Resulta difícil incluir en un somero análisis todos los elementos que pueden influir en unos resultados electorales, y más en un país como Colombia, atravesado por unos ejes culturales escasos de moral ciudadana, o mejor, devoto de la “Virgen de los sicarios” del escritor Fernando Vallejo.
En un país, donde el 60 por ciento de la población laboral es informal, las elecciones no son ese momento en que “todos somos iguales” en el altar de la democracia, sino la oportunidad de levantarse unos cuantos pesos para echarle algo caliente al estómago.
A los desahuciados de la salud y la educación; de la vivienda y la justicia y del sinnúmero de derechos sociales y económicos que rezan en la Constitución (¡nada más!), no les interesa quien gane o pierda una presidencia: ellos hace años concuerdan con León de Greiff en que su vida… de todas maneras la tienen perdida.
Esta masa inmersa en el potencial electoral conforma la abstención que de 15 confrontaciones presidenciales en los últimos 52 años, ha ganado 12. Así que por una u otra causa, estos ensimismados no juegan: ¡pero meten unos goles desde la banca!…
Dentro de la minoría que elije, está el secreto. Dentro de esos 14.5 millones (para el caso colombiano), que salen al campo electoral a disputarse el triunfo, lo primero que sobresale son los árbitros de la contienda: el gobierno que es el juez central, y luego los medios de comunicación que fungen de laterales, junto con sus encuestas que podrían ser algo así como los recoge-bolas.
El ingenio popular, que resulta patético siempre, ha acuñado la frase que sirve de epílogo: el que escruta elije.
Ahí es donde uno se topa con unas reflexiones políticas inescrutables: gente que no tiene en qué caer muerta votando por la “seguridad democrática”, dizque porque de pronto se nos vuelve a meter la guerrilla; gente votando por quien le diga el patrón porque si no pierde el puesto que le dieron hace 15 días, que de todas formas perderá una vez pasen las elecciones; gente votando por el que más garantías ofrezca de romperle la cara a Chávez…
Esos son los ejes de la campaña electoral. Quien no juegue así, está perdido. Hablar de legalidad democrática o de equidad; de desmontar los privilegios empresariales y de racionalizar los impuestos; de castigar la tierra ociosa y devolvérsela a sus verdaderos dueños, no, qué va; de avanzar en la gratuidad educativa o en desprivatizar la salud; de procurarle vivienda digna a los pobres o de volver a tapar los ojos de la justicia: no hombre, sea serio: aquí el problema que atraviesa toda la política colombiana es Chávez y Tiro Fijo. Y la gente no percibe que por entre los intersticios de esos ejes se nos meten los paramilitares y narcotraficantes con más fuerza hoy que ayer pero menos que mañana, como dice el tango, y “el gringo ahí”, con más poder, injerencia y dominio sobre lo que resta de nuestra soberanía nacional que se pone patas arriba cuando le hablan de Chávez y mansita, como una gata en celo, cuando del imperio se trata.
Tras los resultados electorales de ayer en Colombia en donde el continuismo de todo este lodo moral y desastrosa gestión social que anega al país ha sido refrendado en las urnas, no queda más que admitir que en Colombia, el todo, sí vale.
Por supuesto, este análisis no exime a la oposición de sus errores. Hace cuatro años, el Polo se asomó a la alternativa de poder más seria que haya tenido Colombia en los últimos años, pero Lucho y Petro se encargaron de retrasar el reloj de la historia.
El primer signo real del fin de la humanidad será su desintegración social. A partir de entonces, nada ni nadie podrá hacer nada por salvarla de su extinción final. Tal como se lucha por preservar lo más intacto posible los recursos naturales, el medio ambiente, la flora y la fauna del mundo, debemos luchar por mantener la integración sociaL y la solidaridad entre los seres humanos. ¡ESA ES LA IDEA! HAGÁMOSLE Octavio Quintero
31 de mayo de 2010
16 de mayo de 2010
El miedo como herramienta política
Los riesgos de las sociedades en transición postmiedos
Colombia ante el proceso electoral
Robinson Salazar Pérez
Investigador de la Universidad Autónoma de Sinaloa, México
Especial para ARGENPRESS.info
Sábado 15 de mayo de 2010
El miedo
El miedo es un factor político efectivo al ser utilizado como herramienta política de control social por regímenes autoritarios, para amedrentar las voluntades colectivas predispuestas a la protesta, asimismo sirve para neutralizar al adversario, confinar a los habitantes de un territorio al ambiente de la vida privada y desalojar los foros públicos de voces opositoras.
Existen miedos ancestrales vehiculizados a través de la tradición oral y los aprendizajes entre comunidades y generaciones; algunos otros tienen residencia permanente en la memoria infantil e incluso prolongados hasta los años de la senectud, provocan pánico, temores e inseguridad; no desdeñemos los que provienen de libros y novelas y adquieren la configuración moldeada por nuestro imaginario de acuerdo a las circunstancias materiales en las cuales vivimos, la coyuntura durante la lectura y los vínculos de la historia escrita con algunos retazos de nuestra vida cotidiana.
La memoria tiene la doble virtud de por un lado, almacenar cantidades de imágenes, información, cifras y rostros a través del devenir de la persona quien la ejercita, y por otro, relacionar, enlazar y construir escenarios con todos los objetos memorizados e imaginar cuadros dantescos u horrorosos que vulneran la estabilidad del sujeto portador. De ahí la memoria como factor estratégico para reflexionar pero a su vez zona de vulnerabilidad en el ser humano.
En esta perspectiva, el miedo se ha convertido en un mito, sin ninguna atrevida pretensión humana a desafiarlo acumuló fuerza y se coloco inalcanzable, amenazador, vigilante y al asedio, sin posibilidad de ser alterado pero codiciado por muchos para utilizarlo como herramienta de dominio, control o imposición de voluntad sobre los demás.
Cada vez que la sociedad en general da muestra de avance, ya sea en el campo de las ciencias, las artes, el desarrollo inmobiliario, la democracia o uso de nuevos instrumentos en materia de tecnología, el miedo aparece como sombra del pasado y fantasma del futuro para atrapar las mentes débiles y orientar a grandes segmentos de la sociedad a actuar con cautela, temerosas y hasta aferradas a creencias y signos del pasado que le roban el derecho de ser libre.
Por lo anterior, el miedo lo hemos colocado en la bandeja de entrada de nuestro software humano para temerle a la vejez, la violencia, la muerte, al hambre, los accidentes, las multitudes, las riñas, los desastres naturales entre otros hechos fuente de dolor, desengaño, fracaso o pérdida material.
Sociedades que viven con miedo
Con el advenimiento del neoliberalismo y la tendencia universal de la globalización, cuyos resultados más notorios fueron el debilitamiento del estado, la reducción de los campos de acción donde operaba, la desregulación del mercado y la difuminación de las fronteras, el concepto de soberanía y autonomía estatal quedó desvanecido, los gobiernos se asentaron sobre tierra movediza y la gobernabilidad estuvo sujeta a las pretensiones de los organismos internacionales y empresas financieras que cada día ganan mayor control sobre las naciones y el mundo de las finanzas, actúan como poder de facto y ponen en entredicho la función de un gobierno nacional.
El Estado no tuvo capacidad para atajar los grandes problemas, dejó de orientar la economía, renunció a cargar de subjetividades a la ciudadanía y dedicó su esfuerzo en administrar la cosa pública sin un horizonte definido, una meta a medio y largo plazo y a sufrir los vaivenes que el mercado y “su mano invisible” generan a cada momento.
La sociedad no tuvo un referente de interlocución, pues en estas condiciones el estado no dialoga, sino impone, los partidos se convirtieron en espacios de trabajo y generadores de actos ilícitos, acciones fraudulentas y a representar a las empresas sin importarles ser electos por segmentos de la sociedad que aun estaba impávida por carecer de representación política.
La auto representación sustituyo el lugar de los partidos, en otras ocasiones los movimientos sociales reivindicaron la representación múltiple y defendieron lo que los partidos no hacen o están imposibilitados de hacer porque renunciaron a mantener el lazo social con los grupos humanos y prefirieron las reuniones y juntas con lobistas y representantes de empresas para legislar a favor de los intereses empresariales.
La sociedad paulatinamente se ausento de lo público, las calles, parques, esquinas, espacios de recreación, junta de vecinos y asociaciones comunales perdieron fuerza y capacidad de aglutinamiento, el individualismo forjó la idea del hombre libertario en la medida del consumo sin restricción alguna, que puede comprar y vender todo lo deseado como el ejercicio pleno de la libertad del mercado, de ahí puede realizar sin menoscabo la venta y a su vez compra de sus servicios, sexo, órganos, propiedades e hijos, por ello es común que la justicia, las nuevas legislaciones, las decisiones de estado, puedan ser subastadas en el mercado de la ilicitud y adquiridas por todo aquel que goza de los recursos económicos y los vínculos con el crimen organizado.
Con el mercado como vector social de nuestra sociedad afrontamos todos los riesgos, vivimos un Estado esquizoide, desarraigado de la sociedad, sin lazo social, sus discursos no tienen resonancia social, no describen los asuntos torales de la sociedad, tampoco dibujan la representación política en el imaginario del ciudadano; sus tramas están ligadas a situaciones caóticas o certezas lejanas, no deposita cemento social entre Estado y sociedad, exige obediencia pero desobedece el mandato de las normas morales instauradas y válidas, en fin, es un ente administrativo sin presencia en la subjetividad colectiva y percibido como nocivo para el futuro de la gran mayoría.
Sin representación política ni garantía de sus derechos, la sociedad contemporánea se desliza entre miedos y terrores, incertidumbre y nostalgia, silencios ocultos y confinamiento privado y evade todo aquello que lo coloca cerca del peligro, de ahí la elección de espacios menos institucionalizados, y la preferencia a actuar la mayor parte de su vida en la cotidianidad, los debates públicos no son círculos llamativos para ordenar nuevas ideas y prefieren permitir que la televisión o radio le forje la opinión pública y eso le basta para tejer tema de conversación con otros.
El miedo reside en la persona y ella tiene como refugio el espacio privado, ahí se esconde, rumia, duerme con esa pesadilla que lo encierra en sí mismo, pero si colapsa el espacio privado y la frontera porosa entre lo público y privado es diluida, el terror hace presa a la persona, la visibiliza ante los ojos escrutadores de la autoridad pública, es controlada en todos los desplazamientos y llega a un estado de ostracismo enfermizo hasta la autodestrucción.
Existen otras derivaciones de miedo provenientes del grifo de la política, caso tal de la traición como algo extraño y peligroso que vulnera las fibras sensibles de todo andamiaje institucional; el terrorista una figura creada por el Estado para aplicarla a todos quienes estén en contra de las políticas y leyes impuestas aun cuando no gocen de legitimidad, en busca ante todo de destruir la opción de la acción directa como recurso de la oposición para deponer un gobernante alejado de la confianza ciudadana.
Militarismo y miedo en América Latina
América Latina desde los años sesenta ha soportado los experimentos y aplicaciones de políticas hegemónica que los Estados Unidos instrumenta para defender sus intereses, blindar sus fronteras para “evitar” que los acontecimientos de nuestros pueblos incidan en su territorio, controlar los flujos migratorios, apoyar los inversores norteamericanos y fomentar el miedo en los lugares donde nacen focos de resistencia a la política del despojo; a su vez imponen una política de sometimiento férrea para domesticar a los gobiernos, privatizar los recursos naturales, apropiarse de las riquezas que producen los países latinoamericanos y desvertebrar las luchas populares de esta parte del continente.
La primera estrategia militar instrumentada en la desestructuración de los movimientos populares entre los años 1960-1970, fue la golpista, apoyados en la organización castrense nacional dependiente de la asistencia económica, logística e instrucción de los centros de apoyos que suministraban los recursos necesarios, asimismo los organismos internacionales guardaban vínculo estrecho con el Departamento de Estado Norteamericano, la Central de Inteligencia –CIA- y el Pentágono con la intención de cerrar pinzas sobre el país a atacar. A su vez, abrieron un zaguán informativo y de inteligencia militar para que los organismos de Estado de Norteamérica, acopiaran información, elaboraran parte de la política exterior hacia las naciones del sur y sometiera la política de los gobiernos latinoamericanos a las prioridades del coloso del norte.
La revolución cubana en 1959 fue el pretexto que enarbolaron para desatar la militarización creciente en nuestras naciones, bajo la bandera del virus rojo, el castrocomunismo, el interés de la URSS en la región y la proliferación de las guerrillas. Este ramillete de argumentos desató la primera guerra de exterminio por todo el subcontinente, a pesar de que no existía, por las condiciones reales de existencia en la población por las incipientes estructuras políticas y el trabajo organizativo débil para una insurrección, no contaban tampoco con organicidad radial propia por la dispersión de las fuerzas que anulaban la posibilidad de cambio revolucionario, lo sucedido en Cuba tenía ingredientes genéricos y muy específicos de la isla, no era una circunstancia repetible ni cabía la clonación para las otras naciones.
El interés invisible de la primera acción intervencionista militar a través de los golpes castrenses fue el de aniquilar la incipiente organicidad que venía constituyéndose en los sindicatos, descabezar los nacientes movimientos comunitarios y proscribir a los partidos de izquierda, llámese comunista o socialista. La fortaleza industrial de países como Argentina y Brasil fue objetivo a desmantelar, destruyendo las iniciativas que los gobiernos nacionalistas habían heredado a su pueblo; las minas de Chile, Bolivia y Colombia fueron punto de atención para desaparecer los sindicatos mineros y desalojar las ideas nacionalistas que en ellos gravitaban. La cintura centroamericana, repúblicas que surtían el mercado norteamericano y centro de inversión en productos agrícolas, fue presa de “coronelazos” que se sentaron en el poder para garantizar las propiedades de las compañías norteamericanas.
El predominio económico, el fortalecimiento de la dependencia industrial y militar y la apertura de los mercados de manera inmisericorde para la inversión extranjera, principalmente norteamericana, fue el principio básico que orientó la política hegemónica de los Estados Unidos en la región.
Aun así, bajo ese estado de terror, los movimientos populares y las organizaciones de izquierda persistieron en su lucha y de la guerrilla sembrada (A) inducida y sin un trabajo previo de organicidad y logística militar, se pasó a la guerrilla creciente (B) donde esta segunda etapa trazó puentes dialoguistas entre sindicatos-partidos de izquierda, movimientos campesinos-estudiantes.
Ante la recomposición de los movimientos insurgentes y la combinación de todas las formas de lucha, pero con énfasis en dos ejes: la movilización popular y la lucha armada, la estrategia norteamericana mutó y se situó en la Doctrina de Seguridad Nacional (DSN), cuyas coordenadas de la represión giraron en: desestabilizar gobiernos no afines a su política hemisférica, desindustrializar a los países que habían iniciado una tendencia de organización de las economías nacionales, redireccionó el uso de los medios masivos de comunicación en tareas desinformativas para boicotear gobiernos mediante acontecimientos guardados en el silencio, noticias descontextualizadas, estigmatizaciones, criminalizaciones sensacionalistas que encubrían la saña de los militares contra el pueblo.
