Al pan, pan
OCTAVIO QUINTERO
“Todo el debate menos insultos”, dijo el presidente Uribe a los periodistas, a manera de recriminación, cuando en rueda de prensa con el ex jefe del gobierno español. José Maria Aznar, uno de ellos le dijo que a él (a Aznar) se le tenía clasificado como un dirigente fascista.
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Con frecuencia se acusa al presidente Álvaro Uribe de fascista. La gente cree que esto es un insulto que ofende al Presidente. Yo creo que no. Nadie puede, o al menos no debiera enojarse porque le digan la verdad.
Así como dicen que a la gente hay que creerle lo que dice, también, y con más veras, hay que calificarlo por lo que hace.
Digamos que hoy en día nadie puede tildarse de fascista a la manera como lo fundó Mussolini; como nadie puede tildarse de capitalista a la manera como lo definió Adam Smith en la segunda mitad del siglo XVIII.
Hoy en día hablamos más bien de neofascismo y neoliberalismo. Los textos más modernos nos hablan de neofascistas que se identifican por actitudes xenófobas y racistas, como Bush, por ejemplo; o por la desinstitucionalización de los partidos políticos que representan la legalidad democrática.
Es probable que Uribe sea un xenófobo de tercer grado (persona hostil hacia los extranjeros), como todo buen antioqueño; o racista, quien quita. Pero de lo que sí podemos estar seguros es que ha emprendido una guerra sin cuartel contra los partidos tradicionales (liberal y conservador), que va ganando, a diferencia de la guerra que tiene que con las Farc.
No es casual que el presidente Uribe no tenga partido definido ni como candidato ni como gobernante. Las dos veces que ha llegado al poder lo ha hecho por un movimiento cívico que además de comprobarle su gran poder de convicción, atracción y carisma popular, propio de los fascistas, le deja buenos réditos en el bolsillo al no tener que compartir con nadie los miles de millones de pesos que le reconoce el Estado por voto registrado en las urnas.
Tan no tiene un partido definido que viniendo del Partido Liberal, y sin renunciar a él, lo que lo deja en principio siendo nominalmente liberal, encargó recientemente de
¿Que está acabando con el Partido Liberal?, es un hecho; y que está acabando ( o acabó) con el Partido Conservador es incuestionable al reducirle a un simple grupo de obsecuentes servidores huérfanos de ideología y hartos de burocracia.
En materia política, pues, Uribe es un neofascista de esos que surgieron entre las décadas de 1980 y 1990 en el mundo Occidental como legítimos sucesores avanzados del viejo Mussolini.
Tiene otros rasgos neofascistas que tampoco puede negar ni él ni nadie que con buen juicio lo juzgue.
Es autoritarista, una variante del totalitarismo fascista; y es un aventurero político que se hizo al poder y se consolidó en él haciéndole trampas a
Nos dirán entonces que no se puede tildar de fascista a un gobernante que en su última elección cuadriplicó en votos a su inmediato contendor.
Es que también estamos frente a una desfiguración conceptual de la democracia porque no basta que existan elecciones regulares para que por tal causa se pueda definir un sistema como auténticamente democrático. Sabemos, por ejemplo, que en la primera presidencia de Bush las elecciones las ganó Al Gore; que en la primera vuelta de las elecciones en Perú ganó Ollanta Humala y hoy gobierna Alán García y que, haciendo abstracción de esas ‘minucias’ electoreras, para que la esencia democrática se aprecie en lo profundo de un sistema se requieren, además, varias otras condiciones: prensa libre, un conjunto de valores compartidos; un mínimo respeto a los adversarios políticos y un inmaculado respeto a las instituciones y las leyes.
Sabemos que Uribe vapulea a las instituciones, empezando por las Fuerzas Armadas, el Congreso y
Pero además, y finalmente, cuando un movimiento político como el de Uribe y sus secuaces, considera al orden existente como un blanco a destruir y piensa que todos sus oponentes son enemigos en los términos en que los definió su mastín José Obdulio, a quienes hay que aplastar, a unos por la fuerza de las armas y a otros por la fuerza del poder, no estamos en Colombia, como conclusión, ante un luchador democrático sino ante un ambicioso que se aferra al poder a como de lugar.
A este tipo de gobernantes, por su hechos, se les conoce como neofascistas, y punto.
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