Se está abriendo paso en el mundo judicial de este sacro país del Corazón de Jesús y la Virgen de los Sicarios, la tesis de que sólo constituyen peligro para la sociedad colombiana los delincuentes comunes, y en especial los homicidas, pero sobre todo, aquellos que no tienen recursos con qué proveerse de buenos abogados; es decir, los que recurren por necesidad a los ‘defensores de oficio’. Todos los demás, no importa el delito que hayan cometido, son sujetos de la casa por cárcel. Es lo que se ha venido denunciando como “Justicia a la Carta”.
La juez que le dio casa por cárcel a Mario Aranguren (ex director de la Unidad Administrativa Especial de Información y Análisis Financiero –UIAF- del Ministerio de Hacienda), dice en la sentencia que como no se especificó qué peligro podía correr la sociedad en caso de que el sindicado no fuera recluido en una cárcel convencional, entonces era lo indicado darle la casa por cárcel.
Es una interpretación, ya no traída de los cabellos sino arrastrada de las greñas. El sentido común nos avisa que la casa por cárcel se concibió en el ordenamiento judicial, en primer lugar (que no debió haber sido lo más importante), como una medida para descongestionar las cárceles del país; y en segundo lugar (que debió haber sido lo prioritario), como sanción penal a aquellas personas que de alguna manera fortuita incurrían en algún delito que son, de hecho, muchas las personas que pueden caer en esta desgracia y muchos los casos a considerar.
La laxa interpretación judicial que se le ha venido dando al peligro social como atenuante de casa por cárcel, permitiría que mañana, el gerente del Banco de la República, demos por caso, pueda limpiar la bóveda del Emisor y una vez descubierto, y como de ahí en adelante no puede volverlo hacer, le dan la casa por cárcel porque, no pudiendo volver a cometer el delito, no constituye peligro para la sociedad.
Si aceptamos la tesis de que alguien puede tener casa por cárcel porque en la subjetividad del juez, ya no constituye peligro social, también tendríamos que admitir que sumariamente se pudiera llevar a la cárcel a alguien que potencialmente pudiera resultar un peligro social, porque en ambos casos, la justicia se estaría apoyando en una deducción y no en una comprobación de los hechos que deberían analizarse en su gravedad para determinar la reclusión en la casa o en la cárcel del condenado.
Mejor dicho, si por mera subjetividad se puede eximir de sujeto de peligro social a alguien, y en consecuencia asignarle un sitio de reclusión distinto al que por la gravedad del delito cometido debiera tener, por simple analogía se pudiera encarcelar a alguien sobre quien recayera sospechas de que constituye un inminente peligro social.
Ciertamente Aranguren ya no constituye un peligro social porque ya no es director de la UIAf, pero eso no atenúa el grave daño social que cometió al suministrar al DAS sin orden judicial, a sabiendas de lo grave que era, la información más secreta que persona alguna pueda tener, como es la confidencialidad de su patrimonio económico y sus movimientos financieros, y en especial en un país de guerras intestinas como Colombia,
¡Ojo!, juristas, que sobre esta peculiar interpretación del Código Penal, no les he visto opinar…
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Colofón.- Como contrasentido judicial es también que un monstruo criminal como ‘El Pingüino’, confeso de haber matado a 2.200 personas, esté próximo a salir ligeramente condenado en gracia de la ley de Justicia, Verdad y Reparación.
El primer signo real del fin de la humanidad será su desintegración social. A partir de entonces, nada ni nadie podrá hacer nada por salvarla de su extinción final. Tal como se lucha por preservar lo más intacto posible los recursos naturales, el medio ambiente, la flora y la fauna del mundo, debemos luchar por mantener la integración sociaL y la solidaridad entre los seres humanos. ¡ESA ES LA IDEA! HAGÁMOSLE Octavio Quintero
19 de julio de 2010
16 de julio de 2010
El concierto de Santos apenas comienza
Uno pudiera llamar locos a unos espectadores que en el preámbulo de un concierto empezaran a aplaudir la templada de los instrumentos.
Hay mucho entusiasmo mediático con el nombramiento de Juan Camilo Restrepo en el Ministerio de Agricultura; como hay mucho entusiasmo, también mediático, con el acercamiento de Petro a Santos sobre la base de comprometer al nuevo Presidente con una política de tierras que resarza a los campesinos de la vieja deuda que desde los lejanos años de sus ancestros aborígenes hasta hoy, los dueños del establecimiento han venido acumulando con ellos.
Me supongo que el entusiasmo de los opinantes mediáticos se debe más a la emoción personal y grupal que sienten por las nuevas caras en los carros oficiales, que en el caso de Juan Camilo proviene de otro trono, el de Pastrana (Hijo), que va pasando a la historia con más pena que gloria.