En ese tenor las tareas de espionaje tomaron mayor relevancia para secuestrar, eliminar o desaparecer líderes populares, pero ante todo identificar como países problemas a todos aquellos con recursos estratégicos que garantizaran la reproducción del sistema imperial capitalista norteamericano: petróleo, minerales, recursos naturales estratégicos y genuflexión por parte de los gobernantes para modificar leyes y garantizar la inversión foránea.
La DSN coincidió con dos factores importantes: La crisis del petróleo y la configuración de la Trilateral en 1973, donde los países potencia, bajo la égida norteamericana definían el rumbo del capitalismo y la guerra frontal contra la alternativa del campo socialista.
Con la estrategia de DSN se abrió el capítulo de guerra psicológica (psicosocial-Miedo), cuyo núcleo era sembrar el miedo y terror en la ciudadana; la oposición frontal ante todo indicio de reforma o gobiernos nacionalista, acotación en todos los espacios de maniobra del Estado, la imposición de la ideología del libre mercado y la extensión de la ideología del terror y grupos paramilitares en varias esferas de la sociedad, para que desempeñaran la labor sucia que el ejército no quería maniobrar, como eran las desapariciones de líderes comunitarios, sindicales y estudiantiles, profilaxis social, secuestros y atentados, grupos de delación y falsos positivos. Es necesario resaltar que la mejor ilustración empírica de la aplicación de la guerra psicológica es Colombia, quien se ha convertido en pionera para ejecutar al pie de la letra los planes represivos en Latinoamérica.
La institucionalización de la represión gubernamental, entiéndase premilitar, en Colombia se inició en 1965, con la gestión del presidente Guillermo León Valencia, tras la expedición del decreto legislativo número 3398, “por el cual se organiza la defensa nacional”, de carácter transitorio después adoptado como legislación permanente. En ese decreto fueron creados los “grupos de autodefensas”, desde entonces arma gubernamental y de los grandes terratenientes de ese país para desatar la ola de violencia que todavía hoy soporta el pueblo colombiano, a la cual se sumó como elemento fundamental la organización de grupos armados de narcotraficantes y contraguerrillas que son parte de la guerra en el país sudamericano (1).
El punto central de la guerra psicológica-Miedo consistía en detener la propaganda devenida de la extinta Unión Soviética, China, Albania, Vietnam y Cuba; fomentar los valores cristianos y religiosos en comunidades pobres y rurales para desterrar la ideología de las clases sociales y la insurrección armada, infiltrar clandestinamente los órganos colegiados de gobierno, universidades, sindicatos y partidos políticos para detectar los agentes antigubernamentales o simpatizantes de ideologías extranjeras contrarias a los intereses norteamericanos; involucrarse en las huelgas, marchas y paros cívicos y provocar desordenes, y tener pretextos para imponer un Estado de Excepción o ley marcial y finalmente, promover un nacionalismo exacerbado para limitar ideológicamente las ideas de izquierda que provenían de otros países, puesto que sembraba el odio y el rencor en la población al señalarse al promotor de la insubordinación como agente antinacionalista que buscaba destruir al país, todo esto dio origen a la política de delación que hoy existe.
La DSN arrojó un saldo de contraguerrilla y ejércitos mercenarios en Centroamérica, paramilitarización en Colombia, golpes de Estado en Argentina, Chile, Uruguay, Brasil, Bolivia y Perú, cadena de hombres y mujeres desaparecidos, liquidación de fábricas, despojo inmisericorde de tierras en el campo agentes privados y sicariato, críticas a los gobiernos por el endeudamiento y exigencias internacionales con relación a moldear la política económica, ajustar el gasto, desregular los mercados e imponer restricciones en la aplicación de las políticas públicas y finanzas.
Para proseguir el exterminio de toda oposición, la Guerra de Baja Intensidad (GBI) fue la prolongación de la represión de la Seguridad Nacional pero con mayor énfasis en la parte ideológica y en la intromisión norteamericana como factor indispensable para apaciguar la inestabilidad política de un país latinoamericano. Los componentes de esta “nueva “estrategia eran Contrainsurgencia: derrotar movimientos de rebelión popular. Reversión: derrocar gobiernos revolucionarios o los que no se ajustan plenamente a los intereses estadounidenses y Prevención: ayudar a gobiernos aliados de Estados Unidos a evitar su desestabilización.
La GBI eximió de toda atadura jurídica y de trámite ante los Congresos la intervención estadounidense en los asuntos internos de América Latina; incluso, justificó por parte de los gobiernos en turno como necesaria y legal su presencia para contener los conflictos internos. Aunque en la letra el significado de baja intensidad alude el uso limitado de la fuerza para someter al adversario, cabe también la posibilidad, que en caso de recrudecimiento del conflicto, se pase a una guerra de mediana intensidad, donde se emplearían mayores recursos logísticos y militares. El escenario de la GBI es amplio, abarcativo y atalayador, buscando a toda costa que no quedara nada fuera del circulo represivo, de ahí que asociaran con la GBI las situaciones de inestabilidad, contención agresiva, paz armada, conflictos militares perentorios, antiterrorismo, antisubversión, conflictos internos, guerra de guerrillas, insurrecciones, guerras civiles, guerra irregular o no convencional, guerra encubierta, guerra psicológica, operaciones paramilitares, operaciones especiales e invasión con objetivo específico.
El límite de la GBI se advierte cuando el conflicto es mayor y rebasa las proporciones del armamento convencional y exige el uso de una fuerza mayor. Se pasa de la GBI a la declaración formal de guerra entre dos naciones y/o cuando se emplean masivamente fuerzas de intervención militar convencionales. Éste fue el caso de la intervención militar estadounidense en Irak, al transformarse la operación Escudo del Desierto en Tormenta del Desierto. En Centroamérica, la GBI sigue funcionando, sólo que bajo reglas distintas a la década ochenta, pero con mayor peso en lo ideológico policial.
El éxito parcial de la GBI en Centroamérica se debió a “la complicidad histórica”, porque al caer el Muro de Berlín y la descomposición de la URSS coadyuvó a favor de los intereses norteamericanos y dio apertura de los procesos de “pacificación” y desarme en Nicaragua, El Salvador y Guatemala.
Guerra preventiva: estrategia para sembrar miedos
Desde las postrimerías del Siglo XX la guerra de Irak, la estrategia afinada por los Halcones del Pentágono de militarizar el mundo para garantizar la perdurabilidad del capitalismo financiero y mantener el neocolonialismo en los países latinoamericanos, la guerra preventiva y la instauración del Estado policial en varios países del mundo, el miedo obtuvo el espacio privilegiado en la política y como nube de ambientación se cargo de suficientes dispositivos de poder y se posesionó de las subjetividades colectivas de la gran mayoría de los ciudadanos subordinados.
Para la década de los noventa la GBI pasó a otro orden de operatividad y manejo logístico conducente hacia un perfeccionamiento del control social. La invisibilización de manifestaciones en plano militar, salvo si la ocasión y el nivel de conflictividad era riesgoso; sólo priorizarían la inteligencia y la manipulación mediática con el juego del "terrorismo" y la "seguridad".
Las nuevas respuestas de los Estados Unidos al escenario naciente latinoamericano fue aplicar los dispositivos de poder para una guerra sutil pero efectiva, donde los medios de comunicación, con mayor énfasis la televisión y el Internet, desempeñaran un papel importante para desmentalizar a los jóvenes, desestructurar los imaginarios sociales e imponer un nuevo cuadro de subjetividades colectivas, donde el predominio del tiempo instantáneo, lo impronta, la resistencia a vivir procesos y la inclinación por desistir a construir el futuro basado en inversión de ideas, tiempo, trabajo colectivo y redes asociativas fuese el tipo ideal a construir. Con este esquema configuraba un ciudadano mediático, insular, fragmentado de toda red asociativa y con rupturas severas en el eje conectivo del tiempo, donde el pasado no tenía ninguna significancia en su vida y el futuro era un referente lejano, por lo que el presente se perpetuaba y prolongaba.
Paralelamente y como pieza complementaria de la estrategia global, se instrumentó el Plan B de contingencia que consistía en la activación de los conectores del poder que condujeran hacia la constitución de un Estado Policial que vigilara, mediante el uso de la electrónica, los vínculos entre los gobiernos y el incremento de ejércitos privados para eliminar todo intento desestabilizador; Los acuerdos intergubernamentales permitieron armar bancos de datos, transferir información, enlazar policías para atender casos de flujos de migrantes, pandillas y movimientos populares e indígenas que van más allá de las fronteras nacionales, dar seguimiento a sucesos delictivos y políticos ajenos a los intereses privados y ante todo, prestar asesoría para desestructurar los movimientos antisitémicos, como lo hace Colombia en Paraguay y el área centroamericana.
Después de Colombia, Centroamérica es la región de experimentación mas activa en probar el Plan B o Estado Policial (EP), Naomi Klein le denomina “Democracia Big Brother”, cuyo objetivo central es llevar la GBI hacia la ciudadanía, eliminar los derechos políticos, recortar los derechos sociales, anular las políticas públicas, acotar los espacios de maniobra para defender sus derechos y conquistas laborales, reformar las leyes, criminalizar las protestas en las calles y confinarle en un rincón en donde tenga un estatus de indefensión absoluta.
El Estado policial cuenta con un holograma que grafica subjetivamente al enemigo: la lucha contra el terrorismo, El populismo radical, el crimen organizado y Tráfico de drogas y los enemigos del orden global.
Estado policial y el miedo
El recurso ideológico del EP es el miedo, que busca, y ha logrado hasta ahora, sembrar la incertidumbre como una estrategia constructora de escenarios de riesgo insertados en la subjetividad de los colectivos humanos. El objetivo es alterar los estados de ánimo en las personas que conduzcan a desordenarle las coordenadas que dan estabilidad a la vida cotidiana, puesto que la angustia, el temor y la sensación de estar en peligro los lleva a estados depresivos y de angustia colectiva. Además, el miedo insulariza a las personas, las confina al espacio privado o intimo y re-aparece como garantía de la vida dado que por miedo a los males el futuro se anticipa y entra aislacionismo permanente y concede todas las facultades al estado para conservar la seguridad necesaria para reproducirse socialmente y obtener la preservación de la vida y la felicidad.
Ahora bien, la estrategia de fracturar a la sociedad, de insularizarla y dejarla como archipiélago humano, no es descabellada porque puede rendirle frutos tempranos a los apetitos de los empresarios y políticos sometidos al gran capital. Si el aislamiento prolongado conlleva a la perdida concomitante de seguridad personal y reducción de las capacidades afectivas, entonces provoca en la sociedad la sensación de autismo social, nadie se interesa por el otro y afloran las estrategias de sobrevivencia personales o individuales, alejándose de toda posibilidad de ejecutar alguna acción colectiva; lo otro que puede sumarse es el atrofiamiento de las capacidades de concentración, memoria y vigilancia.
Lo reseñado puede derivar en disturbios mentales y/o psicológicos que incrementen los suicidios o, por otro lado, que el confinamiento atrofie la fortaleza cognitiva y lo deje sin posibilidad de enfrentar situaciones complejas de emergencia, pierda habilidades para resolver problemas de la vida cotidiana y se aleje de buscar innovaciones o alternativas en la resolución de circunstancias adversas en su vida.
Con el miedo los gobiernos de derecha y el depredador neoliberalismo tienen la intención de redireccionar la mirada y las vidas de los seres humanos, principalmente los desposeídos, hacia un solo sentido, donde el camino sea irreversible y no haya la oportunidad de ser re-pensado porque ya está trazado y no hay alternativa paralela.
Inculcan en las subjetividades la inexistencia del futuro, porque este está ligado a la duración de la vida y no trasciende después de la muerte en el individuo, de ahí que el presente se perpetúa en la agonía, se prolonga en las necesidades y se contrae al pensarlo. Es una estrategia para que el presente sea encapsulado y el futuro corto e insignificante.
La otra pieza discursiva es el uso del terrorismo como un enemigo impredecible, invisible y súbito lo posiciona en el subconsciente colectivo como algo que desconocemos, que jamás lo vamos a controlar y que está siempre presente en nuestras vidas, provocando un estado persecutorio permanente en nuestras vidas. Ya no controlamos nuestro espacio particular privado, necesitamos de la protección de un salvador, un guerrero o un Estado que sepa usar la fuerza, la autoridad y los recursos necesarios para eliminar al enemigo imaginario, a costa de perder o permitir la invasión en nuestra vida privada.
Así se auto-representa el EP, y con la amenaza del terrorismo ha encarcelado a la sociedad, limitándola a atrincherarse en su individualismo, a temer de los semejantes, a ver al otro como potencial agresor, a vivir con la incertidumbre pegada a la vida y alejada de toda posibilidad de hacer vida comunitaria, porque cada vez que lo hace, el riesgo aumenta. La fragmentación, el alejamiento de los espacios públicos de deliberación y convivencia, la necesidad de estar ligados a la televisión para recibir la información visual permanente y mantenerse preocupado por contratar un seguro, compañías de seguridad personal, etc., son los síntomas de una sociedad enferma que se dejó impregnar por el virus del terrorismo mítico.
Ahora bien, no sólo por razones políticas y económicas el Estado Policial busca, para legitimar el uso de la fuerza e invadir la privacidad de las personas, encontrar culpables –aunque sean ficticios o ajenos a las acciones que se les imputan-, sino también por un recurso defensivo orientado a reducir la tensión que produce pensar algo terrible, lesivo de nuestra seguridad y nuestras vida; el Estado (2) como agente que intenta demostrar que controla y proporciona certidumbre, en esta contienda antiterrorista, en coyunturas propicias hace visible al enemigo, aunque esa visibilidad no está ligada al control o la destrucción absoluta de enemigo, sino como un elemento distractor que lo habilita como un ente capaz de atacar, imponer leyes, recortar las garantías constitucionales, etc., en favor de la “seguridad”.
La lucha contra el crimen organizado y miedo es el eje ideológico; reformas en el ámbito judicial para hacer las aprehensiones más efectivas y sin mediar proceso para demostrar la falta imputada, son parte del eje represivo; hostigamiento, intervenciones de líneas de comunicación (Telefónica, Internet o grabaciones ilegales) son los componentes del eje coactivo y despidos laborales sin justificación alguna y ordenes de aprehensión por participar en protestas callejeras o desobediencias civiles, conforman eje coercitivo; las cuatro bielas estructuran el cuadrante de la nueva GBI contra la ciudadanía.
Riesgos del postmiedo en Colombia
Colombia desde 1997 a la fecha está convertida en la plataforma hostigadora para todos los movimientos y gobiernos que intentan salir del círculo de dominio norteamericano, asimismo empresa bélica que surte a países del continente de material humano capacitado en labores de espionaje, sicariato, paramilitarismo, profilaxis social, infiltraciones comunitarias y vínculos de redes de ilicitud del narcotráfico con militares, de ahí que existan acuerdos y presencia de exterminadores en Honduras, El Salvador, Paraguay, Perú y Costa Rica, y en otros países de la región están presente sin acuerdo de gobierno pero bajo custodia de empresarios y complicidades de agentes gubernamentales locales, como en México, Guatemala, en la zona limítrofe de Venezuela y Argentina.
