Resulta difícil incluir en un somero análisis todos los elementos que pueden influir en unos resultados electorales, y más en un país como Colombia, atravesado por unos ejes culturales escasos de moral ciudadana, o mejor, devoto de la “Virgen de los sicarios” del escritor Fernando Vallejo.
En un país, donde el 60 por ciento de la población laboral es informal, las elecciones no son ese momento en que “todos somos iguales” en el altar de la democracia, sino la oportunidad de levantarse unos cuantos pesos para echarle algo caliente al estómago.
A los desahuciados de la salud y la educación; de la vivienda y la justicia y del sinnúmero de derechos sociales y económicos que rezan en la Constitución (¡nada más!), no les interesa quien gane o pierda una presidencia: ellos hace años concuerdan con León de Greiff en que su vida… de todas maneras la tienen perdida.
Esta masa inmersa en el potencial electoral conforma la abstención que de 15 confrontaciones presidenciales en los últimos 52 años, ha ganado 12. Así que por una u otra causa, estos ensimismados no juegan: ¡pero meten unos goles desde la banca!…
Dentro de la minoría que elije, está el secreto. Dentro de esos 14.5 millones (para el caso colombiano), que salen al campo electoral a disputarse el triunfo, lo primero que sobresale son los árbitros de la contienda: el gobierno que es el juez central, y luego los medios de comunicación que fungen de laterales, junto con sus encuestas que podrían ser algo así como los recoge-bolas.
El ingenio popular, que resulta patético siempre, ha acuñado la frase que sirve de epílogo: el que escruta elije.
Ahí es donde uno se topa con unas reflexiones políticas inescrutables: gente que no tiene en qué caer muerta votando por la “seguridad democrática”, dizque porque de pronto se nos vuelve a meter la guerrilla; gente votando por quien le diga el patrón porque si no pierde el puesto que le dieron hace 15 días, que de todas formas perderá una vez pasen las elecciones; gente votando por el que más garantías ofrezca de romperle la cara a Chávez…
Esos son los ejes de la campaña electoral. Quien no juegue así, está perdido. Hablar de legalidad democrática o de equidad; de desmontar los privilegios empresariales y de racionalizar los impuestos; de castigar la tierra ociosa y devolvérsela a sus verdaderos dueños, no, qué va; de avanzar en la gratuidad educativa o en desprivatizar la salud; de procurarle vivienda digna a los pobres o de volver a tapar los ojos de la justicia: no hombre, sea serio: aquí el problema que atraviesa toda la política colombiana es Chávez y Tiro Fijo. Y la gente no percibe que por entre los intersticios de esos ejes se nos meten los paramilitares y narcotraficantes con más fuerza hoy que ayer pero menos que mañana, como dice el tango, y “el gringo ahí”, con más poder, injerencia y dominio sobre lo que resta de nuestra soberanía nacional que se pone patas arriba cuando le hablan de Chávez y mansita, como una gata en celo, cuando del imperio se trata.
Tras los resultados electorales de ayer en Colombia en donde el continuismo de todo este lodo moral y desastrosa gestión social que anega al país ha sido refrendado en las urnas, no queda más que admitir que en Colombia, el todo, sí vale.
Por supuesto, este análisis no exime a la oposición de sus errores. Hace cuatro años, el Polo se asomó a la alternativa de poder más seria que haya tenido Colombia en los últimos años, pero Lucho y Petro se encargaron de retrasar el reloj de la historia.
1 comentario:
Ya llegará el día (espero).
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