Si alguien con buen juicio nos dice que el desempeño de Juan Camilo como ministro de Hacienda fue bueno, obviamente desde el punto de vista social, en lógica esperemos también que sea bueno su ejercicio, socialmente hablando, como ministro de Agricultura.
En esos términos sociales de Juan Camilo como ministro de Hacienda, podríamos recordar que enfrentó la caída del UPAC (Unidad de Poder Adquisitivo Constante) decretada por la Corte Constitucional con ponencia del magistrado, José Gregorio Hernández, con la creación de otro UPAC (la UVR: Unidad de Valor Real), que hoy tiene a los deudores hipotecarios tan ensartados en una deuda sin fin como lo estaban antes; y que diseñó un plan de rescate financiero que le costó al Estado unos 12 billones de pesos de 1998, en vez de haber diseñado un plan de rescate social de los deudores hipotecarios que habría logrado con la mitad de lo que le costó el financiero.
Es difícil entusiasmarse con un neoliberal en el Ministerio de Agricultura, adelantando una política social agraria que por necesidad tiene que basarse en subsidios agrícolas y créditos de fomento (para los campesinos, se sobreentiende), que precisamente es lo que ha mandado a recoger el neoliberalismo en estos últimos 20 años, a pedido del FMI, el Banco Mundial y la OMC. Retornar a esa política, sería romper con la ortodoxia económica impuesta por estos organismos, y no creo que el entusiasmo llegue a tanto.
El caso Petro-Santos alcanza la misma connotación por el lado de Santos: un neoliberal que ha hecho neoliberalismo desde el inicio mismo desde su ya lejana carrera burocrática. No se por qué dicen que lo adoran en la Federación de Cafeteros ya que, en su ejercicio como representante de Colombia ante la OIC (Organización Internacional del Café), Estados Unidos le dio el golpe de gracia a esa organización que mantenía la estabilidad de los precios por fuera de la especulación del mercado. La OIC era a los países cafeteros, y Colombia era alternativamente con Brasil el primer país cafetero del mundo, como lo es hoy en día la OPEP a los países petroleros.
Si uno admite que Petro es inteligente (y Petro es inteligente), no se entiende entonces por qué se acerca a Santos dizque a que le compre el discurso de tierras. Eso es como comprar un tiquete al infierno y esperar ir al cielo. A no ser que Petro ande más bien en busca de un interés particular y haya puesto de mampara esta solemne y maltratada bandera social.
En su columna de El Tiempo (15-07-10), Hommes da unas puntadas muy sutiles sobre la difícil tarea que le espera a Juan Camilo, especialmente en el orden legal, si es que quisiera entregar parte de las tierras en poder de los narcos y los paramilitares a los campesinos.
En sus propias palabras, lean: (…) “La solución no es solamente un reto jurídico, sino que se ha convertido en un problema político porque los grandes propietarios temen que con ella se le abra un boquete al derecho de propiedad (que en Colombia ha sido mucho más sagrado que la vida). No se augura, entonces, que el Congreso facilite una solución. Pero si alguien puede lograrlo es Santos durante su luna de miel, porque cuenta con una mayoría abrumadora. Si a lo anterior se le suma que el ministro a cargo es un prestigioso conservador con aspiraciones presidenciales, es mayor la probabilidad de éxito del proyecto. Si este se traduce efectivamente en un programa exitoso de distribución de tierras a los campesinos con adecuado respaldo técnico y financiero, puede llevar a Restrepo a la Presidencia en un futuro”.
Y ahí es donde se equivoca Hommes. Nadie en Colombia ha llegado a la Presidencia porque lo quieran los campesinos, sino porque lo imponen a conveniencia los empresarios, entre quienes están, y por supuesto, los terratenientes con esa reverencia tan sagrada a la propiedad privada que hizo que en 1978 impusieran a Turbay por encima de Lleras Restrepo, a quien ya le habían revocado su reforma agraria mediante el Acuerdo de Chicoral con el que le pagó Pastrana (padre) todo lo que hizo, hasta robarse las elecciones, para que él fuera Presidente.
Colofón: cito con frecuencia a un locutor argentino que cuando la pelota pega en el palo y la gente se levanta a celebrar, con el mismo entusiasmo con que venía narrando la jugada le dice a los fanáticos: “no lo griten, no se besen no se abracen”…
Hay mucho entusiasmo mediático con el nombramiento de Juan Camilo Restrepo en el Ministerio de Agricultura; como hay mucho entusiasmo, también mediático, con el acercamiento de Petro a Santos sobre la base de comprometer al nuevo Presidente con una política de tierras que resarza a los campesinos de la vieja deuda que desde los lejanos años de sus ancestros aborígenes hasta hoy, los dueños del establecimiento han venido acumulando con ellos.
