3 de octubre de 2010

Le sonó la flauta a Correa

Con frecuencia cito la hermosa composición de don Ramón de Campoamor: “Y es que en el mundo traidor, nada hay verdad ni mentira. Todo es según el color del cristal con que se mira”.
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No se pueden asumir los acontecimientos en Ecuador como un intento de golpe al Presidente Rafael Correa. Es evidente que si esa hubiera sido la intención de los sublevados, alguien hubiera reclamado el puesto del primer mandatario una vez retenido, como sucedió el 11A del 2002 en Venezuela, cuando el empresario Pedro Carmona, que entre otras cosas anda por aquí en Bogotá exiliado, se sintió sucesor accidental de Hugo Chávez.
Lo que pasó en Ecuador, sin más preámbulo, fue una imprudencia del Presidente al confrontar de manera desafiante y altanera (…) “Si me quieren matar ¡mátenme!”, a unos huelguistas que, por demás, eran parte de un cuerpo legalmente armado (la policía).
Ningún presidente que se defina democrático puede confrontar a sus gobernados en la forma en que lo hizo Correa. La democracia, antes que nada, es diálogo y, confrontación también, pero dialéctica.
Cosa distinta es que un Presidente se haga matar por defender la democracia, como lo hizo Allende. Pero es que Correa no estaba siendo atacado, sino que atacó y provocó verbalmente a los huelguistas en su propio terreno.
Correa fue imprudente, y lo demás es historia.
Pero esa imprudencia, fruto de su propia intemperancia, nos acaba de revelar un par de portentosas evidencias políticas que deben marcar los siguientes procesos sociales de los países latinoamericanos: el ladino golpe de Honduras no es replicable. Correa –sin querer queriendo- como diría el Chavo, congregó de inmediato a su alrededor –alrededor de su legítimo gobierno basado en elecciones populares- a todos los mandatarios del continente, incluyendo al de Estados Unidos, que esta vez no manejó el silencio que aplicó al golpe de Honduras, en elocuente evidencia de que las cosas en su “patio trasero” han cambiado.
Ese masivo respaldo que trascendió inclusive las fronteras latinoamericanas, aborta también, quien lo duda, la escalada opositora derechista a Correa y, quizás, lo proyecte en el cargo un buen tiempo más, tal como sucedió con Chávez que indudablemente debe la prolongación de su régimen a la intentona del 11A.
Y otra enseñanza es que los privilegios entronizados en estos países de largo régimen capitalista, dentro del cual y por su propia conveniencia afloran los de las Fuerzas Armadas y de Policía, no se pueden desmontar así como así, sino a través de un largo proceso de cambio hacia una sociedad más justa y más igualitaria, si eso es lo que se busca con lo que Chávez ha dado en llamar, muy bien concebido por demás, el Socialismo del siglo XXI.
En síntesis: ayer intentaban derrocar a Chávez por empezar a desmontar los privilegios empresariales en Venezuela; y hoy, unos miembros del Ejército y la Policía se sublevan contra Correa en Ecuador, por desmontar en parte los privilegios castrenses.

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