3 de noviembre de 2009

¿Ya para qué?

El dilecto amigo Rodrigo Llano necesitó 24 años para revelar la tramoya electoral del Partido Liberal en 1985 que llevó a su candidato Virgilio Barco a la Presidencia en 1986.
Dice el dirigente político, Ramón Elejalde, en su columna del diario El Mundo de Medellín (02 – 11 – 09), que Llano, en una conferencia dictada en Pereira, reveló que el liberalismo tomó la decisión de utilizar las encuestas para inflar a Barco que por entonces apenas tenía una favorabilidad del 1,5 por ciento, frente al 45 de Gómez Hurtado y el 37 de Galán. La manipulación fue subiendo a uno y bajando a los otros hasta que Barco, como por arte de magia, superaba de tal forma a sus dos contendores que hizo expresar al ex presidente López su famosa sentencia: “Si no es barco… ¿Quién?
Tal vez esto de Llano debió haberse denunciado antes, y quizás, aunque sea 24 años después, merece una explicación del director del Partido Liberal, el ex presidente César Gaviria, ya que se trata de una muy grave acusación hecha por quien ostenta hoy en día el cargo de Veedor Nacional de esa colectividad.
Mientras esperamos a ver dónde cae ese globo, podemos pensar que igual tramoya usó en el 2002 el hoy presidente Álvaro Uribe, cuando su encuestadora de bolsillo empezó a inflarlo desde el 12 por ciento frente al 40 de Serpa. Igual que en el caso Barco, que hoy se soporta en una muy confiable infidencia histórica, Uribe alcanzó a Serpa, lo sobrepasó y siguió de largo, hasta lograr un triunfo arrollador en primera vuelta.
Recientemente me ocupé también del tema en el editorial del periódico El Satélite de Sabana Centro que tengo el honor de dirigir desde Tocancipá. En la ultima edición (la No. 16) se dice: (…) “Impulsado por los medios de comunicación otro fenómeno se encumbra en el escenario de la democracia moderna: las empresas encuestadoras. Nadie cree en ellas, pero todos las contratan para saber cómo van”.
Resulta muy difícil cuestionar las encuestas, pues, en mi opinión, ellas no son mentirosas sino tendenciosas, que son dos cosas distintas como cualquiera podrá entender sin mayor esfuerzo.
Si puedo explicarme, pienso que las encuestas siempre dicen la verdad, o al menos algo que se le parezca. Sus realizadores buscan las personas y los escenarios en donde se puedan dar los resultados que persiguen. Este ejemplo probablemente nos haga más claro el tema: si yo comparo la imagen de Uribe contra la de Petro en Medellín, barre Uribe; pero si llevó los mismos contendores a Zipaquirá, barre Petro. Si Uribe sabe eso y Petro también, entonces gana el que más plata tenga para pagar encuestas tendenciosas que para muchos, yo incluido, podrían tener algún juicio de valor pero no legal.
En ese mismo editorial que cito parece que lo tengo más claro: (…) “El fenómeno de las encuestadoras puede llamarse de “arrastre”, un término muy conocido en política que hace que el que más votos tenga se lleva a los demás. El “arrastre” en las encuestas hace que a quien ellas den como puntero en cualquier elección popular, los electores, especialmente en la franja de opinión y los indecisos, tiendan a sumársele por aquello de que siempre es mejor ganar que perder, algo que dejó de ser perogrullada a partir de la famosa frase de Maturana, “perdiendo también se gana”.
Quizás necesitemos más debate para ‘desencriptar’ el tema de las encuestas. Lo que preocupa de momento es que ahí están y esas son las que venden ante los electores a los candidatos, y con más veras si se trata de un candidato-Presidente, pues, no sólo puede pagar con creces sino también, lo que resulta más preocupante, cobrar por ventanilla.

