12 de junio de 2008

Democracia y Educación

Notas transversales para el debate del Estatuto Estudiantil y la democracia en la Nacho

Miguel Ángel Herrera Zgaib
Profesor Asociado, Departamento de Ciencia Política
Universidad Nacional de Colombia
maherreraz@unal.edu.co


“La locura de los tiempos es desear usar el consenso para curar sus propias enfermedades. Lo que tenemos que hacer, en cambio, es repolitizar los conflictos así que éstos puedan ser tratados, devolviendo los nombres a la gente y otorgando a la política de nuevo su anterior visibilidad para el tratamiento de los problemas y los recursos”. Jacques Rancière. On the Shores of Politics. Verso, New York, 2007, p. 106.

Repolitizando la educación
En un conjunto de ensayos que Jacques Rancière, discípulo de Althusser, publicó con el título: “En las orillas de la política” (1992), él examinó diversos tópicos de la democracia, antigua y de hoy, así como acerca de lo político y la política tomando en cuenta la circunstancia francesa de los años 1986-1990. Del último de los ensayos, “Democracia corregida”, entresaco el epígrafe del escrito, porque quiero destacar su núcleo normativo: repolitizar los conflictos.
Esta es la máxima que relaciono con los cometidos de la democracia actual, ya que parte de reconocer que la sociedad moderna no tiene la solución para los problemas estatales ni tampoco el Estado tiene la solución para los problemas sociales. Es, por tanto, una propuesta útil para lidiar con la publicitada Reforma Educativa que los administradores de turno nos venden con la pretensión de que regirá por un decenio. Más aún, nos orienta, al enfrentar de qué modo tal política tiene que ver directa o indirectamente con el rumbo que quiere prescribir a la educación superior pública y privada.
Todo lo dicho va a contramano, por supuesto, de lo que quiso sugerirnos el Lyotard de “La condición posmoderna”. Por supuesto, este principio provisional va contra otra dizque máxima, que si el estado es modesto la sociedad no lo será. Tal y como lo sostiene Rancière, queremos atacar la ilusión metapolítica moderna de un supuesto antagonismo entre una sociedad modesta y un estado inmodesto, tal como lo expresara Michel Crozier en la década de los 70. El cual resumía bien el conflicto ideológico irresoluble entre los liberales y los socialistas europeos de entonces.
Ahora bien, qué quiere decir repolitizar los conflictos. No es, ni más ni menos, que darle cabida a la democracia en su solución, yendo más allá de aquel falso dilema neoliberal y posmoderno, de quitarle soberanía al estado y concedérsela al mercado. Hoy de capa caída en el mundo desarrollado, pero con nítida resonancia doctrinaria y práctica en nuestro país todavía.

Buscando las raíces de la democracia razonable
Lo ya propuesto nos lleva más atrás, hasta Platón y Aristóteles, para empezar con la argumentación que defiende la repolitización de los conflictos. Para Platón, es sabido, tenemos que distinguir entre diálogo filosófico y persuasión retórica. Por la potísima razón que en cualquier comunidad y sociedad existe disparidad de intereses. En suma, el desacuerdo es parte esencial de la democracia, no es posible lograr su redención dialógica. Pero, tampoco esta situación se debe a que los muchos deseen “más, siempre más” como también lo afirmaba Platón.
El diálogo democrático que aquí se propone, en la coyuntura universitaria, no es la búsqueda de la homonoia, pero sí requiere un interlocutor válido cuya acción implica la indeterminación y lo inesperado. Más aún, la figura del interlocutor nunca es la de un socio o de un compañero. Además, las partes en conflicto, que protagonizan el antagonismo no producen nunca una totalidad que enderece lo equivocado o lo incorrecto. El debate, nos dice Rancière, no objetiva lo equivocado como “un problema cuya solución es buscada por socios actuando juntos…El sujeto que da voz y substancia a la queja/reclamo no está cualificado para declararse satisfecho”.
Al contrario de Habermas, también conviene señalar, que no se trata en materia de democracia de oponer la formación discursiva de la voluntad y el compromiso liberal entre intereses. Porque la democracia no es ni compromiso de intereses ni tampoco la formación de una voluntad común. En política, siempre se trata, en verdad, de un diálogo dentro de la comunidad dividida, donde lo universal, cualesquiera que este sea, es siempre un sujeto de disputa, que, claro que sí, le interesa a los interlocutores actores de determinados antagonismos.
Más aún, es necesario recordar, que lo que se reclama es “la verdadera medida de la otredad, la cosa que une a los interlocutores, mientras que simultáneamente los mantiene a distancia el uno del otro”. Ahora, recordemos, siguiendo a Rancière, de otro modo a Wittgenstein: es la otredad la que le da significado a los juegos del lenguaje, y no al contrario.
En esta posmodernidad neoliberal tardía que padecemos, se estila casi sin excepción despolitizar los conflictos para resolverlos: o despojar a la otredad de cualquier medida para resolver sus problemas. A esta operación, la posmodernidad la denomina democracia razonable y cómoda, en la medida que es consonante con los deseos y esfuerzos de la sociedad productiva. Así la quieren Michel Crozier y los otros socios de la Trilateral, quienes reconocieron con alarma la ingobernabilidad de la democracia anterior. La democracia que se rebeló en el 68 y en el decenio que la siguió, hasta que se produjo la judicialización y criminalización arbitraria del movimiento extraparlamentario de la Autonomía en Italia y en Alemania, en menor medida.

