25 de mayo de 2006

Propaganda política

Nota de MIS-XXI

Sería interesante profundizar en la idea de qué es la opinión, y el manejo que se le da en sus divisiones de opinión individual, opinión pública y opinión popular, y muy concretamente lo que entendemos por cada uno de estos giros, porque parece ser la clave, especialmente la llamada 'opinión pública', de un inconsciente social que lleva a la gente a tomar decisiones políticas, aún en contra de sus propios intereses, como es el caso visto y extendido en las democracias que gobiernan al mundo occidental, y que ahora el Imperio exporta a sangre y fuego a los confines del mundo islámico y oriental.

Otrora pasado, cercano y lejano, los imperios se distinguían básicamente por su extensión geográfica. Conforme el tamaño de su dominio territorial era su poder, y por ende su importancia.

Hoy ya no interesa tanto la extensión territorial como la ideológica. Y si en antes, alcanzar mayor espacio era fruto de continuas guerras, hoy es fruto de la propaganda política y el control de los medios de comunicación social. Pudiera decirse, a manera de ejemplo, y tal vez parodiando a Mc’Lujan, que el poder del Imperio Yanki se extiende hasta donde alcance la difusión masiva de su propaganda ideológica. Y ese alcance, como puede fácilmente apreciarse, se está globalizando.

Como un esbozo del manejo inteligente de este tipo de ‘mentira organizada’ recomendamos el siguiente artículo remitido por nuestra corresponsal, Lilia Beatriz Sánchez, tomado de Actualidad Colombiana:

http://www.actualidadcolombiana.org./index.shtml

(Boletín No. 428)

EL PAIS DE LAS MARAVILLAS

Nada como el eslogan de “Colombia es Pasión” nos define tan acertadamente

MARIO MORALES

“Por eso somos fundamentalmente ilegales desde el punto de vista del pensamiento aristotélico, que argumentaba que la ley consistía en anteponer la razón a la pasión.”

El canon de promoción nacional exige hablar bien del país con la mano en el corazón. No hacerlo es ir contra natura, atentar contra el Producto Interno Bruto y ser un palo en la rueda cambiante de la productividad nacional. Se cumple la profecía de Henry Poincaré cuando decía que la verdad es cruel y que es normal preguntarse a menudo si el engaño no es más consolador.

Hábilmente manejada, la campaña publicitaria forma parte de una estrategia de opinión pública que ha bebido de las fuentes de la propaganda política del pasado siglo y ha impregnado hasta la contaminación las formas de hacer periodismo en Colombia.

De las dos tendencias de propaganda política (la inspirada en Goebbels, el ministro de propaganda alemán, y la fundamentada en los soviets de la revolución bolchevique) que marcaron buena parte los destinos del siglo XX, y que representan en este campo la eterna lucha entre la razón y la seducción, un sector de la propaganda institucional de nuestro país optó por la segunda instancia, esto es, apelar al sentimiento, atacar las sensaciones, inducir al reflejo condicionado -patentado por Pavlov-, y la sobreexcitación.

Este tipo de propaganda se dispersa en gritos de guerra, imprecaciones, amenazas y profecías vagas en los que se busca que la palabra cause efecto y la idea ya no cuenta. El objetivo central es la denominada coagulación nacional en la que la masa adquiere un carácter más sentimental, más femenino, y que requiere ser seducida antes que convencida. Decía Mussolini, con razón, que el hombre moderno está asombrosamente dispuesto a creer. Por eso la preponderancia de la imagen antes que la explicación.

La propaganda hitleriana estuvo enfocada a las zonas más oscuras del inconsciente. La patria y la familia estaban en todas las manifestaciones públicas. El partido y el jefe estaban presentes en todas partes, sin intermediación. Prensa, radio y cine se repetían sin cesar, en ese fenómeno que Ignacio Ramonet ha denominado mimetismo mediático. Deviene producción de adhesiones por el camino del espectáculo.

