OCTAVIO QUINTERO
El episodio de la industria cementera en Colombia, que en los dos últimos años ha bajado precios de las nubes a la tierra y los ha vuelto a elevar a las nubes, tan sólo por quebrar una pequeña cementera que se atrevió a trabajar con precios por debajo de los grandes competidores, muestra claramente que el libre mercado no puede existir en un país en donde no haya un gobierno honesto y una sociedad civil libre e independiente.
Lo que ocurrió en Colombia con la industria cementera, advertido por todos, menos por el gobierno que se hizo el de la vista gorda, no hubiera ocurrido en Estados Unidos, por ejemplo. Tanto el gobierno como la sociedad civil estadounidense hubieran sospechado de las buenas intenciones implícitas en una baja de precios sin ton ni son aparentes que hizo caer de 20.000 hasta 8.000 pesos el bulto de cemento en sólo un año. Evidentemente, los que bajaron decidieron trabajar a pérdida, con tal de sacar del mercado a la empresa que se mantenía en un punto intermedio, esto es, como a 16.000 pesos el bulto. Conseguido el objetivo de quebrar al competidor, los grandes empezaron nuevamente la escalada de precios hasta volver, en el último año, a los 20.000 pesos y a sus anchas para seguir subiendo.
Es una clásica práctica monopólica u oligopólica expresamente prohibida por
Defender el libre mercado en un Estado débil y corrupto como el nuestro es como defender las buenas intenciones del diablo cuando se pone a hacer hostias. Parece un juego de palabras, y lo es; pero resulta perfecto para graficar todo lo que ha pasado en Colombia en los últimos 15 años en donde la libertad de unos cuantos en materia económica ha significado la esclavitud laboral y el sacrificio social de la inmensa mayoría, todo a ciencia y paciencia de los gobiernos que se han sucedido desde Barco en adelante.
Lo de la industria cementera no es más que un ejemplo de toda la concentración empresarial que se ha sucedido en la industria y el comercio nacional. Mejor dicho, la economía colombiana está formada por una estructura mono y oligopólica, empezando por el sector financiero, que explica por qué, aunque el PIB crezca, su reflejo en la población en materia de ingresos y salarios será mínimo.
Esto que hemos venido diciendo hace muchos años, tozudamente, con Eduardo Sarmiento a la cabeza, es lo que acaba de reconocer el ex presidente Gaviria. Y, por lo mismo, nosotros, los de antes, que tanta carne hemos puesto en el asador, en aras de nuestro antineoliberalismo, no vamos a creer fácilmente en la sinceridad de la confesión. Pero es cierto: el neoliberalismo necesita unas reformas de segunda generación que le permitan al libre mercado convivir con un cierto grado de intervención estatal, sobre todo, en aquellos casos que como el de la industria cementera, era evidente que la baja de precios sólo obedecía a una estrategia de mercado para acabar con un competidor que no hacía o no quiso hacer parte del cartel.
¿Qué le constaba al gobierno haber impedido la tramoya comercial? Nada, ahí tenía en las manos
Somos conscientes que en un mundo globalizado e internacionalizado como el presente, el capital que mueve la economía necesita flexibilidad para no esclerotizarse. Pero es hora de que la experiencia de los últimos 20 años, si partimos de los primeros países que nos precedieron en la apertura económica como México y Chile, nos dirija hacia un mundo menos agresivo por el dogma neoliberal.
En Colombia, para empezar, se ha menospreciado el esfuerzo realizado por Sarmiento Palacio. Aquí, con nuestros propios recursos, el Banco de
Y, sin embargo, modelo propio es el que ha desarrollado Chile para hacer efectivo el libre mercado con políticas distributivas y de equidad que le han permitido reducir la pobreza.
Ya que no creemos en nuestro propio ingenio, mírese entonces la obra de Ricardo Ffrench-Davis* quien propone exactamente dejar el dogmatismo, aprender de las experiencias de otros países e iniciar lo que él llama "una reforma a las reformas", con el fin de establecer mecanismos adecuados para alcanzar una mejor redistribución de la riqueza en el continente.
