Uribe:
…Pero sigue siendo el rey
La aplanadora está lista. Absoluta mayoría en la Cámara de Representantes y a sólo tres votos, que los tiene en el PIN, para imponerse en el Senado
Con 28 escaños de la U y 21 del Partido Conservador, la aplanadora uribista en el Senado necesita de sólo tres votos, que los tiene en el PIN y de sobra, para ser mayoría.
Y en la Cámara de Representantes, el asunto le resultó más fácil, pues, los 46 escaños de la U y los 36 del Partido Conservador, son suficientes para alcanzar una mayoría de 84 votos sobre los 166 representantes que componen la Cámara.
No cabe dudas: muerto Uribe viva Uribe. El próximo ex presidente de Colombia, que se ha dedicado en los últimos días a la farándula para relajarse, es el dueño del más amplio poder político que ex presidente alguno haya tenido en la historia del país.
Su más seguro sucesor, Juan Manuel Santos, no tiene pierde, si en lógica política nos estamos expresando.
Y si de leer la bola de cristal se trata, pudiera anticiparse que el reinado de Uribe, que se inició en el 2002 y estuvo en sus propias manos por ocho años, se extenderá al menos otros ocho “en cuerpo ajeno”, como han dado en llamar esta reencarnación de Uribe en Juan Manuel Santos quien, por efectos del último fallo de la Corte Constitucional sobre el fallido referendo, podrá aspirar a su reelección inmediata en el 2014. Y que nadie lo dude que, tal como aconteció con “el Patrón”, una vez elegido el próximo 7 de agosto, Santos no hará más que buscar su siguiente reelección.
Y mientras tanto, el empleo, la educación, la salud y la vivienda; y las buenas relaciones internacionales, especialmente con los vecinos Venezuela y Ecuador, y tantas otras materias que tenemos pendientes en lo nacional, en lo departamental y en lo local, que esperen hasta que, cuando ya no aguanten más, con un decreto de emergencia, como ese de la salud que está a punto de caerse en la Corte por inconstitucional, se pretendan enmendar hecatombes previstas, y tal vez criminalmente prefabricadas, como si fueran hechos sobrevinientes e imprevistos.
Pero… “no lo canten, no lo griten, no se abracen”, como dice un locutor deportivo cuando la pelota pega en el palo, porque este cuento del rey, todavía no llega a su “colorín, colorado”…
No señoras y señores: la historia puede ir hasta la primera elección de Andrés Felipe Arias por allá en el 2018, y entonces empiece a contar otros ocho años que se van hasta el 2026.
Las cuentas las tienen claras… Siendo los dueños del poder, tienen todas las posibilidades de que sus cábalas se materialicen, tanto más en un país en donde el libre mercado ha conquistado también la libertad de expresión. Ya no se requiere tanto cacumen para llegar al Congreso, e inclusive a la Presidencia, sino mucho verde… “como el trigo verde y el verde-verde limón”. Y no hablamos del Partido Verde del filósofo y matemático Antanas Mockus, sino de los USD que circularon con permisiva facilidad en la pasada campaña electoral del Congreso y volverán en mayo… “como las oscuras golondrinas, sus nidos a formar”, en la próxima contienda electoral por la Presidencia.
El primer signo real del fin de la humanidad será su desintegración social. A partir de entonces, nada ni nadie podrá hacer nada por salvarla de su extinción final. Tal como se lucha por preservar lo más intacto posible los recursos naturales, el medio ambiente, la flora y la fauna del mundo, debemos luchar por mantener la integración sociaL y la solidaridad entre los seres humanos. ¡ESA ES LA IDEA! HAGÁMOSLE Octavio Quintero
19 de marzo de 2010
17 de marzo de 2010
Los parapolíticos
Generalmente la fuerza política nacional entre los partidos se mide por su representación en el Senado. Y si ello es válido para Colombia, la primera fuerza política al cabo de las elecciones de Congreso el pasado 14 de marzo sigue siendo la U, un tanto disminuida en consideración a su representación anterior, pues, baja de 31 a 28 senadores; al segundo lugar se mantiene el Partido Conservador un poco fortalecido con el regreso a sus toldas de algunos tránsfugas que hacen elevar sus curules de 21 a 22, y el podio lo cierra el Partido Liberal que se sostiene ahí con 17 senadores, tras 12 años (cuatro de Pastrana y 8 de Uribe) de atravesar el desierto.
