, por supuesto, no es el aprendiz de brujo como su antecesor, Sabas Pretelt de la Vega ni como el obsecuente ministro de Salud y Protección Social, Diego Palacio. No, este es, frente aquellos, PhD en corrupción, con una vasta experiencia personal y familiar.
También puede avizorarse, como en la “Crónica de una muerte anunciada”, de García Márquez, la muerte de muchos colombianos a manos de los prosélitos armados de la reelección de Uribe: los paramilitares que ya a somatén andan igualmente en su propia reinstalación de grupos dominantes en ciudades, barrios, veredas y regiones como terribles y temibles asesinos extraídos de los más protervos inicios de la especie humana.
Es, en otras palabras, el preludio del “Estado de Opinión” en su esplendor.
¡Aleluya!

8 de septiembre de 2009

… Mientras lo meten a la cárcel

A mi, pues, no me emociona mucho la pelea mediática emprendida entre el ex presidente César Gaviria y el ministro de Protección Social, Diego Palacio, que más que pulso ideológico parece un ajuste de cuentas entre bandidos que han dado en pisarse las mangueras en medio de la conflagración política que consume a Colombia.

Como parece que el régimen ha hecho un alto en su pelea con los vecinos que le tienen la cuerda cogida con eso de las bases militares que no ha podido explicar, este rifirrafe entre el ex presidente y el ministro no es más que una comedia de las muchas montadas por el presidente Uribe y su cohorte para beneplácito de la galería enardecida al paroxismo como en el circo romano cuando los leones devoraban a los cristianos.
Como en la socorrida frase atribuida en su momento al director de la selección Colombia, Francisco Maturana, “perdiendo también se gana”, lo contrario resultaría igualmente válido: “ganando también se pierde”.
Es curioso que les haya dado a este par de antisociales por enfrentarse en torno a un tema que como el empleo digno y la salud pública ambos han destruido, a cual más: El ex presidente preparó el terreno legislativo con las leyes 50 de 1990 y 100 de 1993, que le han servido precisamente a este último para convertir a todos los colombianos de pata al suelo en unos parias mendicantes de un infeliz trabajo aquí y una miserable gragea allá, mientras la muerte les llega en las calles por inanición o a la puerta de los hospitales por desatención.
Nunca me quedó tan clara la equivocación de eso que a muchos todavía parece emocionarles en el Arte de la Guerra: “el enemigo de tu enemigo es tu amigo”. ¡No señor! No puede estar tranquilo nadie que en medio de una pelea entre caníbales espere a ver quien será el vencedor que va a convertirle en su cena.
Yo creo que se trata de un falso positivo en donde el ex presidente quiere llegarnos con la cabeza del ministro como ese asesino que llegó con la mano de otro asesino tan sólo por cobrarse la recompensa. Pero no creo que por tal acción, alguien honrado pueda dormir tranquilo con el asesino del asesino de guardaespaldas.
Esta larga noche de desvelo no se disipa con la posibilidad de que el ex presidente Gaviria retorne al poder por sí o por interpuesta persona, porque ya sabemos de la tragedia social que vive Colombia al cabo de su arribo el poder en 1990 con una frase que hoy es macabro sarcasmo: “Bienvenidos al futuro”.
Y ni se diga del fracasado ministro a quien seguramente su jefe debe estar instruyendo con algo parecido a lo que hace tres años ordenó a los parlamentarios: háganme caso “mijitos” mientras los meten a la cárcel.
Y el pueblo soporta con irritante paciencia a estos estercoleros, quizás esperando que, así como a los parlamentarios en la premonición de Uribe, a ellos también les llegue el tiempo de parar con sus "huesitos" en la cárcel. Y mientras tanto: ¡hágale mijito!

30 de agosto de 2009

El imperio mediático

De la libertad de opinión como adulación al Poder. De la libertad de expresión como autocensura convenida

