21 de enero de 2008

Dos egos explosivos

Nota del Editor

El “profe” como amablemente todos le decimos a Oscar Delgado, se ha dado a la tarea de “leer por nosotros” y frecuentemente nos envía a sus abonados los mejores artículos que en su criterio (y el Profe tiene excelente criterio), se encuentra en diversos y variados medios de opinión.

La columna que a continuación insertamos en Mis XXI, es la descripción más precisa de las personalidades de los presidentes Álvaro Uribe (de Colombia) y Hugo Chávez (de Venezuela), que yo haya visto hasta el momento en tan brillante síntesis.

Suscrita por el también profesor de la Universidad Javeriana y analista político, Hernando Llano Ángel, plantea los egos que estallan en las mentes de estos dos mandatarios, enfrentados entre la derecha y la izquierda, el uno (Uribe), encarnando la seguridad democrática contra el terrorismo proclamado desde Washington y el otro (Chávez), el Socialismo del Siglo XXI, precisamente contra el Consenso de Washington.

“Tanto Chávez como Uribe son rehenes de ese nominalismo institucional que legitima sus respectivos proyectos políticos y afianza su protagonismo narcisista, considerándose cada uno predestinado para escribir la historia, como si ella fuera un simple resultado de sus geniales capacidades personales, dice el analista, cuya columna, es la siguiente:

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DE-LIBERACIÓN

(Para www.actualidadcolombiana.org y calicantopinion.blogspot.com)

Enero 14 de 2008

¿Del acuerdo humanitario al conflicto internacional?

Hernando Llano Ángel

Se atribuye a Confucio una sencilla y profunda definición del poder. “El poder es la capacidad para denotar la realidad”. Es decir, para darle un nombre, pues quien logre que todo el mundo la denomine de la misma manera, ya con ello le ha fijado una identidad que empieza a considerarse como definitiva e inmodificable.

Así se llega a una de las falacias más nefastas para el entendimiento humano, cierto nominalismo fundamentalista que termina por confundir el nombre con la realidad.

Entonces se cree, ingenua o maliciosamente, que basta con cambiar el nombre para transformar la realidad, en lugar de hacer lo contrario. Tal es el fondo de la interminable controversia acerca del carácter de actores políticos beligerantes o terroristas que tienen las FARC y el ELN, según la última propuesta del presidente Chávez.

De esta ilusión nominalista son especialmente cautivos los políticos y los juristas, cuando creen que cambiando Constituciones, aprobando leyes y profiriendo decretos ya han creado otra realidad. A tal punto que se vuelven trascendentales y se creen inmortales cuando proclaman cartas constitucionales que consagran rimbombantes instituciones como el Estado social de derecho, la República Bolivariana y la Democracia Participativa.

Lo grave es que estos ilusionistas de nuevas realidades disponen del poder institucional para tratar a quienes pongan en duda esas nuevas verdades como traidores de la Patria y terroristas, descargando contra dichos disidentes todo el peso de la ley, las armas y la opinión mayoritaria.

Entonces en nombre de sacrosantas, intangibles e imaginarias realidades como la Patria , la Soberanía Nacional , la Justicia , la Democracia , la Libertad , la Seguridad y un largo etcétera, se encarcela, tortura, secuestra, desaparece y asesina a personas de carne y hueso, muy tangibles e insustituibles, pero que carecen de la importancia trascendental de esos inamovibles e intocables valores e instituciones.

Tanto Chávez como Uribe son rehenes de ese nominalismo institucional que legitima sus respectivos proyectos políticos y afianza su protagonismo narcisista, considerándose cada uno predestinado para escribir la historia, como si ella fuera un simple resultado de sus geniales capacidades personales.

Ambos padecen una curiosa y peligrosa megalomanía política. Chávez se cree predestinado para liderar la derrota del imperialismo norteamericano, encarnando el Bolívar del siglo XXI y realizando su sueño de una América Latina integrada y poderosa, pero ahora en clave socialista.

Por su parte, Uribe se proyecta como una especie de gran patriarca y patriota, predestinado para derrotar el terrorismo, pero confunde a Colombia con el Ubérrimo y reduce la democracia al mercado y la seguridad para las inversiones privadas, siendo por ello su destino vital la derrota de las FARC.

No deja de ser un revelador contraste que Uribe sea el anfitrión en el Ubérrimo del presidente de la multinacional norteamericana General Electric, mientras Chávez lo es en Miraflores de Clara Rojas y Consuelo González de Perdomo, tras su liberación por las FARC.

De allí que para Chávez las FARC y el ELN sean ejércitos con un proyecto político antiimperialista y para Uribe grupos terroristas. Ambos se encuentran situados en las antípodas y la realidad los supera con creces, pues sus ideologizadas visiones y vanidosas personalidades no les permite reconocerla en toda su complejidad y riqueza de matices.

La afinidad política de Chávez con la guerrilla le impide apreciar la degradación criminal en que ella incurre al convertir el secuestro en su principal estrategia de negociación y supervivencia política, y al utilizar el narcotráfico como principal fuente de abastecimiento militar.

De otra parte, el odio visceral de Uribe hacia la guerrilla y su afinidad personal con quien la combata, sin deparar mucho en los excesos criminales del paramilitarismo, para quien continúa reclamando un trato político y cuyos cabecillas protege todavía de la extradición, lo debilitan ética y políticamente en su lucha contra el terrorismo y su publicitada política de seguridad democrática.

Así es percibido internacionalmente, aunque nacionalmente cuente con cerca del 75% de opinión favorable, para la cual parece haber un narcoterrorismo encomiable (AUC) y otro repudiable (FARC).

De lo anterior se puede concluir que tanto Chávez como Uribe carecen de convicción, coherencia, personalidad y compromiso real con la democracia y sus principios fundamentales: la vida, la libertad, la paz y la deliberación de sus ciudadanos, a quienes consideran una masa de maniobra política y militar de sus respectivos proyectos estratégicos, bajo espejismos como el socialismo del siglo XXI y la seguridad democrática.

Lo más grave de lo anterior es que ambos continúan actuando como si fueran protagonistas de la historia, cuando el libreto está siendo definido en otras latitudes.

Sus movimientos no son tan autónomos y sus decisiones tan soberanas como afirman. Más parecen alfiles en el ajedrez geoestratégico y militar de Washington contra las FARC, acostumbrado al sacrificio de piezas menores para alcanzar sus objetivos.

Poco importa la vida de unos cuantos miles de “peones,” sean ellos rehenes, secuestrados, campesinos, terroristas, guerrilleros beligerantes, soldados colombianos o bolivarianos.

El nombre es lo de menos, lo que cuenta es el poder de matar (la guerra) y no el de hacer vivir (la política).

No se puede permitir que dicha semántica belicista transforme el imperativo ético y político de la vida y la libertad de todos los rehenes y secuestrados en la hecatombe impredecible de un conflicto internacional, para beneficio de la industria militar norteamericana, los mercaderes y mercenarios de la muerte, todos ellos interesados en la perpetuación de un par de megalómanos en el poder, en lugar de los estadistas y demócratas auténticos que se precisan para superar esta encrucijada histórica.





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