6 de junio de 2006

El otro Galbraith

NOTA DE MIS-XXI

Los economistas, y en general los apólogos del capitalismo, trabajan el sentido común de la gente como el cincel al mármol: labran en la mente ideas fijas que se transmiten de generación en generación y se convierten en verdades reveladas, las que nadie pone en cuestión.

Cuando de tiempo en tiempo surge un pensamiento diferente, los cancerberos del capitalismo se encargan de lastrarlo, y no importa la talla de quien se les oponga: lo vencen, y si no pueden, se unen a él para formar los pensamientos post que son la tergiversación del pensamiento original del marginado.

Dos ejemplos son suficientes: keynnes y Galbraith. Sobre Keynnes, todo parece estar dicho. Mostró y demostró que no hay estarte más poderoso al desarrollo que la inversión pública al debe interno, es decir, un bien administrado déficit fiscal.

Sobre Galbraith, se armó un desprestigio alrededor de la ironía comandada por nadie más que Samuelson, quien afirmó y repetía con frecuencia haciendo saltar la carcajada de sus contertulios que… “era el economista más querido por aquellos que no son economistas”.

Su reciente muerte ha servido para ir develando ese pensamiento profundo, social y solidario que a lo largo de su larga vida se mantuvo comprimido en los estancos del pensamiento capitalista.

Una síntesis iluminante del otro Galbraith es la que insertamos en la siguiente nota, tomada de Portafolio (http://www.portafolio.com.co/) en su edición 05-06-06, remitida por nuestra corresponsal, Lilia Beatriz Sánchez.

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Por

Beethoven Herrera Valencia / Profesor de las U. Nacional y Externado

El otro Galbraith

Los obituarios publicados con ocasión de la muerte de John Keneth Galbraith, destacan su elevada estatura, haber vivido casi un siglo, ser el economista que más libros vendió, la fluidez de su escritura, y el sarcasmo e ironía que usó en sus escritos. Otros más lo censuraron por llamar ‘vacas sagradas’ a los ricos, al mismo tiempo que llevaba una vida suntuaria.

Pero el juicio quizá más crudo fue el de The Economist, donde se afirma que pese a no ser un buen economista, se reconoce como el más leído, en razón del lenguaje accesible que utilizaba. Samuelson afirmó que "un tipo como Galbraith no puede ganar el Premio Nobel, porque no es en realidad un economista profesional, sino un filósofo social o no sé qué". Pero Galbraith fue elegido en 1971 como presidente de la Asociación Americana de Economistas.

En 1999 la Modern Library ubicó su obra La Sociedad Opulenta como el libro No. 49 entre los 100 libros de no ficción en inglés, a lo largo del siglo. Galbraith fue asesor de los presidentes demócratas desde Roosevelt hasta Clinton, quien le otorgó la Medalla de la Libertad. Sus ideas sobre la inadecuación de las teorías convencionales para tratar el problema de los países en desarrollo han sido retomadas por los pensadores post keynesianos. En una entrevista concedida en los años noventa afirmó que "el destino de los países en desarrollo es llegar a un equilibrio de pobreza, y esa es la tragedia de las economías post coloniales.

En ninguno de los referidos obituarios se destacó su oposición a la Guerra de Vietnam -que lo condujo a la ruptura con el presidente Johnson, de quien era asesor el apoyo al movimiento feminista, a la reducción de la semana laboral por debajo de 40 horas y su vinculación efectiva a los movimientos de acción afirmativa y discriminación positiva en favor de las minorías.

En una audiencia en el Senado, en 1955, advirtió que una nueva Gran Depresión económica estaba próxima a ocurrir. Al día siguiente se derrumbó la Bolsa y Galbraith fue gravemente cuestionado. Galbraith era sólo un liberal que creía que el Estado debe actuar para defender al mercado y la democracia y llegó a afirmar "soy una persona conservadora y tengo la tendencia a buscar antídotos para las tendencias suicidas del capitalismo. Pero por la típica inversión del lenguaje, uno tiende a ganarse la reputación de radical".

Galbraith hizo duras críticas a las grandes corporaciones que concentran el poder en tanto que el Estado descuida la salud, la educación y la infraestructura vial. No creía, además, que en la realidad operase la competencia perfecta y que sus postulados no son útiles para entender la economía actual, pues dejan de lado el problema del poder y el contenido político de la economía. Pese al desprecio que le profesaban los economistas convencionales y que fue expresado por Samuelson cuando afirmó que Galbraith era el economista más querido por aquellos que no son economistas. Los casos de Enron, Halliburton, Parmalat y Arthur Andersen terminarían por darle la razón.

Partiendo del análisis de los inicios de la economía americana de los farmers, Galbraith mostró la llegada de los grandes monopolios. Por ello consideraba un mito el libre mercado y demostró la forma en que operan los monopolios. En toda su obra, criticó el abismo que separa los modelos abstractos y teóricos de la realidad económica, y por ello se ganó la animadversión de los economistas convencionales.

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