Por Israel Adán Shamir
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Ya sabíamos que no está bien endiosarnos; ahora ya es tiempo además de aprender a no demonizar al prójimo.
La demonización del enemigo es un invento relativamente reciente. En los buenos tiempos de antaño, la gente se peleaba pero después se hacía amiga, y después se volvía a pelear, como los valientes héroes de
Por cierto, el Antiguo Testamento se esmera en contarnos de Josué que fue el primer rey que inauguró un tribunal de Nuremberg, matando a cinco reyes cautivos, siempre en nombre del Señor, porque "odiaban a los judíos y peleaban contra ellos" (Josué 10). Pero, desde el tiempo de Josué, y hasta el siglo
Las cosas empezaron a cambiar hace unos cien años, con el advenimiento de la democracia y los medios masivos, porque surgió la necesidad de convencer a un montón de gente de que la guerra es algo necesario y justificado. La simplificación de "buenos o malvados" a lo Hollywood sustituyó la vieja división entre amigo y enemigo, y el enemigo se convirtió en el malo, intrínseca e irremediablemente malo. Esto fue una mala noticia, porque un enemigo se puede convertir en un amigo, pero un malvado no puede volverse bueno. Había que matarlo, y, efectivamente, se le solía matar a plena luz del día. La admiración por el enemigo se volvió imposible; cada guerra se convirtió en una guerra entre "hijos de la luz" versus "hijos de la oscuridad. En semejante guerra, no cabe la compasión, se exige la crueldad hacia los civiles.
Un brote serio de demonización del enemigo fue implementado por los medios angloamericanos con vistas a lograr empujar a la reticente América a la primera guerra mundial contra Alemania, logro que fue prometido por [el judío] Weitzman al inglés Lord Balfour a cambio del apoyo de éste de entregar Palestina a los judíos sionistas. En palabras de Benjamín Freedman, "después que los sionistas vieron la posibilidad de apoderarse de Palestina, todo cambió, como un semáforo que pasa de la luz roja a la verde. [En Estados Unidos,] dónde los diarios habían estado a favor de Alemania, casi unánimemente los alemanes dejaron de ser buenos, de golpe se convirtieron en los malos. Eran los Hunos, asesinaban a las enfermeras de
La demonización de los alemanes empezó a crecer en los años 1930, autorizando al boicot de los productos alemanes, con
Hoy en día, para demonizar a alguien, basta con dibujar una semejanza cualquiera con Hitler, y la cosa funcionará. Los árabes y musulmanes combaten a los judíos, por lo tanto son nazis y pueden ser considerados como encarnación del mal. En 1956, el general Macmillan describió a Jamal Abd el Nasser como un "nuevo Hitler" porque nacionalizó el canal de Suez. En 1982, Begin llamó a Yasser Arafat "el nuevo Hitler", porque tenía que justificar su agresión y el bombardeo de Beirut. Stalin era "peor que Hitler", según un discurso del presidente Bush. Ahora le toca a Irán, cuyo presidente suele ser evocado como el "nuevo Hitler" y su pueblo como "islamofascista". Irónicamente, los que defienden a Irán comparan a Bush con Hitler, y a los bushistas con los nazis. Esto recuerda a Huey Long de Luisiana; cuando se le preguntó si el fascismo podría llegar hasta América, contestó: "por supuesto que sí, con la única diferencia de que se le llamará antifascismo".
Hollywood produjo algunas películas de curas que exorcizan a los demonios; pueden hacer otra sobre un rabino demonizador, basándose en Shmuley Boteach, autor de un libro sobre La necesidad de odiar el mal, quien escribiera: "Ajmadineyad es una abominación internacional que puede aspirar a ser reconocido como el hombre en vida más desbordante de odio". Los políticos no se quedaron atrás, así por ejemplo Netanyahu: "Hitler primero se dio a conocer por una campaña mundial, y después trató de hacerse con el armamento atómico. Irán está tratando de empezar por dotarse de las armas nucleares primero." Y Gringrich: Estamos en 1935 y Mahmud Ajmadinejad es lo más cercano a Adolf Hitler que hayamos visto jamás".
