30 de septiembre de 2008

De la democracia a la tiranía

OCTAVIO QUINTERO
oquinteroefe@yahoo.com

Se atribuye al legislador ateniense, Solón (638 – 558 a.C.) la invención de la democracia, ideada por este portento griego para acabar con la tiranía que dominaba por entonces el mundo civilizado conocido.
Sólo tres reformas introdujo Solón en la praxis política de su tiempo:
1) Le dio poder a los ricos para que pudieran compartir con los aristócratas el control del gobierno con el fin de que la gente de plata pagara con gusto las contribuciones que se requerían para sostener el Estado.
Entre paréntesis, esta medida, que lo que buscaba era equilibrar el poder político, implicaba también otro gran invento: el de la política tributaria. Pero esto no viene al caso ahora.
2) Exoneró a los pobres de pagar impuestos, pero al mismo tiempo se les mantuvo fuera del control del gobierno y, en cambio, les otorgó derecho de voto con lo cual pudieron participar en la elección de los Magistrados.
Dos reflexiones ameritan este segundo punto: a) Introdujo la equidad tributaria y b) entrega a la mayoría de electores, que son los pobres, la capacidad de decidir quién los va a gobernar.
3).- Poder decidir quién lo va a gobernar a uno, constituyó la tercera reforma que más que política fue moral, pues, resulta obvio que por esta vía empezaron a llegar a los cargos públicos de la gran Atenas la gente más capacitada profesionalmente, y al mismo tiempo la más honrada, la más pulcra o transparente, como se dice hoy.
Uno pudiera sostener con toda razón que la democracia aplicada por Solón, más que un sistema político (que lo es, y por supuesto), era un sistema moral que implicaba al mismo tiempo ética en las funciones públicas y equidad en la distribución del poder y sostenimiento del Estado.
Eso es lo que se nos está acabando, decimos, quienes todavía creemos que el Estado colombiano se puede rescatar de las garras de lo que un embajador gringo definió con toda crudeza y gran acierto “narcodemocracia”.
Por eso tenemos un ministro de Interior y Justicia cuyo hermano del alma andaba en sociedad con narcotraficantes y paramilitares; por eso un bandido, que por donde quiera que ha pasado: el Seguro Social, la Contraloría de Bogotá y la Cámara de Representantes ha salido escabulliendo el Código Penal, quien ahora, propuesto por el propio Presidente de la república, resulta elegido magistrado del Consejo Superior de la Judicatura; por lo mismo se pudo tener de Canciller a una hija de prófugo de la justicia y hermana de parapolítico y, para cerrar los ejemplos sin agotar por supuesto la abundante lista de casos, pudo ser Canciller quien birló los intereses de miles de pobres en un sonado caso conocido como el de Chambacú, tan sólo porque en un acto heroico se le voló a las Farc, justo días después de que su caso prescribiera ante los tribunales.
Esto que enumero son apenas las primeras pústulas que afloran del apestado cuerpo de la democracia colombiana, una democracia que perdió su contenido principal impregnado por el legislador ateniense: la moral.
De ahí en adelante, no vale la pena seguir hablando. Mientras a los altos cargos públicos puedan llegar personas con pasados tan oscuros como el del propio jefe de Estado; y la filosofía de Estado sea conducida por un cínico como José Obdulio, él también untado hasta los tuétanos de narcotráfico, ¿qué más da que el ministro del Interior sea quien es y tenga la misión, con esa tan discutida autoridad moral, dizque de impulsar en el Congreso (ah, un Congreso también corrompido), una reforma política y otra de la justicia dizque para purificar las costumbres de la democracia colombiana?
Esto no puede tomarse sino como un chiste en el campo internacional o como la más profunda sima moral a la que ha caído la sociedad colombiana.
Y esos nosotros, gobernados por quienes estamos, somos los que lanzamos anatemas contra un gobierno porque algunos de sus conciudadanos consideraron motu proprio levantarle un altar en Venezuela a Tiro Fijo, a ese que, en principio, se rebeló contra ese gobierno de entonces que empezó a subvaluar lo más esencial de cualquier sistema democrático que no viene a ser el respeto a la ley (que lo es, y por supuesto), sino la preservación de los valores éticos y morales porque es lo que nos protege de llegar a ser gobernados por unos bandidos que hacen las leyes acorde con sus principios y luego exigen que se las cumplamos.
Contra esa tiranía se levantó Solón y legó al mundo algo que, 2.600 años después, otro gran pensador contemporáneo, Fukuyama, sin que lo compartamos pero también en vía de ejemplo, llegó a decir que era “el fin de la historia”.
Dejar sin su esencia a la democracia es, por sustracción de materia, retornar a la tiranía.

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