Hasta aquí el análisis político resulta de gente cuerda. Pero las neuronas empiezan a perder su rumbo en el cerebro cuando uno ve que al cuarto lugar, con una fuerza inusitada, aparece en el firmamento político el Partido de Integración Nacional (PIN).
Difícilmente los nombres de sus 9 senadores que ha alcanzado pudieran equipararse en la memoria de los colombianos con nombres como los de Vargas Lleras, Petro, Mockus y ni se diga Fajardo, cabezas visibles de unos movimientos que como Cambio Radical, el Polo, Partido Verde y Compromiso Ciudadano han quedado superados en la contienda electoral por unos ilustres desconocidos e, inclusive, analfabetas políticos.
Pero la sorpresa no para ahí: el PIN pasa a ser lo que en la teoría política se denomina “partido bisagra”, porque hacia donde su fuerza se mueva, hará mayoría. Es decir, el factor de poder en el próximo Congreso de Colombia lo tendrá el PIN, fundamentalmente constituido por parientes, amigos y herederos de los tristemente famosos parapolíticos que perdieron sus curules y se encuentran purgando sus culpas en las cárceles colombianas, desde donde montaron sus cuarteles de invierno para dirigir, a control remoto, sus candidatos.
Y la pregunta del millón será: ¿Quién querrá al PIN?
Con semejante pasado, también es hora ya de cuestionarnos si al cabo de estos dos gobiernos de Uribe, los colombianos hemos dado en convivir con una forma de hacer política en la que se combinan todas las formas de lucha: la compra descarada del voto y la abierta amenaza, que ambas formas fueron denunciadas tanto por la Registraduría Nacional como por la Corte Electoral, inclusive, antes de las pasadas elecciones… y también la persuasión, en el entendido en que resulta lógico que en esa masa de electores haya colombianos de buena fe.
Pero, de nuevo, ¿Quién querrá al PIN? Bueno, decía el zorro Churchill que la política es el arte de aprender a tragar sapos sin vomitarnos. Y, si por antecedentes nos guiamos, digamos que en el Congreso que fenece este próximo 20 de julio, la alianza de la aplanadora uribista (Partido de la U + Partido Conservador) con los parapolíticos no fue algo así como por debajo de la mesa; no, fue algo muy de gancho y a pedido del propio gobierno si recordamos la famosa y ahora histórica advertencia del presidente Uribe cuando al despuntar el inmenso iceberg de la parapolítica increpó a sus parlamentarios diciéndoles… “lo mejor que pueden hacer es que vayan aprobando las leyes mientras los meten a la cárcel”.
Si la hipótesis resulta válida, el Congreso de Colombia no fue renovado en las pasadas elecciones del 14 de marzo sino que sus vicios parecen ratificados y reencarnados en cuerpo ajeno. Y algo parecido o peor, pudiéramos esperar al cabo de la próxima elección presidencial porque, como dicen por acá, desde el desayuno se puede ver la clase de almuerzo que nos espera.
Hasta aquí el análisis político resulta de gente cuerda. Pero las neuronas empiezan a perder su rumbo en el cerebro cuando uno ve que al cuarto lugar, con una fuerza inusitada, aparece en el firmamento político el Partido de Integración Nacional (PIN).
Difícilmente los nombres de sus 9 senadores que ha alcanzado pudieran equipararse en la memoria de los colombianos con nombres como los de Vargas Lleras, Petro, Mockus y ni se diga Fajardo, cabezas visibles de unos movimientos que como Cambio Radical, el Polo, Partido Verde y Compromiso Ciudadano han quedado superados en la contienda electoral por unos ilustres desconocidos e, inclusive, analfabetas políticos.
Pero la sorpresa no para ahí: el PIN pasa a ser lo que en la teoría política se denomina “partido bisagra”, porque hacia donde su fuerza se mueva, hará mayoría. Es decir, el factor de poder en el próximo Congreso de Colombia lo tendrá el PIN, fundamentalmente constituido por parientes, amigos y herederos de los tristemente famosos parapolíticos que perdieron sus curules y se encuentran purgando sus culpas en las cárceles colombianas, desde donde montaron sus cuarteles de invierno para dirigir, a control remoto, sus candidatos.
Y la pregunta del millón será: ¿Quién querrá al PIN?
