Mostrando entradas con la etiqueta Filosóficas. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Filosóficas. Mostrar todas las entradas

26 de agosto de 2010

El motor de las contradicciones

Jorge Majfud
Escritor uruguayo
Tomado de GARA 26/08/10
http://www.gara.net/index.php

Las diferentes tendencias ideológicas ligan el valor de las contradicciones a sus adversarios «sin advertir la naturaleza diversa de las contradicciones, como las bacterias», afirma el autor, el cual sospecha que, sin embargo, no habría historia sin cierto tipo de contradicciones sustanciales, y se muestra convencido de que en los individuos «las contradicciones son una condición humana», y en los pueblos «abren y cierran caminos».
Siempre que nos enfrentamos a un fenómeno físico o cultural buscamos en el aparente caos de datos y de observaciones el orden subyacente que lo explica. Una paradoja, por ejemplo, es una contradicción aparente que exige el descubrimiento de su lógica interna, la proeza intelectual, según Ernesto Sábato, de advertir que «una piedra que cae y la Luna que no cae son el mismo fenómeno».
La unidad y el orden han sido premisas en casi todas las teorías y cosmogonías a lo largo de la historia humana. La palabra «cosmos», de origen griego, significa «orden» (maat para los antiguos egipcios). En numerosos mitos cosmogónicos el universo surge del caos, incluso en aquellos que afirman la intervención de un Creador personal. Para la tradición judeocristianomusulmana, el bien es la unidad, Dios, Uno. El demonio era el Heterodoxo o era la dualidad, el dos, la maldición de lo femenino que lo masculino, el tres, repara (Dorneus, 1602).
Sin embargo, sin el conflicto, sin la dualidad y la diversidad no hubiese historia bíblica ni hubiese Dios creando el mundo. Los conflictos y las contradicciones son un atributo de la diversa narrativa bíblica que nunca sería reconocido por un creyente tradicional.
Desde un punto de vista teológico, también la dualidad, la creación y el pecado, el Bien y el Mal inevitablemente surgen del Uno, Dios. Lo mismo podemos entender de las religiones asiáticas. No así las religiones amerindias, sobre todo las prehispánicas, donde el conflicto es, de forma explícita, combustible del Cosmos, orden casi amoral del equilibrio de lo diverso y de los opuestos.
La ciencia moderna, surgida del neoplatonismo de los copérnicos y los galileos, no podía ser una excepción. Einstein se maravillaba que el mundo sea inteligible y nunca dejó de buscar la teoría que unificara el macro y el microcosmos y evitara el juego de probabilidades e incertidumbres. Uno de los principios de esa razón inteligible es el principio de unidad, que no permitía a la naturaleza (mejor dicho, a las representaciones de la naturaleza) afirmaciones contradictorias. Algo no podía ser y no ser al mismo tiempo, como la luz no podía ser onda y fotón a principios del siglo XX.
Stephen Hawking, en «A Brief History of Time» (1988), resolvió estas perplejidades epistemológicas con una tautología: «vemos el universo de la forma que es porque existimos». El Universo posee un orden del cual extraemos leyes generales o las leyes generales, las teorías y hasta los actos de fe, son la forma que tenemos los humanos de relacionarnos con ese Universo diverso, cúmulo caótico de impresiones sobre nuestros sentidos.
Ahora, en la naturaleza física las contradicciones son apenas fuerzas opuestas. En filosofía clásica las contradicciones eran pruebas de un razonamiento defectuoso cuyo nombre ha pasado a la lista de palabras obscenas. En la naturaleza psicológica las contradicciones son expresiones de represión.

Pero para la historia, quizás las contradicciones sean el motor creador.