Los israelíes se vuelven lívidos como la cera cuando se les compara con nazis. Inmediatamente empiezan una argumentación interminable para "puntualizar la diferencia": los nazis usaban botas, nosotros llevamos zapatos, ellos graznean en alemán mientras nosotros cantamos en melódico hebreo, los nazis se oponían a los maravillosos judíos, nosotros nos oponemos a los bestiales árabes. No cabe duda que los israelíes son distintos de los nazis; tampoco que era preferible ser un francés en
A los angloamericanos les gusta considerarse a sí mismos como los buenos contra los malos de Hitler. Pero hablando objetivamente, no había mucho para escoger entre ambos lados. Los angloamericanos fueron bestias a más no poder: hicieron cenizas a Dresde, vitrificaron a Hiroshima, hambrearon a millones de alemanes. Incluso su racismo fue bastante comparable: en USA, una unión sexual entre un ario y un negro se consideraba una ofensa criminal muchos años antes de las leyes de Nuremberg, y siguió siendo así durante muchos años después que las leyes de Nuremberg fueron anuladas [el Estado de Alabama abolió semejantes leyes recién ¡en el año 2000!].
No quiero ni siquiera empezar a hablar del bando soviético en la guerra, pues se ha convertido en un lugar común igualar a Stalin con Hitler en lo moral, y a los comunistas con los nazis, a pesar de que esta hipótesis se basa en unas pocas estadísticas locas de la guerra fría, y en realidad, el GULAG de Stalin nunca llegó a tener tantos internados como las prisiones de George Bush.
Ahora bien, la demonización es siempre cosa de bárbaros. Esta es la lección que tenemos todos que aprender ahora con todas las cosas que están pasando. Sólo un arrogante y desalmado puede en su hybris pretender una superioridad moral inherente, por encima de otro mortal. Por esto es que la demonización era una barbarie que no se conocía, hasta que la iglesia fue marginalizada. No es mejor demonizar la carne y la sangre que idolatrarlas. Ya sabíamos que no debemos endiosarnos; ahora es tiempo de aprender además a no demonizarnos. Seamos criaturas bendecidas con nuestros amigos, y lo mismo con nuestros enemigos. Ni somos ángeles, ni nuestros enemigos son demonios.
Si entendemos estas cosas, aprenderemos de los judíos que se han negado sabia y obstinadamente a demonizar a los suyos. Ariel Sharon fue un asesino brutal de mujeres y niños, que se supone quiso ser "un Hitler para los palestinos"; pero el New York Times de la familia Sulzberg no hizo caso a nuestras inocentes tentativas por demonizarlo, fue bien recibido por los de arriba y la gente poderosa, y está quedando en la historia como un buen veterano cualquiera. Los judíos no permitieron la demonización de los responsables judíos de la policía secreta de Stalin, ni tampoco de matones judíos despiadados, sino que los mantienen en el recuerdo a todos como "hombres que amaban a sus madres judías".
Los judíos no caen en la trampa de la demonización porque saben que cualquiera puede ser demonizado. Esta lección la da el Talmud con el ejemplo de Job, que "era perfecto y recto y temía a Dios prescindiendo del mal". Sin embargo los sabios lo tacharon [a modo de ejercicio intelectual] de malvado, en broma. Las sagradas escrituras dicen que Job no pecó de palabra. Los sabios contestaron: "pero sí pecó mentalmente, de corazón". Por si fuera poco, Job había dicho que "aquél que desciende al infierno no podrá volver", con lo cual estaba "negando la resurrección de los muertos", dijeron los talmudistas, y así sucesivamente. Así se demuestra que cualquiera puede ser demonizado, y por lo tanto a nadie se le debería demonizar.
Más aún, los judíos sabios no demonizaban ni siquiera a Satanás. ¿Por qué >empujó Satanás a Dios a ensañarse con Job?, preguntó un sabio talmudista, y contestó a continuación: es que Dios se entusiasmó con Job, y por poco se le olvida el amor de Abraham. Satanás se entrometió entonces por la mejor razón posible, para preservar el justo lugar que le corresponde a Abraham. "Cuando Satanás hubo oído esta homilía, vino y le besó los pies al sabio", dice el Talmud (Baba Bathra 15). Esto fue sabio, porque Satanás no es igual a Dios, y tiene su lugar en los planes de El.