El Plan Colombia, las bases militares recién aprobadas que instalaran una sofisticado equipo de comunicación digital-satelital, acompañado por asesoría de empresas que prestan el servicios de ejércitos privados, brindaran la oportunidad a los gobernantes colombianos para provocar, apoyar, intervenir en los asuntos de los países vecinos, algunos bajo pretexto del fabuloso contenido del computador de Raúl Reyes y otras veces bajo la argumentación falaz de incursiones de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia –FARC- en territorio fronterizo, secuestros o atentados que en la mayoría de las veces son cometidos por el gobierno en turno y lo adjudica a los alzados en armas. Es una práctica añeja en la clase gobernante del país andino.
Indudablemente que toda acción militar que desarrolle Colombia contra los países colindantes cuenta con el aval de la administración Clinton, dado que Obama sólo cumple lo que ordena el matrimonio tras el poder, dado que los conservadores no lo aceptan como presidente y es tolerado por los oficios de los Clinton que son la mediación entre gobierno norteamericano y poder militar y financiero.
Los arreglos entre gobiernos (Estados Unidos y Colombia) va más allá de lo formal, hay implicaciones de lo que discursivamente combaten, el trafico de drogas y lavado de dinero. Los empresarios que en la administración de Álvaro Uribe fueron detenidos por narcotráfico y blanqueo de fortunas, al igual que capos de la droga que protegía el gobierno colombiano no son juzgados ni condenados con largas penas como lo hacen con otros apresados, sino que en menos de un año se declaran Testigos Protegidos, cambian de identidad, obtienen residencia en Estados Unidos u otro país y revelan a los norteamericanos las fuentes y redes del trafico de drogas, negocio en el que cada día los agentes norteamericanos tienen mayor participación y jugosas ganancias.
Internamente en Colombia se impuso un régimen de terror bajo la administración Uribe, la Seguridad Democrática se transformó en securitización de la vida cotidiana, donde el gobierno vigiló, controló, persiguió y exterminó a todo aquel que consideraba enemigo de la nación, del régimen y del proyecto de gobierno, de ahí que sindicalistas, intelectuales, líderes comunitarios, profesores de zonas marginadas, gestores sociales, miembros de redes solidarias, comunidades en resistencia y militantes de izquierda fueron desapareciendo hasta dejar un ambiente umbrío, alejado de las reciprocidades, temeroso de la delación que se convirtió en fuente de ingreso para muchos desempleados que abusaron de esa práctica sin importarle la vida del señalado, las familias fueron confinándose al espacio público y los espacios públicos fueron convertidos en lugares mudos, ausentes, carente de dialogo y estigmatizados como peligrosos.
La política paso de lo colectivo y plural a lo singular; la persona, su sonrisa, los favores de la televisión, la parafernalia en los actos públicos y la venta de un mundo inexistente a través del discurso oficial que impuso la norma tácita (quien no la cumplía era perseguido o exterminado) que la globalización es oportunidad, el neoliberalismo es sinónimo de calidad y competitividad y los tratado comerciales ventajosos para consumir lo mejor y más barato, cargó la subjetividad colectiva de los colombianos y abrumó sus esperanzas hasta llevaros a niéveles de esquizofrenia política que obnubiló las mentes y bajo el delirio mediático destacaban valores, virtudes, fuerza y capacidad del presidente Uribe; cegados estaban ante la ola privatizadora, la pulverización de los derechos laborales, el golpe de timón que dio a la educación hasta convertirla en capacitación laboral y ajena a la búsqueda de hallazgos científicos; nutrió a los buitres que comían en su mesa e invitó a numerosas empresas a invertir en el país sin importarle la contaminación y destrucción de reservas ecológicas, de aguas y cambios de cultivos que impactaban de manera drástica en las comunidades locales y regionales.
Los fraudes, desfalcos, desvíos de recursos, desatención de demandas de los pueblos y comunidades, la carencia de servicios básicos y el flujo de desplazados por la guerra interna llegó a 4 millones de personas que perdieron su lugar, propiedades, abandonaron sus tradiciones, costumbres, reciprocidades y tramas sociales que día tras días tenia con sus congéneres. Nada de esas exigüidades y destrozos transitaban por los medios de comunicación ni por la televisión, principales aliados de Uribe. La uribización ideológica cargaba de sentido el ambiente político y cultural de Colombia.
Al final de su administración, la colcha de retazos ideológicos no alcanzaba para tapar tanta ineptitud, robos, tráficos de influencias, despojos y muertes; dos administraciones apagaban la flama de pebetero que los norteamericanos habían colocado en Colombia para alumbrar invitar a la obra mayúscula de sadismo y sin pudor: uribelandia, un episodio largo imitando la obra de Donatien Alphonse François, pero fue la paga que dio un testigo protegido No 82 desde 1991, cuando fue senador y colaborador de Pablo Escobar, lo afirma el documento de la Central de Inteligencia Americana-CIA-.
Indudablemente, la euforia, el carnaval de dinero en los medios y la fanfarronería de que acabaría con la insurgencia en Colombia embriagaron las expectativas de los ciudadanos, cada día eran cifras que adornaban los noticieros de guerrilleros caídos, decían que eran menos de 8 mil los alzados en armas, los muertos superaban los 30 mil y aun mantenían el tenor discursivo, las cuentas no cuadraban. El fenómeno Chávez en Venezuela sirvió de pretexto para ampliar el radio de acción bélico, la represión abrió el compas de acción y los resultados eran los mismos, se acercaba el fin de la era Uribe.
Es claro para los especialistas en ciencias sociales, que el miedo atemoriza, confina a un espacio reducido al hombre y mujer hasta arrinconarlo en un estadio de parálisis, inmovilidad y con la capacidad dialógica atrofiada, porque ve en el otro un potencial agresor y el mundo exterior lo percibe como adverso a sus intereses.
En este estado catatónico relacional, las redes sociales no importan, las reciprocidades desaparecen lentamente y nos induce a un estadio de autismo social, que al permanecer por largo tiempo, nos impide ver donde se fraguan u ordenan las construcciones políticas novedosas que puedan negar la adversidad existente, entre ellas las acciones colectivas de algunos movimientos sociales, la guerra de posiciones, las aperturas de arcos convergentes, los núcleos de subjetividades de rupturas, los avances de la oposición armada, las acciones de intercambio humanitario, las comunidades de base y las voluntades populares en disposición movimientista.
Justo ahí aparece el quiebre de la tendencia silenciosa de la política instaurada por Uribe, la imposibilidad jurídica que la Corte Suprema de Justicia emite contra la re-elección toma por sorpresa a los electores que no habían oteado un Plan B ni una construcción política distinta a la difundida por el gobernante en turno y, ante monumental oquedad, el personaje osado, Antanas Mockus, con discurso vacío, con énfasis en lo moral, ética política, el manejo con transparencia de los recursos públicos, el respeto a la tolerancia, la crítica a los fraudes, la impunidad, la necesidad de reconstituir las instituciones públicas atrae cual imán en caja de clavos, los desesperados anhelos de los colombianos que viven dentro de un espectro dantesco donde… mueren anualmente más de 20 mil niños menores de 5 años por desnutrición aguda, de cada 100 madres desplazadas gestantes, 80 padece desnutrición crónica, el desplazamiento forzado supera los 4.5 millones de personas y con un PEA (Población Económicamente Activa) cesante que supera el 60%; no obstante el gobierno se esfuerza en presentar como un logro de su estrategia política y social los 20,5 millones de colombianos y colombianas pobres y a 7,9 millones en extrema pobreza o miseria. Según la línea de pobreza oficial, son pobres los miembros de un hogar de cuatro personas que el año pasado acumulaban un ingreso mensual máximo de 1'086.000 pesos; si el ingreso percibido es inferior a 468.000 pesos, se considera en extrema pobreza. 23 de cada mil niños en la costa Caribe mueren de hambre (PUND). 25 infantes de cada 100 en la Guajira, presentan desnutrición crónica. Cifras de Unicef.(3)
La postura de Mockus ante las demandas de los habitantes del país mencionado es esquiva, de ahí que la lectura que manda a los lectores es la de un candidato de racionalidad neoliberal, con discurso irreal y vacuo que dibuja una Colombia con perfil de país nórdico (Finlandia, Noruega Suecia, Dinamarca…) que propone sustentabilidad ante las nuevas obras y cuidado de la naturaleza, mercados emergentes, presión militar para promover la desmovilización de los insurgentes, calidad de vida, promoción de la salud en zonas marginadas, respeto y tolerancia, integración familiar y formación de nuevos ciudadanos con alta cultura política; asimismo, comparte la Seguridad Democrática y mantendrá el apoyo, en caso de ser electo, a las fuerzas castrenses, la presencia militar y bases de operaciones de los norteamericanos, la agenda de las privatizaciones mantendrá la entrega de los recursos públicos y estratégicos de la nación, las inversiones en agua, represas, minas, biodiversidad con la industria farmacéutica al frente, será vital para los inversores extranjeros.
No asume ningún compromiso de retornar los derechos sindicales despojados. Todo indica que alentará el empleo indirecto, sin carga a los empresarios, esquilmador de laborales prestaciones y con salarios reprimidos. En educación no hay un planteamiento claro del papel de la universidad en el desarrollo socio-económico y cultural del país y elemento coadyuvante en la solución de miles de problemas que debe enfrentar el estado. Y en política de seguridad no hace propia la voz reclamante de desenterrar los enclaves paramilitares incrustados a lo largo y ancho del país, donde empresarios, comerciantes, grupos musicales, medios de comunicación representantes políticos, empresarios deportivos, universidades privadas y públicas comparten responsabilidad para mantener el miedo, el terror y exterminar a todo colombiano que piense distinto al gobierno.
Los interrogantes que hace Milton Caballero los hago propio y socializo:
* ¿Gastará, como Uribe en 2009, $19,2 billones anuales del Presupuesto Nacional en la “seguridad democrática” que ha prometido continuar?
* ¿Privatizará el 15% de Ecopetrol, la principal empresa del Estado, como propuso Sergio Fajardo?
* ¿Vender las entidades públicas más productivas es una herramienta válida para financiar la educación y otros ámbitos sociales?
* ¿Continúa siendo partidario del cobro escalonado de matrículas, como cuando fue rector de la Universidad Nacional?
* ¿Sigue creyendo que los decretos de Uribe sobre salud “son legítimos” y que la crisis del sector se resuelve con más impuestos?
* ¿Los gravámenes a todos los estratos son la vía para afrontar los problemas del país?
* ¿Dónde están las grandes estrategias de defensa del medio ambiente que se supone son el fuerte de un partido Verde?
* ¿Su respaldo a la reforma laboral de 2003, que atenta contra derechos de los trabajadores, sigue en pie?
* ¿Por qué se fue a la sombra de Opción Centro, el grupo amigo del procesado senador Gil, y no optó por construir partido propio?
* ¿Cree en realidad que “las balas también son un recurso pedagógicas” como dijo hace poco?
* ¿Por qué se atemoriza ante los regaños de Uribe y ruega que lo siga considerando “un firme timonel de la seguridad”? (3)
La imagen del lituano-colombiano es emotiva, colorea la organicidad con verde esperanza y equilibrio de la naturaleza, con perfil parco, alejando del consumo y estricto ahorrador, apegado a la familia, sistémico en su trabajo y matemático por profesión ofrecen un gobernante puntual, transparente, eficiente en las tareas y eficaz para actuar y transparente en el manejo de las finanzas públicas. Sin embargo la Colombia necesita más que una imagen de niño bueno y aplicado, requiere un gobernante audaz, capaz de confrontar a los sectores latifundistas que han acaparado tierras y empobrecidos grandes segmentos de campesinos y pequeños productores; reclama el país un mandatario que ejerza la autonomía frente a las imposiciones norteamericanas que abusan de Colombia cada vez que la necesitan para agredir a país vecino.
La alusión a las relaciones comerciales con Venezuela, el discurso esconde la responsabilidad de los Estados Unidos en el conflicto quien ha involucrado al gobierno de Uribe como gatillo provocador y hostigador para vulnerar la frontera extensa con los bolivarianos y desgastar la administración de Chávez, disfrazando la intromisión con vínculos con las FARC y tráfico de drogas; hoy el país es el vertebrador de la política norteamericana en la región y no es un hecho en cuestión por los diversos actos de participación en eventos de trascendencia en la política latinoamericana.
Y el problema toral de Colombia no es pieza importante en el discurso Mockusiano, la guerra se mantiene, los enclaves actorales requieren de oficio, inteligencia, trabajo en redes y empleo para desestructurarlos y poco a poco ir modificando los estilos de vida y cultura de la muerte que prevalece en ellos. De igual manera los enclaves culturales del conflicto han dejado un registro profundo en la subjetividad que podríamos denominar el síndrome de la violencia, cuya manifestación es el uso de la fuerza para despojar al otro de sus pertenencias, sacar ventaja sin competir y en algunos casos esperan que otro resuelva lo que corresponde resolver el implicado. Necesitamos que la esperanza colombiana sea la flama del sujeto colectivo, de todos los que ansían erradicar la violencia, el despojo y el paramilitarismo debe asumirse como sujeto colectivo y no delegar en Mockus que matemáticamente resuelva lo que corresponde a todos los colombianos enfrentar como reto en el Siglo XXI.
Notas:
1) Fundación CEPS (Centro de Estudios Políticos y Sociales, 2007, Análisis en profundidad de la realidad de Colombia y su conflicto
2) Salazar, Robinson, 2006, Visibilizando al enemigo: EE.UU vs América Latina, en Revista Utopía y praxis latinoamericana, Venezuela.
3) AP. Crítico, 2010, Desnutrición por empobrecimiento asesina anualmente a 20.000 niños menores de 5 años en Colombia. Guerra económica
4) Caballero, Milton, 2010, Mockus más allá de los mitos: más guerra y privatizaciones
Colombia ante el proceso electoral
Robinson Salazar Pérez
Investigador de la Universidad Autónoma de Sinaloa, México
Especial para ARGENPRESS.info
Sábado 15 de mayo de 2010
El miedo
El miedo es un factor político efectivo al ser utilizado como herramienta política de control social por regímenes autoritarios, para amedrentar las voluntades colectivas predispuestas a la protesta, asimismo sirve para neutralizar al adversario, confinar a los habitantes de un territorio al ambiente de la vida privada y desalojar los foros públicos de voces opositoras.
Existen miedos ancestrales vehiculizados a través de la tradición oral y los aprendizajes entre comunidades y generaciones; algunos otros tienen residencia permanente en la memoria infantil e incluso prolongados hasta los años de la senectud, provocan pánico, temores e inseguridad; no desdeñemos los que provienen de libros y novelas y adquieren la configuración moldeada por nuestro imaginario de acuerdo a las circunstancias materiales en las cuales vivimos, la coyuntura durante la lectura y los vínculos de la historia escrita con algunos retazos de nuestra vida cotidiana.
