22 de abril de 2007

Barajar y volver a repartir

Al Gore desprecia a Uribe. El ventilador de la parapolítica necesita refrigeración. No son todos los que están ni están todos los que son. Una visión del circo por dentro y por fuera.

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OCTAVIO QUINTERO

Analista económico y político

Autor del libro ‘La mentira organizada’

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La política en Colombia es lo más parecido a un circo: por dentro, llena de payasos y animales con un gran animador al centro a quien, no obstante estar rodeado de cosas y personas ridículas por todas partes, todo el mundo le aplaude; y por fuera, pues, el circo es una gran carpa que intenta cubrir lo que se hace por dentro a pesar de que por fuera todo el mundo sabe lo que se está haciendo por dentro. Churchill lo explica más claro: la política es como la alta cocina que cuando uno ve cómo se preparan los platos se le quitan las ganas.

La política en Colombia, para describirla en términos filosóficos, es lo más parecido a la Caverna de Platón, en la que unos tipos sólo ven sombras de la realidad que se proyecta desde el exterior, y el problema de estos tipos es que confunden las sombras con la realidad. Están atrapados en su falsa idea, y cuando alguien intenta mostrarles la realidad real, hasta se enojan, como les pasa a muchos que se resisten a admitir que todos los caminos del paramilitarismo conducen a Uribe.

La política en Colombia, para centrarnos en el tema, estuvo marcada en los últimos días por dos acontecimientos: el debate del senador Gustavo Petro sobre la génesis del paramilitarismo en Antioquia y el desplante del ex vicepresidente estadounidense, Al Gore, al negarse a asistir en Miami a un foro sobre el medio ambiente convocado por la revista Poder, al enterarse de que en el mismo sitio y a la misma hora iba a estar el presidente de Colombia, Álvaro Uribe Vélez.

Más de lo mismo

Dentro de la carpa, el debate de Petro, rodeado de una gran espectacularidad, no pasó de ser más de lo mismo: los mismos payasos y animales con los mismos cuentos y las mismas pruebas que una y otra vez nos hacen reír porque somos así: el país más feliz del mundo, según nos califica una encuesta mundial hecha por ahí; quizás por la Asociación Internacional de Circos.

¿Qué dijo Petro que no supiéramos? Nada: que el paramilitarismo se inició en Antioquia, concretamente en el Urabá antioqueño y que fue en tiempos del gobernador Álvaro Uribe, es cosa que inclusive pertenece al mundo de la literatura como lo dejó escrito ‘Juan Mosca’ en su libro ‘El señor de las sombras’.

Es tan resabido el tema que al día siguiente, Diego Fernando Gómez, un columnista de El Colombiano (la Biblia de los antioqueños), recuerda que en el 2005 la Gobernación de Antioquia contrató un estudio en el que se revelaba que todo el estamento político, económico y social de Antioquia y Medellín estaba infiltrado por el paramilitarismo. Y a pesar de saberlo, porque es de suponer que todos los parlamentarios de Antioquia conocían el estudio, estaban en la obligación de conocerlo, saltaron como títeres azuzando a todos los antioqueños como perros contra las carnes de Petro.

Este columnista, entre los que se han referido al tema, que son todos porque dentro del circo nadie puede escapar a la velada, dice algo que parece moñona: “tratando de vincular al presidente con propósitos puramente politiqueros (…) lo que está terminando por ocurrir es generar una reacción ciudadana detrás de la cual se están protegiendo hábilmente los responsables de un delicado proceso de degradación social que nos ha devuelto décadas en desarrollo social, rural y metropolitano, con una vergonzosa impunidad”.

Eso por un lado. Por otro, el presidente Uribe y sus secuaces han logrado confundir al país; han logrado meter en el mismo costal a las Farc con los paramilitares, siendo que sus crímenes, ambos horrendos y detestables, tienen connotaciones diferentes: los crímenes de las Farc son crímenes de rebelión, de sedición o de guerra; son terroristas, si se quiere; y los crímenes de los paramilitares son crímenes de Estado. Aquí es pertinente aclarar que, sin ponernos de su parte, los particulares pueden combinar todas las formas de lucha en su guerra contra el Estado. Que sea válido o no, ahí están las autoridades nacionales e internacionales para sopesarlo; pero a su vez, el Estado no puede combinar todas las formas de lucha para someter a los alzados en armas; no, porque el Estado es el dueño del monopolio de las armas y solamente están facultados para usarlas conforme a la ley sus agentes autorizados, es decir, las Fuerzas Armadas y de Policía.

Decir, que ni siquiera sugerir, que la sevicia de las Farc justificó y justifica las AUC, es admitir que en Colombia ha fenecido el Estado de Derecho; es incitar a la violencia de todo aquel que se sienta inseguro y desamparado del Estado; es, por la misma razón, justificar la vía de las armas para rechazar las injusticias sociales, provengan de donde provengan: del Estado o de la empresa privada.

¡Ojo! La gente no es tan tonta…

Parece, pues, que mientras no se logre hacer la distinción precisa entre una y otra violencia; entre la violencia de particulares y la violencia de Estado, combinada en todas sus formas de lucha, desde el patrocinio de escuadrones de la muerte hasta la implantación de un modelo económico que nos ha expropiado la soberanía monetaria y la libertad de autodeterminación, nada habremos avanzado en el esclarecimiento de la verdad ni en el camino de la reconciliación nacional.

En ese sentido, el debate de Petro no pasó de ser una lectura más de la historia que todos sabemos y que nadie ha podido resolvernos: ni la subversión porque antes no tenía fuerza para derrocar al régimen, ni hoy parece tener vocación ideológica sino, igual que todos, intereses económicos; ni el Gobierno porque, en vez de ponerse a ver cómo resolvía los problemas económicos y sociales que de tiempo atrás aquejan al país, se puso a ver cómo exterminaba por la vía más rápida a quienes en principio alegaban la injusticia social como fundamento de rebelión.

