«La fábrica del consentimiento»
Nota de MIS-XXI
Con frecuencia confundimos opinión pública con la opinión de todo el mundo. Cuando un medio de comunicación dice que “según la opinión pública” tal cosa es así o asá, damos cierto que esa cosa es como es porque todo el mundo (la opinión pública) la ve así.
Pero el término ‘opinión pública’ ha sido confeccionado inconscientemente por los periodistas para ahorrarse explicaciones sobre las informaciones que suministran a la gente.
Parecería necesario, entonces, que empezáramos por diferenciar qué es opinión pública y qué es opinión popular.
De momento, y en gracia de discusión, podría decirse que opinión pública es aquella que tienen ciertas personas con acceso a los medios de comunicación y, por supuesto, con capacidades intelectuales para describir o narrar los hechos de manera sintáctica, objetiva o subjetivamente, según se trate de una información o de una opinión; y opinión popular es aquella que tiene la gente del mundo en que vive y le rodea.
El tema amerita una mayor discusión científica porque, ocurre con frecuencia que nos dejemos influenciar por la opinión pública a expensas de la opinión popular.
Mientras llega el momento de esa discusión, el Movimiento de Integración Social (MIS-XXI) recomienda este artículo de Raphaël Meyssan, publicado por Voltairenet.org que ilustra de manera brillante la trampa semántica que se nos ha tendido entre libertad de información y libertad de expresión, algo que, por demás, llevó a que
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Libertad de información contra libertad de expresión
por Raphaël Meyssan
Idealmente, se percibe a la prensa como un contrapoder y se le acusa de no realizar su trabajo crítico y fabricar el consentimiento en torno a los poderes. La crítica tradicional de los medios estima que ahí está la mano de algunos grandes grupos económicos. Pero se puede pensar que el punto de bloqueo es más profundo: reside en la noción misma de «información». Ese término, utilizado con frecuencia, lleva en sí un punto de vista filosófico y una manera de ser en el mundo. La ideología de la información se ha convertido en un instrumento de consentimiento y de sometimiento de las poblaciones.
Contrariamente a lo que parece, la libertad de información es una noción opuesta a la libertad de expresión. La primera consiste en difundir algo conocido y seguro. La segunda en presentar públicamente una visión personal. La libertad de información presupone una verdad objetiva, la libertad de expresión implica que esa verdad lleva a la relación que mantenemos con algo y no a ese propio algo.
El sistema de la objetividad / subjetividad
Lo que llamamos «información» se presenta como un término técnico: se trata de un dato sobre algo. Ese dato para nosotros tiene un carácter científico: debe ser exacto. Una información puede ser verdadera o falsa. Cuando se presentan dos informaciones contradictorias, una debe dar paso a la otra: «No es posible decirlo todo y lo contrario.» Sin embargo, las informaciones que tenemos sobre algo pueden estar incompletas, pero una información en sí misma no puede estar incompleta. Es un dato conocido y seguro que puede completarse con otros datos.
Para describir algo, un acontecimiento, un hecho, debemos suministrar informaciones objetivas al respecto. Ciertamente, nos es difícil escapar a nuestra subjetividad, pero a pesar de todo se debe buscar, con el máximo de fuerza y de honestidad, la objetividad: entrecruzando los diferentes puntos de vista subjetivos y abstrayéndonos, en lo posible, de nuestras propias opiniones. Por ende, la objetividad es un ideal, inaccesible, pero hacia el cual tenemos que tender con tenacidad.
De ese modo, la objetividad es la noción fundamental que acompaña a la información. Si podemos proporcionar informaciones objetivas sobre un hecho, es porque el hecho es objetivo. Un hecho objetivo no necesita de nosotros para existir, existe fuera de cualquier relación que podamos tener con él. Ese hecho se nos dio para observarlo.
La lógica aparente de todo esto no debe suprimir el debate filosófico sobre la objetividad. Con frecuencia, ese debate se vincula con la cuestión de la subjetividad. Estamos de acuerdo en que no es posible conocer un hecho de manera objetiva y en que debemos admitir y dar a conocer la subjetividad con la que lo conocemos. Pero entonces, la subjetividad aparece como la crítica que la objetividad acepta hacerse a sí misma. Se sitúa en el mismo sistema de pensamiento. La objetividad afirma que las cosas están en sí mismas.