De la Ideología y el nuevo Estatuto estudiantil
“Marx convirtió la separación de la democracia de sí misma en la separación del reino de lo político en si mismo, dándole a la separación un nombre que sería adoptado por toda la modernidad y aún en contra de Marx mismo. El nombre en cuestión era Ideología”. Jacques Rancière, op. cit., p. 100.

Para nuestro autor, la ideología es el nombre que corresponde a la distancia entre nombres y cosas; y de otra parte, es el operador conceptual que controla las uniones y disyunciones entre los componentes del moderno aparato político. Dicho de otro modo, la ideología liga la producción de la esfera política a su evacuación, porque ella, esto es, la ideología designa la brecha entre las palabras y las cosas como una perturbación en la política, la que podría en cualquier momento volverse una perturbación de la política.
Esta referencia a la ideología tiene que ver de modo explícito con el tópico de la ingobernabilidad como atributo, y nunca un defecto, de la democracia. Referirlo nos conduce hasta el historiador Tucídides, para quien la cuestión de la política fue indivisible de la de si las democracias son o no gobernables. Para él, en verdad, las democracias son las dos cosas, gobernables e ingobernables. En resumen, se asume que hay política como arte y ciencia, porque existe la democracia como el asunto de los muchos. Las multitudes son siempre más o menos de lo que se ha supuesto que sean, esto es, son a la vez desproporcionadas y anárquicas.
De lo sostenido pro Tucídides se desprende una alternativa radical, que dirigir una democracia es hacerlo sobre la base de sus disimilitudes, de su ingobernabilidad. Para nuestro caso, de la democracia en la Universidad se trataría de usar su auto-división constitutiva por y contra ella. Como alternativa al estatuto bajo debate, se considera necesario instituir las reglas constitucionales y costumbres que permitan a l@s much@s disfrutar de la visibilidad de su poder a través de la dispersión y hasta la delegación de sus cualidades y prerrogativas. Esta fue, por demás, siglo ha, la respuesta que dio Aristóteles a la denuncia que Platón hizo de la sofistería democrática contra la cual él se pronunciara tan acerbamente.
La propuesta entonces es corregir la democracia universitaria gobernándola bajo el uso juicioso de su propia ingobernabilidad. El desafío es conducir la comunidad armoniosamente a través de su desacuerdo, a través de la imposibilidad de l@s muchos de ser iguales a sí mismos.
Todo lo anterior concuerda, dice Rancière, con lo afirmado por Aristóteles en el libro I de la Politeia: primero, una comunidad fundada en el poder específicamente humano del logos, el poder de hacer manifiesto lo conveniente y lo dañino; y en segundo lugar, estaría la pura facticidad de la ciudad (universitaria) dividida en ricos y pobres, dividida no sólo por la fortuna sino también por el deseo de poder.
Finalmente, desde Aristóteles tenemos un sistema de formas y arreglos, donde el logos se realiza en su capacidad de superar la doble división de l@s muchos, su diferencia de sí y sus divisiones en clases. Sin embargo, la Democracia denota la queja/el motivo al mismo tiempo que denota las diferencias de los muchos, y el poder de la apariencia adherido a la proclamación del nombre del demos. De modo sumario, digamos, que la democracia como hecho se presenta de tres formas diferente: el aparecer del demos, su disparidad, y la queja conectada al antagonismo entre ricos y pobres.
Así las cosas, existe la brecha entre el demos como comunidad y como división, es el lugar de una queja fundamental. Como resultado de esta doble constitución, no es el rey, ni el gobernante de la representación, sino el demos quien tiene una doble corporalidad. Esta doble corporalidad se impone como atributo físico de la democracia de las multitudes en su autonomía fundacional.