Con semejante pasado, también es hora ya de cuestionarnos si al cabo de estos dos gobiernos de Uribe, los colombianos hemos dado en convivir con una forma de hacer política en la que se combinan todas las formas de lucha: la compra descarada del voto y la abierta amenaza, que ambas formas fueron denunciadas tanto por la Registraduría Nacional como por la Corte Electoral, inclusive, antes de las pasadas elecciones… y también la persuasión, en el entendido en que resulta lógico que en esa masa de electores haya colombianos de buena fe.
Pero, de nuevo, ¿Quién querrá al PIN? Bueno, decía el zorro Churchill que la política es el arte de aprender a tragar sapos sin vomitarnos. Y, si por antecedentes nos guiamos, digamos que en el Congreso que fenece este próximo 20 de julio, la alianza de la aplanadora uribista (Partido de la U + Partido Conservador) con los parapolíticos no fue algo así como por debajo de la mesa; no, fue algo muy de gancho y a pedido del propio gobierno si recordamos la famosa y ahora histórica advertencia del presidente Uribe cuando al despuntar el inmenso iceberg de la parapolítica increpó a sus parlamentarios diciéndoles… “lo mejor que pueden hacer es que vayan aprobando las leyes mientras los meten a la cárcel”.
Si la hipótesis resulta válida, el Congreso de Colombia no fue renovado en las pasadas elecciones del 14 de marzo sino que sus vicios parecen ratificados y reencarnados en cuerpo ajeno. Y algo parecido o peor, pudiéramos esperar al cabo de la próxima elección presidencial porque, como dicen por acá, desde el desayuno se puede ver la clase de almuerzo que nos espera.
6 de marzo de 2010
Pare: abismo a la vista
No es la primera vez (ni será la última), que hagamos reflexiones electorales en vísperas de una nueva jornada en la que los colombianos nos disponemos a renovar (al menos así se decía antes), nuestros cuerpos colegiados de Senado y Cámara; y, en el mismo evento, elegir a los candidatos presidenciales del Partido Conservador y del Partido Verde, agregándole a la misma jornada, por primera vez, la elección de los representantes colombianos ante el Parlamento Andino.
Los habitantes de la Costa Atlántica, valga el punto aparte, tienen otro compromiso más, fuera de los señalados atrás: la consulta Caribe.
No es por llover sobre mojado que recordamos ahora el desprestigio del actual Congreso, sino por insistir ante los electores que a la hora de ejercer nuestra soberanía electoral lo hagamos plenamente conscientes de que a partir del instante en que tomamos un tarjetón y marcamos un símbolo partidista y un número electoral, le estamos dando a Colombia la calidad de nuestro próximo Congreso.
Una de las funciones esenciales del poder legislativo, a más de expedir las leyes, es el control político sobre el ejecutivo. Hay que admitir que la pérdida de esta esencia legislativa nos ha arrastrado en buena parte a la precaria calidad de vida que hoy afrontan las clases populares del país, entre ellas, la clase laboral que a golpes de leyes contrarias a los intereses populares y, mejor sería decir, proclives al predominio capitalista, han entronizado en Colombia una especie de tiranía patronal, en la que los trabajadores hemos perdidos todos los derechos laborales.
A tal punto es la predisposición del legislativo a favorecer sólo los intereses patronales que, 20 años después de expedida la Constitución del 91, hemos llegado a reformar hasta la esencia misma de la Carta con aquello de la reelección presidencial del 2006, y en cambio, no ha habido voluntad política para expedir el Estatuto Laboral contemplado en el artículo 53, cuyo texto resulta insuperable, contundente y prueba evidente de que nos están haciendo trampa.
Tómense el trabajo de leerlo, meditarlo y concluir sobre sus postulados y luego díganse así mismos, si lo aquí escrito es, como se dice popularmente, “pura paja”.
Un postulado de ese artículo constitucional nos dice que la ley correspondiente, es decir, la que debió haber expedido el Congreso hace 20 años, debe garantizar a los colombianos la seguridad social.
¿Y qué tenemos? Una “Emergencia Social” que sólo intenta resolver los problemas económicos y financieros de las empresas que convirtieron la salud en un pingüe negocio, arrastrando más las penalidades de los pobres a la hora de acudir a una clínica, un hospital, un puesto de salud o un médico. A propósito, ni en los regímenes más tiránicos, oprobiosos y dictatoriales del mundo, se había impuesto por decreto qué debían recetarle los médicos a los pacientes. ¡Qué horror!
