Naomi Klein
Traducción
Tania Molina Ramírez
La Jornada-México
21 de junio de 2008
Publicación original: The Nation
Barack Obama se esperó sólo tres días después de que Hillary Clinton se salió de la carrera demócrata para declarar a CNBC: “Mira, estoy en favor del crecimiento, soy un tipo en favor del libre mercado. Amo el mercado”.
Para demostrar que ésta no es una simple aventura de primavera, nombró a Jason Furman, de 37 años, encargado de su equipo de política económica.
Furman es uno de los más destacados defensores de Wal-Mart, compañía a la que describe como “una historia progresista de éxito”. Durante la campaña, Obama arremetió contra Clinton por formar parte de la junta directiva de Wal-Mart y se comprometió: “No compraré ahí”.
Sin embargo, para Furman, la verdadera amenaza son los críticos de Wal-Mart: los “esfuerzos por lograr que Wal-Mart incremente sus salarios y beneficios” crean un “daño colateral”, el cual es “demasiado grande y perjudicial a la gente trabajadora y a la economía en general como para que me quede aquí sentado cantando Kum-Ba-Ya* en aras de los intereses de una armonía progresista”.
El amor de Obama por los mercados y su deseo de “cambio” no son intrínsecamente incompatibles. “El mercado está desequilibrado”, dice, y seguro que lo está. Muchos rastrean el origen de este profundo desequilibrio hasta las ideas de Milton Friedman, quien lanzó una contrarrevolución al New Deal desde su percha en el departamento de economía de la Universidad de Chicago.
Y aquí encontramos más problemas, porque Obama –quien dio clases de derecho en la Universidad de Chicago durante una década– está complemente incrustado en el pensamiento conocido como la Escuela de Chicago.
Eligió como su principal consejero económico a Austan Goolsbee, un economista de la Universidad de Chicago que está del lado izquierdo de un espectro que termina en la centroderecha.
Goolsbee, a diferencia de sus colegas más friedmanianos, concibe la desigualdad como un problema. Su solución principal, sin embargo, es más educación –algo en lo que Alan Greenspan podría coincidir. En su ciudad natal, Goolsbee ha estado ansioso por vincular a Obama a la Escuela de Chicago. “Mira su plataforma, sus consejeros, su temperamento, el tipo tiene un sano respeto por los mercados”, le dijo a la revista Chicago. “Está en el ethos de la (Universidad de Chicago), lo cual es diferente a decir que es laissez-faire”.
Otro fan de Chicago, cercano a Obama, es el multimillonario Kenneth Griffin, de 39 años, jefe ejecutivo del fondo de cobertura Citadel Investment Group. Griffin, quien le dio la mayor donación permitida a Obama, es algo así como un icono de una economía desequilibrada.
Se casó en Versalles y la fiesta posterior fue en el sitio en el que vacacionaba Marie Antoinette (hubo presentación del Cirque du Soleil), y él es un acérrimo oponente a cerrar la laguna fiscal de los fondos de cobertura.
Mientras Obama habla acerca de endurecer las reglas comerciales con China, Griffin ha hecho caso omiso de las pocas barreras que existen. A pesar de las sanciones que prohíben la venta de equipo policiaco a China, Citadel ha invertido en controvertidas compañías de seguridad establecidas en China, que ponen a la población local bajo niveles sin precedente de vigilancia.
Ahora es el momento para preocuparnos de los Chicago Boys de Obama y su empeño en rechazar cualquier intento serio por regular. En el lapso de dos meses y medio, entre su victoria electoral en 1992 y su toma de posesión, Bill Clinton dio una vuelta en U en lo que se refiere a la economía.
Había hecho campaña prometiendo revisar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), añadir provisiones laborales y medio ambientales e invertir en programas sociales. Pero dos semanas antes de tomar posesión, se reunió con el entonces jefe de Goldman Sachs, Robert Rubin, quien lo convenció de la urgencia de adoptar una política de austeridad y más liberalización. Rubin le dijo a PBS: “Antes de entrar a la Oficina Oval, durante la transición, el presidente Clinton decidió realizar un cambio drástico en política económica”.
Furman, un destacado discípulo de Rubin, fue elegido para encabezar el Hamilton Project del Brookings Institution, un centro de investigación que Rubin ayudó a fundar para proveer argumentos en favor de reformar, en vez de abandonar, la agenda del libre comercio.
A eso añádale la reunión de Goolsbee, llevada a cabo en febrero, con funcionarios de los consulados canadienses, que se fueron con la clara impresión de que los habían instruido a no tomar en serio la campaña contra el TLCAN de Obama, y hay muchas razones para preocuparnos de una repetición de 1993.
La ironía es que no hay razón alguna para este retroceso. El movimiento lanzado por Friedman, introducido por Ronald Reagan y afianzado por Clinton, enfrenta una profunda crisis de legitimidad en el mundo.
En ningún lugar es más evidente que en la misma Universidad de Chicago. A mediados de mayo, cuando Robert Zimmer, presidente de la universidad, anunció la creación del Intituto Milton Friedman, con un fondo de 200 millones de dólares, un centro de investigación económica dedicado a continuar y hacer crecer el legado de Friedman, surgió una controversia.
Más de 100 miembros de la facultad firmaron una carta de protesta. “Los efectos del orden global neoliberal, establecido en las últimas décadas y fuertemente apoyado por la Escuela de Economía de Chicago, de ninguna manera han sido inequívocamente positivos”, declara la carta. “Muchos argumentarían que han sido negativos para la mayoría de la población mundial”.
Cuando Friedman murió en 2006, tales atrevidas críticas a su legado estaban en buena medida ausentes. Los monumentos conmemorativos hablaban sólo de grandes logros, una de las más destacadas evaluaciones apareció en The New York Times, escrita por Austan Goolsbee. Sin embargo ahora, dos años después, el nombre de Friedman se percibe como una desventaja hasta en su alma mater. Así que, ¿por qué eligió Obama este momento para ser un Chicago-retro, cuando todas las ilusiones de un consenso se desvanecieron?
No todas las noticias son malas. Furman asegura que va a recurrir a las habilidades de dos economistas keynesianos: Jared Bernstein, del Economic Policy Institute, y James Galbraith, hijo del nemesis de Friedman, John Kenneth Galbraith.
Nuestra “actual crisis económica”, dijo Obama recientemente, no salió de la nada. Es “consecuencia lógica de una cansada y equivocada filosofía que ha dominado a Washington durante demasiado tiempo”.
Cierto. Pero antes de que Obama pueda purgar a Washington del azote del friedmanismo, tiene que limpiar ideológicamente su propia casa.
* Un famoso spiritual
© Naomi Klein 2008.
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