¿Quiénes son H. G. Wells y Orson Welles, y qué representan para la literatura y el cine?
-
Aunque sus apellidos sean similares, fonéticamente tocayos, Wells es un novelista inglés, considerado “padre de la ciencia ficción”. Todas sus obras son cumbre, pero su éxito más reconocido mundialmente es “THE WAR OF THE WORLDS” (La guerra de los mundos), publicada por primera vez en 1898, que describe una invasión marciana a la tierra, de la que posteriormente, otros novelistas, escritores y guionistas desprenden toda la literatura sobre la ciencia ficción desarrollada por la industria del cine con su meca en Hollywood, hasta llegar a “STAR WARS” (La guerra de las estrellas), la más emblemática de todas.
Es aquí donde entra en acción Welles, nacido en Kenosha, Estados Unidos, uno de los mayores genios de la industria del cine, capaz de alumbrar "Citizen Kane" (El ciudadano Kane), considerada por los expertos como una de las mejores películas de la historia.
Pero el mundo no recuerda tanto a Welles por este portento de película, sino porque en 1938 adaptó a la radio la novela de Wells, La guerra de los mundos. Y fue tan vibrante su papel que paralizó a Nueva York, y muchos oyentes creyeron que en ese mismo instante, el mundo estaba siendo invadido por los marcianos. Lo de las Torres Gemelas en el reciente 11S, era un pálido reflejo de la angustia que vivían de costa a costa los estadounidenses. El propio Orson Welles, al siguiente día, pidió perdón al público por haber sido tan real en su dramatización.
Pero esa poderosa voz de Orson Welles, le devela también al mundo otro gran poder: el de los medios de comunicación que ya, aterrizando en el presente, nos muestran su inmensa influencia global, a tal punto, que grandes analistas políticos y aún filósofos, desde Marshall McLuhan en adelante (“la aldea global” y “el medio es el mensaje”), nos hablan de la era de la “mediocracia”, aquella como la que está dirigida principalmente por los medios de comunicación: grandes, medianos y pequeños. Si grandes, en el mundo; si medianos, en los países; si pequeños en las ciudades y poblaciones. Pero resulta difícil, por no decir imposible (inclusive a un anacoreta), escapar a algún nivel de influencia decisiva en la vida cotidiana, proveniente de los medios de comunicación.
Orson Welles falleció el 10 de octubre de 1985 en los Ángeles; y eso es lo que recordamos hoy: 25 años de haber desaparecido la voz radial más portentosa que haya pisado la tierra en todos los tiempos (entre otras de sus muchas genialidades).
El primer signo real del fin de la humanidad será su desintegración social. A partir de entonces, nada ni nadie podrá hacer nada por salvarla de su extinción final. Tal como se lucha por preservar lo más intacto posible los recursos naturales, el medio ambiente, la flora y la fauna del mundo, debemos luchar por mantener la integración sociaL y la solidaridad entre los seres humanos. ¡ESA ES LA IDEA! HAGÁMOSLE Octavio Quintero
9 de octubre de 2010
3 de octubre de 2010
Así no, Procurador
No se podría defender a la senadora Piedad Córdoba diciendo, por ejemplo, que es falso que haya tenido contactos con las Farc; o que en desarrollo de esos contactos no les haya sugerido hacer una cosa en vez de otra. Inclusive, no se le puede negar su muy probable afecto por una lucha, a pesar de su evolución desde una posición de genuina ideología hacia una innegable conexión con el narcotráfico.
Pero es que la senadora no se ha escondido de nadie en los últimos 18 años que lleva como combativa y combatida militante de la izquierda liberal colombiana. Muchos de esos contactos los ha adelantado, inclusive, debidamente autorizada por el gobierno nacional, unas veces, y el resto, a plena luz del día y en presencia de todo el establecimiento.
Y esa lucha por la paz dialogada y negociada; por la liberación de los secuestrados y, aún, por el canje de presos de guerra de lado y lado, la ha enmarcado en un derecho constitucional prescrito en el artículo 22 de la Carta, que a la letra dice:
“La paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento”
Es decir, todos tenemos no sólo el legítimo derecho sino la obligación misma de luchar por la paz en la medida de nuestras capacidades y en el ámbito de nuestros escenarios de participación en la vida nacional. Y por hacer eso, sin traspasar la delicada línea que divide lo legal de lo subversivo, nadie puede ser sancionado, perseguido o estigmatizado, y menos con argumentos tan débiles y falaces, y por demás cargados de un repudiable subjetivismo, en boca de quien, por demás, debe ser el más imparcial juez de todos los jueces, pues, encarna nada más ni nada menos que el Ministerio Público.