Goebbels trabajó con tino la inhibición condicionada, que tiene sus raíces en la dialéctica hegeliana y que recurría al recuerdo de la angustia que siente el ser humano cuando cambia libertad por seguridad, y que lo lleva sin darse cuenta a la adhesión infinitesimal, como la calificó el sacerdote y estudioso francés Fessard. Esa inhibición se lograba con cantos, himnos, símbolos, lemas e imágenes. La clave radicaba en mantener a la masa en estado continuo de exaltación, el alma popular a fuego lento, sin dar espacio a la reflexión. Walter Hagemann sintetizó los momentos de tensión permanente en crestas sucesivas como la estrategia de la alternancia regular del azúcar y del látigo. Oscilaba como un péndulo entre la caricia y la amenaza, la seducción y la brutalidad. Estrategia que ya había aplicado con éxito Napoleón. En suma, del terror a la exaltación, de la pasividad a la excitación, del miedo al entusiasmo. Nadie hablaba de odio ni de amor, sino de fascinación.

Una vez seducidos, al decir del teórico francés Jean Marie Domenach, venían las siguientes fases de la propaganda para mantener la aparente cohesión nacional, primero simpleza, luego un enemigo único, un único objetivo. Le siguieron la exageración y la desfiguración de las noticias mediante el uso de las citas desvinculadas de contexto en el lenguaje de masas, recurriendo a lo primario. El refuerzo era la repetición incesante. Ya en el Mein Kampf lo advertía el mismo Hitler cuando decía que la masa sólo recordaba las ideas más simples cuando le eran repetidas centenares de veces con diferente presentación. En este aspecto especialmente fue evidente y definitiva la complicidad de la prensa alemana. En procesos concomitantes o posteriores, la propaganda diseñada por Goebbels recurrió a eso que llamó el publicista norteamericano Walter Lippman, sentimiento preponderante de la muchedumbre en busca del consenso, lo unánime para poder abordar un último estadio, donde se combatían las tesis de los adversarios, atacando puntos débiles, no respondiendo nunca de frente, atacando en el ámbito personal y descalificando al rival.

Esa opción propagandística no se da, como sucede en el resto del planeta, químicamente pura, y tiene matices y transformaciones de acuerdo al grado de satisfacción o al nivel de éxito conseguidos en momentos específicos de la historia de los últimos cien años.

Otros países con objetivos similares también la han adaptado a sus procesos políticos, el resultado también es parecido, empobrecimiento del debate, pugnacidad personalizada, retorno a los estados tribales de la angustia y del miedo. Terreno propicio para las opciones totalitarias.

Correo de Contacto: moralesm@javeriana.edu.co

10 de mayo de 2006

El enemigo común

Nota de MIS-XXI

Columnistas libres es un medio virtual, dirigido por Rodrigo Jaramillo, un veterano periodista, hoy pequeño empresario (tengo entendido), que acoge columnas de diversos colaboradores, todos ellos identificados, de alguna u otra manera, con ideales socialistas que hoy en día integran no solo las libertades políticas y civiles universalizadas a partir de la Revolución Francesa, sino con derechos económicos y sociales que constituyen parte fundamental del ejercicio democrático que propugnan las sociedades libres.

En este orden de ideas acogemos en estos temas selectos de MIS-XXI, la siguiente columna de José Alvear Sanín, quien logra una de las síntesis más afortunadas que hayamos encontrado en torno a la verdadera lucha que tenemos que librar quienes nos identificamos con los principios socialistas en el más amplio sentido de la palabra.

Vamos poniéndonos de acuerdo en que el enemigo común del común de la humanidad ya no es el comunismo sino el capitalismo en su más perversa expresión: la globalización que despatria a la gente y la convierte tan sólo en un resultado; en un… “tanto tienes, tanto vales”.

Este artículo de Sanín es iluminante para el que quiera entender que no se trata de atacar en particular a nadie sino de defender en general a todos, empezando por los más indefensos que son, quien se atrevería a controvertirlo, las futuras generaciones.