La falacia teológica de la demonización la entendió bien el especialista en ciencia política Carl Schmitt, católico y alemán. Se le presenta a menudo como un hombre sin escrúpulos morales; pero es porque no se le entiende bien. Para él, la distinción entre amigo y enemigo no puede descansar en la moralidad. Es una cuestión de nosotros contra los otros, no de malos contra buenos. Los dos lados son humanos, de modo que un político que los caracteriza a "ellos" como moralmente inferiores o "malos" peca de la hybris de la arrogancia, pero además está blasfemando pues niega que Dios sea el creador de todos. El poder del Señor reina sobre todos, incluso sobre nuestros enemigos personales. Sería blasfemia tratar a nuestros enemigos como infrahumanos. Todos somos moralmente iguales, en la óptica de Schmitt, aún cuando la política hace que sea a veces "necesario" matar a los enemigos de uno, según la introducción corta, pero acertada, del filósofo americano moderno Newton Garver. (www.buffaloreport.com/2004/040630garver.humiliation.html). Scout Horton se equivocó tanto en la interpretación de Schmitt que uno se puede preguntar si se trataba realmente de un yerro [ http://balkin.blogspot.com/2005/11/return-of-carl-schmitt.html ]. Por ejemplo, escribió: "para Schmitt, la clave para la salida exitosa de la guerra contra semejante enemigo es la demonización.. Según Schmitt, las normas de la ley internacional con respecto a los conflictos armados reflejan las ilusiones románticas de una edad caballeresca." Es al revés: Schmitt estaba a favor de una guerra de uniformes, llevada a cabo entre dos ejércitos, donde los civiles quedan fuera de la contienda. Estaba en contra de la demonización, porque es algo inaceptable para una persona religiosa. Horton se da cuenta que su lectura de Schmitt es defectuosa, y escribe correctamente : "Schmitt expresa desde el inicio las reservas morales más severas en cuanto a su concepto de demonización. Teme que se preste a 'altas manipulaciones políticas' que deben evitarse a toda costa". Utiliza a Schmitt para atacar a John Yoo, un seguidor de Bush que después se convirtió en un seguidor de Alan Dershowitz en cuanto a autorizar la tortura, pero en vez de referirse a Dershowitz el sionista, apela a Schmitt que puede ser presentado como un "pensador nazi legal". El objetivo (de atacar a Yoo) es válido, pero los medios (la referencia a Schmitt) son disparatados. El artículo de Horton se puede entender como una prolongación de la extrema demonización de
Horton escribe : "Carl Schmitt era un hombre racional, pero marcado por un odio a América que rayaba en lo irracional. El veía la forma en que USA trastocaba la ley internacional como viciada por la hipocresía, y veía en la conducta Usamericana de fines del siglo XIX y principios del XX una nueva forma de imperialismo amenazante". ¿En qué se puede calificar de irracional este planteamiento? ¿Cómo es posible que una persona del mismo lado nuestro de la barricada (como es el caso de Horton) no puede admitir que el Estado que veta cualquier resolución de condena a Israel y llama a la guerra contra Irán es el colmo de la hipocresía? ¡Si Moliere se enterase, tendría que reescribir su Tartufo! La actitud de Horton, típicamente judía, según la cual "si nos critican, tiene que ser por culpa de un odio irracional" se ha convertido en la marca distintiva del pensamiento Usamericano que germinó a partir de la demonización del enemigo.
Pues no se puede demonizar sólo a una persona y parar la cosa ahí mismo: la demonización de una persona conlleva la demonización de muchas otras más. Los ataques contra musulmanes, árabes, iraníes son la consecuencia inevitable de los ataques anteriores contra los alemanes. Por esto el columnista canadiense y judío Mordecai Richler escribió: "Los alemanes son para mí aborrecibles. Me alegro de que se bombardeara a Dresden sin ningún objetivo militar. Para mi gusto, los rusos no retuvieron y maltrataron a los prisioneros de guerra alemanes lo suficiente".
Y el premio Nobel de
Pues bien, si queremos restaurar la paz en el mundo, debemos rechazar cualquier demonización, incluyendo al Malvado cenital, Adolf Hitler. Sinceramente me tiene sin cuidado Hitler, tanto como malo como en tanto que bueno. Ni lo admiro ni lo demonizo, ni lo odio ni lo amo, como tampoco a Napoleón o a Genghis Khan. Están requetemuertos estos flagelos, ya está. Le tengo un cariño especial al Hitler de nuestro tiempo, Ajmadineyad; me importan tres pepinos los hítleres del pasado, llámense Saddam Hussein, Nasser o Yasser Arafat. Mi padre peleó por Stalin, y el presidente Bush nos enseñó que Stalin es peor que Hitler. Para mí "Hitler" es el nombre genérico de los enemigos de judíos, ni más ni menos que "Amalek".