Ese es el Congreso que tenemos actualmente. Ese es el Congreso que hemos venido eligiendo a lo largo de estos últimos años que, con contadas excepciones, baila al son de una dádiva presidencial y se harta de lentejas en la Casa de Nariño. O desvergonzadamente se deja cohechar como en los famosos casos de la Yidis y Teodolindo.
¿Qué tanto tendremos en cuenta estas reflexiones el próximo 14 de marzo?
Sea lo que sea, y lo que piensen nuestros lectores, las próximas elecciones de Congreso son la partida hacia una nueva elección presidencial en la que tendremos que ver si, de verdad, somos capaces de sobrevivir sin Uribe.
Si arrancamos mal este próximo 14, seguramente llegaremos mal a la elección presidencial y, por ende, continuaremos mal en el próximo cuatrienio que seguirá dejando pasar las hojas del calendario sin la anhelada reivindicación social que propende la Constitución y reclamamos todos los colombianos.
Los habitantes de la Costa Atlántica, valga el punto aparte, tienen otro compromiso más, fuera de los señalados atrás: la consulta Caribe.
No es por llover sobre mojado que recordamos ahora el desprestigio del actual Congreso, sino por insistir ante los electores que a la hora de ejercer nuestra soberanía electoral lo hagamos plenamente conscientes de que a partir del instante en que tomamos un tarjetón y marcamos un símbolo partidista y un número electoral, le estamos dando a Colombia la calidad de nuestro próximo Congreso.
Una de las funciones esenciales del poder legislativo, a más de expedir las leyes, es el control político sobre el ejecutivo. Hay que admitir que la pérdida de esta esencia legislativa nos ha arrastrado en buena parte a la precaria calidad de vida que hoy afrontan las clases populares del país, entre ellas, la clase laboral que a golpes de leyes contrarias a los intereses populares y, mejor sería decir, proclives al predominio capitalista, han entronizado en Colombia una especie de tiranía patronal, en la que los trabajadores hemos perdidos todos los derechos laborales.
A tal punto es la predisposición del legislativo a favorecer sólo los intereses patronales que, 20 años después de expedida la Constitución del 91, hemos llegado a reformar hasta la esencia misma de la Carta con aquello de la reelección presidencial del 2006, y en cambio, no ha habido voluntad política para expedir el Estatuto Laboral contemplado en el artículo 53, cuyo texto resulta insuperable, contundente y prueba evidente de que nos están haciendo trampa.
Tómense el trabajo de leerlo, meditarlo y concluir sobre sus postulados y luego díganse así mismos, si lo aquí escrito es, como se dice popularmente, “pura paja”.
Un postulado de ese artículo constitucional nos dice que la ley correspondiente, es decir, la que debió haber expedido el Congreso hace 20 años, debe garantizar a los colombianos la seguridad social.
¿Y qué tenemos? Una “Emergencia Social” que sólo intenta resolver los problemas económicos y financieros de las empresas que convirtieron la salud en un pingüe negocio, arrastrando más las penalidades de los pobres a la hora de acudir a una clínica, un hospital, un puesto de salud o un médico. A propósito, ni en los regímenes más tiránicos, oprobiosos y dictatoriales del mundo, se había impuesto por decreto qué debían recetarle los médicos a los pacientes. ¡Qué horror!
Ese es el Congreso que tenemos actualmente. Ese es el Congreso que hemos venido eligiendo a lo largo de estos últimos años que, con contadas excepciones, baila al son de una dádiva presidencial y se harta de lentejas en la Casa de Nariño. O desvergonzadamente se deja cohechar como en los famosos casos de la Yidis y Teodolindo.
¿Qué tanto tendremos en cuenta estas reflexiones el próximo 14 de marzo?
Sea lo que sea, y lo que piensen nuestros lectores, las próximas elecciones de Congreso son la partida hacia una nueva elección presidencial en la que tendremos que ver si, de verdad, somos capaces de sobrevivir sin Uribe.
Si arrancamos mal este próximo 14, seguramente llegaremos mal a la elección presidencial y, por ende, continuaremos mal en el próximo cuatrienio que seguirá dejando pasar las hojas del calendario sin la anhelada reivindicación social que propende la Constitución y reclamamos todos los colombianos.
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