Ello no implicaría, como queda explícito en la obra de Sarmiento Palacio y en los últimos discursos y escritos de nosotros los antineoliberales, un regreso al pasado. Igual que dice Ffrench-Davis, somos conscientes de mantener "un escenario amigable con el mercado" y la vigencia de "precios correctos". Las reformas estructurales de las economías latinoamericanas han fracasado en la materialización de ambas aspiraciones, ya "que la actividad productiva ha encarado un escenario interno no amigable, con macroprecios desalineados (fuera de una trayectoria sostenible), entre ellos, la tasa de interés y el tipo de cambio".
Es evidente que para asegurar el crecimiento de los países latinoamericanos se requiere inversión productiva y generación de empleos. Según el autor, para lograrlo es necesario un escenario amigable con el mercado y de precios correctos como principio fundamental para que una economía de mercado alcance el desarrollo sostenido. El punto clave es que, para ello, debe otorgarse prioridad a las actividades productivas y al empleo, ya que es imposible tener buenos consumidores que sean malos productores. El desafío fundamental que viven los países de la región latinoamericana es lograr que el mercado se recupere de manera eficaz para lograr crecimiento con equidad.
Estas conclusiones parecen un calco del ‘Modelo propio’ de Sarmiento Palacio. Pero, como no creo que Efrench-Davis haya fusilado a Sarmiento ni éste a aquel, lo que indica la lógica es que ya hay suficiente prueba de campo como para pedirle al gobierno, a Uribe concretamente, que se ha constituido en el último mohicano neoliberal de la región, que deje la arrogancia; que deponga sus ansias privatizadores y fiscalistas y nos permita construir entre todos el modelo de desarrollo propio que requiere Colombia para poderle batir palmas a un crecimiento económico como el del 5,96 por ciento que, aunque modesto, al menos pueda beneficiar a la mayor gente posible y no solo a unos cuantos privilegiados.
Lo que hace falta
Basada en esta propuesta de Ffrench-Davis, Ana Vila Freyer*, ha elevado también una propuesta que llama “reformar las reformas” comenzando por corregir la prioridad otorgada a actividades financieras "que ha redundado en el desalineamiento de las tasas de interés y de los tipos de cambio y ha generado una demanda agregada volátil", lo que dificulta las actividades productivas, sobre todo las destinadas a la exportación. En vez de ello, como lo propone Ffrench-Davis, es necesario "volver al enfoque de la productividad interna como ancla que implica utilizar al máximo el capital y el trabajo". Tal proceso es una mezcla del aprendizaje de la experiencia tanto propia como ajena, que permita corregir errores, dejar de lado la ortodoxia e iniciar un proceso de reforma basado en uno de conocimiento y reconocimiento de los errores de los otros para no volver a caer en ellos. Los ejemplos de Corea del Sur y Taiwán son sólo algunas experiencias en las que la intervención del Estado ha seguido una línea eficaz para asegurar las inversiones y el desarrollo económico destinado a la exportación.
Lo que sigue es parte del comentario de Vila Freyer, sobre la obra de Ffrench-Davis:
En casi todas las economías emergentes de América Latina se han establecido equilibrios macroeconómicos; sin embargo, hay que enriquecer el control de la inflación y la responsabilidad fiscal con lo que el autor llama: una "economía real equilibrada". Ello implica establecer al menos dos condiciones para que ésta, además, se transforme en crecimiento y redistribución: una demanda agregada que sea consistente con la capacidad productiva de la economía, basada en un uso importante de capital y trabajo, así como un equilibrio externo sostenible que reduzca los riesgos de una crisis de origen externo al reducir los déficit y la deuda neta.
La propuesta de corrección política parte de un amplio conocimiento de la evolución histórica del desarrollo industrial en América Latina; de la evolución del crecimiento del Producto Interno Bruto; de las diferentes razones por las cuales los países han caído en crisis antes y después de la reforma, pero sobre todo, de la evolución de las economías emergentes, tanto en América Latina como en los países asiáticos. La penetración y comprensión de los distintos temas, así como el detalle y agudeza de las comparaciones, permiten la identificación de las mejores prácticas para la corrección de políticas para impulsar el pragmatismo sobre la ortodoxia y para lograr el crecimiento con equidad.
El autor hace énfasis sobre todo en la experiencia chilena, cuyas élites han sido capaces de reformar las reformas, corregir los errores y convertirse, prácticamente, en un modelo a seguir tanto en su capacidad para aprender y cauterizar sus economías, como para mantener un crecimiento con equidad que debería ser guía, al menos, para las grandes economías de la región. El trabajo centra el análisis en tres áreas de política económica que se consideran las más destacadas del diseño de políticas que aseguran el crecimiento sostenido de las economías: primero, el manejo macroeconómico; segundo, la liberalización comercial y las exportaciones, y por último, la afluencia de capital y las reformas financieras en los planos nacional y global.
