29 de abril de 2006

Democracias modernas

¿Ignorancia o cinismo?

OCTAVIO QUINTERO

Dijo por ahí el presidente Uribe que no permitirá que Colombia entre al debate sobre las tendencias de izquierda y derecha como el resto de Latinoamérica, sino que él quiere para nuestro país una democracia moderna.

Bueno, por lo visto, el Presidente Uribe no sabe (o se hace el gringo), que las llamadas democracias modernas son las que vienen avanzando a la izquierda en cuanto que ya no solo preservan los derechos políticos y civiles de sus conciudadanos sino que les garantizan los derechos económicos y sociales que hoy en día forman parte sustancial de la libertad individual real de que puedan gozar las personas y la sociedad. Porque, es evidente que si la gente no tiene garantizados unos derechos económicos, como el trabajo; y unos derechos sociales como salud y educación, queda a merced de una clase dominante capaz de coartarle la otra parte de su libertad enmarcada en sus derechos políticos y civiles.

Tenemos fresca aún la revuelta de los jóvenes franceses que hicieron retroceder la decisión del llamado ‘primer empleo’, una medida eminentemente derechista concebida en la flexibilización laboral que le hubiera permitido a los empleadores disponer del derecho al trabajo de la gente al arbitrio de su propia voluntad.

Si en los albores de los años 90, cuando Colombia entró en la onda neoliberal, hubiésemos tenido una clase dirigente sindical capaz de cerrarle el paso a las reformas laborales que empezaron por tumbar la retroactividad de las cesantías, otro sería el presente de una clase laboral empobrecida y vejada por los empleadores en lo que, al parecer, es lo que el presidente Uribe considera una democracia moderna.

La otra cosa por la cual el Presidente puede considerar su política como propia de una democracia moderna es su seguridad democrática que, al cabo de cuatro años ni es segura, porque a la gente la siguen matando a la carta, es decir, a la hora que quieren y a los que quieren los grupos al margen de la ley; ni es democrática porque nunca el país se había visto más cuestionado sobre el respeto a los Derechos Humanos y al Derecho Internacional Humanitario como en el presente gobierno.

La respuesta al fracaso de la seguridad democrática, que parece es su carta más fuerte a la reelección presidencial, nos la acaba de dar Noam Chomsky en su último libro, "Estados fracasados: el abuso de poder y la agresión a la democracia", en el que expone como única salida posible la necesidad de combatir el terrorismo mediante soluciones de corte diplomático y económico en lugar del uso de la guerra; y disminuir los gastos militares para reorientar esos fondos hacia la esfera social a riesgo de convertir al país en un “Estado villano y fracasado”.

Bueno, sobran explicaciones para entender que si en nuestro país, Uribe busca la reelección para continuar con su política de ‘Seguridad Democrática’, entonces, lo que estarían eligiendo los colombianos que voten por él, sería continuar con una guerra que, junto con la deuda externa, consumen cerca del 70 por ciento del presupuesto nacional, mientras vemos crecer el desempleo, el déficit de vivienda, la desescolarización de los jóvenes y los paseos de la muerte, junto al desplazamiento de las familias campesinas y, en general, más sangre y lágrimas de colombianos que, independientemente del bando a que pertenezca, ven caer en flor la vida de sus soldados, guerrilleros y paramilitares.

Parece tan sencillo entender la propuesta de Chomsky, que no requeriría mayor explicación, si no fuera porque son muchos los colombianos que se la juegan con Uribe dizque porque en el pasado gobierno de Pastrana, la diplomacia fracasó.

Es cierto que Pastrana dialogó con las Farc, pero mezquinamente no lo hizo desde un punto de vista de conveniencia nacional sino electoral, cuando se abrazo con él; y personal, cuando eternizó un diálogo con las Farc que buscaba, no la paz para Colombia sino el Nobel para él.

“Tocar no es entrar”, dice un viejo refrán que, parodiándolo, podría ser algo así como que dialogar no es negociar. Las partes que negocian algo, se pueden quedar toda la vida dialogando, si no tienen una intención real de negociar. Y en ese diálogo de Pastrana con las Farc, el Estado nunca tuvo la intención de negociar porque ante las peticiones de la guerrilla, plasmadas en una carta de intención de 10 puntos que comenzaba con una profunda reforma agraria para la construcción de un país en el que “quepamos todos”, decían, ni siquiera se les respondió si había voluntad política de hacer esa reforma agraria. Claro que al cabo de estos cuatro años de Uribe, ya podemos respondernos que ni antes ni ahora, hay voluntad política de hacer una reforma agraria porque, entre otras cosas, ya no solo afectaría a los terratenientes que siempre se han opuesto, sino a los paramilitares (brazo armado de los terratenientes) que hoy se encuentran incrustados en el Gobierno, en el Congreso y en la Justicia.

Estamos a tiempo de detener el proceso criminal de un gobierno que sólo sabe echar bala, rodeado por un equipo de trabajo que, bajo el lema de trabajar, trabajar y trabajar, efectivamente trabaja noche y día en defensa de los cada vez más indefensables intereses de la clase económica dominante.

Si esa es la democracia moderna de que habla Uribe, no la quiero

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