La crítica subjetiva es conveniente. Le basta con presentar un método de observación: todo depende del punto de vista con que se mire; por consiguiente debemos decir desde donde hablamos y también, para acercarnos a la verdad objetiva, entrecruzar puntos de vista diferentes. Lo ideal de una verdad objetiva perdura. En su forma más fuerte, la crítica subjetiva hace que parezca imposible conocer esa verdad. En su forma más débil, se limita a dar una opinión, una opinión al respecto, sin ponerla en dudas: «Esto es lo que pienso de lo que todos conocen.» El debate filosófico sobre la información no se limita, por consiguiente, a afirmar subjetividades.
La relación y la cuestión de nuestro lugar en el mundo
Esta discusión de aparente buen sentido entre la objetividad y la subjetividad crea un impase sobre un elemento fundamental: la relación. Es cierto que quizás algo no necesite de mí para existir, pero si hablo del tema establezco una relación con él. En un momento determinado, en mi campo de percepción está al mínimo.
Precisamente porque tiene una relación conmigo hablo del tema, de lo contrario, ni siquiera lo conocería. Por otra parte, considero que es útil hablar del asunto porque pienso que eso que tengo en mi campo de percepción incide en mi vida, directa o indirectamente, física o intelectualmente, etc. La relación que mantengo con ese algo del que hablo es ahora el punto fundamental. Lo que diré sobre el tema hablará de nosotros, de la relación que existe entre el asunto y yo.
El debate sobre la objetividad de las cosas y el del punto de vista objetivo o subjetivo no tienen valor alguno si nos colocamos en el campo de la relación. Por el contrario, la cuestión de la relación aporta una claridad nueva sobre el uso de la noción de información y objetividad. Cuando pienso en términos de relación, me pregunto sobre la influencia que ese algo tiene sobre mí y a la inversa, sobre la que yo puedo tener sobre el asunto.
Cuando me sitúo en el sistema de la información y la objetividad, aprendo sobre algo y ese conocimiento, a priori, no tiene ninguna incidencia sobre mí, de igual modo no se plantea mi capacidad de acción. Por consiguiente, el pensamiento de la relación implica la interacción entre el mundo y yo: sondea la influencia, la determinación del mundo con respecto a mí y se interroga sobre mi capacidad de acción.
Pensar en términos de relación hace que aparezca la problemática de nuestro lugar en el mundo. Se percibe entonces que la palabra «información» no es un término técnico, sino una noción filosófica que lleva en sí misma una concepción del mundo. El giro de pensamiento objetivo implica un objeto de estudio. La objetividad supone la objetivización del mundo. Nosotros no vivimos ya en relación con el mundo, vivimos entre las cosas. Nuestra actividad no se piensa en términos de relaciones, sino de gestión de las cosas con respecto a las que conocemos.
De ese modo, el insensible desplazamiento que se produce de la libertad de expresión a la libertad de información es paralelo a la disminución de la capacidad de acción del ciudadano y a la aparición de la figura de gestor. Vemos el mundo como un conjunto de objetos, nuestra vida en el mundo consiste ahora en administrar los objetos. Y si todo lo percibimos como tal, aceptamos también ser transformados en objetos. El triste desencadenamiento del mundo surge entonces como el producto de la ideología de la objetividad. Periodistas, sociólogos y otros expertos objetivos trabajan en ese sentido.
La no posesión del mundo
Para la lógica de la información, la adquisición de los conocimientos es un fin en sí mismo. Es objeto de atención de todas las universidades y el objetivo de cualquier persona culta.
De ese modo, la formación de un periodista corresponde al aprendizaje de algunas técnicas del oficio y a la absorción de una «cultura general». La figura del sabio, que no existe en la sociedad de la información, es remplazada por la del hombre culto cuyo conocimiento enciclopédico produce admiración, pero mientras «la suma del conocimiento» se infla vertiginosamente, el ser humano pierde el vínculo con el mundo. De El Extranjero de Camus a los personajes de Kafka, la literatura es recorrida por un ser ajeno a su vida.
Perdido en un mundo incoherente y absurdo, lo observa, lo diseca, lo destruye y no encuentra en definitiva nada que lo una a él. El hombre enciclopédico no conoce la experiencia, le interesa todo pero no se implica en nada.