Hace muchos años, don Ramón de Campoamor nos legó un pensamiento que viene bien a la intención de esta reflexión que me propongo exponer.
Decía que en este mundo traidor, nada hay verdad ni mentira. Todo es según el color del cristal con que se mira.
Conforme a este portentoso pensamiento, es enteramente discutible el mensaje que me propongo exponer a continuación en torno a la libertad de expresión y el derecho a la información sobre la que tanta labia hemos echado a lo largo de los años, especialmente en los últimos en que varios países de Centro y Suramérica viran hacia la izquierda después de largos años de regímenes de derecha en el Poder (así con mayúscula porque ha sido abrumador).
Si uno enmarcara su pensamiento en un principio que admitiera que la libertad de expresión inherente a los medios masivos de comunicación debe servir ante todo como garantía al ejercicio de la vida democrática, y no para que por esa misma libertad de expresión se manipule la información a favor de algún poder político o económico dominante, tendríamos que convenir que, quizás con algunas excepciones que no conozco, no hemos ni estamos observando el ejercicio de un periodismo objetivo en el estricto campo de la información que, según varias de las constituciones vigentes en la región, debe ser “veraz e imparcial”.
Hasta no hace muchos años la inmensa mayoría de medios de comunicación convivían alineados políticamente en un dial que no pasaba mucho del centro a la izquierda, y en cambio sí, se profundizaba hasta bien entrada la extrema derecha. Por vía de ejemplo, pensemos en el PRI mexicano o el Frente Nacional colombiano.
En ese orden de ideas poco o nada se discutía si los medios liberales censuraban las ideas conservadores o los conservadores las liberales. Quien se haya desempeñado como periodista o columnista de la época sabe bien que así era. Inclusive, los medios se aseguraban bien de contratar a periodistas, y ni se diga a los columnistas, que se identificaran con sus ideologías, y en las más de las veces, adiestrarlos, por no decir alienarlos, en sus propias ideas.
Ahora que el péndulo se descuelga de lo más alto de su derecha hacia el centro y la izquierda, no podemos seguir mirando la libertad de expresión y de información con el mismo cristal de entonces. Amén de que el periodismo que llega a nuestros días ya no está dominado por lo político sino por lo económico. Ya la divisa de los medios no es ideológica sino empresarial. El neoliberalismo ha hecho de nosotros los periodistas, y lo digo con todo respecto por quien pueda pensar distinto, lo que el narcotráfico con la guerrilla en Colombia: nos ha convertido en su ejército regular.
Hoy en día, el grueso de la información nacional e internacional dominada por empresas periodísticas internacionales, entroncadas ellas mismas con multinacionales de diversas ramas económicas, nos llega obviamente condicionada a los intereses del trust de las comunicaciones. Eso ha llevado a ilustres pensadores a situarnos en la era de la información y a ubicar a la prensa en el primer lugar de los poderes estatales, valga decir, por encima del Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial.
Lamentablemente en esta era de la información, los medios nos han arrastrado a vivir una especie de “Mentira organizada”, como dije en mi libro de hace 10 años. Y con esto no estoy criticando ni a los periodistas ni a los medios, sino apenas reconociendo un hecho evidente del que tenemos que partir para comprender la sentencia de Don Ramón, en el sentido de que todo depende del color del cristal con que se mire.
Podríamos asegurar con alto porcentaje de acierto, que nadie funda un medio en el afán de informar veraz e imparcialmente a la sociedad, sino en su afán particular de divulgar sus ideas y socializar, como se dice hoy en día, su opinión, ésta que por naturaleza se configura de su más profunda subjetividad.
Aterrizando el tema en el campo colombiano, que conozco de primera mano, era lo que discutíamos ante la Corte Constitucional 15 años atrás, cuando mediante bien armada entelequia del entonces magistrado, Carlos Gaviria, se cayó la tarjeta profesional de periodista.
Si en el artículo 20 de la Constitución se dice que… “Se garantiza a toda persona la libertad de (…) recibir información veraz e imparcial, es evidente que esa garantía que ofrecía el Estado debió haberla asegurado elevando a la categoría de profesión el ejercicio periodístico, y distinguiendo a los periodistas, como se distingue a todo profesional: médicos, abogados, ingenieros, arquitectos y demás, con una tarjeta que le garantiza al usuario, en nuestro caso a los lectores, que estaban siendo atendidos por un profesional del ramo y no por teguas, fruto de las circunstancias.
El magistrado Gaviria nunca quiso distinguir esto, y en su ponencia confundió opinión con información y así concluye que por ser un derecho de libre ejercicio, el periodismo no constituía una profesión sino un oficio que cualquiera a discreción podía ejercer. Y hasta puso el ejemplo de que revestía más responsabilidad social el ingeniero que tendía un puente sobre un río que el periodista que hacía una noticia, como si formar opinión pública no fuera la mayor responsabilidad social que ser alguno pueda asumir sobre la tierra.
Nos desgañitamos los de entonces por hacerle entender que la información, en el contexto del artículo 20 de la Constitución no era enteramente libre porque el mismo texto la circunscribía a que fuera veraz e imparcial, y que opinar e informar eran cosas distintas, pero al parecer, calaron más en la materia gris del magistrado Gaviria las razones de la SIP que las del CPB, el Colegio y la Federación de Periodistas, y todas las demás organizaciones periodísticas regionales que dieron la batalla, lamentablemente perdida.
El esperpento jurídico que masacró la Tarjeta Profesional de Periodista, era lo único que necesitaba el neoliberalismo, representado por la SIP tanto ayer como hoy, para enterrar el poco aroma de libertad de expresión que en medio del fragor político podía aspirarse de vez en cuando en los medios tradicionales.