__________

Rudimentos sobre globalización

José Alvear Sanin

Se dice que por malo que sea un libro no carece de algo bueno; y que aun el mejor tiene partes malas. Hace ya muchos años leí un pésimo libro sobre administración, del cual solamente conservo el nombre del autor, A. Jay, y una reflexión, aguda para esa época: "Las grandes empresas internacionales son imperios en formación y para sus ejecutivos es más importante pertenecer a ellas que a los estados de donde son oriundos", aserto que se ilustraba con los beneficios laborales y jubilatorios propios de esas grandes corporaciones.

Ha pasado mucha agua bajo los puentes. Las Empresas Internacionales se han convertido en imperios transnacionales; sus ejecutivos, cada vez mejor remunerados, ya no tienen apego alguno por los países que los vieron nacer; el grueso de los trabajadores está vinculado por contratos temporales sin prebendas; y los estados nacionales se han vuelto vasallos de las transnacionales, o son impotentes cuando no tienen que actuar como sus cómplices. La sede de esas inmensas compañías es apenas un accidente geográfico en un mundo donde por la prodigiosa versatilidad de las comunicaciones, el tiempo y el espacio parecen abolidos.

No hace mucho existía un enemigo de la libre empresa, el comunismo, dirigido desde la sombra por una pequeña camarilla secreta. A éste se enfrentaban los regímenes democráticos y de economía mixta. "Tanta libertad como sea posible y tanto Estado como sea necesario" era el apotegma que regía para la necesaria intervención del gobierno porque, en sentir de Rousseau, "en la eterna lucha entre el débil y el fuerte, la ley es la que libera y la libertad la que oprime".

El comunismo había establecido el principio del internacionalismo proletario, promovido por un gigantesco aparato publicitario para indicar que las naciones eran simples barreras establecidas por los opresores; por lo tanto, la verdadera patria de todos los proletarios era la Unión Soviética, paraíso donde había triunfado la revolución. Los profesores universitarios enseñaban que ese país no era criticable. Y además, que era obligatorio copiar sus normas y obedecer sus dictados, "por el bien del pueblo". En consecuencia, la guerra revolucionaria era pues el único imperativo moral. La caída del comunismo hizo posible la aparición de otro internacionalismo que se conoce habitualmente como "globalización", cuyo supremo motor político son los Estados Unidos, país no criticable según los nuevos profesores universitarios à la page. Los gobiernos en todo el mundo han abolido las fronteras para el libre movimiento de los capitales; y las aduanas para el libre

comercio interior dentro de los tres o cuatro bloques en que está fraccionado el planeta. No pasa lo mismo con el libre movimiento de las personas, cada vez más difícil, cuando no llega a impedirse incluso con barreras físicas erigidas por los mismos gobiernos que antes vituperaban el muro de Berlín.

Las empresas públicas han sido vendidas a menosprecio a las grandes transnacionales, entro de un proceso privatizador que dentro de poco se extenderá a la justicia y la moneda, cuando por fin desaparezcan las últimas nostalgias nacionalistas.

Eliminados los postreros vestigios social-cristianos y social-democráticos, la legislación laboral se ha "flexibilizado" porque los países tienen que competir, a base de bajísimos salarios, si quieren atraer las instalaciones fabriles que se están deslocalizando de Europa y Norteamérica. La seguridad social se ha reducido al mínimo, mientras la medicina y las pensiones se reservarán para los pocos que puedan disponer de ingresos muy considerables, porque los principios de solidaridad huelen a rancios preceptos religiosos que no producen dinero.

Los Estados, sin aduanas y sin empresas, viviendo de una fiscalidad limitada al IVA y a impuestos apenas residuales sobre la renta, tienen que circunscribir su papel al mantenimiento rutinario del orden público diario, porque todas las grandes decisiones económicas les son prescritas por el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial del Comercio, ejecutores visibles de las determinaciones del Kahal, Bilderberg o como quiera llamarse a la camarilla secreta que ejerce el verdadero gobierno mundial en los tiempos que corren, dentro de un orden nuevo, publicitado como benéfico por el cartel internacional de los mass-media.