La memoria tiene la doble virtud de por un lado, almacenar cantidades de imágenes, información, cifras y rostros a través del devenir de la persona quien la ejercita, y por otro, relacionar, enlazar y construir escenarios con todos los objetos memorizados e imaginar cuadros dantescos u horrorosos que vulneran la estabilidad del sujeto portador. De ahí la memoria como factor estratégico para reflexionar pero a su vez zona de vulnerabilidad en el ser humano.
En esta perspectiva, el miedo se ha convertido en un mito, sin ninguna atrevida pretensión humana a desafiarlo acumuló fuerza y se coloco inalcanzable, amenazador, vigilante y al asedio, sin posibilidad de ser alterado pero codiciado por muchos para utilizarlo como herramienta de dominio, control o imposición de voluntad sobre los demás.
Cada vez que la sociedad en general da muestra de avance, ya sea en el campo de las ciencias, las artes, el desarrollo inmobiliario, la democracia o uso de nuevos instrumentos en materia de tecnología, el miedo aparece como sombra del pasado y fantasma del futuro para atrapar las mentes débiles y orientar a grandes segmentos de la sociedad a actuar con cautela, temerosas y hasta aferradas a creencias y signos del pasado que le roban el derecho de ser libre.
Por lo anterior, el miedo lo hemos colocado en la bandeja de entrada de nuestro software humano para temerle a la vejez, la violencia, la muerte, al hambre, los accidentes, las multitudes, las riñas, los desastres naturales entre otros hechos fuente de dolor, desengaño, fracaso o pérdida material.
Sociedades que viven con miedo
Con el advenimiento del neoliberalismo y la tendencia universal de la globalización, cuyos resultados más notorios fueron el debilitamiento del estado, la reducción de los campos de acción donde operaba, la desregulación del mercado y la difuminación de las fronteras, el concepto de soberanía y autonomía estatal quedó desvanecido, los gobiernos se asentaron sobre tierra movediza y la gobernabilidad estuvo sujeta a las pretensiones de los organismos internacionales y empresas financieras que cada día ganan mayor control sobre las naciones y el mundo de las finanzas, actúan como poder de facto y ponen en entredicho la función de un gobierno nacional.
El Estado no tuvo capacidad para atajar los grandes problemas, dejó de orientar la economía, renunció a cargar de subjetividades a la ciudadanía y dedicó su esfuerzo en administrar la cosa pública sin un horizonte definido, una meta a medio y largo plazo y a sufrir los vaivenes que el mercado y “su mano invisible” generan a cada momento.
La sociedad no tuvo un referente de interlocución, pues en estas condiciones el estado no dialoga, sino impone, los partidos se convirtieron en espacios de trabajo y generadores de actos ilícitos, acciones fraudulentas y a representar a las empresas sin importarles ser electos por segmentos de la sociedad que aun estaba impávida por carecer de representación política.
La auto representación sustituyo el lugar de los partidos, en otras ocasiones los movimientos sociales reivindicaron la representación múltiple y defendieron lo que los partidos no hacen o están imposibilitados de hacer porque renunciaron a mantener el lazo social con los grupos humanos y prefirieron las reuniones y juntas con lobistas y representantes de empresas para legislar a favor de los intereses empresariales.
La sociedad paulatinamente se ausento de lo público, las calles, parques, esquinas, espacios de recreación, junta de vecinos y asociaciones comunales perdieron fuerza y capacidad de aglutinamiento, el individualismo forjó la idea del hombre libertario en la medida del consumo sin restricción alguna, que puede comprar y vender todo lo deseado como el ejercicio pleno de la libertad del mercado, de ahí puede realizar sin menoscabo la venta y a su vez compra de sus servicios, sexo, órganos, propiedades e hijos, por ello es común que la justicia, las nuevas legislaciones, las decisiones de estado, puedan ser subastadas en el mercado de la ilicitud y adquiridas por todo aquel que goza de los recursos económicos y los vínculos con el crimen organizado.
Con el mercado como vector social de nuestra sociedad afrontamos todos los riesgos, vivimos un Estado esquizoide, desarraigado de la sociedad, sin lazo social, sus discursos no tienen resonancia social, no describen los asuntos torales de la sociedad, tampoco dibujan la representación política en el imaginario del ciudadano; sus tramas están ligadas a situaciones caóticas o certezas lejanas, no deposita cemento social entre Estado y sociedad, exige obediencia pero desobedece el mandato de las normas morales instauradas y válidas, en fin, es un ente administrativo sin presencia en la subjetividad colectiva y percibido como nocivo para el futuro de la gran mayoría.
Sin representación política ni garantía de sus derechos, la sociedad contemporánea se desliza entre miedos y terrores, incertidumbre y nostalgia, silencios ocultos y confinamiento privado y evade todo aquello que lo coloca cerca del peligro, de ahí la elección de espacios menos institucionalizados, y la preferencia a actuar la mayor parte de su vida en la cotidianidad, los debates públicos no son círculos llamativos para ordenar nuevas ideas y prefieren permitir que la televisión o radio le forje la opinión pública y eso le basta para tejer tema de conversación con otros.
El miedo reside en la persona y ella tiene como refugio el espacio privado, ahí se esconde, rumia, duerme con esa pesadilla que lo encierra en sí mismo, pero si colapsa el espacio privado y la frontera porosa entre lo público y privado es diluida, el terror hace presa a la persona, la visibiliza ante los ojos escrutadores de la autoridad pública, es controlada en todos los desplazamientos y llega a un estado de ostracismo enfermizo hasta la autodestrucción.
Existen otras derivaciones de miedo provenientes del grifo de la política, caso tal de la traición como algo extraño y peligroso que vulnera las fibras sensibles de todo andamiaje institucional; el terrorista una figura creada por el Estado para aplicarla a todos quienes estén en contra de las políticas y leyes impuestas aun cuando no gocen de legitimidad, en busca ante todo de destruir la opción de la acción directa como recurso de la oposición para deponer un gobernante alejado de la confianza ciudadana.
Militarismo y miedo en América Latina
América Latina desde los años sesenta ha soportado los experimentos y aplicaciones de políticas hegemónica que los Estados Unidos instrumenta para defender sus intereses, blindar sus fronteras para “evitar” que los acontecimientos de nuestros pueblos incidan en su territorio, controlar los flujos migratorios, apoyar los inversores norteamericanos y fomentar el miedo en los lugares donde nacen focos de resistencia a la política del despojo; a su vez imponen una política de sometimiento férrea para domesticar a los gobiernos, privatizar los recursos naturales, apropiarse de las riquezas que producen los países latinoamericanos y desvertebrar las luchas populares de esta parte del continente.
La primera estrategia militar instrumentada en la desestructuración de los movimientos populares entre los años 1960-1970, fue la golpista, apoyados en la organización castrense nacional dependiente de la asistencia económica, logística e instrucción de los centros de apoyos que suministraban los recursos necesarios, asimismo los organismos internacionales guardaban vínculo estrecho con el Departamento de Estado Norteamericano, la Central de Inteligencia –CIA- y el Pentágono con la intención de cerrar pinzas sobre el país a atacar. A su vez, abrieron un zaguán informativo y de inteligencia militar para que los organismos de Estado de Norteamérica, acopiaran información, elaboraran parte de la política exterior hacia las naciones del sur y sometiera la política de los gobiernos latinoamericanos a las prioridades del coloso del norte.
La revolución cubana en 1959 fue el pretexto que enarbolaron para desatar la militarización creciente en nuestras naciones, bajo la bandera del virus rojo, el castrocomunismo, el interés de la URSS en la región y la proliferación de las guerrillas. Este ramillete de argumentos desató la primera guerra de exterminio por todo el subcontinente, a pesar de que no existía, por las condiciones reales de existencia en la población por las incipientes estructuras políticas y el trabajo organizativo débil para una insurrección, no contaban tampoco con organicidad radial propia por la dispersión de las fuerzas que anulaban la posibilidad de cambio revolucionario, lo sucedido en Cuba tenía ingredientes genéricos y muy específicos de la isla, no era una circunstancia repetible ni cabía la clonación para las otras naciones.
El interés invisible de la primera acción intervencionista militar a través de los golpes castrenses fue el de aniquilar la incipiente organicidad que venía constituyéndose en los sindicatos, descabezar los nacientes movimientos comunitarios y proscribir a los partidos de izquierda, llámese comunista o socialista. La fortaleza industrial de países como Argentina y Brasil fue objetivo a desmantelar, destruyendo las iniciativas que los gobiernos nacionalistas habían heredado a su pueblo; las minas de Chile, Bolivia y Colombia fueron punto de atención para desaparecer los sindicatos mineros y desalojar las ideas nacionalistas que en ellos gravitaban. La cintura centroamericana, repúblicas que surtían el mercado norteamericano y centro de inversión en productos agrícolas, fue presa de “coronelazos” que se sentaron en el poder para garantizar las propiedades de las compañías norteamericanas.
El predominio económico, el fortalecimiento de la dependencia industrial y militar y la apertura de los mercados de manera inmisericorde para la inversión extranjera, principalmente norteamericana, fue el principio básico que orientó la política hegemónica de los Estados Unidos en la región.
Aun así, bajo ese estado de terror, los movimientos populares y las organizaciones de izquierda persistieron en su lucha y de la guerrilla sembrada (A) inducida y sin un trabajo previo de organicidad y logística militar, se pasó a la guerrilla creciente (B) donde esta segunda etapa trazó puentes dialoguistas entre sindicatos-partidos de izquierda, movimientos campesinos-estudiantes.
Ante la recomposición de los movimientos insurgentes y la combinación de todas las formas de lucha, pero con énfasis en dos ejes: la movilización popular y la lucha armada, la estrategia norteamericana mutó y se situó en la Doctrina de Seguridad Nacional (DSN), cuyas coordenadas de la represión giraron en: desestabilizar gobiernos no afines a su política hemisférica, desindustrializar a los países que habían iniciado una tendencia de organización de las economías nacionales, redireccionó el uso de los medios masivos de comunicación en tareas desinformativas para boicotear gobiernos mediante acontecimientos guardados en el silencio, noticias descontextualizadas, estigmatizaciones, criminalizaciones sensacionalistas que encubrían la saña de los militares contra el pueblo.
En ese tenor las tareas de espionaje tomaron mayor relevancia para secuestrar, eliminar o desaparecer líderes populares, pero ante todo identificar como países problemas a todos aquellos con recursos estratégicos que garantizaran la reproducción del sistema imperial capitalista norteamericano: petróleo, minerales, recursos naturales estratégicos y genuflexión por parte de los gobernantes para modificar leyes y garantizar la inversión foránea.
La DSN coincidió con dos factores importantes: La crisis del petróleo y la configuración de la Trilateral en 1973, donde los países potencia, bajo la égida norteamericana definían el rumbo del capitalismo y la guerra frontal contra la alternativa del campo socialista.
Con la estrategia de DSN se abrió el capítulo de guerra psicológica (psicosocial-Miedo), cuyo núcleo era sembrar el miedo y terror en la ciudadana; la oposición frontal ante todo indicio de reforma o gobiernos nacionalista, acotación en todos los espacios de maniobra del Estado, la imposición de la ideología del libre mercado y la extensión de la ideología del terror y grupos paramilitares en varias esferas de la sociedad, para que desempeñaran la labor sucia que el ejército no quería maniobrar, como eran las desapariciones de líderes comunitarios, sindicales y estudiantiles, profilaxis social, secuestros y atentados, grupos de delación y falsos positivos. Es necesario resaltar que la mejor ilustración empírica de la aplicación de la guerra psicológica es Colombia, quien se ha convertido en pionera para ejecutar al pie de la letra los planes represivos en Latinoamérica.
La institucionalización de la represión gubernamental, entiéndase premilitar, en Colombia se inició en 1965, con la gestión del presidente Guillermo León Valencia, tras la expedición del decreto legislativo número 3398, “por el cual se organiza la defensa nacional”, de carácter transitorio después adoptado como legislación permanente. En ese decreto fueron creados los “grupos de autodefensas”, desde entonces arma gubernamental y de los grandes terratenientes de ese país para desatar la ola de violencia que todavía hoy soporta el pueblo colombiano, a la cual se sumó como elemento fundamental la organización de grupos armados de narcotraficantes y contraguerrillas que son parte de la guerra en el país sudamericano (1).
El punto central de la guerra psicológica-Miedo consistía en detener la propaganda devenida de la extinta Unión Soviética, China, Albania, Vietnam y Cuba; fomentar los valores cristianos y religiosos en comunidades pobres y rurales para desterrar la ideología de las clases sociales y la insurrección armada, infiltrar clandestinamente los órganos colegiados de gobierno, universidades, sindicatos y partidos políticos para detectar los agentes antigubernamentales o simpatizantes de ideologías extranjeras contrarias a los intereses norteamericanos; involucrarse en las huelgas, marchas y paros cívicos y provocar desordenes, y tener pretextos para imponer un Estado de Excepción o ley marcial y finalmente, promover un nacionalismo exacerbado para limitar ideológicamente las ideas de izquierda que provenían de otros países, puesto que sembraba el odio y el rencor en la población al señalarse al promotor de la insubordinación como agente antinacionalista que buscaba destruir al país, todo esto dio origen a la política de delación que hoy existe.
La DSN arrojó un saldo de contraguerrilla y ejércitos mercenarios en Centroamérica, paramilitarización en Colombia, golpes de Estado en Argentina, Chile, Uruguay, Brasil, Bolivia y Perú, cadena de hombres y mujeres desaparecidos, liquidación de fábricas, despojo inmisericorde de tierras en el campo agentes privados y sicariato, críticas a los gobiernos por el endeudamiento y exigencias internacionales con relación a moldear la política económica, ajustar el gasto, desregular los mercados e imponer restricciones en la aplicación de las políticas públicas y finanzas.
Para proseguir el exterminio de toda oposición, la Guerra de Baja Intensidad (GBI) fue la prolongación de la represión de la Seguridad Nacional pero con mayor énfasis en la parte ideológica y en la intromisión norteamericana como factor indispensable para apaciguar la inestabilidad política de un país latinoamericano. Los componentes de esta “nueva “estrategia eran Contrainsurgencia: derrotar movimientos de rebelión popular. Reversión: derrocar gobiernos revolucionarios o los que no se ajustan plenamente a los intereses estadounidenses y Prevención: ayudar a gobiernos aliados de Estados Unidos a evitar su desestabilización.