Así empezaron a brotar de todas partes, como flor en primavera, periodistas y columnistas lanzados por el gran capital a los medios de comunicación a esparcir el evangelio neoliberal. Esos periodistas y esos columnistas curiosamente resultaban ser siempre herederos directos de los dueños de los medios o entronques importantes de empresarios. Ese periodista que surgía del vulgo; y ese columnista que se maduraba en el autodidactismo “no va más”, como dice un conocido locutor de futbol cuando se acaba el partido.
Si esto nos ha quedado claro, podemos ahora entender la lucha mediática que se libra en Venezuela, Ecuador, Bolivia, Paraguay, Nicaragua, Honduras y demás países, como últimamente Argentina, que intentan zafarse del modelo neoliberal a ultranza; o la lucha que algunos damos en Colombia contra los medios oficialistas y oficiales de hecho y por conveniencia.
Todos los medios periodísticos en conflicto con los gobiernos prosocialistas, provienen de modelos capitalistas que los fundaron, los crecieron y reprodujeron a su imagen y semejanza. Y los gobiernos socialistas que irrumpen en esos lares, tratan de fundar, crecer y reproducir medios propios a su imagen y semejanza.
Resulta pertinente precisar ahora que la principal razón y causa de esa lucha mediática no proviene de un interés político que, digamos, se oponga al gobierno de izquierda por razones ideológicas, y al de derecha por lo tanto mismo, sino que la prensa de derecha responde al interés económico de su fuente capitalista y la de izquierda busca hacerse a un nicho en el mundo mediático, y con toda razón, en los gobiernos prosocialistas.
He seguido muy de cerca el caso de Venezuela, por ejemplo, y puedo afirmar que Chávez no ha amenazado con quitarle la licencia a ningún medio de radio o televisión. Lo que sí ha dicho en forma clara y contundente, es que no está dispuesto a renovar la licencia de funcionamiento, una vez se les venza a unos medios que le han decretado feroz oposición. Esto puede ser discutible, como todo, pero no resulta ilegal. Y si se considera un ataque a la libertad de expresión, asunto también discutible y harto, entonces debemos mirar el anverso de la moneda y juzgar con el mismo principio a los medios de oposición en los sistemas capitalistas cuyos gobiernos asedian y la empresa privada asfixia privándolos de publicidad bajo el silencio cómplice de la augusta SIP que no ve aquí rastros de censura ni pruebas de persecución como, por ejemplo, soterradamente anda haciendo el actual gobierno colombiano con el tercer canal que ofrece como vara de premio al medio de su predilección que mejor se porte… Y la SIP, ni fu ni fa.
Es que no podemos obligar a nadie a gobernar con el enemigo o a hacerle más fácil el camino hacia nuestra propia destrucción. Una cosa es respectar las ideas del contrario, pero no hasta el martirio de Voltaire cuando dice… “No estoy de acuerdo con lo que usted dice pero daría mi vida para que pudiera decirlo”. Eso es puro simbolismo de alguien que manejó como el que más la fina ironía y que en su momento también dijo, quizás con más realismo: “Proclamo en voz alta la libertad de pensamiento y muera el que no piense como yo”.
Honduras es un típico y patético ejemplo de la lucha por el poder que se libra, desde el campo mediático, entre capitalismo y socialismo siglo XXI en nuestra región. La SIP, dominada por los empresarios del periodismo, que tan alto eleva el SOS de la persecución a la libertad de prensa en Venezuela, no ha dicho ni mu sobre el asesinato de periodistas y la abierta censura que implantó Micheletti tras el golpe de Estado a Zelaya.
Y presten atención, para que nos demos cuenta de que efectivamente todo depende del color del cristal con que se mire: las pataletas de Chávez no serían tan estridentes ni el silencio de Estados Unidos tan profundo, si el golpe de Estado no hubiera sido contra el gobierno democrático de Zelaya sino contra el gobierno democrático de Uribe.
No podría cerrar esta reflexión sin referirme al nuevo periodismo que se expande en el ciberespacio a través de Internet. Para mi gusto, creo que ese es el Gran Hermano que la tan anhelada libertad de expresión necesitaba para alcanzar el más poderoso de todos los poderes: el conocimiento, como tan maravillosamente lo describe Alvin Toffler.
Quienes poco a poco nos hemos ido insertando en este mundo, nos resulta imposible hablar de censura o quejarnos de persecución. Se dice, y parece cierto, que los grandes cambios políticos que se han logrado en los últimos tiempos, incluyendo la elección de Obama en Estados Unidos, se debe en buena parte a la Internet. Se cree también que la quiebra de muchos y tradicionales medios impresos de Estados Unidos y de Europa, se debe igualmente al auge informativo de los medios virtuales. Yo, por ejemplo, hace más de cinco años no compro periódicos ni revistas y ya no necesito desayunarme con El Tiempo sobre la mesa; pero tampoco puedo pasar a manteles sin antes haber echado una miradita a lo que dicen mis corresponsales y abonados en la red.
Yo no voy a señalar qué tipo de periodismo debemos seguir: si hacia la derecha o hacia la izquierda. Creo que eso pertenece al fuero interno de cada quien y allá él.
Me interesa sólo como periodista y colega de quienes se expresan a través de lo medios tradicionales o alternativos, alcanzar claridad sobre lo que hacemos, y que podamos juzgar en nuestra recóndita conciencia si lo estamos haciendo bien o mal; si con nuestra profesión estamos contribuyendo a construir un tejido social más valioso y dueño de su propio destino, o le estamos haciendo el juego al poder económico que macabramente se beneficia cada vez más de nuestra mayor alienación y desventura.
Como en la socorrida toma de juramento en los cargos públicos, si lo primero, que Dios y la Patria os lo premien; si lo segundo, que El y Ella os lo reclamen.