Y, en realidad, el hombre que se apasiona tanto por Hitler es un renegado, pues niega a Dios y elige como dios personal y demonio personal a gente de carne y hueso. Por esto los judíos muy respetuosos de la ley como lo son los del Neturei Karta pudieron ir a la conferencia de Teherán, mientras otros, ateos, se asustaron simplemente con el nombre del célebre austriaco muerto. La demonización de Hitler causó la deificación de los judíos, y así es cómo se creó la nueva teología del auténtico paganismo neojudaico.
La creación de un polo del mal a nivel de humanos es causante de una infinidad de anomalías en el discurso público. La demonización del racismo es uno de los resultados. Uno puede desaprobar a un tonto que se considera a sí mismo de mejor estirpe que otros. Pero no deja de ser un estilo muy corriente de vanidad, que comparte mucha gente de las "castas de arriba", por ejemplo descendientes de nobles, sacerdotes y judíos en nuestra sociedad. La creencia en la superioridad de la raza blanca, o de la estirpe anglosajona, no es más que una versión democrática de la vanidad de clase dominante, que vale para que la use gente que no puede pretender ser de origen noble o judío. El día en que estas personas de una clase pretendidamente superior renuncien a su vanidad, a sus títulos y hagan una hoguera con el libro de Deborah Lipstadt, La amenaza de la asimilación, entonces sí podrán fijarse en la paja que se halla en el ojo del vecino más humilde que ellos.
El racismo cotidiano, de menor cuantía, no es mayor problema en nuestra sociedad. Yo, bigotudo de piel oscura y tipo mediterráneo, nunca he tenido queja por ello en mis sesenta años de andanzas. Pero tampoco he intentado molestar a los autóctonos subiendo al máximo el volumen de una música extranjera, practicando extrañas costumbres en público o portándome de manera conspicua. En Israel hay ciertos reflejos tribales de amor y desamor, principalmente entre las diversas tribus judías, y por supuesto que es bastante asqueroso, pero no estoy seguro que tenga eso que ver con el viejo racismo infame. El racismo es tan poco problemático, que la búsqueda de un racista sacrificial es un fracaso completo. Al diputado Georges Freche lo echaron de su partido porque dijo que el equipo nacional de fútbol de Francia no debería ser todo negro. Dijo públicamente : "nueve de once jugadores en nuestro equipo nacional de fútbol son negros. Tres o cuatro jugadores negros sería una proporción normal. Los negros son superdotados en deportes y música, como los griegos de Homero, pero tal vez a los franceses nativos les interese y tengan las aptitudes necesarias para jugar al fútbol en la selección de país . Claro, esta frase está fuera de lo políticamente correcto, pero no por ello deja de ser la expresión del sentido común más extendido.
Las ideas de igualdad deberían tener su lugar, pero no ocupar todo el espacio. Para los suecos está bien tener un pastor mujer de vez en cuando, pero es que ya no hay pastores hombres, y muy pocos feligreses además. De la misma forma, si todos los jugadores de fútbol fueran negros, tal vez los franceses nativos perderían el interés en seguir los partidos de fútbol. El equipo nacional de fútbol no debería ser predominantemente negro y tampoco deberían ser todos, o casi todos, judíos los periodistas y los personajes estelares en los debates de la televisión francesa. También es cierto que africanos y judíos vinieron a Francia, que agradecen la hospitalidad francesa, y no intentan desplazar a los autóctonos. Si los socialistas franceses siguen siendo tan estrictos con sus miembros, desaparecerán del mapa como dinosaurios en retirada; y Segolene Royal no será recordada sino como la figura que impidió que le Pen venciera a Sarkozy en las elecciones para presidente en 2007.
En Inglaterra, la bailarina clásica Simone Clark expresó su opinión de que el país tenía suficiente inmigración, que el proceso sin fin de importar trabajadores debería ser frenado o incluso concluir. Pues bien, es un punto de vista, y posiblemente razonable, cuadra dentro de
En Alemania, los antirracistas y antinazis desfilan con la bandera israelí y exigen que no se use más el pañuelo palestino, como Schneider de Leipzig: "Lo que todos compartimos es el apoyo a Israel y luchamos contra cualquier forma de antisemitismo, fascismo y sexismo", dice el director del centro, Christian Schneider, de veintiséis años.
