11 de junio de 2009

Del impulso bélico

(Presentación en el foro de preparación del II Seminario Internacional ANTONIO GRAMSCI, Bogotá, U. Nacional, “De la filosofía de la praxis a la práctica del común: Liberémonos de la guerra”).
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El diario El Colombiano de Medellín, en un sorpresivo reajuste en su nómina de columnistas despidió recientemente a varios de ellos, entre otros, al escritor y ex embajador de Colombia en Chile, Jesús Vallejo Mejía quien, en epístola suscrita a su colega Jaime Jaramillo Panesso, y quejándose públicamente de la forma como fue echado de la embajada y sacado de El Colombiano le dice: (…) “Así paga el diablo a quien bien le sirve”.

Hasta hoy caigo en cuenta que esa inocente frase que frecuentemente corre de boca en boca, no es más que una confesión de culpa de quien, en su momento, le prestó al diablo (para el caso presente, al gobierno de Uribe y a través de El Colombiano), servicios diabólicos.
De tiempo atrás traigo cargos contra la que llamamos “Gran Prensa” por su servil condición de partera de la mentira organizada que expone diariamente en sus titulares, editoriales y columnas de opinión bajo la maculada proclama de la “Libertad de expresión”, capturada hoy en día en beneficio propio por otra gran libertad que apenas es de pocos: el libre mercado.
Carl Sagan, el más famoso escritor científico de todos los tiempos decía en su libro “El mundo y sus demonios” que (…) “Una de las lecciones más tristes de la historia es ésta: si se está sometido a un engaño demasiado tiempo, se tiende a rechazar cualquier prueba de que es un engaño. Encontrar la verdad deja de interesarnos. El engaño nos ha engullido. Simplemente, es demasiado doloroso reconocer, incluso ante nosotros mismos, que hemos caído en el engaño. En cuanto se da poder a un charlatán sobre uno mismo, casi nunca se puede recuperar”.
Reciente nota del columnista de El Espectador, Rodolfo Arango (21-05-09), sostiene que (…) “los intereses económicos de los poderosos y las necesidades básicas de la gente sencilla han nublado las mentes de la mayoría. (…) Una muestra de falta de sentido moral es la que exhibe El Tiempo cuando confunde la libertad de expresión con la arbitrariedad de acoger como columnistas a personas seriamente cuestionadas en lo penal. La retórica puesta al servicio de la venalidad y del crimen. Todo en aras de asegurar los negocios”.
Nadie discutiría con razón que la prensa es la máxima institución de la expresión pública, y cuando la verdad pierde exposición en la opinión pública, crea estadios de expresión por fuera de las instituciones convencionales con el fin de hacerse escuchar por las malas, ya que por las buenas no pudo.
Otro escritor, Darío Botero, aprovechando la confesión de culpa de Vallejo Mejía, saca la conclusión en Columnistas Libres (un portal virtual), de que (…) “durante 17 años se dedicó a justificar ante sus crédulos lectores las bellacadas de Uribe”… Y de Pastrana y Samper y Gaviria, y de ahí para atrás hasta el principio de los tiempos, podríamos agregar, porque todos-todos los gobernantes colombianos, con dos o tres excepciones en el siglo pasado, constituyeron una caterva de bellacos, un término que entre nosotros los colombianos se ha generalizado al punto que ya ni siquiera sabemos qué significa: malo, pícaro, ruin, astuto y sagaz.
¿Cuántos afamados escritores, columnistas y periodistas de la estirpe de Vallejo Mejía pueblan los medios de comunicación? ¿Cuántos militantes de la guerra han sido empujados por estos gobiernos a empuñar las armas en vista de que las injusticias en ellos, con ellos y en su nombre cometidas, no tuvieron eco en la prensa o fueron tergiversadas por los panegiristas del régimen?
Son tan simplones algunos que redujeron la vida de Tiro Fijo a decir que se había echado al monte años atrás porque unos soldados le habían robado siete gallinas y un marrano, callando que en la acción mataron a cuantos pudieron y violaron a cuantas gustaron.
Por acción y omisión al mismo tiempo, la tarea informativa de los medios, tanto prensa como radio y televisión, contribuye a fijar en el inconsciente popular una especie de drogadicción bélica que nos arrastra a querer más y más, al punto que se nos hacen sosas las noticias que no echan sangre.