27 de agosto de 2009

Apareció el chavismo vergonzante

Recién pasada la Segunda Guerra Mundial aparecieron en Colombia los “pobres vergonzantes”. Se institucionalizó tanto el concepto que yo recuerdo programas impulsados por curas y colegios pidiendo limosna para los pobres vergonzantes.
Se trataba de comerciantes bien instalados en el gobierno que hicieron grandes fortunas importando y exportando mercancías tanto legalmente como de contrabando y que lo perdieron todo tras el colapso bélico del 45. Tales familias entraron en la ruina y les daba pena pedir limosna directamente. Entonces, especialmente en las iglesias, se instalaron despensas y urnas para recoger donaciones en dinero y en especie para los pobres vergonzantes.

Durante mucho tiempo el asunto me llamó la atención porque no podía entender quiénes podrían ser esos pobres vergonzantes que hacían que otras familias, pobres pero dignas, como las que van a las iglesias o mandan sus hijos a las escuelas públicas, sacaran de su escaso recurso algo para darles a ellos.
Haciendo un símil, parece que el Polo Democrático corre el destino de ser en política una especie de pobre vergonzante que pretende esconder su situación ideológica de izquierda en un país de abrumadora ideología de derecha. Es decir, la inferioridad numérica da vergüenza, como si ser de izquierda, para el Polo, fuera una cuestión de número y no de dignidad, como entendemos quienes sin vergüenza somos de izquierda.
Por eso, por mostrar vergüenza de ser de izquierda, se la han montado en la derecha desde donde a toda hora le piden explicaciones de su ideología social y de las relaciones interpartidistas del PDA.
No cabe duda, por desgracia, que el Polo, esa fuerza de izquierda que apenas hace unos cuantos años ilusionó a mucha gente con una posibilidad de opción alternativa de poder en Colombia, está reventada, tanto por la acción corrosiva externa como por la hoguera de las vanidades internas, dentro de las cuales brillan con luz propia el ex alcalde de Bogotá, Lucho Garzón, que hoy anda por ahí como loca enamorada deshojando margaritas, y Gustavo Petro, quien tras acrobática voltereta desde hace dos años anda ahora por ahí, mutatis mutandis, entre la rubia y la morena.
El tercer pobre vergonzante del Polo es el propio ex presidente del partido y ex candidato presidencial, y de nuevo precandidato, Carlos Gaviria. Siempre me pareció que se dejó enredar por Uribe y sus secuaces en las relaciones del Polo con las Farc. Cada vez que las Farc protagonizaban un hecho delictivo, el gobierno parecía exigirle al Polo que fuera el primer partido en descalificar y condenar la acción. Y no importaba los términos en que lo hiciera, los medios de comunicación, como por encargo del gobierno, se cuidaban bien de dejar en la opinión pública instalada la idea de que la condena del Polo a las Farc como que era débil o había resultado insuficiente.
Lo cierto es que al cabo del tiempo terminó por desarrollarse en Colombia la idea de que el Polo y las Farc tienen relaciones obscenas. Y ya no habrá quien le quite ese INRI al Polo porque, como dice la frase bíblica, resulta más fácil reemplumar una gallina desplumada al viento que recoger una calumnia.
Bueno, creí que esa etapa de pobre vergonzante de Gaviria había terminado, pero no: hoy vemos que está siendo forzado a poner distancia entre el gobierno de Chávez y el Polo. Ha expedido un comunicado ambiguo y, digámoslo de frente, vergonzante. Yo no creo que sea vergonzoso, como para disimular y mantener en secreto la afinidad ideológica, si es que existe, con el gobierno de Chávez. Yo no creo que el otro Gaviria, el del Partido Liberal, salga algún día a tener que dar explicaciones de la afinidad del liberalismo colombiano con los demócratas estadounidenses o, digamos a Pastrana, explicando qué tan parecidos son los conservadores colombianos a los republicanos gringos.
No, como se dice por ahí, ni tanto honor ni tanta indignidad, un término que en su lánguida explicación, Gaviria (el del Polo), porque hasta su apellido resulta una desgracia homónima del ex presidente liberal, dice que resulta algo parecida a la soberanía. Si ello es así, creo que en su ya madura carrera política, ha perdido soberanía sobre sus propias convicciones teniendo que rendir constantemente explicaciones de sus actos a diestra y siniestra, es decir, tanto a sus adversarios de la derecha como a sus prosélitos de la izquierda.
A Gaviria habrá que recordarle que cuando uno se la deja montar de alguien termina por quedarle la nuca oliendo a orines.

23 de agosto de 2009

Vamos a enterrar a Uribe

En varias ocasiones he dicho que lo mejor que le puede pasar al país político es que Uribe se presente a una segunda reelección y salga derrotado.

Parece cruel, pero lo mejor que le puede pasar a un enfermo terminal, como es el caso de la democracia colombiana, es que se muera cuanto antes. La agonía resulta más cruel, como nos está pasando en esta larga noche uribista en la que todos velamos, y más, los aspirantes a sucederle en el trono que hacen como esos afortunados herederos que lloran en público y ruegan en privado que Dios permita lo más pronto el eterno descanso del paciente, y de ellos también.
La mayoría de quienes se oponen a la reelección de Uribe no lo hacen en primera instancia en defensa de las instituciones democráticas sino porque el tipo les cae mal personalmente. El sólo hecho de que políticamente Colombia no tenga una importante opción de izquierda, prueba que somos mayoritariamente de centro-derecha, desde Carlos Gaviria hasta Juan Manuel Santos, obviamente con su diversidad de matices.
Creo que en los últimos meses la principal fuerza de oposición a Uribe es la compuesta por gente a la que el tipo les cae mal personalmente, empezando por la gran familia DMG que sigue creyendo, y con razón, que el gobierno quebró la empresa de David Murcia sólo para quitarle de encima un gran competidor al banquero Luis Carlos Sarmiento Angulo.
Creo que en ese mismo campo del desafecto personal suman también muchos paramilitares afectos a los capos extraditados quienes, de otra forma, hubieran seguido apoyando incondicionalmente a Uribe.
Y podría asegurarse que en el alma de muchos militares activos y en retiro aletea también su propia encrucijada de apoyar o no a Uribe, un tipo que ha desgalonado de tajo a muchos oficiales y suboficiales quemados como fusibles para impedir cortos en circuitos más sensibles de su administración, empezando por la propia Casa de Nariño, desde la cual despacha.
El eventual Uribe candidato a la segunda reelección no es el mismo Uribe del 2002 y 2006 que, independientemente de cómo lo haya logrado, arrasó en primera vuelta con sus opositores.
Así que, antes que seguir desgastándonos en disquisiciones jurídicas sobre la reelección, debemos prepararnos para enfrentar a Uribe en las urnas y mandarlo al lugar adecuado.
Y aquí la sorpresa: no creo que Uribe llegue hasta la candidatura. No porque sus secuaces políticos y amanuenses jurídicos no le allanen el camino, sino porque él sabe que no tiene ya el apoyo electoral suficiente para quedarse en Palacio, usurpando nuevamente el solio.
Uribe sólo pretende ganar un pulso político a través del referendo en las instancias que él domina (el Congreso y la Corte Constitucional), y demostrarles a sus opositores que sigue teniendo un gran poder político, basado obviamente en la corrupción, pero al fin y al cabo poder.
Una vez refrendada esta fuerza, Uribe renunciará a ser candidato, no porque no quiera, sino porque no podría bañar al país nuevamente en sangre para asegurarse la Presidencia, sin tener que rendir cuentas a una comunidad internacional que le mira con aguda desconfianza.
Así, invicto, se irá a la galería de ex presidentes colombianos a seguirnos gobernando tras bambalinas como lo hacen todos, desde Bolívar hasta Gaviria, Samper y Pastrana, para mencionar a los tres últimos antecesores de Uribe que, con excepción suya, más han contribuido a hundir al país en este fango político y social que embadurna la democracia y el futuro de Colombia.
Sólo derrotando a Uribe en las urnas podríamos empezar la catarsis de volver a ser dignos.

