No se corre ningún riesgo de calumnia si se augura que en los próximos días veremos venir la corrupción en su mayor esplendor, dispuesta a dar el último asalto en pro de la segunda reelección de Uribe.
“¡Es el colmo!”, se dice, cuando uno piensa que razonablemente más allá no se puede llegar ni existir cosa parecida. Pues, no: la corrupción que va detrás del referendo reeleccionista podría ser algo así como “el colmo de los colmos”. Algo nunca imaginado y, por eso, siempre tiene un paso más que dar hacia abismo.
En algún tiempo, cuando la historia se atreva a contarnos esta negra y larga noche uribista, dirá que eso que nos horrorizó en la primera reelección: una reforma constitucional conseguida a punta de sobornos, cohechos y chantajes, y que los de entonces consideramos “el colmo”, iba a tener tres años después manifestaciones superiores, pues, ya no implicarían a unos cuantos, como Yidis y Teodolindo, sino al Parlamento en pleno, a gobernadores y alcaldes, convertidos por la magia del incentivo y la persuasión al mejor estilo uribista, en jefes de campaña de la reelección.
Y, más allá de lo común y corriente en que se nos ha convertido la corrupción oficial en Colombia, debemos prepararnos para lo extraordinario que viene en nombre de la reelección y de la mano de un experto: el ministro del Interior, Fabio Valencia Cossio quien, por supuesto, no es el aprendiz de brujo como su antecesor, Sabas Pretelt de la Vega ni como el obsecuente ministro de Salud y Protección Social, Diego Palacio. No, este es, frente aquellos, PhD en corrupción, con una vasta experiencia personal y familiar.
También puede avizorarse, como en la “Crónica de una muerte anunciada”, de García Márquez, la muerte de muchos colombianos a manos de los prosélitos armados de la reelección de Uribe: los paramilitares que ya a somatén andan igualmente en su propia reinstalación de grupos dominantes en ciudades, barrios, veredas y regiones como terribles y temibles asesinos extraídos de los más protervos inicios de la especie humana.
Es, en otras palabras, el preludio del “Estado de Opinión” en su esplendor.
¡Aleluya!
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