La GBI eximió de toda atadura jurídica y de trámite ante los Congresos la intervención estadounidense en los asuntos internos de América Latina; incluso, justificó por parte de los gobiernos en turno como necesaria y legal su presencia para contener los conflictos internos. Aunque en la letra el significado de baja intensidad alude el uso limitado de la fuerza para someter al adversario, cabe también la posibilidad, que en caso de recrudecimiento del conflicto, se pase a una guerra de mediana intensidad, donde se emplearían mayores recursos logísticos y militares. El escenario de la GBI es amplio, abarcativo y atalayador, buscando a toda costa que no quedara nada fuera del circulo represivo, de ahí que asociaran con la GBI las situaciones de inestabilidad, contención agresiva, paz armada, conflictos militares perentorios, antiterrorismo, antisubversión, conflictos internos, guerra de guerrillas, insurrecciones, guerras civiles, guerra irregular o no convencional, guerra encubierta, guerra psicológica, operaciones paramilitares, operaciones especiales e invasión con objetivo específico.
El límite de la GBI se advierte cuando el conflicto es mayor y rebasa las proporciones del armamento convencional y exige el uso de una fuerza mayor. Se pasa de la GBI a la declaración formal de guerra entre dos naciones y/o cuando se emplean masivamente fuerzas de intervención militar convencionales. Éste fue el caso de la intervención militar estadounidense en Irak, al transformarse la operación Escudo del Desierto en Tormenta del Desierto. En Centroamérica, la GBI sigue funcionando, sólo que bajo reglas distintas a la década ochenta, pero con mayor peso en lo ideológico policial.
El éxito parcial de la GBI en Centroamérica se debió a “la complicidad histórica”, porque al caer el Muro de Berlín y la descomposición de la URSS coadyuvó a favor de los intereses norteamericanos y dio apertura de los procesos de “pacificación” y desarme en Nicaragua, El Salvador y Guatemala.
Guerra preventiva: estrategia para sembrar miedos
Desde las postrimerías del Siglo XX la guerra de Irak, la estrategia afinada por los Halcones del Pentágono de militarizar el mundo para garantizar la perdurabilidad del capitalismo financiero y mantener el neocolonialismo en los países latinoamericanos, la guerra preventiva y la instauración del Estado policial en varios países del mundo, el miedo obtuvo el espacio privilegiado en la política y como nube de ambientación se cargo de suficientes dispositivos de poder y se posesionó de las subjetividades colectivas de la gran mayoría de los ciudadanos subordinados.
Para la década de los noventa la GBI pasó a otro orden de operatividad y manejo logístico conducente hacia un perfeccionamiento del control social. La invisibilización de manifestaciones en plano militar, salvo si la ocasión y el nivel de conflictividad era riesgoso; sólo priorizarían la inteligencia y la manipulación mediática con el juego del "terrorismo" y la "seguridad".
Las nuevas respuestas de los Estados Unidos al escenario naciente latinoamericano fue aplicar los dispositivos de poder para una guerra sutil pero efectiva, donde los medios de comunicación, con mayor énfasis la televisión y el Internet, desempeñaran un papel importante para desmentalizar a los jóvenes, desestructurar los imaginarios sociales e imponer un nuevo cuadro de subjetividades colectivas, donde el predominio del tiempo instantáneo, lo impronta, la resistencia a vivir procesos y la inclinación por desistir a construir el futuro basado en inversión de ideas, tiempo, trabajo colectivo y redes asociativas fuese el tipo ideal a construir. Con este esquema configuraba un ciudadano mediático, insular, fragmentado de toda red asociativa y con rupturas severas en el eje conectivo del tiempo, donde el pasado no tenía ninguna significancia en su vida y el futuro era un referente lejano, por lo que el presente se perpetuaba y prolongaba.
Paralelamente y como pieza complementaria de la estrategia global, se instrumentó el Plan B de contingencia que consistía en la activación de los conectores del poder que condujeran hacia la constitución de un Estado Policial que vigilara, mediante el uso de la electrónica, los vínculos entre los gobiernos y el incremento de ejércitos privados para eliminar todo intento desestabilizador; Los acuerdos intergubernamentales permitieron armar bancos de datos, transferir información, enlazar policías para atender casos de flujos de migrantes, pandillas y movimientos populares e indígenas que van más allá de las fronteras nacionales, dar seguimiento a sucesos delictivos y políticos ajenos a los intereses privados y ante todo, prestar asesoría para desestructurar los movimientos antisitémicos, como lo hace Colombia en Paraguay y el área centroamericana.
Después de Colombia, Centroamérica es la región de experimentación mas activa en probar el Plan B o Estado Policial (EP), Naomi Klein le denomina “Democracia Big Brother”, cuyo objetivo central es llevar la GBI hacia la ciudadanía, eliminar los derechos políticos, recortar los derechos sociales, anular las políticas públicas, acotar los espacios de maniobra para defender sus derechos y conquistas laborales, reformar las leyes, criminalizar las protestas en las calles y confinarle en un rincón en donde tenga un estatus de indefensión absoluta.
El Estado policial cuenta con un holograma que grafica subjetivamente al enemigo: la lucha contra el terrorismo, El populismo radical, el crimen organizado y Tráfico de drogas y los enemigos del orden global.
Estado policial y el miedo
El recurso ideológico del EP es el miedo, que busca, y ha logrado hasta ahora, sembrar la incertidumbre como una estrategia constructora de escenarios de riesgo insertados en la subjetividad de los colectivos humanos. El objetivo es alterar los estados de ánimo en las personas que conduzcan a desordenarle las coordenadas que dan estabilidad a la vida cotidiana, puesto que la angustia, el temor y la sensación de estar en peligro los lleva a estados depresivos y de angustia colectiva. Además, el miedo insulariza a las personas, las confina al espacio privado o intimo y re-aparece como garantía de la vida dado que por miedo a los males el futuro se anticipa y entra aislacionismo permanente y concede todas las facultades al estado para conservar la seguridad necesaria para reproducirse socialmente y obtener la preservación de la vida y la felicidad.
Ahora bien, la estrategia de fracturar a la sociedad, de insularizarla y dejarla como archipiélago humano, no es descabellada porque puede rendirle frutos tempranos a los apetitos de los empresarios y políticos sometidos al gran capital. Si el aislamiento prolongado conlleva a la perdida concomitante de seguridad personal y reducción de las capacidades afectivas, entonces provoca en la sociedad la sensación de autismo social, nadie se interesa por el otro y afloran las estrategias de sobrevivencia personales o individuales, alejándose de toda posibilidad de ejecutar alguna acción colectiva; lo otro que puede sumarse es el atrofiamiento de las capacidades de concentración, memoria y vigilancia.
Lo reseñado puede derivar en disturbios mentales y/o psicológicos que incrementen los suicidios o, por otro lado, que el confinamiento atrofie la fortaleza cognitiva y lo deje sin posibilidad de enfrentar situaciones complejas de emergencia, pierda habilidades para resolver problemas de la vida cotidiana y se aleje de buscar innovaciones o alternativas en la resolución de circunstancias adversas en su vida.
Con el miedo los gobiernos de derecha y el depredador neoliberalismo tienen la intención de redireccionar la mirada y las vidas de los seres humanos, principalmente los desposeídos, hacia un solo sentido, donde el camino sea irreversible y no haya la oportunidad de ser re-pensado porque ya está trazado y no hay alternativa paralela.
Inculcan en las subjetividades la inexistencia del futuro, porque este está ligado a la duración de la vida y no trasciende después de la muerte en el individuo, de ahí que el presente se perpetúa en la agonía, se prolonga en las necesidades y se contrae al pensarlo. Es una estrategia para que el presente sea encapsulado y el futuro corto e insignificante.
La otra pieza discursiva es el uso del terrorismo como un enemigo impredecible, invisible y súbito lo posiciona en el subconsciente colectivo como algo que desconocemos, que jamás lo vamos a controlar y que está siempre presente en nuestras vidas, provocando un estado persecutorio permanente en nuestras vidas. Ya no controlamos nuestro espacio particular privado, necesitamos de la protección de un salvador, un guerrero o un Estado que sepa usar la fuerza, la autoridad y los recursos necesarios para eliminar al enemigo imaginario, a costa de perder o permitir la invasión en nuestra vida privada.
Así se auto-representa el EP, y con la amenaza del terrorismo ha encarcelado a la sociedad, limitándola a atrincherarse en su individualismo, a temer de los semejantes, a ver al otro como potencial agresor, a vivir con la incertidumbre pegada a la vida y alejada de toda posibilidad de hacer vida comunitaria, porque cada vez que lo hace, el riesgo aumenta. La fragmentación, el alejamiento de los espacios públicos de deliberación y convivencia, la necesidad de estar ligados a la televisión para recibir la información visual permanente y mantenerse preocupado por contratar un seguro, compañías de seguridad personal, etc., son los síntomas de una sociedad enferma que se dejó impregnar por el virus del terrorismo mítico.
Ahora bien, no sólo por razones políticas y económicas el Estado Policial busca, para legitimar el uso de la fuerza e invadir la privacidad de las personas, encontrar culpables –aunque sean ficticios o ajenos a las acciones que se les imputan-, sino también por un recurso defensivo orientado a reducir la tensión que produce pensar algo terrible, lesivo de nuestra seguridad y nuestras vida; el Estado (2) como agente que intenta demostrar que controla y proporciona certidumbre, en esta contienda antiterrorista, en coyunturas propicias hace visible al enemigo, aunque esa visibilidad no está ligada al control o la destrucción absoluta de enemigo, sino como un elemento distractor que lo habilita como un ente capaz de atacar, imponer leyes, recortar las garantías constitucionales, etc., en favor de la “seguridad”.
La lucha contra el crimen organizado y miedo es el eje ideológico; reformas en el ámbito judicial para hacer las aprehensiones más efectivas y sin mediar proceso para demostrar la falta imputada, son parte del eje represivo; hostigamiento, intervenciones de líneas de comunicación (Telefónica, Internet o grabaciones ilegales) son los componentes del eje coactivo y despidos laborales sin justificación alguna y ordenes de aprehensión por participar en protestas callejeras o desobediencias civiles, conforman eje coercitivo; las cuatro bielas estructuran el cuadrante de la nueva GBI contra la ciudadanía.
Riesgos del postmiedo en Colombia
Colombia desde 1997 a la fecha está convertida en la plataforma hostigadora para todos los movimientos y gobiernos que intentan salir del círculo de dominio norteamericano, asimismo empresa bélica que surte a países del continente de material humano capacitado en labores de espionaje, sicariato, paramilitarismo, profilaxis social, infiltraciones comunitarias y vínculos de redes de ilicitud del narcotráfico con militares, de ahí que existan acuerdos y presencia de exterminadores en Honduras, El Salvador, Paraguay, Perú y Costa Rica, y en otros países de la región están presente sin acuerdo de gobierno pero bajo custodia de empresarios y complicidades de agentes gubernamentales locales, como en México, Guatemala, en la zona limítrofe de Venezuela y Argentina.
El Plan Colombia, las bases militares recién aprobadas que instalaran una sofisticado equipo de comunicación digital-satelital, acompañado por asesoría de empresas que prestan el servicios de ejércitos privados, brindaran la oportunidad a los gobernantes colombianos para provocar, apoyar, intervenir en los asuntos de los países vecinos, algunos bajo pretexto del fabuloso contenido del computador de Raúl Reyes y otras veces bajo la argumentación falaz de incursiones de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia –FARC- en territorio fronterizo, secuestros o atentados que en la mayoría de las veces son cometidos por el gobierno en turno y lo adjudica a los alzados en armas. Es una práctica añeja en la clase gobernante del país andino.
Indudablemente que toda acción militar que desarrolle Colombia contra los países colindantes cuenta con el aval de la administración Clinton, dado que Obama sólo cumple lo que ordena el matrimonio tras el poder, dado que los conservadores no lo aceptan como presidente y es tolerado por los oficios de los Clinton que son la mediación entre gobierno norteamericano y poder militar y financiero.
Los arreglos entre gobiernos (Estados Unidos y Colombia) va más allá de lo formal, hay implicaciones de lo que discursivamente combaten, el trafico de drogas y lavado de dinero. Los empresarios que en la administración de Álvaro Uribe fueron detenidos por narcotráfico y blanqueo de fortunas, al igual que capos de la droga que protegía el gobierno colombiano no son juzgados ni condenados con largas penas como lo hacen con otros apresados, sino que en menos de un año se declaran Testigos Protegidos, cambian de identidad, obtienen residencia en Estados Unidos u otro país y revelan a los norteamericanos las fuentes y redes del trafico de drogas, negocio en el que cada día los agentes norteamericanos tienen mayor participación y jugosas ganancias.
Internamente en Colombia se impuso un régimen de terror bajo la administración Uribe, la Seguridad Democrática se transformó en securitización de la vida cotidiana, donde el gobierno vigiló, controló, persiguió y exterminó a todo aquel que consideraba enemigo de la nación, del régimen y del proyecto de gobierno, de ahí que sindicalistas, intelectuales, líderes comunitarios, profesores de zonas marginadas, gestores sociales, miembros de redes solidarias, comunidades en resistencia y militantes de izquierda fueron desapareciendo hasta dejar un ambiente umbrío, alejado de las reciprocidades, temeroso de la delación que se convirtió en fuente de ingreso para muchos desempleados que abusaron de esa práctica sin importarle la vida del señalado, las familias fueron confinándose al espacio público y los espacios públicos fueron convertidos en lugares mudos, ausentes, carente de dialogo y estigmatizados como peligrosos.
La política paso de lo colectivo y plural a lo singular; la persona, su sonrisa, los favores de la televisión, la parafernalia en los actos públicos y la venta de un mundo inexistente a través del discurso oficial que impuso la norma tácita (quien no la cumplía era perseguido o exterminado) que la globalización es oportunidad, el neoliberalismo es sinónimo de calidad y competitividad y los tratado comerciales ventajosos para consumir lo mejor y más barato, cargó la subjetividad colectiva de los colombianos y abrumó sus esperanzas hasta llevaros a niéveles de esquizofrenia política que obnubiló las mentes y bajo el delirio mediático destacaban valores, virtudes, fuerza y capacidad del presidente Uribe; cegados estaban ante la ola privatizadora, la pulverización de los derechos laborales, el golpe de timón que dio a la educación hasta convertirla en capacitación laboral y ajena a la búsqueda de hallazgos científicos; nutrió a los buitres que comían en su mesa e invitó a numerosas empresas a invertir en el país sin importarle la contaminación y destrucción de reservas ecológicas, de aguas y cambios de cultivos que impactaban de manera drástica en las comunidades locales y regionales.
Los fraudes, desfalcos, desvíos de recursos, desatención de demandas de los pueblos y comunidades, la carencia de servicios básicos y el flujo de desplazados por la guerra interna llegó a 4 millones de personas que perdieron su lugar, propiedades, abandonaron sus tradiciones, costumbres, reciprocidades y tramas sociales que día tras días tenia con sus congéneres. Nada de esas exigüidades y destrozos transitaban por los medios de comunicación ni por la televisión, principales aliados de Uribe. La uribización ideológica cargaba de sentido el ambiente político y cultural de Colombia.
Al final de su administración, la colcha de retazos ideológicos no alcanzaba para tapar tanta ineptitud, robos, tráficos de influencias, despojos y muertes; dos administraciones apagaban la flama de pebetero que los norteamericanos habían colocado en Colombia para alumbrar invitar a la obra mayúscula de sadismo y sin pudor: uribelandia, un episodio largo imitando la obra de Donatien Alphonse François, pero fue la paga que dio un testigo protegido No 82 desde 1991, cuando fue senador y colaborador de Pablo Escobar, lo afirma el documento de la Central de Inteligencia Americana-CIA-.