16 de agosto de 2009

Mambrú se va a la guerra

Quizás si Estados Unidos instalara más bases aéreas en su propio territorio para controlar el narcotráfico de estupefacientes y el tráfico de armas hacia países en donde por efectos de una larga lucha armada, por y en defensa del poder se acude al terrorismo, no requeriría utilizar territorios extranjeros para dar esa lucha allende sus fronteras, que fuera lo lógico.

Suena a romanticismo decimonónico la propuesta porque ya sabemos que las bases aéreas de Estados Unidos en el exterior, como en Colombia, son instaladas para elevar su expansionismo geopolítico y su dominio imperial, y que eso de luchar contra el narcotráfico es apenas una excusa, tanto más si como se sabe, el negocio de las drogas y las armas al que primero beneficia económicamente es al propio Estados Unidos, campeón del consumo y meca industrial de la fabricación de todo tipo de armas.
Hay dichos convertidos en lugares comunes, tan comunes, que nos evidencian limitaciones intelectuales para expresarnos diferente. Pero es que ese de que “quien no conoce la historia está condenado a repetirla”, resulta tan patético al debate hoy en Colombia sobre las bases militares de Estados Unidos, que no deja escape, sobre todo a quienes recordamos los términos y los argumentos de hace 10 años entre estos mismos protagonistas en torno al Plan Colombia.
Cualquiera puede revisar la prensa de 1999 en adelante y verá que tanto los presidentes Clinton y Pastrana, como sus secuaces, decían, repetían y juraban que la ayuda militar y económica ofrecida a través de ese Plan, sería exclusivamente dirigida a combatir el narcotráfico. Hoy ya es vox populli que la plata, los equipos y las armas son las que está utilizando el gobierno colombiano para cazar guerrilleros, inclusive en los territorios vecinos, que es lo que tiene hecho un manojo de nervios las relaciones con Venezuela y Ecuador.
“Y un espíritu en la sombra se reía, se reía”, nos dice el poeta cuando de mostrarnos la conexión entre la marioneta y su titerero se trata.
El asunto de las tales bases aéreas de Estados Unidos en Colombia ha dado lugar a otro fenómeno más cruel: ahora todos somos uribistas, o chavistas o correistas, según la divisa nacional que nos haya deparado el destino.
No importa que Colombia se llene de bases militares gringas y que, como elemental respuesta de defensa preventiva, al fin y al cabo el principio lo hemos implantado en la praxis castrense internacional desde la criminal invasión a Irak, los vecinos se llenen de bases rusas, o chinas o árabes, si de lo que se trata es que el patriotismo nos hinche los pulmones y vayamos a la guerra como Mambrú, que nunca regresó.
“Y un espíritu en la sombra se reía, se reía”.

7 de agosto de 2009

Vientos de guerra

Así como no existe la plena libertad individual, tampoco existe una plena soberanía nacional, o autonomía. Si mi libertad va hasta donde empieza la del otro, la soberanía nacional se extiende hasta la frontera del vecino. Es más: en un mundo globalizado e internacionalizado como el actual, ya no existe casi en nada plena soberanía nacional.
Realmente eso de autonomía o soberanía, tanto en el campo individual como en lo nacional, sólo han sido píldoras reconstituyentes del ego que no tienen más efecto que el emocional. Cuando uno las confronta con la realidad se encuentra con limitaciones y dependencias que van construyendo otra figura más cercana a la realidad: la “servidumbre voluntaria”.
Pero no es ahora que estamos descubriendo la dependencia simbiótica que nos impone la naturaleza como necesaria a la supervivencia, y probablemente, en la medida en que más nos alejemos de este imperativo universal, mayor será el acercamiento al final de la raza humana sobre la tierra.
Seguramente en la historia habrá ejemplos muchos de la solidaridad como elemento fundamental para vivir en paz y asegurarnos un sitio en el planeta. Pero uno que me gusta mucho es el del poeta John Donne (1572 – 1631), en su popular inspiración “Por quién doblan las campanas”: Ninguna persona es una isla. La muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad. Por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas: doblan por ti”.
Así, para volver al tema, ningún país puede, por ejemplo, tomar decisiones de comercio exterior que vayan en contra de normas internacionales elevadas a convenios por la CMC o contenidas en acuerdos regionales o subregionales como sería el caso de MERCOSUR o la CAN en Suramérica.
También en el campo del medio ambiente se han ido instrumentando decisiones que limitan la autonomía nacional. El caso del llamado Trapecio Amazónico es buen ejemplo para ilustrar el aserto. En la selva amazónica brasileña, colombiana o peruana, ninguno de estos gobiernos puede tomar decisiones autonómicas como por ejemplo convertirlas en cultivos de palma africana para producir etanol, por rentable que resulte.
En muchos otros aspectos de la vida de las naciones su autonomía se ha ido restringiendo y reduciendo a la nada, como también por ejemplo en el caso de la justicia vigilada ahora por una Corte Penal Internacional (CPI) que va poco a poco extendiendo su órbita aquende las fronteras de todos los países.
Si ello es así, como sin discusión parece, menos podría hablarse de autonomía nacional en la toma de decisiones que puedan amenazar la paz internacional.
No por otra cosa se han suscrito tratados que prohíben a todos los países el desarrollo de armas de destrucción masiva como las nucleares o químicas. Otra cosa es que se cumplan por aquellos arrogantes que como en el pasaje bíblico de la Torre de Babel, quisieran escapar al destino indivisible de la humanidad.
Por eso resultó ridícula la posición de los presidentes, entre ellos los de Brasil y Chile, que saludaron la gira “muda” de Uribe, intentando explicar lo inexplicable en el caso de los territorios que le ofrenda a Estados Unidos para las bases militares, con la salmodia declaración de que eran respetuosos de la autonomía nacional. Tan ridículo como si uno pretendiera guardar respeto a la inconcebible libertad que puede tener un atracador de ponerle a uno un cuchillo en el vientre y decirle: “la bolsa o la vida”.
Si fuera válida la autonomía nacional colombiana para llenar su territorio de bases militares estadounidenses, mañana resultaría válida también la autonomía nacional venezolana para montar en su territorio enclaves militares de Rusia o en Brasil de China. Y a nadie con mediana inteligencia escaparía el destino bélico que mediante estas falsas autonomías emprendería Suramérica, si no es que en ese sentido, ya está en marcha.