¿Una Escuela democrática?
“La escuela es un lugar privilegiado para vocear la sospecha concerniente a la no-verdad de la democracia y criticar la brecha entre la forma de la democracia y su realidad”. J. Rancière, op. cit., p.52.

Los trabajos de Bourdieu y Passeron sobre la escuela, de modo general, nos muestran que ésta no cumple sus promesas igualitarias, pero, en virtud de su modo de ser y de la lógica simbólica de la cual es su fundamento. En el libro Los Herederos, ambos autores construyen el silogismo que opone una premisa mayor, la escuela igual para todos, a una premisa menor, el fracaso de los niños de clase trabajadora, para fundamentar luego su pliego de cargos contra la moderna escuela.
Para ellos, esta escuela crea desigualdad, precisamente, porque promueve la creencia en la igualdad. Los niños de los pobres creen que todos son iguales, y que los pupilos en la escuela son marcados sobre la base de los talentos e inteligencia de cada uno. Tal ideología conduce a que los niños de los proletarios reconozcan que si no triunfan es porque carecen de talento e inteligencia, por lo que sería mejor que se fueran a otro lugar. Convirtiéndolos en sujetos “naturales” de esta operación ideológica de exclusión y jerarquización.
De este modo dicho, la escuela descrita por Bourdieu/Passeron se convierte en el teatro de una violencia simbólica fundamental que no es otra que precisamente inocular, consolidar en ellos, en los muchos niños/ jóvenes la ilusión de la igualdad. Ahora bien, la forma de la escuela moderna, es un dispositivo que describe un círculo perfecto: la conversión del capital socio-económico en capital cultural, gracias a la disimulación práctica de esta conversión. Esta es tan invisible como efectiva, porque la escuela produce y reproduce una separación de quienes tienen los medios de los que no, para hacer efectiva tal separación.
En lo histórico, nos recuerda Rancière, la escuela proviene de la institución griega schole, cuyo significado inicial fue la condición de las personas ociosas, quienes como tales son iguales y aptas para dedicarse, si así lo quieren, a estudiar de modo libre.
Ahora, la forma democrática de los modernos nutre a la vez la ilusión de la igualdad entre el ocio de la schole y el reino de la necesidad, esto es, entre quienes pueden y los que no pueden pagar el ocio de lo simbólico. Así, la democracia liberal es un régimen fraudulento que perpetúa y disfraza la división social.
Enfrentados con este juicio de la democracia escolar fraudulenta están los Reformistas, quienes, por el contrario, quieren hacer explícitos los factores implícitos de la desigualdad, la lucha contra el formalismo de la cultura dominante y considerar el peso de lo social, así como descubrir el hábito/habitus y los modos de socialización de las “clases desfavorecidas”.
Pero, en el juicio de Rancière, las dos fórmulas, de revolucionarios y reformistas, son concurrentes en sus efectos y principios, ambas comienzan con la desigualdad y terminan con desigualdad. Estas posiciones coinciden en la idea que la desarmonía entre las formas constitutivas de un régimen sociopolítico significan, ni más ni menos, una enfermedad o una mentira fundamental. Sin embargo, tal es la característica de la escuela moderna, de modo simple dicho: la no convergencia de la lógica escolar con la lógica de la producción.
Es tal relación la de una contradicción que se importó tanto de la sociedad antigua y jerárquica, la cual separó el ocio intelectual de la vida productiva. El resultado de esta genealogía es la ambigüedad conduce a que la educación no sea ni la máscara de la desigualdad ni el instrumento para reducir la desigualdad, sino, por el contrario, el lugar privilegiado de una permanente negociación de la igualdad entre el estado democrático y el individuo democrático, si lo son.
Para las condiciones de Colombia, tal medida, ni más ni menos, pone a prueba la verdadera naturaleza del estado existente, el Estado social de derecho en trance de mutar, de desmontarse con la figura del Estado comunitario neocorporativo, que viene en acelerada progresión desde la primera presidencia de Álvaro Uribe Vélez.