Es una vergüenza pública que este Procurador, quien hace un año no halló méritos en una condena de cohecho expedida, no por cualquier juez, sino por la misma Corte Suprema de Justicia, para condenar a la contraparte de Yidis Medina, el ministro del Interior de entonces, Sabas Pretelt de la Vega, ahora venga a hallar méritos para destituir e inhabilitar por 18 años a la senadora Piedad Córdoba, basado en pruebas de un computador –el de Reyes- que ni siquiera ha sido reconocido por las autoridades nacionales e internacionales como prueba fehaciente de delito alguno, al punto que, hace poco, la misma Fiscalía General de la Nación desestimó esos archivos en el proceso que se le sigue a Liliany Obando, acusada de pertenecer a las FARC.
Así no, Procurador:
Si a Piedad no se le ha visto comandar, dirigir o integrar un grupo guerrillero; si no hay registros fehacientes de su militancia subversiva, como por ejemplo, fotos suyas empuñando un fusil, enfundada en un camuflado, con pasamontaña al rostro; si no se le tienen evidencias consistentes, serias, medibles, verificables y comprobables, su decisión de sancionarla es una infamia cargada de sevicia.
¡Su Ministerio Público es un asco nacional y una vergüenza internacional!
Pero es que la senadora no se ha escondido de nadie en los últimos 18 años que lleva como combativa y combatida militante de la izquierda liberal colombiana. Muchos de esos contactos los ha adelantado, inclusive, debidamente autorizada por el gobierno nacional, unas veces, y el resto, a plena luz del día y en presencia de todo el establecimiento.
Y esa lucha por la paz dialogada y negociada; por la liberación de los secuestrados y, aún, por el canje de presos de guerra de lado y lado, la ha enmarcado en un derecho constitucional prescrito en el artículo 22 de la Carta, que a la letra dice:
“La paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento”
Es decir, todos tenemos no sólo el legítimo derecho sino la obligación misma de luchar por la paz en la medida de nuestras capacidades y en el ámbito de nuestros escenarios de participación en la vida nacional. Y por hacer eso, sin traspasar la delicada línea que divide lo legal de lo subversivo, nadie puede ser sancionado, perseguido o estigmatizado, y menos con argumentos tan débiles y falaces, y por demás cargados de un repudiable subjetivismo, en boca de quien, por demás, debe ser el más imparcial juez de todos los jueces, pues, encarna nada más ni nada menos que el Ministerio Público.
Es una vergüenza pública que este Procurador, quien hace un año no halló méritos en una condena de cohecho expedida, no por cualquier juez, sino por la misma Corte Suprema de Justicia, para condenar a la contraparte de Yidis Medina, el ministro del Interior de entonces, Sabas Pretelt de la Vega, ahora venga a hallar méritos para destituir e inhabilitar por 18 años a la senadora Piedad Córdoba, basado en pruebas de un computador –el de Reyes- que ni siquiera ha sido reconocido por las autoridades nacionales e internacionales como prueba fehaciente de delito alguno, al punto que, hace poco, la misma Fiscalía General de la Nación desestimó esos archivos en el proceso que se le sigue a Liliany Obando, acusada de pertenecer a las FARC.
Así no, Procurador:
Si a Piedad no se le ha visto comandar, dirigir o integrar un grupo guerrillero; si no hay registros fehacientes de su militancia subversiva, como por ejemplo, fotos suyas empuñando un fusil, enfundada en un camuflado, con pasamontaña al rostro; si no se le tienen evidencias consistentes, serias, medibles, verificables y comprobables, su decisión de sancionarla es una infamia cargada de sevicia.
¡Su Ministerio Público es un asco nacional y una vergüenza internacional!
Le sonó la flauta a Correa
Con frecuencia cito la hermosa composición de don Ramón de Campoamor: “Y es que en el mundo traidor, nada hay verdad ni mentira. Todo es según el color del cristal con que se mira”.
-
No se pueden asumir los acontecimientos en Ecuador como un intento de golpe al Presidente Rafael Correa. Es evidente que si esa hubiera sido la intención de los sublevados, alguien hubiera reclamado el puesto del primer mandatario una vez retenido, como sucedió el 11A del 2002 en Venezuela, cuando el empresario Pedro Carmona, que entre otras cosas anda por aquí en Bogotá exiliado, se sintió sucesor accidental de Hugo Chávez.
Lo que pasó en Ecuador, sin más preámbulo, fue una imprudencia del Presidente al confrontar de manera desafiante y altanera (…) “Si me quieren matar ¡mátenme!”, a unos huelguistas que, por demás, eran parte de un cuerpo legalmente armado (la policía).
Ningún presidente que se defina democrático puede confrontar a sus gobernados en la forma en que lo hizo Correa. La democracia, antes que nada, es diálogo y, confrontación también, pero dialéctica.