Indudablemente, la euforia, el carnaval de dinero en los medios y la fanfarronería de que acabaría con la insurgencia en Colombia embriagaron las expectativas de los ciudadanos, cada día eran cifras que adornaban los noticieros de guerrilleros caídos, decían que eran menos de 8 mil los alzados en armas, los muertos superaban los 30 mil y aun mantenían el tenor discursivo, las cuentas no cuadraban. El fenómeno Chávez en Venezuela sirvió de pretexto para ampliar el radio de acción bélico, la represión abrió el compas de acción y los resultados eran los mismos, se acercaba el fin de la era Uribe.
Es claro para los especialistas en ciencias sociales, que el miedo atemoriza, confina a un espacio reducido al hombre y mujer hasta arrinconarlo en un estadio de parálisis, inmovilidad y con la capacidad dialógica atrofiada, porque ve en el otro un potencial agresor y el mundo exterior lo percibe como adverso a sus intereses.
En este estado catatónico relacional, las redes sociales no importan, las reciprocidades desaparecen lentamente y nos induce a un estadio de autismo social, que al permanecer por largo tiempo, nos impide ver donde se fraguan u ordenan las construcciones políticas novedosas que puedan negar la adversidad existente, entre ellas las acciones colectivas de algunos movimientos sociales, la guerra de posiciones, las aperturas de arcos convergentes, los núcleos de subjetividades de rupturas, los avances de la oposición armada, las acciones de intercambio humanitario, las comunidades de base y las voluntades populares en disposición movimientista.
Justo ahí aparece el quiebre de la tendencia silenciosa de la política instaurada por Uribe, la imposibilidad jurídica que la Corte Suprema de Justicia emite contra la re-elección toma por sorpresa a los electores que no habían oteado un Plan B ni una construcción política distinta a la difundida por el gobernante en turno y, ante monumental oquedad, el personaje osado, Antanas Mockus, con discurso vacío, con énfasis en lo moral, ética política, el manejo con transparencia de los recursos públicos, el respeto a la tolerancia, la crítica a los fraudes, la impunidad, la necesidad de reconstituir las instituciones públicas atrae cual imán en caja de clavos, los desesperados anhelos de los colombianos que viven dentro de un espectro dantesco donde… mueren anualmente más de 20 mil niños menores de 5 años por desnutrición aguda, de cada 100 madres desplazadas gestantes, 80 padece desnutrición crónica, el desplazamiento forzado supera los 4.5 millones de personas y con un PEA (Población Económicamente Activa) cesante que supera el 60%; no obstante el gobierno se esfuerza en presentar como un logro de su estrategia política y social los 20,5 millones de colombianos y colombianas pobres y a 7,9 millones en extrema pobreza o miseria. Según la línea de pobreza oficial, son pobres los miembros de un hogar de cuatro personas que el año pasado acumulaban un ingreso mensual máximo de 1'086.000 pesos; si el ingreso percibido es inferior a 468.000 pesos, se considera en extrema pobreza. 23 de cada mil niños en la costa Caribe mueren de hambre (PUND). 25 infantes de cada 100 en la Guajira, presentan desnutrición crónica. Cifras de Unicef.(3)
La postura de Mockus ante las demandas de los habitantes del país mencionado es esquiva, de ahí que la lectura que manda a los lectores es la de un candidato de racionalidad neoliberal, con discurso irreal y vacuo que dibuja una Colombia con perfil de país nórdico (Finlandia, Noruega Suecia, Dinamarca…) que propone sustentabilidad ante las nuevas obras y cuidado de la naturaleza, mercados emergentes, presión militar para promover la desmovilización de los insurgentes, calidad de vida, promoción de la salud en zonas marginadas, respeto y tolerancia, integración familiar y formación de nuevos ciudadanos con alta cultura política; asimismo, comparte la Seguridad Democrática y mantendrá el apoyo, en caso de ser electo, a las fuerzas castrenses, la presencia militar y bases de operaciones de los norteamericanos, la agenda de las privatizaciones mantendrá la entrega de los recursos públicos y estratégicos de la nación, las inversiones en agua, represas, minas, biodiversidad con la industria farmacéutica al frente, será vital para los inversores extranjeros.
No asume ningún compromiso de retornar los derechos sindicales despojados. Todo indica que alentará el empleo indirecto, sin carga a los empresarios, esquilmador de laborales prestaciones y con salarios reprimidos. En educación no hay un planteamiento claro del papel de la universidad en el desarrollo socio-económico y cultural del país y elemento coadyuvante en la solución de miles de problemas que debe enfrentar el estado. Y en política de seguridad no hace propia la voz reclamante de desenterrar los enclaves paramilitares incrustados a lo largo y ancho del país, donde empresarios, comerciantes, grupos musicales, medios de comunicación representantes políticos, empresarios deportivos, universidades privadas y públicas comparten responsabilidad para mantener el miedo, el terror y exterminar a todo colombiano que piense distinto al gobierno.
Los interrogantes que hace Milton Caballero los hago propio y socializo:
* ¿Gastará, como Uribe en 2009, $19,2 billones anuales del Presupuesto Nacional en la “seguridad democrática” que ha prometido continuar?
* ¿Privatizará el 15% de Ecopetrol, la principal empresa del Estado, como propuso Sergio Fajardo?
* ¿Vender las entidades públicas más productivas es una herramienta válida para financiar la educación y otros ámbitos sociales?
* ¿Continúa siendo partidario del cobro escalonado de matrículas, como cuando fue rector de la Universidad Nacional?
* ¿Sigue creyendo que los decretos de Uribe sobre salud “son legítimos” y que la crisis del sector se resuelve con más impuestos?
* ¿Los gravámenes a todos los estratos son la vía para afrontar los problemas del país?
* ¿Dónde están las grandes estrategias de defensa del medio ambiente que se supone son el fuerte de un partido Verde?
* ¿Su respaldo a la reforma laboral de 2003, que atenta contra derechos de los trabajadores, sigue en pie?
* ¿Por qué se fue a la sombra de Opción Centro, el grupo amigo del procesado senador Gil, y no optó por construir partido propio?
* ¿Cree en realidad que “las balas también son un recurso pedagógicas” como dijo hace poco?
* ¿Por qué se atemoriza ante los regaños de Uribe y ruega que lo siga considerando “un firme timonel de la seguridad”? (3)
La imagen del lituano-colombiano es emotiva, colorea la organicidad con verde esperanza y equilibrio de la naturaleza, con perfil parco, alejando del consumo y estricto ahorrador, apegado a la familia, sistémico en su trabajo y matemático por profesión ofrecen un gobernante puntual, transparente, eficiente en las tareas y eficaz para actuar y transparente en el manejo de las finanzas públicas. Sin embargo la Colombia necesita más que una imagen de niño bueno y aplicado, requiere un gobernante audaz, capaz de confrontar a los sectores latifundistas que han acaparado tierras y empobrecidos grandes segmentos de campesinos y pequeños productores; reclama el país un mandatario que ejerza la autonomía frente a las imposiciones norteamericanas que abusan de Colombia cada vez que la necesitan para agredir a país vecino.
La alusión a las relaciones comerciales con Venezuela, el discurso esconde la responsabilidad de los Estados Unidos en el conflicto quien ha involucrado al gobierno de Uribe como gatillo provocador y hostigador para vulnerar la frontera extensa con los bolivarianos y desgastar la administración de Chávez, disfrazando la intromisión con vínculos con las FARC y tráfico de drogas; hoy el país es el vertebrador de la política norteamericana en la región y no es un hecho en cuestión por los diversos actos de participación en eventos de trascendencia en la política latinoamericana.
Y el problema toral de Colombia no es pieza importante en el discurso Mockusiano, la guerra se mantiene, los enclaves actorales requieren de oficio, inteligencia, trabajo en redes y empleo para desestructurarlos y poco a poco ir modificando los estilos de vida y cultura de la muerte que prevalece en ellos. De igual manera los enclaves culturales del conflicto han dejado un registro profundo en la subjetividad que podríamos denominar el síndrome de la violencia, cuya manifestación es el uso de la fuerza para despojar al otro de sus pertenencias, sacar ventaja sin competir y en algunos casos esperan que otro resuelva lo que corresponde resolver el implicado. Necesitamos que la esperanza colombiana sea la flama del sujeto colectivo, de todos los que ansían erradicar la violencia, el despojo y el paramilitarismo debe asumirse como sujeto colectivo y no delegar en Mockus que matemáticamente resuelva lo que corresponde a todos los colombianos enfrentar como reto en el Siglo XXI.
Notas:
1) Fundación CEPS (Centro de Estudios Políticos y Sociales, 2007, Análisis en profundidad de la realidad de Colombia y su conflicto
2) Salazar, Robinson, 2006, Visibilizando al enemigo: EE.UU vs América Latina, en Revista Utopía y praxis latinoamericana, Venezuela.
3) AP. Crítico, 2010, Desnutrición por empobrecimiento asesina anualmente a 20.000 niños menores de 5 años en Colombia. Guerra económica
4) Caballero, Milton, 2010, Mockus más allá de los mitos: más guerra y privatizaciones
2 de mayo de 2010
Diagnóstico de las violencias
Gregorio Peces-Barba
El País de Madrid
01 – 05 - 2010
Catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad Carlos III de Madrid
-
Sólo es justa la violencia racionalizada que monopoliza la fuerza legítima del poder político democrático que es además proporcionada y moderada. Las demás violencias, incluido el monopolio de la fuerza en otras formas de poder político no democrático no son legítimas. Son rechazables, denunciables y condenables. Desde la opinión pública, desde los medios de comunicación, desde las instancias internacionales y desde los poderes democráticos hay que estar alerta, publicar las denuncias de las violencias y combatirlas sin descanso. Las fuentes intelectuales, y los motores de todas esas formas de violencia se impulsan desde el fanatismo, el realismo y el fatalismo. Son la expresión de mentalidades cerradas, de sociedades herméticas que sólo creen en su verdad y se consideran poseedoras de la única respuesta correcta. Generan conflicto y violencia, desde una perspectiva excesiva y patológica de una concepción del bien o de una filosofía comprensiva. Desde la concepción del bien, y el mejor ejemplo es la Iglesia católica institucional en países como España, se trata de convertir a la ética de sus creyentes en la ética pública y común de todos los ciudadanos. Cuando se trata de una filosofía comprensiva incompatible como el fascismo o el comunismo es pretender convertir a sus ideas en únicas y exclusivas de todos los ciudadanos como militantes de sus excesos, identificando militantes y creyentes e impidiendo la libertad de conciencia.
Desde este punto de vista es incomprensible y fuera de toda razón que un magistrado del Tribunal Supremo legitime a gente de ese cariz para impulsar una acusación contra un juez, criticable como todos, pero que ha hecho servicios impagables de justicia al país. Esa tendencia a la benevolencia frente a esos sectores intransigentes y de imposible pedigrí democrático escandaliza y llama la atención. Que jueces se pongan del lado de los infractores, de los delincuentes, y de las ideologías violentas y cuyos antecesores produjeron daños y crímenes durante la guerra y durante "la paz" posterior y persigan a quienes les combaten, e incluso les aconsejan para que mejore la calidad de su acusación francamente llama poderosamente la atención y genera sentimientos de estupor, de desprecio y de rechazo. No parece que la filosofía del odio y del enemigo sustancial pueda ser guía para impartir justicia. Es más bien expresión de sentimientos reprobables e inconfesables. Es también un brote de violencia, aunque se encubra con fórmulas de justicia.
Entre las violencias existe una pluralidad multiforme y omnipresente que abarca niveles individuales, familiares, entre grupos sociales, en las relaciones entre ideologías políticas y entre Estados, con la peor de todas que es la guerra. Puede ser violencia bru-tal, violencia insidiosa, oculta, racionalizada, planificada, consentida y justificada. También puede consistir en un no hacer, en una pasividad culpable de silencio, de contemplar indulgentemente violencia de corrupción y de daños sociales irreparables.
A veces esos tibios como Rajoy hacen más daño que los autores materiales de violencias directas. La violencia brutal es la del terrorismo, la de la tortura, la de la guerra y la que se ejerce frente a seres más débiles como mujeres, niños y ancianos.
Entre los hechos más odiosos están el holocausto de millares de judíos que no podemos olvidar como decía Paul Èluard: "Si l'echo de leur voix faiblit nous perirons" (si el eco de su voz se debilita pereceremos). Todos olvidamos, incluidos los que sufrieron en su raza aquel crimen. Es un sarcasmo que ahora utilicen también la violencia brutal contra otro pueblo indefenso. Es verdad que su crimen, no justifica tampoco la respuesta criminal de algunas minorías palestinas. Quizás sea una maldad y una raíz de violencia que está en nuestra propia condición.
En España tenemos nuestro holocausto propio que fue la Guerra Civil originada por un levantamiento militar que encabezó Franco contra el Gobierno constitucional de la República. Fue un compendio de crueldad, de injusticia, de mezquindad, con comportamientos heroicos, altruistas y de grandeza.
Los ganadores vieron compensado su sufrimiento y quienes les dañaron criminalmente fueron castigados. Los perdedores no fueron compensados por las injusticias sufridas y recibieron represión y muerte acabada la guerra. Muchos fueron condenados por un delito, auxilio a la rebelión, que se aplicó con efectos retroactivos, burlándose de todos los principios penales civilizados y la transición para ser posible no reparó esa injusticia.
No se comprende que la derecha no acepte la recuperación de la memoria histórica que sólo quiere paliar aquella brutal represión devolviendo la inocencia y la dignidad a aquellas personas. Cuando acabó la guerra no empezó la paz, sino que continuó el intento de destruir a las ideologías perdedoras, acabando con sus portadores.
La prescripción y la muerte de los responsables reduce la justicia y, deberá, sobre todo enterrar dignamente a los miles de muertos que aún yacen en las cunetas y en los campos y declarar la nulidad de aquellos juicios sumarísimos con leyes penales aplicadas retroactivamente y de las demás ejecuciones sin juicio.
La violencia insidiosa y oculta es la que padecen los pobres, los analfabetos, los extranjeros y los demás oprimidos. Es también la violencia de la mentira institucionalizada en algunos medios, esas técnicas de envilecimiento de que hablaba Gabriel Marcel.
No podemos tampoco olvidar la violencia de la clasificación de las personas y la personificación de las cosas, ni la idea de la persona como un lugar para el consumo expresión de la alineación opulenta que Marx no pudo prever. Es la situación de la persona que se convierte en propiedad de sus propiedades y pierde toda su humanidad.