En el caso de El Tiempo que abre sus páginas a un retórico de la venalidad y del crimen, cae la radio con el ex ministro Fernando Londoño Hoyos, de quien tenemos pruebas de su laxa moral y sus ardides de abogado, condiciones y habilidades que aparentemente le calificaron para ocupar en los albores de este gobierno el Ministerio del Interior y de Justicia, y que posteriormente le resultaron ventajosas para acceder en la Cadena Súper a un púlpito matinal, irónicamente llamado “la hora de la verdad”, cargada de metralla y de consignas antipersonas con las que bien podría hacerse un símil entre los cilindros y las minas quiebrapatas de las Farc.
Estos ejemplos puntuales llegan porque los hechos se dieron al momento de preparar estas líneas. Pero se extienden a todos los medios, últimamente convertidos en esquinas de ring en donde los boxeadores descansan de su último round y se preparan para el próximo. Es lo que llamamos la polarización de la opinión pública que actúa como bomba de tiempo en la imaginación colectiva dispuesta a explotar en cualquier momento que, por desgracia en Colombia, sucede a toda y cualquier hora.
La guerra en Colombia (y en el mundo, me atrevería a decir), no pasa hoy por motivaciones ideológicas de tipo social; no al menos principalmente como la que animó a Antonio Gramsci, y a tantos otros luchadores sociales desde Jesucristo en adelante, sino por la ideología propia del capitalismo, devenido nuevamente en salvaje por el neoliberalismo, expuesta a través de unos medios informativos, -la Gran Prensa- capturada por detentadores de un inmenso poder económico que calla, tergiversa o ridiculiza las injusticias sociales mediante plumas lacayas de alto vuelo como las de Montaner, Plinio Apuleyo y Vargas LLOSA en Latinoamérica, por citar sólo tres protuberantes y por demás ramplones ejemplos harto conocidos que contribuyen sin sonrojo a poner la historia patas arriba.
Lo que parece más grave es que la incitación a la violencia desde los medios, no es algo que se haga así como inconscientemente. Valientes escritores y columnistas la advierten de vez en cuando, como en este editorial de Vanguardia Liberal de Bucaramanga de agosto de 2008 en que dice:
(…) “La forma violenta como se desvirtúa lo que dice la oposición y la agresión contenida con que se rechazan sus postulados (…) ha sido la partera de muchos derramamientos de sangre”.
Esta otra confesión de culpa no es, que digamos, un SOS luminoso proveniente de ignoto rincón colombiano. No, un urbi et orbe sobre la desviación informativa de la Gran Prensa lanzó desde Roma en su mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones de la Iglesia Católica el año pasado, el propio Papa, Benedicto XVI, al decir que (…) “a menudo (los medios) son usados con irresponsabilidad para esparcir la violencia e imponer modelos de vida distorsionados (…) por razones ideológicas”, de tipo capitalista e imperial, le faltó agregar al benemérito Papa.
Y para muestra un botón: el gobierno mexicano del presidente Calderón (a quien los medios de oposición en ese país le dicen el “ilegítimo”), acaba de capturar y poner a órdenes del gobierno colombiano (no menos ilegítimo que Calderón para algunos de nosotros por la forma como alcanzó mediante el cohecho su reelección en el 2006), al profesor de filosofía Miguel Ángel Beltrán Villegas, bajo el muy subjetivo cargo de proselitismo político a favor de las Farc. Y en cambio, este mismo gobierno de Calderón permite la presencia en su país del embajador colombiano Camilo Osorio, acusado de prevaricato al engavetar durante su ejercicio como Fiscal General importantes y determinantes cargos contra altas cabezas de paramilitares en Colombia por crímenes de lesa humanidad.
Es pertinente la comparación, aunque no debiera causar sorpresa a quienes advertimos en toda su dimensión la gravedad de la acusación que en marzo del año pasado nos afrentó el impotable José Obdulio a quienes, validos no más de nuestra inteligencia combatimos al régimen de Uribe, acusándonos de conformar “el Sexto Frente de las Farc”.
Pocos días después de tan irresponsable acusación, fueron asesinados, en circunstancias que aún desconocemos, varios activistas de la marcha del 6 de marzo contra los paramilitares, y por la misma época, furiosos (¿o furibistas?) hackers borraron de la faz del universo la página web de la senadora Piedad Córdoba.
