19 de julio de 2009

Honduras: cepo ideológico


En medio del fragor desatado en torno al golpe de Estado en Honduras y su incidencia en la democracia liberal que domina el pensamiento político en el Mundo Occidental bajo la égida de USA, podríamos preguntarnos qué es lo que estamos entendiendo hoy en día por democracia.

Hasta el mismo Fidel Castro cae en la trampa de defender una democracia hecha a la medida del modelo neoliberal, sólo porque el golpe afecta a un derechista como Zelaya que viene de regreso a la izquierda, no propiamente por cuestiones ideológicas sino pragmáticas que lo acercan a Chávez, no por afecto, estoy seguro, sino por conveniencia.

Considerada por AFP como una de las más célebres frases de esta última semana, Castro ha dicho que “muere el golpe (en Honduras) o mueren las constituciones” en América Latina.

Y entonces, veamos que en un momento, podría ser mejor que murieran las constituciones.

Si la mayoría de países latinoamericanos están dominados por “El fin de la historia”, en los términos en que la concibe Fukuyama, podrían pensar quienes no comparten esta visión ideológica, que a todas luces resulta impuesta por el Imperio, que la vía golpista puede ser una luz, extrema por supuesto, pero al fin y al cabo un intersticio por el que puede salir del peor de los mundos construidos por una fementida democracia que mediante el poder económico ha logrado atrapar en el dogma del libre mercado a toda cosa o ser viviente sobre la tierra.

Ejemplos diversos sobre este predominio democrático provienen de los medios virtuales que fluyen libremente en Internet y, en el caso concreto de nosotros los colombianos, lo vivimos en carne propia al resultar gobernados hoy en día por un gobierno ilegítimo que se hizo reelegir en 1996 tras reformar la Constitución mediante la compra de votos en el Congreso.

Y dicho gobierno pasa ante el mundo como democrático. Y uno pudiera decir, parodiando a Castro: si fracasa el golpe de Estado en Honduras, muere la única salida que estos bichos neoliberales le están dejando a la inmensa población que sufre su dominación: la desobediencia civil.

Algo parecido pasa en México con Calderón e idéntica situación se vive en Costa Rica con Arias. El primero se ha robado las elecciones y el segundo anda festinando a su país en el altar del neoliberalismo. Y si ambos gobiernos pasan por democráticos, cuya esencia hoy parece ser la corrupción política y económica, vaya entonces a ver cómo podrán ser sustituidos por vías democráticas, cuando todas las instituciones se rinden o las rinden a sus pies.

Un país que parece llevarse todos los aplausos del nuevo orden democrático es Brasil, pues, gobernado por un mandatario de origen socialista, Lula da Silva, ha logrado aparentemente cumplir con sus propuestas socialistas que le reportaron la Presidencia, sin inquietar, y quizás sin molestar, a los dueños del Poder.

Pero, cuando uno aterriza en el predio brasileño buscando confirmar la imagen de Lula, otro gallo canta en el corral. Con el sol a las espaldas, Lula remata su gobierno con asignaturas pendientes como la reforma agraria y, en cambio, dejando abierto un gran paréntesis sobre la política que trazó con el nefasto gobierno de Bush para impulsar los biocombustibles que, aparte de resultar un gran peligro a la conservación ambiental de la selva amazónica, pulmón del mundo, ya sabemos, por las primeras pruebas de campo, que allá donde la palma africana echa raíces, los campesinos echan para las zonas urbanas desplazados de sus hábitat… y el hambre acecha.

Hoy vemos alineados a la familia de la izquierda en torno a Zelaya, porque coquetea con Chávez. No creo que el fragor democrático de Castro o Chávez fuera tanto, si, por ejemplo, el golpe de Estado hubiera sido contra el presidente colombiano, Álvaro Uribe. Y queda la impresión de que los gobiernos proclives a la derecha, empezando por el nuevo líder del Mundo Occidental, Barack Obama, no han sido tan precisos en su condena al golpe en Honduras. Quizás, van a dejar pasar estos meses flotando sobre las olas, mientras unas nuevas elecciones, probablemente aseguradas política y económicamente por la Derecha, vuelven a instalar un cancerbero neoliberal en Honduras, y entonces será democrático y tendrá que ser reconocido por tirios y troyanos.

Mientras seamos prisioneros de unas cartas constitucionales escritas por la plutocracia neoliberal, defender la democracia, así concebida, resulta para los izquierdistas, un cepo ideológico del que, hasta el Pontífice de Cuba, parece no haberse percatado.

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