Los ejemplos abundan. Norman Cantor ha observado en «The American Century» (1997) una incompatibilidad sustancial entre el marxismo y el modernismo. Como la teoría de Charles Darwin, el marxismo es heredero no sólo del heguelismo sino del pensamiento victoriano en general desde el momento en que explica un fenómeno recurriendo a su historia. La Modernidad o, mejor dicho, el movimiento moderno de finales de siglo XIX y principios del siglo XX representado particularmente en el Art Nouveau y las vanguardias que le siguieron, desde el futurismo hasta el surrealismo, es una reacción «por agotamiento» del pensamiento y la moral victoriana. El pensamiento victoriano se funda en el historicismo y su miedo y reacción ante el caos de las primeras etapas de la Revolución Industrial -pobreza, criminalidad y diversos movimientos sociales- funda la policía moderna y la moral rígida, al menos en el discurso, el sermón y el castigo.
El pensamiento moderno no. Fue parricida; por momentos pretendió establecerse como una nueva historia y una nueva naturaleza, como una fórmula matemática que es producto de una larga historia pero no la reconoce en sí misma ni la necesita para evidenciarse verdadera.
El marxismo y el pensamiento moderno, el primero de raíz victoriana (lo cual es por lo menos otra paradoja) y el segundo antivictoriano, antiautoritario por lo que tenía de iluminista, fueron socios en su ataque al orden burgués y conservador, sobre todo en el siglo XIX y hasta el tercer cuarto del siglo XX. Sin embargo este conflicto se evidencia con la condena al arte moderno y al resto del pensamiento moderno luego del triunfo de la revolución rusa de 1917 y, sobre todo, del posterior estalinismo que condenó las vanguardias y la libertad creadora del individuo moderno.
El arte y el pensamiento moderno apuntaron contra el poder establecido de los estados, se enfocaron -aquí el aspecto romántico del que carecía la mentalidad victoriana y el marxismo científico- en la subjetividad y la libertad del individuo sobre las fuerzas deterministas de la historia, de la economía o de la religión.
En el siglo XX, sobre todo en América Latina, podemos encontrar esta unión conflictiva de ambas fuerzas. Bastaría con leer las acciones y toda la obra escrita de Ernesto Guevara y de los intelectuales de izquierda más importantes del continente: el modernismo en la valoración de la libertad creativa del individuo y la época victoriana en el valor de la moral sobre las condiciones económicas; la realidad de cierto determinismo económico en la cultura popular que hunde sus raíces en el marxismo y el romanticismo del individuo que quiere ser pueblo pero ante todo es un individuo vanguardista. La razón marxista del progreso de la historia a través de una clase industrial, proletaria, y la valoración del origen perdido, de los valores agrícolas propio de los pueblos originarios.
Éstas y otras contradicciones serán valoradas por los militantes de izquierda como inexistentes o circunstanciales o propias de un contexto contradictorio, como lo es el capitalismo y el orden burgués. Y como defectos de la narrativa política e ideológica, por la derecha. Todos unirán el valor de las contradicciones a sus adversarios sin advertir la naturaleza diversa de las contradicciones, como las bacterias o los tipos de colesterol.
Sospecho que no habría historia, de la buena y de la mala, sin cierto tipo de contradicciones sustanciales.
En nosotros, los individuos, las contradicciones son una condición humana. En nosotros, los pueblos, las contradicciones abren y cierran caminos, provocan revoluciones y largos períodos de statu quo.
¿Qué seríamos sin nuestras contradicciones? ¿Quién puede reclamar una perfecta coherencia en su vida y en sus ideas? ¿Qué sería la historia sin esa permanente tensión que la mantiene en marcha, en un estado de fiebre inestable, siempre en búsqueda de la lógica de la perfecta coherencia, que es el mayor de todos los delirios?

27 de abril de 2010

Elogio de la metamorfosis

Edgard Morin

Sociólogo y filósofo. Nacido en 1921, es director de investigaciones emérito en el CNRS, presidente de la Agencia europea para la cultura (Unesco) y presidente de la Asociación para el pensamiento complejo. En 2009, publicó «Edwige, l’inseparable» (Fayard).
--

Cuando un sistema es incapaz de tratar sus problemas vitales, se degrada, se desintegra o suscita un meta-sistema capaz de tratarlos: se metamorfosea. El sistema Tierra es incapaz de organizarse para tratar sus problemas vitales: peligros nucleares que se agravan con la difusión y tal vez la privatización de las armas atómicas; la degradación de la biosfera; una economía mundial sin verdadera regulación; la reaparición de las hambrunas; los conflictos étnico-político-religiosos que tienden a convertirse en guerras de civilización. El crecimiento y la aceleración de todos estos procesos pueden ser considerados como el desencadenamiento de un formidable feed-back negativo, que desintegrará irremediablemente el sistema. Lo probable es la desintegración. Lo improbable pero posible es la metamorfosis.