Me supongo que el entusiasmo de los opinantes mediáticos se debe más a la emoción personal y grupal que sienten por las nuevas caras en los carros oficiales, que en el caso de Juan Camilo proviene de otro trono, el de Pastrana (Hijo), que va pasando a la historia con más pena que gloria.
Si alguien con buen juicio nos dice que el desempeño de Juan Camilo como ministro de Hacienda fue bueno, obviamente desde el punto de vista social, en lógica esperemos también que sea bueno su ejercicio, socialmente hablando, como ministro de Agricultura.
En esos términos sociales de Juan Camilo como ministro de Hacienda, podríamos recordar que enfrentó la caída del UPAC (Unidad de Poder Adquisitivo Constante) decretada por la Corte Constitucional con ponencia del magistrado, José Gregorio Hernández, con la creación de otro UPAC (la UVR: Unidad de Valor Real), que hoy tiene a los deudores hipotecarios tan ensartados en una deuda sin fin como lo estaban antes; y que diseñó un plan de rescate financiero que le costó al Estado unos 12 billones de pesos de 1998, en vez de haber diseñado un plan de rescate social de los deudores hipotecarios que habría logrado con la mitad de lo que le costó el financiero.
Es difícil entusiasmarse con un neoliberal en el Ministerio de Agricultura, adelantando una política social agraria que por necesidad tiene que basarse en subsidios agrícolas y créditos de fomento (para los campesinos, se sobreentiende), que precisamente es lo que ha mandado a recoger el neoliberalismo en estos últimos 20 años, a pedido del FMI, el Banco Mundial y la OMC. Retornar a esa política, sería romper con la ortodoxia económica impuesta por estos organismos, y no creo que el entusiasmo llegue a tanto.
El caso Petro-Santos alcanza la misma connotación por el lado de Santos: un neoliberal que ha hecho neoliberalismo desde el inicio mismo desde su ya lejana carrera burocrática. No se por qué dicen que lo adoran en la Federación de Cafeteros ya que, en su ejercicio como representante de Colombia ante la OIC (Organización Internacional del Café), Estados Unidos le dio el golpe de gracia a esa organización que mantenía la estabilidad de los precios por fuera de la especulación del mercado. La OIC era a los países cafeteros, y Colombia era alternativamente con Brasil el primer país cafetero del mundo, como lo es hoy en día la OPEP a los países petroleros.
Si uno admite que Petro es inteligente (y Petro es inteligente), no se entiende entonces por qué se acerca a Santos dizque a que le compre el discurso de tierras. Eso es como comprar un tiquete al infierno y esperar ir al cielo. A no ser que Petro ande más bien en busca de un interés particular y haya puesto de mampara esta solemne y maltratada bandera social.
En su columna de El Tiempo (15-07-10), Hommes da unas puntadas muy sutiles sobre la difícil tarea que le espera a Juan Camilo, especialmente en el orden legal, si es que quisiera entregar parte de las tierras en poder de los narcos y los paramilitares a los campesinos.
En sus propias palabras, lean: (…) “La solución no es solamente un reto jurídico, sino que se ha convertido en un problema político porque los grandes propietarios temen que con ella se le abra un boquete al derecho de propiedad (que en Colombia ha sido mucho más sagrado que la vida). No se augura, entonces, que el Congreso facilite una solución. Pero si alguien puede lograrlo es Santos durante su luna de miel, porque cuenta con una mayoría abrumadora. Si a lo anterior se le suma que el ministro a cargo es un prestigioso conservador con aspiraciones presidenciales, es mayor la probabilidad de éxito del proyecto. Si este se traduce efectivamente en un programa exitoso de distribución de tierras a los campesinos con adecuado respaldo técnico y financiero, puede llevar a Restrepo a la Presidencia en un futuro”.
Y ahí es donde se equivoca Hommes. Nadie en Colombia ha llegado a la Presidencia porque lo quieran los campesinos, sino porque lo imponen a conveniencia los empresarios, entre quienes están, y por supuesto, los terratenientes con esa reverencia tan sagrada a la propiedad privada que hizo que en 1978 impusieran a Turbay por encima de Lleras Restrepo, a quien ya le habían revocado su reforma agraria mediante el Acuerdo de Chicoral con el que le pagó Pastrana (padre) todo lo que hizo, hasta robarse las elecciones, para que él fuera Presidente.
Colofón: cito con frecuencia a un locutor argentino que cuando la pelota pega en el palo y la gente se levanta a celebrar, con el mismo entusiasmo con que venía narrando la jugada le dice a los fanáticos: “no lo griten, no se besen no se abracen”…
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