Nota de MIS-XXI
Columnistas libres es un medio virtual, dirigido por Rodrigo Jaramillo, un veterano periodista, hoy pequeño empresario (tengo entendido), que acoge columnas de diversos colaboradores, todos ellos identificados, de alguna u otra manera, con ideales socialistas que hoy en día integran no solo las libertades políticas y civiles universalizadas a partir de
En este orden de ideas acogemos en estos temas selectos de MIS-XXI, la siguiente columna de José Alvear Sanín, quien logra una de las síntesis más afortunadas que hayamos encontrado en torno a la verdadera lucha que tenemos que librar quienes nos identificamos con los principios socialistas en el más amplio sentido de la palabra.
Vamos poniéndonos de acuerdo en que el enemigo común del común de la humanidad ya no es el comunismo sino el capitalismo en su más perversa expresión: la globalización que despatria a la gente y la convierte tan sólo en un resultado; en un… “tanto tienes, tanto vales”.
Este artículo de Sanín es iluminante para el que quiera entender que no se trata de atacar en particular a nadie sino de defender en general a todos, empezando por los más indefensos que son, quien se atrevería a controvertirlo, las futuras generaciones.
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José Alvear Sanin
Se dice que por malo que sea un libro no carece de algo bueno; y que aun el mejor tiene partes malas. Hace ya muchos años leí un pésimo libro sobre administración, del cual solamente conservo el nombre del autor, A. Jay, y una reflexión, aguda para esa época: "Las grandes empresas internacionales son imperios en formación y para sus ejecutivos es más importante pertenecer a ellas que a los estados de donde son oriundos", aserto que se ilustraba con los beneficios laborales y jubilatorios propios de esas grandes corporaciones.
Ha pasado mucha agua bajo los puentes. Las Empresas Internacionales se han convertido en imperios transnacionales; sus ejecutivos, cada vez mejor remunerados, ya no tienen apego alguno por los países que los vieron nacer; el grueso de los trabajadores está vinculado por contratos temporales sin prebendas; y los estados nacionales se han vuelto vasallos de las transnacionales, o son impotentes cuando no tienen que actuar como sus cómplices. La sede de esas inmensas compañías es apenas un accidente geográfico en un mundo donde por la prodigiosa versatilidad de las comunicaciones, el tiempo y el espacio parecen abolidos.
No hace mucho existía un enemigo de la libre empresa, el comunismo, dirigido desde la sombra por una pequeña camarilla secreta. A éste se enfrentaban los regímenes democráticos y de economía mixta. "Tanta libertad como sea posible y tanto Estado como sea necesario" era el apotegma que regía para la necesaria intervención del gobierno porque, en sentir de Rousseau, "en la eterna lucha entre el débil y el fuerte, la ley es la que libera y la libertad la que oprime".
El comunismo había establecido el principio del internacionalismo proletario, promovido por un gigantesco aparato publicitario para indicar que las naciones eran simples barreras establecidas por los opresores; por lo tanto, la verdadera patria de todos los proletarios era
comercio interior dentro de los tres o cuatro bloques en que está fraccionado el planeta. No pasa lo mismo con el libre movimiento de las personas, cada vez más difícil, cuando no llega a impedirse incluso con barreras físicas erigidas por los mismos gobiernos que antes vituperaban el muro de Berlín.
Las empresas públicas han sido vendidas a menosprecio a las grandes transnacionales, entro de un proceso privatizador que dentro de poco se extenderá a la justicia y la moneda, cuando por fin desaparezcan las últimas nostalgias nacionalistas.
Eliminados los postreros vestigios social-cristianos y social-democráticos, la legislación laboral se ha "flexibilizado" porque los países tienen que competir, a base de bajísimos salarios, si quieren atraer las instalaciones fabriles que se están deslocalizando de Europa y Norteamérica. La seguridad social se ha reducido al mínimo, mientras la medicina y las pensiones se reservarán para los pocos que puedan disponer de ingresos muy considerables, porque los principios de solidaridad huelen a rancios preceptos religiosos que no producen dinero.
Los Estados, sin aduanas y sin empresas, viviendo de una fiscalidad limitada al IVA y a impuestos apenas residuales sobre la renta, tienen que circunscribir su papel al mantenimiento rutinario del orden público diario, porque todas las grandes decisiones económicas les son prescritas por el Fondo Monetario Internacional y
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