4 de agosto de 2009

Dinero falso circula en el BBVA

El BBVA de Colombia, al menos en su oficina de Santa Paula, al norte de Bogotá, se ha convertido en un reciclamiento de moneda falsa.

Por alguna macabra circunstancia este servidor, que muy pocas veces ha hecho uso de su propia circunstancia para elevar denuncia, ha sido víctima recurrente del dinero falso entregado por el BBVA en la mencionada oficina.

El martes, primero de julio, fui como de costumbre a retirar mi pensión, y en un fajo de billetes de 50.000 pesos me resultaron dos falsos. Como ese mismo día salí de viaje, sólo a los dos o tres siguientes pude ir al banco a presentar la correspondiente reclamación.

Por haber trabajado en ese banco por 12 años, cuando operaba con el nombre de Granahorrar, sabía que la reposición del dinero era un imposible, pues, seguro me iban a decir que cuando uno recibe el dinero y sale del banco, la responsabilidad es toda del cliente.

No obstante, por seguir teniendo algún aprecio, no por el banco que ya es otro, sino por unos cuantos amigos que todavía quedan por ahí desperdigados en esa institución española, quise advertirlos de la situación a ver si emprendían alguna investigación al respecto.

Pienso ahora, retomando el tema, que esa disculpa de que cuando uno sale del banco toda la responsabilidad es del cliente, opera sólo para el caso en que no se cuente bien la plata que le dan. Si dicha responsabilidad opera también para no dejarse meter dinero falso en el propio banco, apague y vámonos porque de aquí en adelante, lo que tendríamos que hacer es llevar detector de dinero falso para revisar uno por uno los billetes que recibe en el propio interior del banco.
En fin: ahí dejé la denuncia y me fui.

Al mes siguiente, es decir, en este mes de agosto, fui el lunes 3 a retirar mi pensión. Al recibir el dinero le pedí a la cajera que me revisara uno por uno los billetes de 50.000 pesos y me certificara que estaban buenos. Así lo hizo y me dijo que no había ninguno falso. Luego me entregó un fajo de billetes de 20.000 y al pedirle que hiciera lo mismo me dijo: “no, esos están buenos”. Acepté la suposición, pues, como el dinero en Colombia apenas vale un poco más que la vida (que no vale nada), me pareció de momento que los “honorables” falsificadores no iban a perder el tiempo falsificando un infeliz billete de 20.000

Ingenuo que es uno, Pues, vean que al desfajar el paquete, ya en mi casa, me encontré con un billete falso pegado no se con qué diablos a uno bueno, de tal manera que al pasar por la máquina contadora lo registraba, y ni se diga al pasarlo por los dedos dentro de un fajo que por lo general lo entrega el banco sellado con cinta o papel común y corriente. Si a uno se le ocurriera desplegarlos, así como se abre un mazo de naipe, seguramente el falso habría pasado inadvertido pegado del bueno.

El mismo billete tenía un sello que decía falso, con lo que se nos devuelve la película al principio: ¿tendremos en adelante que revisar billete por billete en el BBVA, así sea de la más mínima valoración, y quizás también las monedas que nos dan, a ver si entre la plata que recibimos hay moneda falsa? ¿Y, entonces, cuál es la garantía de tener la plata en el banco si ni siquiera responde por la calidad del dinero que recibimos?

Si fuera yo el único pendejo a quien le están metiendo dinero falso, vaya y venga y corra por mi cuenta: por eso, por pendejo. Pero es indudable que alrededor del sistema financiero opera la delincuencia en muchas modalidades, como esa de decirle a los hampones qué clientes salen con algún dinero en efectivo de importancia para que los atraquen en el camino; y la recurrencia de mi caso, evidencia que al interior del BBVA, al menos en la oficina que maneja mi pensión, debe haber alguna conexión insospechable para mi, pues… todos son tan queridos conmigo.

A algunos amigos que les he contado el caso, me han dicho que también han sido víctimas de dinero falso retirado en los cajeros automáticos. Ninguno ha podido recuperar el dinero, pues, ese principio financiero de que al recibir el dinero uno, y solo uno es el responsable, blinda a los bancos de cualquier responsabilidad. A los bancos, como a los delincuentes menudos de hoy en día, hay que cogerlos infraganti para poderles iniciar alguna acción legal. Otro gallo cantaría si la carga de la prueba recayera sobre el banco.