Así, el concepto de información conduce a nuestra desposesión consentida del mundo. A partir de ahí, ya no nos parece intolerable que otros vean la realidad por nosotros y nos digan como es: son simples técnicos que recepcionan y transmiten informaciones. Un periodista objetivo es un intermediario técnico. Sus opiniones no deben transparentarse para no crear interferencias entre nosotros y la información. Los medios no se perciben como mediadores entre nosotros y la realidad, sino como soportes de informaciones neutras. Y sin embargo, como vimos que la «información» no es un término técnico, el «medio» no es tampoco un soporte técnico.
Los medios no conocieron la revolución vivida por el cristianismo con
La prensa ha llevado a las poblaciones de las democracias a una situación anterior a
Esta situación se justifica por la contradicción entre nuestra falta de tiempo o de medios y la sed de conocimientos que tenemos. Quisiéramos conocer lo que sucede de un extremo al otro del mundo, pero no disponemos de los medios para ir a esos lugares, tanto más cuanto que nos interesan otros temas. Pero ¿qué significa ese «interés»?
El interés se manifiesta hacia las cosas con las que no somos capaces de relacionarnos: no podemos ir al lugar, y no tenemos tiempo para dedicarle al asunto..., pero pretendemos que influya en nuestra vidas, incluso que podamos tener una influencia en el mismo.
¿Cómo puede ser posible? ¿Cómo podríamos actuar sobre algo que no podemos ni siquiera ver con nuestros propios ojos y con lo que no podemos relacionarnos? Delegando, por supuesto que sí. Confiamos una vez más en otros para que actúen por nosotros. Ya no son periodistas, cuya función se limita a reportar, sino, por ejemplo, políticos humanitarios o militares. De esa manera, actuamos por delegación sobre las cosas que conocemos por intermediarios.
Podríamos calificar nuestro margen de maniobras como sigue: consentimos en que se actúe a nuestro nombre según lo que otros nos han asegurado. La información no produce la acción sino el consentimiento.
Los intelectuales de los Estados Unidos Noam Chomsky y Edward S. Herman analizaron principalmente la fabricación del consentimiento por parte de la prensa como resultado del sistema económico (Manufacturing Consent, Pantheon Books, 1988. Éd. francesa:
Que los diarios sean sometidos a firmas multinacionales y a anunciantes publicitarios poco importa. Fueron concebidos para informar y no pueden hacer otra cosa que fabricar consentimiento. Han constituido un proceder intelectual de sumisión a terceros. El hombre enciclopédico es ajeno a la acción.
Es receptáculo pasivo de informaciones abstractas. Como espectador educado, a veces no consiente y critica. Critica sin alcance, y su efecto es darle seguridad en sí mismo al propio espectador. El estado de espectáculo en que nos encontramos puede analizarse entonces como provocado por la ideología de la información.
Debemos tomar conciencia de las implicaciones fundamentales de la noción banal de «información». La ideología de la información implica un estado de ánimo, una manera de ser en el mundo: conocimiento abstracto, alejado de cualquier relación personal o colectiva; conversión del mundo en un simple objeto de estudio; gestión de las cosas; gestión de los seres reducidos al estado de cosas; pasividad en la adquisición del conocimiento; sumisión con respecto a terceros y delegación, también, de la capacidad de actuar sobre el mundo; estado de espectáculo; consentimiento; crítica de espectador; pasividad...
La salvaguarda de la ideología de la información es el método utilizado para mantener a los ciudadanos en el estado de espectadores que consienten o critican. No se puede llevar a cabo ninguna lucha democrática aceptando esa ideología que le es fundamentalmente opuesta. Para la democracia, la información -y por consiguiente «la libertad de información»- debe combatirse como ideología de servilismo. En su lugar, debemos defender la libertad de expresión que implica la relación, la acción, el compromiso.
Hablar del mundo no es un acto descriptivo, es una acción con resultados: no nos contentamos con decir algo tal como es, lo hacemos existir de una manera particular. La información, a través de una descripción seudo científica, reduce al mundo a una aparente objetividad. La expresión hace que el mundo exista para nosotros de mil maneras.
La libertad de expresión lleva a una realidad mucho más rica, más densa y más compleja que la instituida por la ideología de la información. Sobre todo, nos vuelve a dar un lugar en el mundo y hace que nuestra capacidad de acción sea efectiva.
Raphaël Meyssan
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