Cosa distinta es que un Presidente se haga matar por defender la democracia, como lo hizo Allende. Pero es que Correa no estaba siendo atacado, sino que atacó y provocó verbalmente a los huelguistas en su propio terreno.
Correa fue imprudente, y lo demás es historia.
Pero esa imprudencia, fruto de su propia intemperancia, nos acaba de revelar un par de portentosas evidencias políticas que deben marcar los siguientes procesos sociales de los países latinoamericanos: el ladino golpe de Honduras no es replicable. Correa –sin querer queriendo- como diría el Chavo, congregó de inmediato a su alrededor –alrededor de su legítimo gobierno basado en elecciones populares- a todos los mandatarios del continente, incluyendo al de Estados Unidos, que esta vez no manejó el silencio que aplicó al golpe de Honduras, en elocuente evidencia de que las cosas en su “patio trasero” han cambiado.
Ese masivo respaldo que trascendió inclusive las fronteras latinoamericanas, aborta también, quien lo duda, la escalada opositora derechista a Correa y, quizás, lo proyecte en el cargo un buen tiempo más, tal como sucedió con Chávez que indudablemente debe la prolongación de su régimen a la intentona del 11A.
Y otra enseñanza es que los privilegios entronizados en estos países de largo régimen capitalista, dentro del cual y por su propia conveniencia afloran los de las Fuerzas Armadas y de Policía, no se pueden desmontar así como así, sino a través de un largo proceso de cambio hacia una sociedad más justa y más igualitaria, si eso es lo que se busca con lo que Chávez ha dado en llamar, muy bien concebido por demás, el Socialismo del siglo XXI.
En síntesis: ayer intentaban derrocar a Chávez por empezar a desmontar los privilegios empresariales en Venezuela; y hoy, unos miembros del Ejército y la Policía se sublevan contra Correa en Ecuador, por desmontar en parte los privilegios castrenses.
-
No se pueden asumir los acontecimientos en Ecuador como un intento de golpe al Presidente Rafael Correa. Es evidente que si esa hubiera sido la intención de los sublevados, alguien hubiera reclamado el puesto del primer mandatario una vez retenido, como sucedió el 11A del 2002 en Venezuela, cuando el empresario Pedro Carmona, que entre otras cosas anda por aquí en Bogotá exiliado, se sintió sucesor accidental de Hugo Chávez.
Lo que pasó en Ecuador, sin más preámbulo, fue una imprudencia del Presidente al confrontar de manera desafiante y altanera (…) “Si me quieren matar ¡mátenme!”, a unos huelguistas que, por demás, eran parte de un cuerpo legalmente armado (la policía).
Ningún presidente que se defina democrático puede confrontar a sus gobernados en la forma en que lo hizo Correa. La democracia, antes que nada, es diálogo y, confrontación también, pero dialéctica.
Cosa distinta es que un Presidente se haga matar por defender la democracia, como lo hizo Allende. Pero es que Correa no estaba siendo atacado, sino que atacó y provocó verbalmente a los huelguistas en su propio terreno.
Correa fue imprudente, y lo demás es historia.
Pero esa imprudencia, fruto de su propia intemperancia, nos acaba de revelar un par de portentosas evidencias políticas que deben marcar los siguientes procesos sociales de los países latinoamericanos: el ladino golpe de Honduras no es replicable. Correa –sin querer queriendo- como diría el Chavo, congregó de inmediato a su alrededor –alrededor de su legítimo gobierno basado en elecciones populares- a todos los mandatarios del continente, incluyendo al de Estados Unidos, que esta vez no manejó el silencio que aplicó al golpe de Honduras, en elocuente evidencia de que las cosas en su “patio trasero” han cambiado.
Ese masivo respaldo que trascendió inclusive las fronteras latinoamericanas, aborta también, quien lo duda, la escalada opositora derechista a Correa y, quizás, lo proyecte en el cargo un buen tiempo más, tal como sucedió con Chávez que indudablemente debe la prolongación de su régimen a la intentona del 11A.
Y otra enseñanza es que los privilegios entronizados en estos países de largo régimen capitalista, dentro del cual y por su propia conveniencia afloran los de las Fuerzas Armadas y de Policía, no se pueden desmontar así como así, sino a través de un largo proceso de cambio hacia una sociedad más justa y más igualitaria, si eso es lo que se busca con lo que Chávez ha dado en llamar, muy bien concebido por demás, el Socialismo del siglo XXI.
En síntesis: ayer intentaban derrocar a Chávez por empezar a desmontar los privilegios empresariales en Venezuela; y hoy, unos miembros del Ejército y la Policía se sublevan contra Correa en Ecuador, por desmontar en parte los privilegios castrenses.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)