De momento, créanme, insistir en una denuncia penal, corre uno el riesgo de ser recusado como falsificador, pues, la presunción ampara al banco de que tal vez uno se las está dando de vivo, metiendo dinero falso dentro del que recibe del banco para que se lo tengan que cambiar por bueno.

“Que el mundo fue y será una porquería”, ya lo dijo Santos Discépolo en 1934 y agregó: “¡Cualquiera es un señor! ¡Cualquiera es un ladrón!”.

19 de julio de 2009

Honduras: cepo ideológico


En medio del fragor desatado en torno al golpe de Estado en Honduras y su incidencia en la democracia liberal que domina el pensamiento político en el Mundo Occidental bajo la égida de USA, podríamos preguntarnos qué es lo que estamos entendiendo hoy en día por democracia.

Hasta el mismo Fidel Castro cae en la trampa de defender una democracia hecha a la medida del modelo neoliberal, sólo porque el golpe afecta a un derechista como Zelaya que viene de regreso a la izquierda, no propiamente por cuestiones ideológicas sino pragmáticas que lo acercan a Chávez, no por afecto, estoy seguro, sino por conveniencia.

Considerada por AFP como una de las más célebres frases de esta última semana, Castro ha dicho que “muere el golpe (en Honduras) o mueren las constituciones” en América Latina.

Y entonces, veamos que en un momento, podría ser mejor que murieran las constituciones.

Si la mayoría de países latinoamericanos están dominados por “El fin de la historia”, en los términos en que la concibe Fukuyama, podrían pensar quienes no comparten esta visión ideológica, que a todas luces resulta impuesta por el Imperio, que la vía golpista puede ser una luz, extrema por supuesto, pero al fin y al cabo un intersticio por el que puede salir del peor de los mundos construidos por una fementida democracia que mediante el poder económico ha logrado atrapar en el dogma del libre mercado a toda cosa o ser viviente sobre la tierra.

Ejemplos diversos sobre este predominio democrático provienen de los medios virtuales que fluyen libremente en Internet y, en el caso concreto de nosotros los colombianos, lo vivimos en carne propia al resultar gobernados hoy en día por un gobierno ilegítimo que se hizo reelegir en 1996 tras reformar la Constitución mediante la compra de votos en el Congreso.

Y dicho gobierno pasa ante el mundo como democrático. Y uno pudiera decir, parodiando a Castro: si fracasa el golpe de Estado en Honduras, muere la única salida que estos bichos neoliberales le están dejando a la inmensa población que sufre su dominación: la desobediencia civil.

Algo parecido pasa en México con Calderón e idéntica situación se vive en Costa Rica con Arias. El primero se ha robado las elecciones y el segundo anda festinando a su país en el altar del neoliberalismo. Y si ambos gobiernos pasan por democráticos, cuya esencia hoy parece ser la corrupción política y económica, vaya entonces a ver cómo podrán ser sustituidos por vías democráticas, cuando todas las instituciones se rinden o las rinden a sus pies.

Un país que parece llevarse todos los aplausos del nuevo orden democrático es Brasil, pues, gobernado por un mandatario de origen socialista, Lula da Silva, ha logrado aparentemente cumplir con sus propuestas socialistas que le reportaron la Presidencia, sin inquietar, y quizás sin molestar, a los dueños del Poder.

Pero, cuando uno aterriza en el predio brasileño buscando confirmar la imagen de Lula, otro gallo canta en el corral. Con el sol a las espaldas, Lula remata su gobierno con asignaturas pendientes como la reforma agraria y, en cambio, dejando abierto un gran paréntesis sobre la política que trazó con el nefasto gobierno de Bush para impulsar los biocombustibles que, aparte de resultar un gran peligro a la conservación ambiental de la selva amazónica, pulmón del mundo, ya sabemos, por las primeras pruebas de campo, que allá donde la palma africana echa raíces, los campesinos echan para las zonas urbanas desplazados de sus hábitat… y el hambre acecha.

Hoy vemos alineados a la familia de la izquierda en torno a Zelaya, porque coquetea con Chávez. No creo que el fragor democrático de Castro o Chávez fuera tanto, si, por ejemplo, el golpe de Estado hubiera sido contra el presidente colombiano, Álvaro Uribe. Y queda la impresión de que los gobiernos proclives a la derecha, empezando por el nuevo líder del Mundo Occidental, Barack Obama, no han sido tan precisos en su condena al golpe en Honduras. Quizás, van a dejar pasar estos meses flotando sobre las olas, mientras unas nuevas elecciones, probablemente aseguradas política y económicamente por la Derecha, vuelven a instalar un cancerbero neoliberal en Honduras, y entonces será democrático y tendrá que ser reconocido por tirios y troyanos.

Mientras seamos prisioneros de unas cartas constitucionales escritas por la plutocracia neoliberal, defender la democracia, así concebida, resulta para los izquierdistas, un cepo ideológico del que, hasta el Pontífice de Cuba, parece no haberse percatado.

14 de julio de 2009

El fin de la hegemonía mediática


OCTAVIO QUINTERO

14 – 07 - 09

“Y es que en este mundo traidor, nada hay verdad ni mentira: todo es según el color del cristal con que se mira”: don Ramón de Campoamor (1817 – 1901, poeta español).

Venezuela es epicentro del debate sobre la libertad de expresión que enfrenta al gobierno con los medios de comunicación. Pero esto no es sólo problema del gobierno de Chávez. Es de todos aquellos gobiernos que han ido conquistando los viejos espacios del poder establecido: Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Paraguay, Honduras; y lo es también de aquellas corrientes nuevas del socialismo del siglo XXI, que luchan por emanciparse del yugo capitalista. Y entonces aquí topamos con un tema espinoso que refulge en México, Costa Rica, Argentina, Brasil, Colombia, Chile y un largo etcétera de aquí y acullá.