1 de noviembre de 2009

Uribe: de la encrucijada al temor

Si yo tuviera la popularidad que tiene Uribe habría sometido a referendo el convenio suscrito en forma cuasi clandestina con Estados Unidos mediante el cual se le entrega al Imperio más criminal de la historia las siete bases militares en territorio colombiano.
Si yo tuviera el control del Congreso que tiene Uribe, especialmente el dominio sobre aquellos congresistas proclives a la corrupción y expertos en chantaje, habría sometido a su discusión ese convenio, entre otras cosas, para cumplir con normas constitucionales oportunamente advertidas por la Corte Suprema de Justicia.
Pero mejor que no lo hizo porque ese convenio o acuerdo, como quiera llamársele, no aguanta un papirotazo legal.
¿Por qué no lo hizo? Fácil de responder. Uribe ya no tiene la imagen popular que los medios dicen que tiene y que las encuestadoras hacen ingentes esfuerzos por corroborar en los círculos de su evidente ocaso.
Hay un creciente post- uribismo que ha empezado a manifestarse hasta en la misma voz chillona, cansina, iracunda y desafiante del presidente Uribe a la Corte en un consejo comunal, porque no se ha dejado imponer una floja terna de fiscal de bolsillo que con urgencia necesita para sacarle el bulto a la Corte Penal Internacional que acecha su prontuario criminal de manera apabullante.
Este prematuro post- uribismo no deja a Uribe acudir a su efímero Estado de Opinión del que sacó pecho recientemente porque sabe bien, como buen saltimbanqui político que es, que abajo le espera un porrazo en el frío pavimento.
Por eso no creo en la reelección de Uribe, aunque la corte avale el referendo y aunque el mismo referendo alcance el umbral que necesita para ser reforma constitucional que le permita al Presidente aspirar a una segunda e inmediata reelección.
Haciendo abstracción de todas las irregularidades de forma y de fondo que empiedran el azaroso camino del referendo hasta la Corte Constitucional, y considerando que también la Corte sucumba a la arremetida y que por alguna última pirueta se baje el umbral que permita alcanzar la votación popular requerida para allanarle el camino a Uribe a su candidatura presidencial, no pasará en una nueva confrontación electoral en las urnas porque su post- ya no cuenta con monolíticas fuerzas políticas que en su primera y segunda candidatura le brindaron apoyo incondicional: el conservatismo, Cambio Radical y el mismo partido de la U, que es más santista que uribista. Y Santos (Juan Manuel) sabe de marrullas políticas tanto o más que Uribe.
Uribe, obviamente, ya no puede contar con el apoyo de partidos extintos entre su primero y segundo mandato como Alas Equipo Colombia, Colombia Democrática o Convergencia Ciudadana, cuyos líderes se disputan hoy las mejores celdas de los presidios.
Tampoco cuenta con el amplio aparato militar de otros tiempos, dado que en su arrogancia ha barrido la calle con numerosos oficiales sacrificados en aras de su propia impunidad. Y, por supuesto, tampoco tiene ya el frente paramilitar que le limpió a sangre y fuego el camino de opositores hacia sus anteriores mandatos presidenciales. El post- Uribe resta muchos “socios” de DMG quebrados por Uribe a petición de Sarmiento Angulo que no soportó más la competencia “desleal” de un aparecido como David Murcia; también suman –o mejor restan- los desempleados que siguen aumentando y, sobre todo, los empresarios privados que tienen en vilo sus empresas en gracia y por desgracia de las malas relaciones que este gobierno ha cosechado con Venezuela y Ecuador.
Los empresarios, como todo el mundo intuye, apoyan cualquier gobierno, independientemente de su legitimidad o color político, con tal que no obstaculice sus negocios y que sus actos no signifiquen pérdidas financieras. Por esto último es que vemos a los gremios como la Andi, tan uribista en la primera y segunda magistratura, diciendo que no es bueno un tercer mandato de Uribe.
Por eso, y por mucho más, Uribe no va más, y todo lo que espera es el momento en que pueda decirlo de manera que el pueblo crea que se trata de un desprendimiento de su alma democrática, camino al pabellón de la historia reservado a los próceres.
Ahora sí creo, y por lo visto en su arremetida contra la Corte Suprema de Justicia a la que acusa de conspirar en conciliábulos bogotanos y violadora de la Constitución (los pájaros tirándole a las escopetas), que Uribe está en una encrucijada en cuerpo y alma.
Qué bueno fuera que llegara en su delirante ansia de poder hasta la tercera candidatura para que Colombia pudiera tener la gloria de mandarlo al lugar adecuado de la historia, como eufemísticamente dijo una vez Diana Turbay, la arrogante hija del ex presidente Turbay Ayala, insinuando que el columnista Daniel Samper, debía irse a la mierda.