1 de enero de 2010

El nuevo catecismo moral

El 30 de diciembre pasado, en El Tiempo de Bogotá, el inefable José Obdulio se despachó con una columna propia de su talante fascista: “El trono moral”.
Afirma que el presidente Uribe ha librado “ardua pelea por el trono moral, aunque algo hemos ayudado otros” y se despacha contra las Farc y, por supuesto, contra todos los gobiernos anteriores, desde Bolívar hasta Uribe, año de gracia en que el Estado colombiano recobró el trono moral, arrebatando y sobrepasando a las Farc en capacidad de matar con sevicia y alevosía.
Y a esto éste le llama, olímpicamente, trono moral.
Bueno, hasta vaya y venga dentro de ese dicho pragmático que permeó la era de Bismarck, el Canciller de Hierro: “guerra es guerra”.
Pero fuera pertinente preguntar si en ese solio de moralidad cabe la injusticia social, la corrupción, el clientelismo, la impunidad, la violación de la constitución, el atropello judicial, la entrega de la soberanía nacional, la camorra regional prendida en la vecindad suramericana, la persecución criminal a la oposición y otras aristas y arandelas que se insertan en este gobierno inspirado y asesorado por tipos como José Obdulio, él mismo proveniente de un talante moral propio del narcotráfico y la corrupción.
Porque si es así, damos gracias al Todopoderoso de no estar ni cerquita de ese evangelio en el que abreva y enseña José Obdulio.
Parodiando a Jesús Cristo, mi reino no es de ese mundo moral en el que perviven 30 millones de pobres en creciente indigencia, mientras dos impetuosos muchachos de apellido Uribe, se ganan de la noche a la mañana miles de millones de pesos en una operación de finca raíz, con tan sólo comprar unas inoficiosas e ineficientes tierras agrícolas que, como por arte de magia, a los pocos días fueron declaradas de vocación industrial y zona franca, sin que su papi se diera por enterado.
Alrededor de ese trono moral se debaten 20 millones de trabajadores de salario mínimo que ganan a partir de este año 515.000 pesos mensuales, en tanto que la canasta básica familiar, esa que contiene lo esencial para subsistir, cuesta el doble.
Y en esa misma satrapía, cuatro millones de campesinos han sido despojados de sus tierras por el ejército asesino de paramilitares que recobró el Trono Moral para el rey Uribe, quien de vuelta y como compensación, les creó un AIS (Agro, ingreso seguro), un subsidio a los poderosos terratenientes a través del cual les ha regalado en tres años de funcionamiento más de 500.000 millones de pesos.
Resulta innecesario seguir el inventario de la alta moralidad que adorna el nuevo catecismo del padre José Obdulio, a juzgar por los patéticos ejemplos consignados atrás, y sólo como índice de lo más destacado, puntualicemos la doctrina de la hecatombe, por la cual, al propio Presidente se le ha formado una encrucijada en el alma:
- La educación pública y la salud, han sido insertadas en productos del libre mercado.
- Todas las entidades públicas, patrimonio amasado con lágrimas, sudor y sangre de los trabajadores colombianos han sido transferidas al sector privado a precios de gallina vieja, comenzando por los servicios públicos, los más rentables por contar con consumidores cautivos e incautos.
- El exterminio sindical nos tiene en alto y deshonroso pedestal internacional.
- Casi la mitad del Congreso despacha desde la cárcel y la otra mitad, con honrosas excepciones que sobreviven al embate del rey y sus esbirros a través del DAS, navega en cohechos, clientelismos y politiquerías que se practican a la luz pública y se transmiten por televisión.
- Vea también más adelante en este nuevo catecismo moral, los falsos positivos, la ley de justicia y paz; el acuerdo sobre las bases militares con Estados Unidos, todo el proceso sobre la negociación del TLC, el incremento de impuestos a la clase obrera y las exenciones tributarias a la clase empresarial.
Este texto es lo más completo en el nuevo orden moral que predica José Obdulio y practica el rey Uribe, dice la propaganda que se transmite a través de independientes, impolutos e imparciales medios de comunicación, que también se encuentran incluidos en un capítulo especial de este catecismo.