Yo confieso que resulta bien difícil, por no desencantarlos con mi escepticismo, liberarnos de la guerra porque, como lo dije en alguna oportunidad para el caso colombiano, y frente al ataque de injusticias que a diario dirige el Estado en connivencia con la gran prensa contra las mayorías oprimidas en sus derechos fundamentales como la vida, la honra, el trabajo, la vivienda, la salud y la alimentación: (…) “ Para cuando el gobierno haya hecho la paz con los que hoy están en guerra, ya estaremos en guerra los que hoy estamos en paz”. Fue lo que pasó con el más conocido y dizque exitoso proceso de paz con el M-19 en el gobierno de Gaviria y lo que pasa hoy con el proceso del desmonte paramilitar en el gobierno de Uribe: por la misma puerta del perdón y olvido por donde entran sin reparación de víctimas y sobre todo bajo el manto de verdad sabida y buena fe guardada los desmovilizados, comienzan a salir los nuevos combatientes hacia la nueva y siempre vieja guerra preñada de subjetividades que nos envenenan envueltas en papel periódico.
Ni para qué hablar de las más lejanas confrontaciones bélicas y consiguientes procesos de paz que pueblan la historia nacional como la Guerra de los Mil Días; la Masacre de las Bananeras; el 9 de Abril; el Exterminio de la UP o la Toma del Palacio de Justicia: son tabú que los partidos tradicionales en Colombia han protegido dentro de la ley de los bomberos: sin pisarse las mangueras.
Por eso es de admirar la tenaz, valiente e inclaudicable lucha de Piedad Córdoba y su movimiento Colombia@nos por la paz en procura de un acuerdo humanitario que como febril utopía se aleja tan pronto como intentamos asirla. Pero como diría Galeano, hoy redescubierto por el intrépido Chávez al intentar abrirle los ojos a Obama con sus “venas abiertas”: (…) “para eso sirve la utopía: para caminar”.
Como la naturaleza humana no es más que una expresión en miniatura de la naturaleza universal, cuando al ser se le silencia, macilla y se le coarta el derecho a una vida digna, pasa cuentas de cobro que pueden ser violentas y notorias como el volcán, o mansas y ocultas como el calentamiento global, pero de todas formas letales.
Mientras existan medios de comunicación y escritores que desdeñan las razones subjetivas de la violencia, la hoguera de la guerra seguirá ardiendo, alentada por inocentes soldados e intrépidos guerrilleros.
Y en medio de ella, los cosechadores de sus dividendos que pueden ser teocráticos como en el Medio Oriente; capitalistas como en el Golfo Pérsico; políticos como en la Europa Oriental o simplemente criminales como todas las anteriores, más las del narcotráfico en Colombia y México.
Cuántos de nosotros nos seguiremos devanando los sesos en disquisiciones académicas en busca de una causa sui de la guerra, mientras otros en dorados salones brindarán por ella.
No digo, para finalizar, que la mañosa información de la Gran Prensa que nos alienta el ánimo bélico sea la única causa de la guerra… Pero que es una de las más importantes, no cabe duda.
Pero es indudable que la liberación de este estado bélico pasa por unas reformas políticas, económicas y sociales, entre otras, por la despenalización del narcotráfico y el consumo de drogas, cuyos principales protagonistas ni siquiera son los narcotraficantes o los consumidores sino esa cadena de negocios como la venta de armas y el comercio de precursores químicos que son lícitos cuando se hacen de Estado a Estado e ilícitos cuando las mismas armas y los mismos químicos, fabricados y producidos por los mismos países exportadores, caen en manos de los alzados en armas.
Mientras la lucha se siga dando contra los efectos y no contra las causas; mientras sigamos capturando a los negociantes y consumidores y no al negocio en sí mismo; mientras sigamos desdeñando la vida de los pobres y postergando la puesta en marcha de programas sociales como la reforma agraria, el empleo productivo y la vivienda digna; la educación y la salud como un derecho fundamental para todos, el impulso bélico seguirá luchando dentro de nuestras atribuladas almas como luchan dentro del alma del presidente Uribe las ganas de perpetuarse en el poder y perpetuar en nosotros sus propias iras y venganzas.

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