¿Qué es una metamorfosis?

Vemos innumerables ejemplos en el reino animal. La oruga que se encierra en una crisálida comienza un proceso de autodestrucción y de autorreconstrucción a la vez, tomando la forma de una mariposa, distinta a la de la oruga, aún siendo la misma. El nacimiento de la vida puede ser concebido como la metamorfosis de una organización fisicoquímica que, llegando a su punto de saturación, crea la métaorganización viva, que aunque incluya los mismos componentes fisicoquímicos, produce nuevas cualidades.
La formación de las sociedades históricas en Medio Oriente, la India, la China, México, Perú procede de una metamorfosis que partiendo de un agregado de sociedades arcaicas; de cazadores-recolectores, produjo las ciudades, el Estado, la clase social, la especialización del trabajo, las grandes religiones, la arquitectura, las artes, la literatura, la filosofía. Y también para peor: la guerra, la esclavitud. A partir del siglo XXI se plantea el problema de la metamorfosis de las sociedades históricas en una sociedad-mundo de un nuevo tipo, que englobaría a los Estados-naciones sin eliminarlos. Porque la continuación de la historia, es decir de las guerras, por Estados que disponen de armas de destrucción, conduce a la casi aniquilación de la humanidad. Mientras que, para Fukuyama, las capacidades creativas de la evolución humana se han agotado con el establecimiento de la democracia representativa y la economía liberal, es necesario creer, por el contrario, que es la historia la que está agotada y no las capacidades creativas de la humanidad.
La idea de la metamorfosis, mucho más rica que la idea de revolución, lleva en su seno la radicalidad transformadora, pero la liga a la conservación (de la vida, de la herencia de las culturas).



¿Cómo cambiar de rumbo para ir hacia la metamorfosis?

Aunque parezca posible corregir ciertos males, es imposible frenar la ola tecnocientifica-économica- civilizatoria que esta conduciendo al planeta al desastre. Y sin embargo, la Historia humana ha cambiado a menudo de rumbo. Todo comienza, siempre, por una innovación, un nuevo mensaje diferente, marginal, modesto, a menudo invisible para los contemporáneos. Así comenzaron las grandes religiones: budismo, cristianismo, islamismo. El capitalismo se desarrolló como parásito de las sociedades feudales para tomar finalmente vuelo y desintegrarlas con la ayuda de las monarquías.
La ciencia moderna se formó a partir de algunos espíritus diferentes y dispersos, Galileo, Bacon, Descartes, creando luego sus redes y sus asociaciones, introduciéndose en las universidades durante el siglo XIX, y luego en el siglo XX en las economías y en los Estados hasta convertirse en uno de los cuatro poderosos motores de la nave espacial Tierra. El socialismo nació en el siglo XIX en espíritus autodidactas y marginados hasta llegar a ser en el siglo XX una formidable fuerza histórica. Hoy, todo está para ser repensado. Hay que recomenzarlo todo.
De hecho, ya todo ha comenzado de nuevo aunque no nos estemos dando cuenta. Estamos en un punto de partida de comienzos modestos, invisibles, marginales, dispersos. Porque el hervidero creativo ya existe en todos los continentes, una multitud de iniciativas locales, vinculadas a la regeneración económica, o social, o política, o cognitiva, o educacional, o ética, o reformadora de la vida.
Son iniciativas que se ignoran entre sí, ninguna administración las toma en cuenta, ningún partido se da por enterado. Pero ellas son el vivero del futuro. Se trata de reconocerlas, censarlas, compararlas, catalogarlas y conjugarlas en una pluralidad de caminos reformadores. Son vías múltiples que desarrollándose conjuntamente podrán conjugarse para conformar el camino nuevo que podría llevarnos hacia la todavía invisible e inconcebible metamorfosis. Para elaborar los caminos que se reunirán en el Camino, debemos liberarnos de las alternativas limitadas, a las que nos fuerza el mundo del conocimiento y del pensamiento hegemónico. De modo que hay que mundializarse y desmundializarse, crecer y decrecer, desarrollarse y enrollarse al mismo tiempo.

