OCTAVIO QUINTERO
La disolución de los partidos uribistas que propone el Alto Comisionado para la Paz, Luís Carlos Restrepo, es lo más sensato que se haya dicho en todo esta crisis de la parapolítica, si a la disolución de los partidos se le agrega la renuncia del presidente Álvaro Uribe Vélez que, entre otras cosas, ya la ofreció por algo tan baladí como el rifirrafe que armó a manera de cortina de humo contra el ex presidente de la Corte Suprema, César Julio Valencia.
Disolver los movimientos uribistas que se crearon al calor de Uribe o pelechados a su ubre burocrática, no sería más que reconocer que fueron aves de paso que él creó y estimuló para montar en el Congreso la aplanadora que le ha ido apoyando toda su política antisocial y apátrida… “mientras los van metiendo a la cárcel”, como el propio Presidente lo sentenció en célebre conferencia pública que nos dejó a todos con la boca abierta.
La jugada de Uribe es, en términos ajedrecísticos, sacrificar la dama a cambio de evitar el mate, lo que no deja de ser audaz y por lo mismo, desesperada.
Ad portas de configurarse judicialmente la verdad verdadera de Jidis Medina (el cohecho) que la impulsó a cambiar su voto NO por el voto SI en la reforma del “articulito” que le permitió la reelección, Uribe sabe que a partir de entonces, nacional e internacionalmente, pero especialmente en este último ámbito, su presidencia no será legítima; será una presidencia manchada por un acto de corrupción que le ocasionará más de un maluco contratiempo en todos los escenarios como ese de Al Gore cuando se negó a compartir tarima con el mandatario colombiano en un tema del Medio Ambiente o como la mirada fulminante que le dejó estampada en el recuerdo el presidente Correa de Ecuador cuando no tuvo más salida que estrecharle la mano en la Cumbre presidencial de Costa Rica.
Disolver sus movimientos políticos es algo que el cerebro superior que piensa por Uribe le debe haber aconsejado con el fin de tomar distancia de la corrupción de sus políticos, y más que de la corrupción, pues, al fin y al cabo esto es algo inherente a las democracias capitalistas que pueblan el cielo gris de Latinoamérica, de sus crímenes; los crímenes selectivos que ejecutaron sus lugartenientes políticos para entronizarlo en el solio, tanto en la primera elección como, y más, en la segunda.
La artimaña capitalizará el tremendo descontento que la gente siente hacia el Congreso y catapultará en las urnas la increíble imagen que los manipuladores de la opinión pública le han fabricado a Uribe a punta de golpes emotivos como el besito aquí, la palmadita allá; la bravata de hoy contra las Farc o las endilgas de auspiciadores del terrorismo que emite de cuando en cuando contra sus vecinos de Venezuela y Ecuador. Esa es la imagen emotiva de Uribe que nubla la razón de los electores y no les permite apreciar, y menos enjuiciar, sus otras políticas de desastre económico y social; y de paso, dejará sin piso hacia el futuro las acusaciones de quienes, con razón en el campo internacional, pudieran sacarle el cuerpo por ilegítimo, empezando por su propio cerebro superior que lo maneja desde Washington.
¿Si el Comisionado de Paz ha propuesto la disolución de los partidos, y el propio Uribe ha ofrecido su renuncia a la Presidencia por algo de tan poca monta como saber si dijo o no dijo qué, y en cambio se mantiene atornillado al cargo que llegó merced a la combinación de todas las formas de lucha, esto sí, bien grave, por qué no juntar las dos alternativas: disolver los partidos uribistas y renunciar a la presidencia quien es su jefe y máximo usufructuario, Álvaro Uribe Vélez?
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