9 de diciembre de 2008

Del idiotismo inútil

OCTAVIO QUINTERO
09 – 12 - 08

El sindicalismo colombiano no ha podido superar el paternalismo empresarial con que nació, creció y se desarrolló en los años de la Guerra Fría, cuando los empresarios del mundo occidental, junto con la Iglesia Católica y los gobiernos, estimulaban, y en veces hasta forzaban la creación de sindicatos con el fin de impedir la sindicalización de los trabajadores en los sindicatos “comunistas”, que eran todos aquellos que luchaban por la jornada laboral de ocho horas, por las prestaciones sociales, las cesantías, las primas de servicio, los subsidios a la vivienda y la educación y, en fin, por intentar nivelar en parte su duro esfuerzo con las pingues utilidades de los empresarios, obtenidas merced a la explotación y expoliación de los trabajadores.
De la mano de los empresarios, el gobierno y la iglesia, surgieron en Colombia dos poderosas centrales adscritas igualmente a los dos partidos tradicionales –Liberal y Conservador- que en los 200 años de vida republicana se han repartido el poder, bastantes años a sangre y fuego, y después de los 60, mediante un pacto conocido como Frente Nacional que aún persiste como idea política dominante en el país.
Ahora que los empresarios no temen al comunismo porque lo creen derrotado y extinguido tras la caída del Muro de Berlín, han soltado de la mano a los dirigentes sindicales que tenían de bolsillo y ¡PUM!... al suelo fueron a dar como cae un bebé que apenas comienza a coger equilibrio. Y aparte de soltarlo le han dado su patadita para que la caída sea más aparatosa, incluso, fatal.
Son los lamentables años en que aparte de las 2.500 o más ejecuciones de sindicalistas de que se habla en Colombia en el sólo gobierno de Uribe, han muerto también numerosos sindicatos de base, una estadística que nadie ha levantado pero que si se toma por el porcentaje de trabajadores afiliados a algún sindicato resulta escabrosa.
“Yo ya no quiero ni saber cuantos trabajadores hay sindicalizados en Colombia”, dice el Secretario General de la CGT, Julio Roberto Gómez. Y tiene razón; cuando vemos que apenas unos 900.000 trabajadores, de un potencial de 20 millones se congregan en las cuatro grandes centrales laborales: CGT, CUT, CTC Y CPC, pues, daría hasta vergüenza considerarse uno dirigente sindical de alguna importancia.
Es por eso que el gobierno colombiano hace con el sindicalismo colombiano lo que le da la gana. Tanto más si se encuentra con un sindicalismo lleno de vanidades en su cúpula y de mediocridad en sus mandos medios. Un sindicalismo dividido que la única mirada puesta arriba es a ver qué migajas caen de la mesa de los señores para su posterior rebatiña sindical.
Este martes 9 de diciembre se inician las negociaciones sobre un nuevo salario mínimo legal en el seno de la llamada Comisión Tripartida de Concertación de Políticas Laborales y Salariales que integran el Gobierno, los Empresarios y los trabajadores.
En ese espacio, los trabajadores son convidados de piedra, tanto por la manguala que siempre han formado el gobierno y los empresarios, como por la falta de seriedad en las peticiones de los trabajadores al punto que al final, los que salen peleando entre sí, son los propios representantes del gremio laboral como el año pasado entre la CGT y la CUT, pelea que se ha ahondado, pues, este año de gracia, la CGT no quiso apoyar a la CUT en el paro nacional de noviembre y, como cualquier esquirol, asistió a una convocatoria del presidente Uribe cuando las otras centrales (CUT, CTC y CPC), le habían contestado que no les interesaba conversar con un Presidente que ha tratado tan mal y tan duro al sindicalismo colombiano.
¿Qué va a salir de esa Comisión que alguien muy acertadamente la calificó por estos días como una de las cosas más imbéciles, inocuas e inicuas del país? Nada más que un decreto del gobierno en el que recogerá las recomendaciones de los empresarios y las predicciones de los analistas económicos del séquito oficial para un próximo año que viene sacando chispas por lo que acontece en el campo internacional con la recesión de Estados Unidos y la caída económica de la Unión Europea y por lo visto en Colombia con dos fenómenos de fondo: el efecto de las pirámides en los ingresos de la población de clase media y baja y el efecto invernal que ha dejado estragos en el sector agropecuario como sobremesa de las políticas impulsadas por un ministro de Agricultura y Ganadería que, como decían los abuelos, sabe tan poco del campo que hasta la boñiga lo embiste.
En este escenario de menosprecio sindical y confabulación contra la clase trabajadora del Estado neoliberal, la propuesta de las centrales obreras de un incremento salarial en el mínimo para el año entrante del 15 por ciento, y del 20 para el subsidio del transporte, me recuerda ese pasaje del payaso que se fue donde el dueño del circo a pedirle aumento a lo que el empresario le respondió: “Hasta que por fin me hizo reír este payaso”.

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