Póngase a pensar: mal está el enfermo, ni come ni hay qué darle.

El desplante

La visión que se tiene del país en el exterior, es algo más serio. Empezando porque también sabemos que Estados Unidos, como los grandes billaristas, juega con Colombia a tres bandas. ¿Qué es eso de apoyar a manotadas de dólares el Plan Colombia, es decir, financiarnos la guerra, y por otro lado sostener decisiones tan perversas como la ‘Lista Clinton’ o recomendaciones de país peligroso al que se prohíbe viajar por razones de seguridad?

Si ese es el apoyo que nos da el amigo, ¿qué podemos esperar de los no amigos? Nuestras relaciones con Bush, en el ocaso de su gobierno, nos ha lanzado a un distanciamiento de los vecinos como Venezuela, Ecuador y Bolivia, y últimamente Nicaragua, país con el que tenemos un eterno litigio fronterizo que vuelve a resucitar, y nos va dejando una esquela de inconvenientes que el diario El Tiempo, en alguna de sus informaciones al respecto logró resumir en esta afortunada síntesis:

(…) “Colombia parece atravesar un momento de dificultades que se manifiestan en la decisión del senador Patrick Leahy de bloquear 55 millones de dólares en ayuda para el Ejército; el mismo Congreso (estadounidense) pide explicaciones sobre un informe de la CÍA de presuntos nexos del general Mario Montoya, comandante del Ejército, con paramilitares; el partido Demócrata exige reformas al proyecto de TLC para que se garanticen derechos fundamentales de los trabajadores; varias ONG denuncian violaciones a derechos humanos, y organismos de Naciones Unidas formulan reparos a algunas de nuestras dificultades internas, como el desplazamiento humano que hay en el país. “Para rematar, el ex vicepresidente Al Gore, eventual candidato demócrata a la Presidencia, cancela su participación en un foro sobre medio ambiente en Miami para no estar junto al presidente Uribe”.

Estas son palabras mayores. “El desplante de Al Gore anuncia graves repercusiones y es signo de que se avecinan tiempos difíciles”, agrega el diario.

Insepultos

Intentar un análisis de la política en Colombia siempre resultará insuficiente cuanto se escriba y subjetivo cuanto se diga.

La política nacional, no de ahora, sino de hace muchos años, está signada por una serie de cadáveres ilustres insepultos, empezando por Gaitán y terminando con Galán. No haber logrado esclarecer estos crímenes de una manera contundente y convincente tiene al país metido hace casi 60 años en una encrucijada de la que se deriva la insurgencia de las Farc y ELN y tras ella, los auges del narcotráfico y el paramilitarismo.

En ese camino, también hemos dejado insepulto el proceso 8.000 y vamos camuflando el debate de la parapolítica cuando el presidente Uribe, en vez de contribuir a la paz lo que prende es la guerra echando vainas a diestra y siniestra; resucitando guerrilleros muertos en el Palacio de Justicia, otro cadáver de los entresijos del régimen cubierto con el manto de la impunidad, para no hablar de las elecciones de 1970 en las que ganó el ex dictador Rojas Pinilla y se posesionó el hijo predilecto del Frente Nacional, Misael Pastrana, quien ya, con el concurso de los partidos Liberal y Conservador, le había birlado la nominación a Evaristo Sourdis.

Como ven, por cualquier vericueto de la política por donde uno se meta, sale a un fango de agua oscura en el que navegamos sin rumbo cierto ni destino conocido. Con razón, el duro desplante de Al Gore, nos recordó de inmediato los difíciles momentos del gobierno de Samper.

Es que, cuando en uno de sus encendidos debates, Gaitán dijo que la política en Colombia era un ejercicio continuo de los “mismos con las mismas”, estaba en lo cierto. Y prueba es que 50 años después de haber sido asesinado por decir eso y más, los “mismos con las mismas” (…) “ ahí están, esos son, los que venden la Nación”, como en la famosa estrofa del bambuco de Garzón y Collazos…

¿Qué hacer?

Decirlo es más fácil que hacerlo. Colombia está para barajar y volver a repartir. Colombia necesita enterrar esos cadáveres. Necesita olvidar a Gaitán y Galán; a Pardo Leal y Álvaro Gómez; a Pizarro León Gómez y Jaramillo; necesita enterrar en el olvido a los ex presidentes como Gaviria y Samper, el primero por permitirle al neoliberalismo arrasar con la soberanía monetaria del país y la autodeterminación del pueblo y al segundo por haber arrodillado el país político al poder económico de los narcotraficantes.

Visto en ese contexto, Uribe no es más que el sucesor, y quizás prisionero, de esa política económica y de ese engendro sin alma nacional y sin sentido de pertenencia ideológica que es el narcotráfico, aliado por allá con guerrilleros y por acá con paramilitares y por todas partes con empresarios y sector financiero que lavan la sangre de los dólares.

Colombia, y en eso tenían razón los paracos de Ralito, necesita ser refundada y no refundida en el poder de “los mismos con las mismas”, sino para que el poder del Estado regrese al pueblo a través de unos partidos fuertes, que respeten las decisiones democráticas y permitan que el país sea dirigido por un gobierno que represente el interés nacional e interprete, antes que nada y por encima de todo, las necesidades de todos y no solamente los intereses de unos cuantos.

Decirlo así es más fácil que hacerlo –repetimos. Pero es lo que se necesita. Como en la fábula de Pombo…

¿Quién le pone el cascabel al gato?

oquinteroefe@yahoo.com

Abril de 2007

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