El eterno retorno: Todo tiene un principio y un fin y todo fin es un principio de otro fin.
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La baja de Jojoy, como se esperaba, nos ha puesto muy optimistas en cuanto el final de la lucha del Estado contra la subversión. “Es el principio del fin”, acaba de decirlo el presidente Santos al pasar revista in situ a las tropas que coronaron la hazaña.
Por supuesto, nadie con razón podría desconocer que se trata de un golpe de gracia a las Farc. Lo que sigue en discusión es el hecho de que se venda la idea de que las Farc son el único y principal problema de la problemática nacional.
Creo que pensando también en esa victoria castrense, el analista, Salomón Kalmanovitz, sostiene en su columna de El Espectador que (…) “si la insurgencia es derrotada y se hace reforma agraria, Colombia podrá entrar al territorio de la anhelada paz y contará, además, con las bases de un profundo desarrollo económico”.
Aquí hay dos elementos condicionantes que nos hacen menos optimistas de lo que Kalmanovitz pretende porque, una cosa es derrotar la insurgencia y otra es hacer la reforma agraria. La primera no conlleva la segunda, y ni siquiera la facilita. Es decir, se puede derrotar la insurgencia y no hacer reforma agraria con lo que, es muy probable que con el tiempo otra insurgencia, o la misma pero de nuevo cuño, se fortalezca, precisamente por las injusticias sociales que conlleva la concentración de la tierra en pocas manos, casi siempre untadas de sangre.
Digamos, en gracia de discusión, que la baja de Jojoy pone en punto de no retorno el abatimiento de las Farc por la vía militar o por rendición.
¿Y de la reforma agraria qué?
La lucha apenas comienza; y comienza hacia atrás. Lo que la nueva y anhelada ley de tierras busca inicialmente es retrotraer las cosas como estaban hacia 1990. Es decir, desconocer prácticamente todas las operaciones que se dieron en los últimos 20 años, en los que se cree que los paramilitares, principalmente, se apoderaron de por lo menos 5 millones de hectáreas que arrancaron a pequeños y medianos propietarios y prósperos empresarios agropecuarios.
El primer anuncio en ese propósito se dio al revelarse que en esos años se conformó a lo largo y ancho del país un cartel de ladrones de tierras expandido ya no sólo por los tradicionales terratenientes que no han dejado hacer reforma agraria en Colombia (recuérdese la contrarreforma de Chicoral), sino por altos funcionarios públicos en los que se entremezclan políticos de alto vuelo; militares de alta gradación; testaferros bien conectados; mandos medios inamovibles y notarios casa fortunas.
“Es conocida la feroz reacción de los violentos propietarios frente a las víctimas que se atreven a demandar la restitución” de sus tierras, dice Kalmanavitz, quizás pensando también en Hernando Pérez, el humilde campesino asesinado en Apartadó, dos horas después de que el ministro de Agricultura le entregó la nueva escritura de la finca que le habían robado años atrás.
Tras los despojos de las Farc, si ese es el nuevo escenario al final de Jojoy, hay que emprender otra guerra más dura del Establecimiento legal contra un Establecimiento paralelo; y averiguar cuanto antes, dentro de este último, quién mandó matar a Pérez, antes de que, como sospecho, detrás de Pérez rueden muchas más cabezas hacia las nuevas tumbas de NNs que se abrirán en reemplazo de las que hasta ahora apenas estamos escarbando.
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