Hay que rechazar también la violencia intelectual, la guerra de los sistemas, las interpretaciones excluyentes, la arrogancia de los poderosos y la agresión de los dogmatismos golpeando con sus verdades aplastantes. La violencia colectiva, propia de sociedades cerradas y excluyentes se utiliza y aplica para crear y fijar la conciencia y la identidad del grupo en defensa de su identidad racial, nacional o religiosa. Pretende destruir al enemigo, con el que no cabe ningún acuerdo. Ejemplos son el genocidio, la persecución de los heterodoxos, el exilio, la deportación o los campos de exterminio.
Frente a esas miles de realidades, la democracia ofrece el consentimiento como origen del poder, la separación de poderes, el gobierno de las leyes, el respeto a las mayorías y a las minorías y el sufragio universal, el reconocimiento de los derechos y una educación para la ciudadanía que integra el respeto y la tolerancia como formas de convivencia en paz y libertad.
Sólo caben esas recetas para combatir las violencias a través del Derecho. Hay que seguir la línea recta y no caben atajos en esas tareas.
El País de Madrid
01 – 05 - 2010
Catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad Carlos III de Madrid
-
Sólo es justa la violencia racionalizada que monopoliza la fuerza legítima del poder político democrático que es además proporcionada y moderada. Las demás violencias, incluido el monopolio de la fuerza en otras formas de poder político no democrático no son legítimas. Son rechazables, denunciables y condenables. Desde la opinión pública, desde los medios de comunicación, desde las instancias internacionales y desde los poderes democráticos hay que estar alerta, publicar las denuncias de las violencias y combatirlas sin descanso. Las fuentes intelectuales, y los motores de todas esas formas de violencia se impulsan desde el fanatismo, el realismo y el fatalismo. Son la expresión de mentalidades cerradas, de sociedades herméticas que sólo creen en su verdad y se consideran poseedoras de la única respuesta correcta. Generan conflicto y violencia, desde una perspectiva excesiva y patológica de una concepción del bien o de una filosofía comprensiva. Desde la concepción del bien, y el mejor ejemplo es la Iglesia católica institucional en países como España, se trata de convertir a la ética de sus creyentes en la ética pública y común de todos los ciudadanos. Cuando se trata de una filosofía comprensiva incompatible como el fascismo o el comunismo es pretender convertir a sus ideas en únicas y exclusivas de todos los ciudadanos como militantes de sus excesos, identificando militantes y creyentes e impidiendo la libertad de conciencia.
Desde este punto de vista es incomprensible y fuera de toda razón que un magistrado del Tribunal Supremo legitime a gente de ese cariz para impulsar una acusación contra un juez, criticable como todos, pero que ha hecho servicios impagables de justicia al país. Esa tendencia a la benevolencia frente a esos sectores intransigentes y de imposible pedigrí democrático escandaliza y llama la atención. Que jueces se pongan del lado de los infractores, de los delincuentes, y de las ideologías violentas y cuyos antecesores produjeron daños y crímenes durante la guerra y durante "la paz" posterior y persigan a quienes les combaten, e incluso les aconsejan para que mejore la calidad de su acusación francamente llama poderosamente la atención y genera sentimientos de estupor, de desprecio y de rechazo. No parece que la filosofía del odio y del enemigo sustancial pueda ser guía para impartir justicia. Es más bien expresión de sentimientos reprobables e inconfesables. Es también un brote de violencia, aunque se encubra con fórmulas de justicia.
Entre las violencias existe una pluralidad multiforme y omnipresente que abarca niveles individuales, familiares, entre grupos sociales, en las relaciones entre ideologías políticas y entre Estados, con la peor de todas que es la guerra. Puede ser violencia bru-tal, violencia insidiosa, oculta, racionalizada, planificada, consentida y justificada. También puede consistir en un no hacer, en una pasividad culpable de silencio, de contemplar indulgentemente violencia de corrupción y de daños sociales irreparables.
A veces esos tibios como Rajoy hacen más daño que los autores materiales de violencias directas. La violencia brutal es la del terrorismo, la de la tortura, la de la guerra y la que se ejerce frente a seres más débiles como mujeres, niños y ancianos.
Entre los hechos más odiosos están el holocausto de millares de judíos que no podemos olvidar como decía Paul Èluard: "Si l'echo de leur voix faiblit nous perirons" (si el eco de su voz se debilita pereceremos). Todos olvidamos, incluidos los que sufrieron en su raza aquel crimen. Es un sarcasmo que ahora utilicen también la violencia brutal contra otro pueblo indefenso. Es verdad que su crimen, no justifica tampoco la respuesta criminal de algunas minorías palestinas. Quizás sea una maldad y una raíz de violencia que está en nuestra propia condición.
En España tenemos nuestro holocausto propio que fue la Guerra Civil originada por un levantamiento militar que encabezó Franco contra el Gobierno constitucional de la República. Fue un compendio de crueldad, de injusticia, de mezquindad, con comportamientos heroicos, altruistas y de grandeza.
Los ganadores vieron compensado su sufrimiento y quienes les dañaron criminalmente fueron castigados. Los perdedores no fueron compensados por las injusticias sufridas y recibieron represión y muerte acabada la guerra. Muchos fueron condenados por un delito, auxilio a la rebelión, que se aplicó con efectos retroactivos, burlándose de todos los principios penales civilizados y la transición para ser posible no reparó esa injusticia.
No se comprende que la derecha no acepte la recuperación de la memoria histórica que sólo quiere paliar aquella brutal represión devolviendo la inocencia y la dignidad a aquellas personas. Cuando acabó la guerra no empezó la paz, sino que continuó el intento de destruir a las ideologías perdedoras, acabando con sus portadores.
La prescripción y la muerte de los responsables reduce la justicia y, deberá, sobre todo enterrar dignamente a los miles de muertos que aún yacen en las cunetas y en los campos y declarar la nulidad de aquellos juicios sumarísimos con leyes penales aplicadas retroactivamente y de las demás ejecuciones sin juicio.
La violencia insidiosa y oculta es la que padecen los pobres, los analfabetos, los extranjeros y los demás oprimidos. Es también la violencia de la mentira institucionalizada en algunos medios, esas técnicas de envilecimiento de que hablaba Gabriel Marcel.
No podemos tampoco olvidar la violencia de la clasificación de las personas y la personificación de las cosas, ni la idea de la persona como un lugar para el consumo expresión de la alineación opulenta que Marx no pudo prever. Es la situación de la persona que se convierte en propiedad de sus propiedades y pierde toda su humanidad.
Hay que rechazar también la violencia intelectual, la guerra de los sistemas, las interpretaciones excluyentes, la arrogancia de los poderosos y la agresión de los dogmatismos golpeando con sus verdades aplastantes. La violencia colectiva, propia de sociedades cerradas y excluyentes se utiliza y aplica para crear y fijar la conciencia y la identidad del grupo en defensa de su identidad racial, nacional o religiosa. Pretende destruir al enemigo, con el que no cabe ningún acuerdo. Ejemplos son el genocidio, la persecución de los heterodoxos, el exilio, la deportación o los campos de exterminio.
Frente a esas miles de realidades, la democracia ofrece el consentimiento como origen del poder, la separación de poderes, el gobierno de las leyes, el respeto a las mayorías y a las minorías y el sufragio universal, el reconocimiento de los derechos y una educación para la ciudadanía que integra el respeto y la tolerancia como formas de convivencia en paz y libertad.
Sólo caben esas recetas para combatir las violencias a través del Derecho. Hay que seguir la línea recta y no caben atajos en esas tareas.
1 de mayo de 2010
El papel del trabajo
En la transformación del hombre en mono
Marcelo Colussi
(especial para ARGENPRESS.info)
En el año 1876 Federico Engels presentaba su ensayo "El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre". Explicaba ahí cómo el trabajo cumple la histórica misión de ir creando un ser cualitativamente nuevo a partir de una especie anterior. Es decir: el trabajo como actividad creadora comenzaba a transformar la naturaleza y abría un capítulo novedoso en la historia. .
Nunca hasta ese entonces –dos millones y medio de años atrás según lo que hoy día las ciencias arqueológicas pueden establecer– un animal había modificado consciente y productivamente su entorno. La actividad de las hormigas, de las abejas o de los castores, grandes "ingenieros" por cierto, no puede ser considerada una acción laboral en sentido estricto. Todas estas especies repiten desde tiempos inmemoriales su carga genética, no inventan nada nuevo, no se "desarrollan" y jamás, desde hace millones de años, evolucionaron en la forma de realizar su producción (los hormigueros o los panales son iguales desde siempre). Fue cuando nuestros ancestros descendieron de los árboles y comenzaron a tallar la primera piedra cuando puede decirse que hay "trabajo" en sentido humano, como actividad creadora, como práctica que transforma el mundo natural y va transformando al mismo tiempo a quien la lleva a cabo. Y desde que arrancó esa primera actividad con el primer homo habilis –en África, en lo que hoy es el norte de Tanzania– la evolución ha sido continua y a velocidades cada vez más aceleradas. En esa perspectiva, entonces, el papel del trabajo –como lo afirmara Engels– ha sido fundamental: fue la instancia que "creó" al ser humano. Pasamos de monos a seres humanos por el trabajo.
Es en esa lógica que tiene sentido entonces lo dicho por Hegel: "el trabajo es la esencia del ser humano". Gracias al trabajo dejamos de ser monos, nos civilizamos, dejamos atrás el mundo animal y fuimos construyendo un ámbito enteramente simbólico: fue quedando superado el instinto reemplazándose por la cultura.
La historia del ser humano, en definitiva, es la historia en torno a cómo fue organizándose ese acto tan especial, tan fundamental y definitorio que es el trabajo. Desde que nuestra especie pudo producir más de lo que necesitaba para sobrevivir, desde que hubo excedente, empezaron los problemas. Alguien –el más fuerte, el más listo, el más sinvergüenza, no importa– se apropió del excedente y surgieron las diferencias de clase social. Y así venimos hace ya varios milenios, a los tropezones, entre luchas a muerte entre poseedores y desposeídos, entre guerras y violencia ("la violencia es la partera de la historia" dijo Marx). Los que quedaron como propietarios en esta lucha de clases –sean amos esclavistas, casta sacerdotal, señores feudales, o más recientemente burguesía industrial, accionistas, banqueros, etc.– no ceden ni un milímetro de sus privilegios. Por otro lado, las grandes mayorías perjudicadas, que son los verdaderos productores de la riqueza social, los auténticos trabajadores –esclavos, campesinos pobres, obreros industriales, asalariados de toda laya (inclúyanse ahí los trabajadores intelectuales), etc.– arrancan beneficios y mejoras en sus condiciones de vida sólo a través de una lucha denodada contra sus opresores. Esa es la dinámica de la vida social. Si el trabajo es la esencia de nuestra existencia, tal como están las cosas lo menos que puede decirse es que sea placentero para las enormes mayorías trabajadoras. Mientras el trabajo siga siendo explotado por alguien –enajenado, para decirlo con el término de los clásicos, alienado– seguirá siendo una pesada carga para quien lo hace.
Esa es la historia de los trabajadores a través de estos 12.000 años desde que podemos reconstruir medianamente la historia: quien realmente produce, quien trabaja y crea la riqueza de las sociedades, está excluido de su aprovechamiento. Parece mentira que pequeñas minorías sean las que se apropian del producto del trabajo de enormes mayorías, pero esa es nuestra historia como especie. Hasta ahora no parece muy cierta esa máxima de "el trabajo hace libre", perversamente instalada en el campo de concentración de Auschwitz donde miles y miles de judíos fueron forzados a trabajar como esclavos hasta su muerte por los nazis. En estas condiciones de sociedad con clases sociales, ¿de qué nos libera el trabajo?
El mundo moderno basado en la industria que inaugura el capitalismo hace ya más de dos siglos ha traído cuantiosas mejoras en el desarrollo de la humanidad. La revolución científico-técnica instaurada y sus avances prácticos no dejan ninguna duda al respecto. Si bien es cierto que en los albores de la industria moderna las condiciones de trabajo fueron calamitosas, no es menos cierto también que el capitalismo rápidamente encontró una masa de trabajadores que se organiza para defender sus derechos y garantizar un ambiente digno, tanto en lo laboral como en la vida cotidiana. El esclavismo, la servidumbre, la voluntad omnímoda del amo van quedando así de lado. Los proletarios asalariados también son esclavos, si queremos decirlo así, pero ya no hay látigos.
Ya a mediados del siglo XIX surgen y se afianzan los sindicatos, logrando una cantidad de conquistas que hoy, desde hace décadas, son patrimonio del avance civilizatorio de todos los pueblos: jornadas de trabajo de ocho horas diarias, salario mínimo, vacaciones pagas, cajas jubilatorias, seguros de salud, regímenes de pensiones, seguros de desempleo, derecho de huelga. A tal punto que para 1948 –no ya desde un incendiario discurso de la Internacional Comunista decimonónica o desde encendidas declaraciones gremiales– la tibia Asamblea General de las Naciones Unidas proclama en su Declaración de los Derechos Humanos que “Toda persona tiene derecho al trabajo, a la libre elección de su trabajo, a condiciones equitativas y satisfactorias de trabajo y a la protección contra el desempleo. Toda persona que trabaja tiene derecho a una remuneración equitativa y satisfactoria que le asegure una existencia conforme a la dignidad humana. Toda persona tiene derecho al descanso, al disfrute del tiempo libre, a una limitación razonable de la duración del trabajo y a vacaciones periódicas pagadas.” Es decir: se consagran los derechos laborales como una irrenunciable potestad connatural a la vida social.
Vemos así que hacia las últimas décadas del pasado siglo esos derechos ya centenarios podían ser tomados como puntos de no retorno en el progreso humano, tanto como cualquiera de los inventos del mundo moderno: el avión, el televisor o la computadora. Por cierto estos avances sociales no son sólo patrimonio socialista: las conquistas laborales son ya mejoras de la humanidad toda. Pero las cosas cambiaron últimamente. Cambiaron en forma demasiado drástica, a gran velocidad. Y cambiaron a favor de las pequeñas minorías que manejan el mundo perjudicando a la mayoría de la población mundial, al amplio campo de los trabajadores.
Con la caída del bloque soviético hacia fines del siglo XX el gran capital se vio triunfador. En realidad no fue que terminó la historia ni las ideologías: ganaron las fuerzas del capital sobre las de los trabajadores, lo cual no es lo mismo. Ganaron, y a partir de ese triunfo comenzaron a establecer las nuevas reglas de juego. Reglas, por lo demás, que significan un enorme retroceso en los avances sociales que mencionábamos. Los ganadores del histórico y estructural conflicto –las luchas de clases no han desaparecido, aunque no esté de moda hablar de ellas– imponen hoy más que nunca las condiciones, las cuales se establecen en términos de mayor explotación, de pérdidas de conquistas por parte del mundo de los trabajadores. En otros términos, a fines del siglo XX y comienzos del XXI se llegó a condiciones de vida como en el XIX. La manifestación más evidente de este retroceso es la precariedad laboral que vivimos, la que se presenta disfrazadamente con el oprobioso eufemismo de "flexibilización" laboral.