¿Una comparación con Francia?
En su reflexión, Rancière cita el caso de la huelga de los estudiantes franceses de 1986, contra una legislación propuesta por el gobierno para las universidades con el objetivo manifiesto de adecuar la educación superior a los requerimientos económicos, porque uno de cada tres graduados estaba desempleado en Francia. El gobierno proponía introducir una orientación selectiva. Los estudiantes y liceístas se opusieron a la nueva ley, alegando que dicha selección iba contra un sistema universitario libre y abierto, que ellos consideraban un derecho inalienable, conquistado por la lucha de la democracia francesa.
El asunto condujo, por esa vía, a ventilar el problema de la igualdad versus la desigualdad, con el objeto de definir el compromiso democrático: de un lado, los derechos de la multitud, y de otro, los derechos de los administradores. Entonces los estudiantes leyeron, estudiaron y evaluaron como mala tal legislación. Para nuestro caso, el de la Universidad Nacional, el nuevo Estatuto estudiantil. Al obrar así, los estudiantes como multitud crearon un nuevo espacio interpelando a los políticos/ parlamentarios reinventando el silogismo de la igualdad de la democracia contra la oclocracia, el gobierno de la muchedumbre.
Conviene aquí, aclarar que la democracia no es ni la autorregulación consensual de las pasiones plurales de la multitud de individuos, ni el reino de una colectividad unificada por la ley bajo la sombra de la Declaración de Derechos. Sino que, la democracia existe, - según el enfoque de Rancière que compartimos -, en una sociedad hasta el grado en que el demos existe como el poder para dividir el ochlos, donde cualquier multitud se afirma y manifiesta como tal. Es esta una acción en que la multitud se rehúsa simultáneamente tanto a incorporarse en el Uno de una colectividad como al abandono puro del individuo focalizado en el doble dispositivo de la posesión y el terror. En suma, la democracia no es otra cosa que “el poder del demos de deshacer todas las asociaciones, reuniones y ordenaciones”.
Para la democracia es esencial la igualdad. Lo esencial de la igualdad es, de hecho, no tanto unificar como desclasificar, deshacer la supuesta naturalidad de los órdenes y reemplazarlos con las figuras siempre controversiales de la división. La igualdad es el poder de la inconsistente, desintegradora división que desgarra la política de las varias figuras de la animalidad, tales como el gran cuerpo colectivo, la zoología de los órdenes justificados en términos de ciclos de naturaleza y función.

La (contra) reforma y la posdemocracia

“…resucitar la fantasía de una buena distribución de las funciones sociales o, en otras palabras, en el análisis final, introduciendo una nueva forma de fantasía del Uno bien-ordenado. J. Rancière, p. 34.
“La autogestión se propone de inmediato una revisión profunda de todos los planes de enseñanza en el campo de la educación superior, dentro del concepto de una verdadera revolución de los sistemas vigentes. José Revueltas, ¿Qué es la autogestión académica?. México, p. 109.

Contra el viejo sueño feudal del todo orgánico y jerárquico, y contra el nuevo sueño liberal de pesos y contrapesos de la sociedad pluralista guiada por sus elites, nos reitera Rancière, que la lucha de clases proclamó y estableció en el corazón del conflicto democrático un poder humanizante: la división.
Para el siglo XIX, el encuentro difícil entre Marx y los socialistas proletarios jugó en el filo de la navaja de una pregunta paradójica: ¿Cómo concebimos nosotros el agente de esta acción de desclasificación, de división? Marx pensó que la forma adecuada para esta contradicción era el partido de la unidad de los proletarios que divide la clase cuyo partido era. Sin embargo, olvidar a Marx es también olvidar esta simple pregunta: más allá de la lucha de clases, ¿qué jugará el papel de la división, que será lo que separe demos de ochlos?
En las postrimerías del siglo XX, y los comienzos del siglo XXI, la posdemocracia es quizás la coincidencia precisa de la oclocracia con su supuesto opuesto, la epistemocracia. Y de ella hay un espécimen en gestación dentro de nuestra comunidad política sujeta al régimen parapresidencial cuyo desmonte quiere detenerse con la medida de fuerza de una segunda reelección.
Tal posdemocracia se dice que se corresponde con el gobierno de los más inteligentes, quienes emerge completamente naturales del régimen del sistema de educación global, con hegemonía estadounidense, para realizar la administración calculada de la infinidad de grandes y pequeños focos de satisfacción que promete la sociedad de mercado, y cuya ficha de entrada pretende ser en el ámbito de la Universidad Nacional bajo sitio preventivo, la bolsa de créditos que mercantiliza y mide la transformación del capital socio-económico en capital cultural en su doble vertiente científica y técnica.

¿Es este tiempo el de una monarquía?
“La autogestión transforma a los centros de educación superior en la parte autocrítica de la sociedad…La crítica representa una acción paralela, dirigida desde afuera, hacia la sociedad, sin compromiso alguno…La autogestión, en cambio, cuestiona a la sociedad desde dentro, como parte de ella que es”. José Revueltas, ¿Qué es la autogestión académica?. México, Cd. Universitaria, 11 de septiembre de 1968.

