OCTAVIO QUINTERO
Las inteligentes argucias que ha venido interponiendo el gobierno colombiano en procura de ahumar las terribles revelaciones que van surgiendo de la investigación sobre la parapolítica, especialmente la que adelanta la Corte Suprema de Justicia, llaman la atención porque a todas luces se ve que salen de un cerebro superior a la “superior inteligencia” de Uribe, de la que alguna vez nos habló su alter ego, José Obdulio Gaviria, para hacernos entender el por qué nos, los de sentido común, no podíamos entenderle aquello de que sólo frente a una hecatombe, él (Uribe) aspiraría a una nueva reelección.
Ahora empezamos a darnos cuenta de que en términos semánticos, hecatombe fue la que precipitó sobre el país el paramilitarismo para apoderarse del Estado en cabeza de Uribe; y por tanto, cuando el mismo presidente habla de hecatombe, debemos entender que se refiere a la misma estrategia de azotar nuevamente al país con una gran mortandad de personas y con desgracias y catástrofes concebibles sólo por enfermos mentales y almas podridas.
No estamos lejos. Tal vez estamos inmersos en esa nueva hecatombe que no vemos hoy, como no vimos ayer la hecatombe paramilitar de la que empezamos a concienciarnos ante sus propias, frías y atroces narraciones.
Los crímenes de sindicalistas en lo corrido del 2008 ya superan los registrados en todo el 2007. El ataque al campamento de Reyes en territorio ecuatoriano fue una desgraciada temeridad que nos pudo arrastrar a una catástrofe, de no ser por la sorpresiva y todavía sorprendente actitud conciliadora del presidente Chávez de quien, se dice, aconsejado por Fidel Castro, no siguió atizando la hoguera, pues, en cierta forma, era hacerle el juego (y el fuego) a Estados Unidos que todo lo que necesita es el chance de prendernos una guerra preventiva en esta esquina de América y tumbar a Chávez, nuestro dique iluminado.
Miren ustedes que frustrada esa, al parecer todavía latente guerra entre Colombia y Ecuador, tras la agresión gringa al campamento de Reyes; y autocontrolado el presidente Chávez en sus epítetos fuertes pero ciertos sobre Uribe en torno a su cínica política de paz y acuerdo humanitario con las Farc, el asesino del mundo se divierte ahora enredando a Evo en Bolivia.
Es que el Vampiro quiere sangre. Quiere una excusa para hacer correr sangre en Suramérica al estilo de Irak, y tiene dos posibilidades: Colombia y su eterno conflicto interno con las Farc; o Bolivia y su problemática gobernabilidad.
Con Colombia, el asesino del mundo juega a la guerra externa y con Bolivia a la guerra interna. Con la misma estrategia de guerra busca fines distintos: en Colombia atornillar a Uribe, su aliado incondicional que le ofrece entregarle por intermedio del TLC un mercado cautivo de 45 millones de consumidores, más la parte de tierra que necesite y dónde la escoja para reinstalar la base militar de Manta que seguramente perderá en Ecuador una vez se venza el convenio que logró con los sátrapas antecesores a Correa; y en Bolivia, tumbar a Evo, el incómodo indígena socialista que ha osado levantarse contra la ancestral expoliación que el capitalismo ha hecho de las riquezas de gas natural y petróleo, principalmente en la rica provincia de Santa Cruz, hoy, sospechoso epicentro del conflicto interno.
El asesino que arma estos ‘juegos de guerra’, frustrado un tanto en Colombia con aquello de la guerra externa, tiene una gran posibilidad de prenderle la guerra interna a Bolivia con el tema de las autonomías, como ya hace años se la tiene montada a Colombia con el tema del narcotráfico para lo cual surte al país del tercer presupuesto de guerra más importante que el Imperio destina en el mundo.
Y la amanuense OEA le ha servido el menú en bandeja de plata. La noticia hoy, al amanecer de este sábado 3 de mayo, es que “La OEA no condena el referendo (de Santa Cruz, que busca independizarse del gobierno central), pero reitera su apoyo al gobierno de Evo Morales”. Eso es como dicen, “tirar la piedra y esconder la mano”.
La pusilánime declaración de la OEA ha dejado a Bolivia al borde de una desmembración sin precedente alguno en Latinoamérica o, quizás sea lo evidente, al borde una guerra civil. Al aceptar tácitamente el plan autonómico de Santa Cruz, la provincia más rica de Bolivia dominada por el capitalismo trasnacional, cualquier región, provincia o municipio de cualquier país miembro de la OEA podría redactar un estatuto, convocar a una consulta y, después, pedir que ese estatuto o esa ley adquieran constitucionalidad, es decir, independencia soberana.
Las Farc debe estarse frotando las manos: le bastaría adelantar una consulta entre los habitantes del Caguán, como esas que le hacen a Uribe para coronarlo con una imagen pública del 84% de aceptación, para que reclamara soberanía sobre ese territorio; y la OEA tuviera que reconocérsela. Y también los ‘paras’ podrían lograr su república en Urabá; y los narcotraficantes la suya en el Valle. Y así, a pedazos de patria, constituir la soberana anarquía.
Hoy desde Bolivia, y mañana desde cualquier lugar de Latinoamérica.
oquinteroefe@yahoo.com
03-05-08
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