Primera edición, agosto de 2002
Segunda edición, agosto de 2006
Próxima edición, agosto de 2010.
Impreso por Casa de Nariño
Reservados todos sus derechos y oportunidades para la élite de los grupos uribistas que controlan las altas cortes (menos la Suprema de Justicia, quién sabe por cuanto más), el Congreso, las instituciones gubernamentales, entre ellas el Banco de la República; todos los organismos de control y vigilancia como la Procuraduría, la Fiscalía, el Defensor del Pueblo y la Contraloría.
Y como somos un país descentralizado, que en la misma proporción participen todos aquellos virreyes y duques que gobiernan las provincias y municipios a nombre de este iluminado Trono Moral. Amén.

La mezquindad salarial

Los trabajadores en Colombia de salario mínimo, que son como el 80% de la población laboral, esto es, unos 16 millones de personas, gran parte cabeza de familia, y muchas de ellas madres y padres solteros que luchan por sacar adelante a sus vástagos, empiezan el año ganando un 3,6 por ciento más que el año pasado, lo que en cifras se traduce en unos 515 mil pesos mensuales.
Nunca he visto tan esforzado al mismo presidente Uribe explicar que este incremento constituía un gran esfuerzo del gobierno nacional, y mejor, un sacrificio, toda vez que (…) “por cada peso que se aumente, los empleadores tienen que destinar 70 centavos para pagar cesantías, primas, vacaciones, intereses de cesantías, pagos a las cajas de compensación, a Bienestar Familiar, al Sena, a las EPS, a las administradoras de riesgos profesionales y a los fondos de pensiones”.
El Presidente no sabe, porque él nunca ha vivido de salario mínimo, ni tendrá que hacerlo en el futuro porque para eso tiene unos hijos que heredaron la precocidad empresarial de su familia paterna, que resulta más exigente a un trabajador tener que pagar con ese miserable sueldo arriendo, servicios públicos, alimentación, vestido, educación, salud, transporte y recreación, así sea la simple salida a un parque a ver comer helados.
Es de suponer que muchos de estos asalariados votarán en las próximas elecciones parlamentarias de marzo por los mismos representantes y senadores que han sostenido este régimen oprobioso que ha hecho de los trabajadores una masa anónima de hombres y mujeres que todos los días se acuestan sin comer y sin saber si al día siguiente los botarán del puesto, sin más ni más.
Es de suponer también que muchos, llegado mayo, mes en que son las elecciones presidenciales, votarán la reelección de Uribe, si es que se da; o quizás, esperan que el Presidente les indique por quién votar, alguien que pueda continuar con su seguridad democrática aunque bien antidemocrática sea su política social porque en política los colombianos parece que tuvieran la misma perversión sexual del masoquista: gozan con verse humillados y maltratados y prueba es que al cabo de 7 años Uribe dizque goza de enviadiable imagen pública y mantiene, merced a su propia reelección y la de sus parlamentarios, un Congreso de bolsillo.
De hecho, cada quien en su entorno empieza a ver la llegada de las mismas golondrinas políticas que elección tras elección llegan por los votos de los incautos que con la promesa de un puesto o equis auxilio para vivienda, educación o qué se yo, o simplemente y tan solo por opíparo ágape, regalan el voto.
Y esto no es tan triste como que haya dirigentes locales, dizque líderes comunales, que se presten a este juego sucio y asqueroso de la politiquería nacional, y tal vez más grave aún, que por tal acción estén cobrando en dinero o en especie, los servicios prestados a estas golondrinas políticas.
Por eso estamos como estamos. Por eso, el salario mínimo de los trabajadores colombianos seguirá siendo el mínimo del mínimo; mientras que al otro lado del balance, las utilidades del capital serán siempre el máximo de lo máximo, como las del sector financiero que acaban de cerrar un esplendoroso año con ganancias superiores a los 8 billones de pesos, un 40 por ciento más que en el 2008.
Es decir, y para ilustrar el tema, los accionistas de la banca sí pueden incrementar sus ingresos en 40 por ciento en un año, mientras que los asalariados del mínimo apenas se merecen un 3,6 por ciento, porque si no, la inflación y el desempleo se consumiría al país.
La economía, contrario a lo que se piensa, no es esa ciencia oscura que nos presentan en ecuaciones sofisticadas los economistas, especialmente los neoliberales que se han apoderado del Estado desde las altas esferas del gobierno y sus instituciones más prominentes, como el Banco de la República.
La economía, para que funcione bien para todos y no para unos cuantos privilegiados, sólo requiere que en los bolsillos de los pobres haya más plata. Así de sencillo. ¿Cómo lograrlo? Aplicando la justicia social mediante la redistribución del ingreso.