Un buen ejemplo de la actividad pro israelí en Leipzig es la campaña pública contra los kaffiyehs, que fue en un tiempo un accesorio esencial en la vestimenta de los activistas de izquierda. "¿Es que tienes un problema con los judíos, o simplemente sientes frío en el pescuezo?" Esta fue la consigna en la campaña organizada por el centro en años recientes. La campaña apuntaba a impedir que los jóvenes usaran lo que el centro percibía como un símbolo de la identificación con los palestinos y el antisemitismo, informó Haaretz. [http://www.haaretz.com/hasen/spages/806069.html].
Estas cosas de locos son el resultado de la demonización extrema, obsesiva de Hitler. Una vez más, debemos aprender de los judíos, que expulsan a los inmigrantes por lotes en los aviones, combaten el mestizaje y la asimilación sin dejar de añadir que "esto no es racismo". ¿Por qué no es racismo? En un chiste judío, un rabino se encuentra retrasado, se da cuenta que ya va empezar el shabbat, y se pone a rezar, hasta que sucede el milagro: fue shabbat dondequiera, pero siguió siendo viernes en el Cadillac del rabino. De la misma forma, oponerse a la palabra mestizaje (o musitar el término antiguo de miscegenación) es algo racista salvo, milagrosamente, ¡cuando lo hace un judío! (http://www.haaretz.com/hasen/spages806069.html). "Racismo", es decir la preferencia dada por el autóctono a otro nativo a costas de un extranjero es una conducta normal y normativa. Esta actitud es un mandamiento de
Fíjaos que "racismo" no figura entre las virtudes del libro cristiano. Pero tampoco figuran como virtudes la codicia, la gula, el orgullo, la envidia ni la lujuria. Y no vemos el caso de políticos expulsados del partido socialista, por ejemplo, por escribir una columna gastronómica, dar una advertencia en la bolsa de valores, por marchar en una gay pride, o por comprarse un carro mejor que el del vecino. Hay leyes "contra el odio", pero no "contra la vanidad".
Piense uno lo que quiera de los racistas de antaño, hoy en día este mote se le pone a cualquiera que no reniegue de las raíces y del afecto de una persona por su tierra y su comunidad. El racista arquetípico de nuestros días, digamos, la santidad "racista", sería Simone Weil, quien consideraba el arraigarse como una virtud, y el desarraigo como un pecado (y se opuso con fuerza a la demonización de Alemania por Francia en 1939). Así, cualquiera que respalde la inmigración peca, porque está impulsando al desarraigo. De modo que cabe preguntarse si es mejor ser bueno con el vecino autorizándolo a venir y acomodarse, o prohibiéndole que deje su país natal. No hay respuesta a prueba de fuego para esta pregunta, y lo digo en tanto soy un perpetuo inmigrante. Y si te dicen que eres racista porque te opones a la inmigración masiva contesta : "y tú eres el propagador del veneno del desarraigo", como hizo Simone Weil. (http://www.hermenaut.com/a47.shtml). Por ser incapaces de devolver la demonización a judíos y angloamericanos , es que los nacionalistas y gente de la extrema derecha demonizan a los rusos, los soviéticos y los comunistas. No tienen mucho éxito que digamos, así que no es necesario gastar pólvora en ello. Basta con decir que los números fantásticos de "millones de muertos" por culpa de Stalin, Mao o Pol Pot no son más que producto de la imaginación. Ninguno de ellos mató a tantos como el imperio americano antes y ahora. Ninguno arrojó a tantos al exilio como hicieron los israelíes.
No hay imperios del mal, sólo están los imperios que nos mantienen a raya.
Alemania no era el imperio del mal, ni tampoco Hitler y Auschwitz encarnaron en exclusividad el espíritu del tradicionalismo orgánico. Los tradicionalistas trataron de establecer un paradigma alternativo basado en Wagner, Nietzsche y Hegel, de ir a las raíces y a las tradiciones del pueblo. No en vano, los mejores pensadores y escritores de Europa, desde Knut Hamsun hasta Louis Ferdinand Celine, desde Ezra Pound hasta William Butler Yeats y Heidegger vieron el elemento positivo en el punto de vista orgánico y tradicionalista. Si a Rusia y Alemania no se las hubiese demonizado, posiblemente no habrían llegado a los extremos que vimos.
Tenemos que restaurar el equilibrio del pensamiento y el discurso que fueron barridos a raíz de
Ezra Pound. No hay hombres malvados, somos criaturas hechas a la imagen y semejanza de Dios, y se necesitan todas las ideas para producir pensamientos nuevos.
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