Tras un detallado seguimiento histórico de la evolución de la(s) economía(s) latinoamericana(s), Ffrench-Davis cuestiona lo que él mismo llama cinco mitos "o recetas erróneas de moda". A saber: 1) la recuperación de las crisis ha sido rápida; 2) la apertura de la cuenta de capitales desalienta los desequilibrios económicos; 3) los regímenes cambiarios extremos son las únicas opciones viables; 4) la entrada de capitales complementa el ahorro interno, y 5) la regulación prudencial de los bancos desalienta las crisis financieras. "Hemos escogido [estas] cinco falacias [ . . . ] que son contradichas por el comportamiento real de los mercados."
En su lugar, propone seis áreas básicas de política, basado en la identificación de las mejores prácticas chilenas y coreanas, entre otras, que permitirían corregir los errores de política para evitar nuevas crisis: 1) Lograr que el nivel y composición de los flujos de capital sean consistentes con la capacidad de absorción sostenible de cada país; esta absorción debe ser consistente, tanto con el uso del capital, como del crecimiento de la capacidad productiva del país; 2) evitar macroprecios y coeficientes desalineados e insostenibles, el manejo macroeconómico debe mantenerse en niveles reales y estables para que las economías crezcan de manera sostenible; 3) adoptar una regulación selectiva y flexible, ya que la experiencia reciente es que los flujos de capital se incrementaron con rapidez y de manera extemporánea, lo que trajo efectos macroeconómicos y sectoriales desestabilizadores, así como retrocesos importantes en la equidad. Por tanto, se debe desalentar la acumulación de pasivos externos y de corto plazo; 4) evitar el síndrome del doble electorado. La autonomía ganada por las instituciones financieras -- la mayor parte de los bancos centrales de los países latinoamericanos -- ha hecho que éstas tengan más cuidado en satisfacer las demandas de los organismos financieros internacionales que las de sus propios gobiernos, electos hoy democráticamente. Mientras los gobiernos son obligados a tomar en cuenta al electorado al tomar sus decisiones, las instituciones nacionales independientes presentan una pobre rendición de cuentas a la sociedad a la que pertenecen, "ya que la independencia hacia dentro es paralela a la dependencia de los intereses de los mercados financieros internacionales"; 5) reforma del entorno internacional para una globalización más eficiente y balanceada que asegure la gobernabilidad de los mercados financieros nacionales e internacionales, y 6) el manejo prudencial de los auges. Según el autor, los gobiernos deberían poner más atención en el manejo de los periodos de auge que en las crisis. Un manejo financiero adecuado de los boom económicos evitaría las crisis, que son consecuencia de auges económicos mal administrados.
Este planteamiento presenta, en mi opinión, una paradoja interesante. Aunque el autor no lo señala, el paquete de políticas de reforma propuestos implica una reingeniería institucional en los Estados que las implementen; un aprendizaje de una adecuada intervención estatal en la economía, como la que se vivió en los países del sureste asiático para promover una economía basada en las exportaciones, combinada con un sector empresarial activo y un mercado fuerte. ¿Hasta qué punto, instrumentar esta agenda de reformas representa que deben recuperarse -- cuando menos -- algunas de las agencias de planificación para el desarrollo que perdieron importancia con la aplicación del paquete de reformas conocido como el Consenso de Washington?
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* Reformas para América Latina después del fundamentalismo neoliberal. Ricardo Ffrench-Davis. Buenos Aires: Siglo XXI, 2005, 328 págs.
Resumen: A pesar de las reformas realizadas, América Latina no ha logrado alcanzar una situación económica favorable. Para lograr su objetivo, debe reformar dichas reformas, siguiendo los ejemplos de crecimiento de los países en desarrollo, con un aprendizaje de una correcta política económica e intervención estatal, sin llegar al estatismo económico de antaño.
*Reformar las reformas: de la ortodoxia neoliberal al pragmatismo progresista
Ana Vila Freyer
De Foreign Affairs En Español, Julio-Septiembre 2006
Ana Vila Freyer es candidata al doctorado por