El 18 de septiembre de 2001, una semana después del atentado a las Torres, el Nobel José Saramago escribió un lúcido ensayo sobre lo que llamó el “factor Dios”, para describir lo que en mi libro inédito “Después de…”, considero como algo normal dentro de la violenta anormalidad que ha vivido el mundo desde Caín y Abel hasta los Talibanes y las Torres Gemelas.
Lo que pasa es que, como digo en ese ensayo, “el exceso del vengador hace olvidar la responsabilidad del agresor”.
Dice Saramago en el “factor Dios” que los muertos se van acumulando “estos de las torres gemelas de Nueva York y todos los demás que, en nombre de un Dios convertido en asesino por la voluntad y por la acción de los hombres, han cubierto e insisten en cubrir de terror y sangre las páginas de la Historia”.
No hubo entonces mayor reacción sobre ese ensayo de Saramago que vapulea a Dios como nadie antes lo había hecho en el presente de los tiempos, en términos literarios, aunque en términos reales el terrorismo democrático de gobernantes como Uribe lo vuelvan mierda al decir que su eventual tercer mandato depende de Dios, confirmando la tesis del iluminado Nobel cuando agrega que los dioses todos han sido capturados por un ‘factor Dios’, “que ha intoxicado el pensamiento y abierto las puertas a las intolerancias más sórdidas, ese que no respeta sino aquello en lo que manda creer, el que después de presumir de haber hecho de la bestia un hombre acabó por hacer del hombre una bestia”.
Saramago ha vuelto ayer 26 de octubre de 2009 con otro nuevo libro llamado “Caín”, en el que trata a Dios como siempre lo ha tratado y debe tratarlo un ateo: meramente una ilusión creada por los hombres a su imagen y semejanza: “cruel, mala persona y vengativo”.
Por alguna razón se ha desatado una reacción mundial contra el escritor al que ahora llaman “Diablo”, algo que resulta ser la contracarátula de Dios, ambos unidos en la imaginación de la gente como la cara y sello de las monedas.
Afortunadamente lo del “diablo Saramago”, apenas es un apodo intrascendente. En cambio lo de los sátrapas que invocan a Dios para afianzarse en sus cargos o justificar sus crímenes, estos si son de una terrible trascendencia del ser hacia la más brutal animalidad.
En ambos temas, Saramago lucha como nunca por arrancar a Dios de la imaginación humana, al punto que llega a pedirle a la gente que si cree en Dios, crea en uno solo y que en su relación con él, “lo que menos importa es el nombre que le han enseñado a darle”. Pero que desconfíe del ‘factor Dios’.
Es entonces cuando cobra validez la sentencia que consigno en el ensayo “Después de…”: “Mientras menos cantidad de Dios necesitemos, más humanos seremos”.
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