Mundialización/desmundializacion

La orientación «mundialización/desmundializacion» significa que, si bien es necesario multiplicar los procesos de comunicación y de planetarización cultural, que aunque hiciere falta constituir una conciencia de “Tierra-patria”, hay que promover también, de una manera la desmundialización, la producción de alimentos de proximidad, las actividades artesanales los comercios cercanos, las huertas periurbanas, las comunidades locales y regionales.

Crecimiento/decrecimiento

La orientación «crecimiento/decrecimiento» significa que hay que aumentar los servicios, las energías verdes, los transportes públicos, la economía plural o sea la social y solidaria, la humanización de las megalópolis, la agricultura y la ganadería campesinas y biológicas, reducir al mismo tiempo las intoxicaciones consumistas, el alimento industrializado, la producción de objetos desechables y no reparables, el tránsito automotor (en beneficio del ferroviario) .

Crecimiento/decrecimiento

La orientación «crecimiento/decrecimiento» significa que el objetivo ya no es más fundamentalmente el desarrollo de los bienes materiales, de la eficacia, de la rentabilidad, de lo calculable, sino que también está el retorno de cada uno sobre sus necesidades interiores, el gran retorno a la vida interior y al primado de la comprensión del otro, del amor y de la amistad.
Ya no basta con denunciar. Ahora debemos enunciar. No basta con recordar la urgencia. Hay que comenzar también por definir los caminos que conducirán al Camino. Es a eso a lo que tratamos de contribuir.

Principios esperanzadores

¿Cuales son las razones que tenemos para esperar? Podemos formular cinco principios esperanzadores:

1. La aparición de lo improbable. Así como la resistencia dos veces victoriosa, cinco siglos antes de nuestra era, de la pequeña Atenas frente al formidable poderío persa, fue altamente improbable y permitió, sin embargo, el nacimiento de la democracia y el de la filosofía. Del mismo modo fue inesperada la congelación de la ofensiva alemana frente a Moscú en el otoño de 1941, luego improbable la contraofensiva victoriosa de Joukov que comenzara el 5 de diciembre, seguida el 8 del mismo mes por el ataque de Pearl Harbor que decidió la entrada de los Estados Unidos en la guerra mundial.

2. Las virtudes generadoras/creadoras inherentes a la humanidad. De la misma manera como existen en todo organismo humano adulto células madres dotadas de aptitudes polivalentes (totipotentes) propias de las células embrionarias, pero inactivas, también existe en todo ser humano, en toda sociedad humana virtudes regeneradoras, generadoras y creativas en estado latente o inhibido.

3. Las virtudes de la crisis. Junto a las fuerzas regresivas o desintegradoras, se despiertan las fuerzas generadoras creativas en la crisis planetaria de la humanidad.

4. Es como se combinan las virtudes del peligro: «Allí donde crece el peligro, crece también la salvación». La posibilidad suprema es inseparable del riesgo supremo.

5. La aspiración multimilenaria de la humanidad a la armonía (paraíso, luego utopías, luego ideologías libertarias/socialista/comunista, luego aspiraciones y rebeliones juveniles de los años 1960). Esta aspiración renace en el hormigueo de las iniciativas múltiples y dispersas que podrán alimentar los caminos reformadores, destinados a reunirse en el camino nuevo.

La esperanza había muerto. Las viejas generaciones se sienten desengañadas por las falsas esperanzas. Las jóvenes generaciones se afligen porque ya no existen causas como la de nuestra resistencia durante la segunda guerra mundial. Pero la misma causa incluía su contrario. Así como decía Vassili Grossman sobre Stalingrado, la victoria más grande de la humanidad es al mismo tiempo su más grande derrota, en la que el totalitarismo estaliniano salía vencedor. La victoria de las democracias restablecía al mismo tiempo su colonialismo. Hoy, la causa es, sin duda alguna sublime: se trata de salvar à la humanidad.
La verdadera esperanza sabe que no es certeza. Es la esperanza no en el mejor de los mundos, sino en un mundo mejor. El origen está delante de nosotros, decía Heidegger. La metamorfosis sería efectivamente un nuevo origen.
--
Traducción Carlos Debiasi