En Colombia, hecha la comparación con Francia, La figura de un rey democrático, el que se proclama adalid de la seguridad democrática, que nos manda con gestos arcaicos repetitivos hacia una posmodernidad sin límites resulta atractiva y aceptada en las encuestas de ocasión, con márgenes que superan el 80% de la popularidad. El se nos presenta en la propia sociedad del espectáculo como el Uno que pacifica las pasiones de la manada y preserva el demos del dualismo. Y añade el mismo Rancière, es también un rey siempre listo que grita: el lobo dentro y en el vecindario, para que su propuesta autoritaria de hacer la paz se vuelva esencial.
Del mismo modo, es igual es necesario para la filosofía, y la teoría política, en función de la coyuntura seguir la pista a la sabiduría de l@s muchos, de los estudiantes en rebeldía contra el estatuto y el desmonte de la educación pública. Conviene volver a tomar en cuenta a Aristóteles, y recorrer críticamente el sendero de la utopía centrista que se presenta como un espejismo deseable. Hoy como nunca, la filosofía y el pensamiento crítico tienen que asumir su más íntimo asunto: ¿cómo lidiar con el temor y el odio?. Ahora que el presidente hizo ya un llamado público, y dio la autorización al uso público de la violencia contra los estudiantes que protestan en las Universidades de Colombia.
La democracia de los muchos, y los estudiantes son su elemento activo en la hora de ahora, denuncian la utopía que pretende actualizar la ecuación del fin de la política juntando para el efecto la epistemocracia y la oclocracia. El plan de la reforma educativa, académica y estudiantil en curso la ejemplifica y sus cultores y administradores se solazan con una particular clase de propuesta: la que afecta la organización del tiempo, y su medida a través de la bolsa de crédito. Ésta será el parámetro que cuantifica tanto el saber como la permanencia del sujeto estudiantil en el espacio socio-político de la Universidad Pública de ahora en adelante.
Las propuestas para acortar el tiempo de la escuela se auto-refieren y son apoyadas en la “buena” promesa de la doble titulación, para quienes hagan notorio progreso dentro del sistema de créditos. Estas cuentan con las luces de autoridades científicas, psicológicas y pedagógicas adiestradas en la sofistería de las competencias como nuevo modelo de jerarquización . A todas luces, es un trueque ventajoso a cambio de las formas democráticas supérstites en el ámbito de la Universidad pública.
Peor aún, para todas las autoridades concertadas en el festín académico que tiene como presas codiciadas a la democracia y la autonomía en la Universidad, permanece incólume la fe en los poderes mágicos del tiempo. Aquellas pretenden creer y hacer creer que cualquier manipulación temporal garantizará algún resultado milagroso que modernice a la Universidad Colombiana; como si su modernidad, no proviniera en cambio, de las luchas que las capas intelectuales, los grupos y clases de la sociedad en cuestión han librado dividiendo la institución conservatizada.
Como si no fueran los verdaderos autores de la transformación en curso, que las autoridades quieren atajar, contener, encauzar por todos los medios. Uno de cuyos episodios fue la demanda de comienzos de los años 70 por el cogobierno, una reforma que fue desmontada de la noche a la mañana a través de un gobierno policial universitario que intentó convertir a la Universidad en un cuartel.
El cierre de la sede de Palmira, la aprehensión de 22 estudiantes de la Universidad Pedagógica y otras Instituciones de modo arbitrario, sometidos en forma ilegal y humillante a una comparecencia no querida y desigual, la muerte de un estudiante en la Universidad del Tolima, la acción contra las autonomías indígenas son todos indicios que exigen una acción democrática contundente, propositiva.
La Comunidad Universitaria, y las multitudes convocadas tienen que destronar las pretensiones de instaurar la monarquía en los predios de la Universidad Nacional con el supuesto racional de la seguridad democrática, donde la seguridad es la bestia que engulle cualquier movimiento democrático y autónomo; y que aplasta cualquier disensión o desgarre del unanimismo estúpido que menosprecia la búsqueda de la verdad dentro y fuera de las aulas, ahora confundidas con cuarteles.
Es un nuevo tiempo, del cual esta contrarreforma en el gobierno de las Universidades es síntoma. Es la hora de la autonomía y de la autogestión como antídotos contra la asfixia de la democracia, y contra el avance del fascismo social en todos los ámbitos de la comunidad nacional. Es fundamental la defensa de la Universidad Pública, libre y abierta. Es necesario el estudio riguroso de las formas de rebeldía y resistencia del presente, en clave autogestionaria y autónoma, tal y como se presentaron en el 68, retomando la lucidez y el carácter de José Revueltas, en México, o Guy Debord, en Francia, y tantos otros.

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