OCTAVIO QUINTERO
oquinteroefe@yahoo.com
20-08-08
Por segunda vez en pocos días quedo en línea con el presidente Uribe. Claro que hay roscograma en la justicia. Es de nuevo una verdad en boca de un mentiroso que como dije en su momento, no deja de ser verdad.
Lo perverso de esta afirmación del Presidente es que la suelte con la premeditación y alevosía de quien espera en la oscuridad a la víctima elegida para asestarle de improviso y a mansalva el golpe mortal, en este caso a la Justicia a la que quiere reformar como castigo a la Suprema Corte que se le ha metido al rancho de la parapolítica.
A ningún colombiano más que a Uribe hay que creerle esa denuncia de la roscograma, pues, de eso es que sabe el iluminado paisa que según sus historiadores desde muy temprana edad vaticinó que iba a ser Presidente.
Y, por supuesto, como para ser Presidente en este país, o simplemente para ser alguien importante, no bastan los méritos sino más, y mucho más, la rosca, es obvio que el iluminado debió haber recibido clases de muy buenos maestros y haberse graduado con honores en ese roscograma que desde sus primeros pinitos como concejal de Medellín hasta la empinada cumbre de su Presidencia en los últimos seis años ha liderado.
Las noticias del momento le dan vueltas en destacados titulares y sesudos editoriales a la denuncia del Presidente como la revelación más grande que colombiano alguno haya hecho en los últimos años.
Y uno debiera lamentar aguarles la fiesta a esos hiperbólicos uribistas que ven en él al mejor presidente de todos los tiempos al decirles que la roscograma existe hace muchos años en todos los campos de la vida nacional, pública y privada.
Va para 8 años la primera edición del libro “La mentira organizada” que publiqué en noviembre de 2001. En su página 133, se narra la anécdota de la señora Maria Mercedes Cuellar, la misma que hoy es presidenta de la Asociación Bancaria, cuando en 1989, siendo directora de Planeación Nacional, al serle recomendado un joven estudiante de economía de la U de los Andes llamado Luís Carlos Valenzuela, respondió: “Si tiene nombre lo nombro”.
Claro que tenía nombre este “chino”, como dicen los bogotanos, pues, 10 años más tarde alcanzaba el cargo de Ministro de Minas y Energía prosiguiendo con marcada aceleración la privatización de las empresas energéticas del país de cuyos inversionistas, que entonces se apoderaron del patrimonio nacional, hoy, entiendo, es su ilustre consejero y asesor.
¿Quién más que Uribe puede hablar con mayor conocimiento de causa sobre roscograma, él que se ha asociado a lo más clientelista de la política para alcanzar el poder y atornillarse al cargo de Presidente mediante el chantaje, el cohecho, la corrupción y el reparto milimétrico de la burocracia nacional e internacional entre sus amigotes?
Y no hablemos de esa otra roscograma criminal del paramilitarismo que inspiró cuando era gobernador de Antioquia el hoy Presidente de esa inmensa masa de electores convertida en “comité de aplausos”, porque entramos en terrenos en donde la roscograma se convierte en asociación para delinquir y luego en impunidad, disfrazada últimamente en leguleyadas como las de “detención arbitraria” de la que se ha prendido la Fiscalía General dirigida por un hijo de la roscograma de Uribe para dejar en libertad a sujetos bañados de la cabeza a los pies en las pútridas aguas del paramilitarismo como el ex director del DAS, Jorge Noguera, de quien algún día el propio Uribe dijo que era capaz de meter las manos al fuego por él, o como en las últimas horas a su ilustre primo, Mario Uribe, por quien fue capaz de arrinconar a la Corte Suprema de Justicia con calumnias, montaje de intrigas, amenazas de referendos y hasta con una reforma a la justicia de la que todavía no renuncia para saciar su sed de venganza en una institución que se atrevió a llamar a juicio a su bien amado pariente.
En el arte de mentir, el cinismo es una práctica esencial, y en ello Uribe es medalla de oro.
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Aleluya: Por la columna de Salud Hernández sobre este tema, en El Tiempo del 17-08-08.
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SOS: corren ratas de popa a proa y de babor a estribor, señal inequívoca de que el barco se hunde.
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