Generalmente la fuerza política nacional entre los partidos se mide por su representación en el Senado. Y si ello es válido para Colombia, la primera fuerza política al cabo de las elecciones de Congreso el pasado 14 de marzo sigue siendo la U, un tanto disminuida en consideración a su representación anterior, pues, baja de 31 a 28 senadores; al segundo lugar se mantiene el Partido Conservador un poco fortalecido con el regreso a sus toldas de algunos tránsfugas que hacen elevar sus curules de 21 a 22, y el podio lo cierra el Partido Liberal que se sostiene ahí con 17 senadores, tras 12 años (cuatro de Pastrana y 8 de Uribe) de atravesar el desierto.
Hasta aquí el análisis político resulta de gente cuerda. Pero las neuronas empiezan a perder su rumbo en el cerebro cuando uno ve que al cuarto lugar, con una fuerza inusitada, aparece en el firmamento político el Partido de Integración Nacional (PIN).
Difícilmente los nombres de sus 9 senadores que ha alcanzado pudieran equipararse en la memoria de los colombianos con nombres como los de Vargas Lleras, Petro, Mockus y ni se diga Fajardo, cabezas visibles de unos movimientos que como Cambio Radical, el Polo, Partido Verde y Compromiso Ciudadano han quedado superados en la contienda electoral por unos ilustres desconocidos e, inclusive, analfabetas políticos.
Pero la sorpresa no para ahí: el PIN pasa a ser lo que en la teoría política se denomina “partido bisagra”, porque hacia donde su fuerza se mueva, hará mayoría. Es decir, el factor de poder en el próximo Congreso de Colombia lo tendrá el PIN, fundamentalmente constituido por parientes, amigos y herederos de los tristemente famosos parapolíticos que perdieron sus curules y se encuentran purgando sus culpas en las cárceles colombianas, desde donde montaron sus cuarteles de invierno para dirigir, a control remoto, sus candidatos.
Y la pregunta del millón será: ¿Quién querrá al PIN?
Con semejante pasado, también es hora ya de cuestionarnos si al cabo de estos dos gobiernos de Uribe, los colombianos hemos dado en convivir con una forma de hacer política en la que se combinan todas las formas de lucha: la compra descarada del voto y la abierta amenaza, que ambas formas fueron denunciadas tanto por la Registraduría Nacional como por la Corte Electoral, inclusive, antes de las pasadas elecciones… y también la persuasión, en el entendido en que resulta lógico que en esa masa de electores haya colombianos de buena fe.
Pero, de nuevo, ¿Quién querrá al PIN? Bueno, decía el zorro Churchill que la política es el arte de aprender a tragar sapos sin vomitarnos. Y, si por antecedentes nos guiamos, digamos que en el Congreso que fenece este próximo 20 de julio, la alianza de la aplanadora uribista (Partido de la U + Partido Conservador) con los parapolíticos no fue algo así como por debajo de la mesa; no, fue algo muy de gancho y a pedido del propio gobierno si recordamos la famosa y ahora histórica advertencia del presidente Uribe cuando al despuntar el inmenso iceberg de la parapolítica increpó a sus parlamentarios diciéndoles… “lo mejor que pueden hacer es que vayan aprobando las leyes mientras los meten a la cárcel”.
Si la hipótesis resulta válida, el Congreso de Colombia no fue renovado en las pasadas elecciones del 14 de marzo sino que sus vicios parecen ratificados y reencarnados en cuerpo ajeno. Y algo parecido o peor, pudiéramos esperar al cabo de la próxima elección presidencial porque, como dicen por acá, desde el desayuno se puede ver la clase de almuerzo que nos espera.
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