Todo cambio entraña una revolución y toda revolución un enfrentamiento entre los dueños del Poder y sus alternativas. Ambos bandos se sentirán perseguidos y constreñidos los unos a los otros.

Si la prensa venezolana, para situar el asunto en el epicentro del debate, ha vivido en un mundo capitalista, es apenas natural que se sienta perseguida por la revolución que intenta entronizar un Estado socialista. A contrario sensu le pasaría a una prensa habituada a un mundo socialista en el que irrumpa una revolución capitalista. Podríamos encontrar ejemplos de este aserto en la URSS post Muro de Berlín.

Entonces, si todo es según el color del cristal con que se mira, unos podrían sentir que Chávez persigue a la prensa y otros que la prensa persigue a Chávez. Y en esa dirección, ambos encontrarían argumentación valedera.

Pero el asunto de fondo en la cuestión de la libertad de expresión no es si yo persigo o soy perseguido; si me respetan mis derechos o los conculco. El asunto es que en este tema tenemos un salpicón de interpretaciones que manipulamos, para mayor confusión, cuando agitamos el avispero.

Puede comprobarse que en todas las constituciones latinoamericanas hay un artículo (en Colombia es el 20), que garantiza a toda persona la libertar de expresar y difundir su pensamiento y opiniones; la de informar y recibir información veraz e imparcial, y la de fundar medios masivos de comunicación.

Estos son libres y tienen responsabilidad social. Se garantiza el derecho a la rectificación en condiciones de equidad. No habrá censura.

Un precepto tan claro como este, tiene enredado a más de uno, no porque no lo entiendan sino porque no lo quieren entender. Como una vez dijo Stiglitz hablando de los asesores neoliberales en la administración Bush (…) “Es muy difícil hacerle entender a alguien algo, cuando otro le está pagando para que no lo entienda”.

Cualquiera que quiera entender objetivamente qué es libertad de expresión puede admitir sin esfuerzo mental que no se trata de licencia para calumniar a nuestro opositor, sino la facultad que tenemos de expresar nuestro pensamiento y emitir nuestras opiniones, con arreglo a la ley y las buenas costumbres.

Otra cosa es la libertad de información que en el texto constitucional resulta de doble vía. Es decir, si bien a mi se me garantiza la libertad de informar, al mismo tiempo se le garantiza al receptor de que la información que recibe debe ser “veraz e imparcial”.

Ahora bien, en el modelo capitalista imperante entre nosotros, aún en aquellos países en donde la Presidencia ha llegado a manos de gobiernos prosocialistas, pero que tienen que convivir de momento con el modelo capitalista, para ejercer la libertad de expresión y fundar medios masivos de comunicación, lo único que se requiere es plata.

El gran capital, entonces, ha entronizado un poder omnímodo muy presto a pontificar sobre la libertad de expresión, alrededor de la cual, rentados panegiristas del capitalismo la han convertido en intocable, cuando y por supuesto, esa fementida libertad esté siempre a su exclusivo servicio. Pero no se hace caer en cuenta con la misma vehemencia, que los medios masivos deben observar un precepto constitucional fundamental como es el imperativo de que la información sea “veraz e imparcial”, amén de que también se tenga “responsabilidad social”.

Es decir, bajo mi responsabilidad personal, profesional, ética, moral y penal, yo puedo decir en un medio de comunicación lo que a bien tenga, obviamente guardando cierto debido respeto, elegancia y buen gusto por las formas vernáculas de la expresión hablada o escrita en el respectivo país, y como se dice atrás, sin que dicha libertad de expresión vaya en menoscabo de la libertad del otro.

No me cabe la menor duda de que la información es un servicio público, y mi formación ideológica me lleva a creer también, a pie juntillas, que todo servicio público debe ser garantizado por el Estado, lo que quiere decir que puede controlarlo en un momento dado en que tal servicio pretenda ser monopolizado, provocando detrimento al interés general.

Otro asunto es el tratamiento de la información como empresa. Si los espacios electromagnéticos son propiedad del Estado, aquí y en Cafarnaúm; y si en alguna oportunidad el Estado me otorga una licencia para operar por algún tiempo en ese espacio una empresa periodística, y si vencido el término el Estado quiere recuperar su potestad sobre el espacio, o encuentra que otra empresa periodística se ajusta más a las necesidades de comunicación masiva que propende el Estado, mal pudiera yo decir que se trata de una persecución a la prensa; de una coacción a la libertad de expresión o de una censura. Yo no pierdo libertad de irme con mis bártulos a la empresa privada y fundar otro medio de comunicación que no tenga que depender de decisiones del Estado. Es lo que de hecho hacemos algunos periodistas en la Internet que no encontramos espacio a nuestra opinión en los medios tradicionales, no propiamente por limitaciones intelectuales.

Cuando los medios hagan distinción entre su libertad de empresa, con responsabilidad social, de un lado; y entre la libertad de opinión y expresión que tenemos todos, con la libertad de información que resulta de doble vía, deberían acabarse los enfrentamientos entre el Poder y la Prensa, sea el que fuere el corte ideológico de uno y otro. Y esta sensatez y acatamiento a las normas y las leyes, sólo redundaría en beneficio de una democracia moderna que tiene que empezar por admitir que en su seno tiene que caber la confrontación civilizada por el poder entre las clases altas, medias y bajas que se dispersan a lo largo del dial político que va indistintamente del centro a la izquierda y la derecha, según los tiempos y las cosas.