Todos los trabajadores del mundo, desde una obrera de maquila latinoamericana o un jornalero africano hasta un consultor de Naciones Unidas, graduados universitarios con maestrías y doctorados o personal doméstico semianalfabeto, todos y todas atraviesan hoy el calvario de la precariedad laboral ("flexibilización", para usar el término de moda).
Aumento imparable de contratos-basura (contrataciones por períodos limitados, sin beneficios sociales ni amparos legales, arbitrariedad sin límites de parte de las patronales), incremento de empresas de trabajo temporal, abaratamiento del despido, crecimiento de la siniestralidad laboral, sobreexplotación de la mano de obra, reducción real de la inversión en fuerza de trabajo, son algunas de las consecuencias más visibles de la derrota sufrida en el campo popular. El fantasma de la desocupación campea continuamente; la consigna de hoy, distinto a las luchas obreras y campesinas de décadas pasadas, es "conservar el puesto de trabajo". A tal grado de retroceso hemos llegado, que tener un trabajo, aunque sea en estas infames condiciones precarias, es vivido ya como ganancia. Y por supuesto, ante la precariedad, hay interminables filas de desocupados a la espera de la migaja que sea, dispuestos a aceptar lo que sea, en las condiciones más desventajosas. Así las cosas, no se ve por ningún lado que el trabajo "nos haga libres".
Según datos de Naciones Unidas 1.300 millones de personas en el mundo viven con menos de un dólar diario (950 en Asia, 220 en África, y 110 en América Latina y el Caribe); hay 1.000 millones de analfabetos; 1.200 millones viven sin agua potable. En la sociedad de la información, la mitad de la población mundial está a no menos de una hora de marcha del teléfono más cercano. Hay alrededor de 200 millones de desempleados y ocho de cada diez trabajadores no gozan de protección adecuada y suficiente. Lacras como la esclavitud (¡esclavitud!, en pleno siglo XXI: la Organización Internacional del Trabajo reporta cerca de 30 millones), la explotación infantil o el turismo sexual continúan siendo algo frecuente. El derecho sindical ha pasado a ser rémora del pasado. La situación de las mujeres trabajadoras es peor aún: además de todas las explotaciones mencionadas sufren más aún por su condición de género, siempre expuestas al acoso sexual, con más carga laboral (jornadas fuera y dentro de sus casas), eternamente desvalorizadas. Según esos datos, también se revela que el patrimonio de las 358 personas cuyos activos sobrepasan los 1.000 millones de dólares –que pueden caber en un Boeing 747– supera el ingreso anual combinado de países en los que vive el 45% de la población mundial. Trabajar, pareciera, no libera de mucho. Por eso, ante ese trasfondo patético, resalta como una más que apetecible salida ser deportista profesional, o narcotraficante. Ser mafioso ya no queda tan mal; se gana bien y no se trabaja…
En definitiva: en las condiciones en que el gran capital ha comenzado este nuevo milenio con un triunfo a escala planetaria que lo hace sentir imbatible, el trabajo, en todo caso, más bien nos transforma en monos, nos torna más animales. Y ante ello se ofrece como una salida infinitamente más atractiva para cualquier trabajador el negocio del narcotráfico: se gana mucho más trabajando muchísimo menos.
Pero la historia no está terminada.
Estas últimas décadas fueron de retroceso para los trabajadores, ello es evidente. Pero la lucha sigue. Nadie dijo que la lucha fuera fácil. Si miramos la historia queda claro que sólo con enormes sacrificios se van cambiando las cosas. Y sin dudas, aunque hoy pareciera que nos acercamos más al mono debido a estos retrocesos sufridos, de nosotros, de nuestras luchas depende recuperar el terreno perdido y seguir avanzando más aún como trabajadores, y como especie en definitiva. Recordemos las palabras de Neruda: "podrán cortar todas las flores, pero no detendrán la primavera".
Marcelo Colussi
(especial para ARGENPRESS.info)
En el año 1876 Federico Engels presentaba su ensayo "El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre". Explicaba ahí cómo el trabajo cumple la histórica misión de ir creando un ser cualitativamente nuevo a partir de una especie anterior. Es decir: el trabajo como actividad creadora comenzaba a transformar la naturaleza y abría un capítulo novedoso en la historia. .
Nunca hasta ese entonces –dos millones y medio de años atrás según lo que hoy día las ciencias arqueológicas pueden establecer– un animal había modificado consciente y productivamente su entorno. La actividad de las hormigas, de las abejas o de los castores, grandes "ingenieros" por cierto, no puede ser considerada una acción laboral en sentido estricto. Todas estas especies repiten desde tiempos inmemoriales su carga genética, no inventan nada nuevo, no se "desarrollan" y jamás, desde hace millones de años, evolucionaron en la forma de realizar su producción (los hormigueros o los panales son iguales desde siempre). Fue cuando nuestros ancestros descendieron de los árboles y comenzaron a tallar la primera piedra cuando puede decirse que hay "trabajo" en sentido humano, como actividad creadora, como práctica que transforma el mundo natural y va transformando al mismo tiempo a quien la lleva a cabo. Y desde que arrancó esa primera actividad con el primer homo habilis –en África, en lo que hoy es el norte de Tanzania– la evolución ha sido continua y a velocidades cada vez más aceleradas. En esa perspectiva, entonces, el papel del trabajo –como lo afirmara Engels– ha sido fundamental: fue la instancia que "creó" al ser humano. Pasamos de monos a seres humanos por el trabajo.
Es en esa lógica que tiene sentido entonces lo dicho por Hegel: "el trabajo es la esencia del ser humano". Gracias al trabajo dejamos de ser monos, nos civilizamos, dejamos atrás el mundo animal y fuimos construyendo un ámbito enteramente simbólico: fue quedando superado el instinto reemplazándose por la cultura.
La historia del ser humano, en definitiva, es la historia en torno a cómo fue organizándose ese acto tan especial, tan fundamental y definitorio que es el trabajo. Desde que nuestra especie pudo producir más de lo que necesitaba para sobrevivir, desde que hubo excedente, empezaron los problemas. Alguien –el más fuerte, el más listo, el más sinvergüenza, no importa– se apropió del excedente y surgieron las diferencias de clase social. Y así venimos hace ya varios milenios, a los tropezones, entre luchas a muerte entre poseedores y desposeídos, entre guerras y violencia ("la violencia es la partera de la historia" dijo Marx). Los que quedaron como propietarios en esta lucha de clases –sean amos esclavistas, casta sacerdotal, señores feudales, o más recientemente burguesía industrial, accionistas, banqueros, etc.– no ceden ni un milímetro de sus privilegios. Por otro lado, las grandes mayorías perjudicadas, que son los verdaderos productores de la riqueza social, los auténticos trabajadores –esclavos, campesinos pobres, obreros industriales, asalariados de toda laya (inclúyanse ahí los trabajadores intelectuales), etc.– arrancan beneficios y mejoras en sus condiciones de vida sólo a través de una lucha denodada contra sus opresores. Esa es la dinámica de la vida social. Si el trabajo es la esencia de nuestra existencia, tal como están las cosas lo menos que puede decirse es que sea placentero para las enormes mayorías trabajadoras. Mientras el trabajo siga siendo explotado por alguien –enajenado, para decirlo con el término de los clásicos, alienado– seguirá siendo una pesada carga para quien lo hace.
Esa es la historia de los trabajadores a través de estos 12.000 años desde que podemos reconstruir medianamente la historia: quien realmente produce, quien trabaja y crea la riqueza de las sociedades, está excluido de su aprovechamiento. Parece mentira que pequeñas minorías sean las que se apropian del producto del trabajo de enormes mayorías, pero esa es nuestra historia como especie. Hasta ahora no parece muy cierta esa máxima de "el trabajo hace libre", perversamente instalada en el campo de concentración de Auschwitz donde miles y miles de judíos fueron forzados a trabajar como esclavos hasta su muerte por los nazis. En estas condiciones de sociedad con clases sociales, ¿de qué nos libera el trabajo?
El mundo moderno basado en la industria que inaugura el capitalismo hace ya más de dos siglos ha traído cuantiosas mejoras en el desarrollo de la humanidad. La revolución científico-técnica instaurada y sus avances prácticos no dejan ninguna duda al respecto. Si bien es cierto que en los albores de la industria moderna las condiciones de trabajo fueron calamitosas, no es menos cierto también que el capitalismo rápidamente encontró una masa de trabajadores que se organiza para defender sus derechos y garantizar un ambiente digno, tanto en lo laboral como en la vida cotidiana. El esclavismo, la servidumbre, la voluntad omnímoda del amo van quedando así de lado. Los proletarios asalariados también son esclavos, si queremos decirlo así, pero ya no hay látigos.
Ya a mediados del siglo XIX surgen y se afianzan los sindicatos, logrando una cantidad de conquistas que hoy, desde hace décadas, son patrimonio del avance civilizatorio de todos los pueblos: jornadas de trabajo de ocho horas diarias, salario mínimo, vacaciones pagas, cajas jubilatorias, seguros de salud, regímenes de pensiones, seguros de desempleo, derecho de huelga. A tal punto que para 1948 –no ya desde un incendiario discurso de la Internacional Comunista decimonónica o desde encendidas declaraciones gremiales– la tibia Asamblea General de las Naciones Unidas proclama en su Declaración de los Derechos Humanos que “Toda persona tiene derecho al trabajo, a la libre elección de su trabajo, a condiciones equitativas y satisfactorias de trabajo y a la protección contra el desempleo. Toda persona que trabaja tiene derecho a una remuneración equitativa y satisfactoria que le asegure una existencia conforme a la dignidad humana. Toda persona tiene derecho al descanso, al disfrute del tiempo libre, a una limitación razonable de la duración del trabajo y a vacaciones periódicas pagadas.” Es decir: se consagran los derechos laborales como una irrenunciable potestad connatural a la vida social.
Vemos así que hacia las últimas décadas del pasado siglo esos derechos ya centenarios podían ser tomados como puntos de no retorno en el progreso humano, tanto como cualquiera de los inventos del mundo moderno: el avión, el televisor o la computadora. Por cierto estos avances sociales no son sólo patrimonio socialista: las conquistas laborales son ya mejoras de la humanidad toda. Pero las cosas cambiaron últimamente. Cambiaron en forma demasiado drástica, a gran velocidad. Y cambiaron a favor de las pequeñas minorías que manejan el mundo perjudicando a la mayoría de la población mundial, al amplio campo de los trabajadores.
Con la caída del bloque soviético hacia fines del siglo XX el gran capital se vio triunfador. En realidad no fue que terminó la historia ni las ideologías: ganaron las fuerzas del capital sobre las de los trabajadores, lo cual no es lo mismo. Ganaron, y a partir de ese triunfo comenzaron a establecer las nuevas reglas de juego. Reglas, por lo demás, que significan un enorme retroceso en los avances sociales que mencionábamos. Los ganadores del histórico y estructural conflicto –las luchas de clases no han desaparecido, aunque no esté de moda hablar de ellas– imponen hoy más que nunca las condiciones, las cuales se establecen en términos de mayor explotación, de pérdidas de conquistas por parte del mundo de los trabajadores. En otros términos, a fines del siglo XX y comienzos del XXI se llegó a condiciones de vida como en el XIX. La manifestación más evidente de este retroceso es la precariedad laboral que vivimos, la que se presenta disfrazadamente con el oprobioso eufemismo de "flexibilización" laboral.
Todos los trabajadores del mundo, desde una obrera de maquila latinoamericana o un jornalero africano hasta un consultor de Naciones Unidas, graduados universitarios con maestrías y doctorados o personal doméstico semianalfabeto, todos y todas atraviesan hoy el calvario de la precariedad laboral ("flexibilización", para usar el término de moda).
Aumento imparable de contratos-basura (contrataciones por períodos limitados, sin beneficios sociales ni amparos legales, arbitrariedad sin límites de parte de las patronales), incremento de empresas de trabajo temporal, abaratamiento del despido, crecimiento de la siniestralidad laboral, sobreexplotación de la mano de obra, reducción real de la inversión en fuerza de trabajo, son algunas de las consecuencias más visibles de la derrota sufrida en el campo popular. El fantasma de la desocupación campea continuamente; la consigna de hoy, distinto a las luchas obreras y campesinas de décadas pasadas, es "conservar el puesto de trabajo". A tal grado de retroceso hemos llegado, que tener un trabajo, aunque sea en estas infames condiciones precarias, es vivido ya como ganancia. Y por supuesto, ante la precariedad, hay interminables filas de desocupados a la espera de la migaja que sea, dispuestos a aceptar lo que sea, en las condiciones más desventajosas. Así las cosas, no se ve por ningún lado que el trabajo "nos haga libres".
Según datos de Naciones Unidas 1.300 millones de personas en el mundo viven con menos de un dólar diario (950 en Asia, 220 en África, y 110 en América Latina y el Caribe); hay 1.000 millones de analfabetos; 1.200 millones viven sin agua potable. En la sociedad de la información, la mitad de la población mundial está a no menos de una hora de marcha del teléfono más cercano. Hay alrededor de 200 millones de desempleados y ocho de cada diez trabajadores no gozan de protección adecuada y suficiente. Lacras como la esclavitud (¡esclavitud!, en pleno siglo XXI: la Organización Internacional del Trabajo reporta cerca de 30 millones), la explotación infantil o el turismo sexual continúan siendo algo frecuente. El derecho sindical ha pasado a ser rémora del pasado. La situación de las mujeres trabajadoras es peor aún: además de todas las explotaciones mencionadas sufren más aún por su condición de género, siempre expuestas al acoso sexual, con más carga laboral (jornadas fuera y dentro de sus casas), eternamente desvalorizadas. Según esos datos, también se revela que el patrimonio de las 358 personas cuyos activos sobrepasan los 1.000 millones de dólares –que pueden caber en un Boeing 747– supera el ingreso anual combinado de países en los que vive el 45% de la población mundial. Trabajar, pareciera, no libera de mucho. Por eso, ante ese trasfondo patético, resalta como una más que apetecible salida ser deportista profesional, o narcotraficante. Ser mafioso ya no queda tan mal; se gana bien y no se trabaja…
En definitiva: en las condiciones en que el gran capital ha comenzado este nuevo milenio con un triunfo a escala planetaria que lo hace sentir imbatible, el trabajo, en todo caso, más bien nos transforma en monos, nos torna más animales. Y ante ello se ofrece como una salida infinitamente más atractiva para cualquier trabajador el negocio del narcotráfico: se gana mucho más trabajando muchísimo menos.
Pero la historia no está terminada.
Estas últimas décadas fueron de retroceso para los trabajadores, ello es evidente. Pero la lucha sigue. Nadie dijo que la lucha fuera fácil. Si miramos la historia queda claro que sólo con enormes sacrificios se van cambiando las cosas. Y sin dudas, aunque hoy pareciera que nos acercamos más al mono debido a estos retrocesos sufridos, de nosotros, de nuestras luchas depende recuperar el terreno perdido y seguir avanzando más aún como trabajadores, y como especie en definitiva. Recordemos las palabras de Neruda: "podrán cortar todas las flores, pero no detendrán la primavera".
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