Yo comparto la combinación de las distintas formas de lucha para tumbar un tirano. Cuando las circunstancias de opresión social y persecución política no dejan más alternativa, se justifica empuñar las armas contra el régimen que en tal forma se comporta, según se contempla en el derecho que explica la desobediencia civil.
Quienes conmigo así piensen, nos diferenciamos en esto del sistema capitalista a ultranza que combina las distintas formas de lucha, pero para derrocar a los gobiernos socialistas que democráticamente han accedido al poder en Latinoamérica, solamente porque son socialistas.
Para el capitalismo salvaje nada importa cómo lleguen al poder los gobiernos de su estirpe, y prueba reciente nos da el golpe de Estado en Honduras, instigado inicialmente por la embajada estadounidense, y finalmente consentido y avalado por Estados Unidos.
En ese orden de ideas se justificó durante mucho tiempo que las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, hoy conocidas como FARC, se hubieran armado y echado al monte, primero para defenderse del exterminio que los esbirros del gobierno conservador emprendieron contra todo aquel que no fuera de su parecer y, segundo, en procura de tumbar ese régimen de oprobio que hundió al país desde el asesinato de Gaitán en la barbarie que hoy nos deshonra.
Nadie discutiría ahora con razón que esa razón de existir de las FARC se ha diluido en unos intereses de poder, aparentemente más de tipo económico que político. Ya los guerrilleros de la primera generación de Tirofijo no son guerrilleros en el estricto sentido de la palabra, sino unos mercenarios que ni siquiera tienen vocación de poder.
Si las FARC de veras intentaran tumbar el régimen, otro sería su accionar. Por ejemplo, es inaudito que ahora anden mostrando su poder de daño en momentos en que el país discute si continuamos con un régimen tan belicoso como el de Uribe. Resulta más que obvio que si la sociedad percibe que la guerrillera no quiere diálogo, Uribe siga siendo la carta a jugar.
En momentos en que el Presidente parecía arrinconado y agotado en sus argumentos para no abrir la posibilidad de liberaciones como las que se venían en navidad, venir a secuestrar y asesinar al gobernador del Caquetá, no me parece ninguna muestra de fuerza sino de estupidez.
Las FARC, de momento, han condenado a los secuestrados que están en su poder a seguir secuestrados porque no hay riesgo de que ahora Uribe vaya a poner a discreción a las Fuerzas Armadas mientras se dan las liberaciones; han ahogado el grito de felicidad de unas familias que ya veían cerca la oportunidad de estrechar a unos seres queridos por los que tantos años llevan sufriendo, y al paso que van, nos van a condenar a todos los colombianos a seguir sufriendo la seguridad democrática con Uribe en vivo y en directo o reencarnado en algún candidato que la sociedad perciba de su misma calaña.
Si hacia la derecha se ven las FARC como terroristas, hacia la izquierda creo que han comenzado a verse como brutas, o al menos lejanas y alejadas del objetivo político que inicialmente las inspiró.
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