De la libertad de opinión como adulación al Poder. De la libertad de expresión como autocensura convenida
Hace muchos años, don Ramón de Campoamor nos legó un pensamiento que viene bien a la intención de esta reflexión que me propongo exponer.
Decía que en este mundo traidor, nada hay verdad ni mentira. Todo es según el color del cristal con que se mira.
Conforme a este portentoso pensamiento, es enteramente discutible el mensaje que me propongo exponer a continuación en torno a la libertad de expresión y el derecho a la información sobre la que tanta labia hemos echado a lo largo de los años, especialmente en los últimos en que varios países de Centro y Suramérica viran hacia la izquierda después de largos años de regímenes de derecha en el Poder (así con mayúscula porque ha sido abrumador).
Si uno enmarcara su pensamiento en un principio que admitiera que la libertad de expresión inherente a los medios masivos de comunicación debe servir ante todo como garantía al ejercicio de la vida democrática, y no para que por esa misma libertad de expresión se manipule la información a favor de algún poder político o económico dominante, tendríamos que convenir que, quizás con algunas excepciones que no conozco, no hemos ni estamos observando el ejercicio de un periodismo objetivo en el estricto campo de la información que, según varias de las constituciones vigentes en la región, debe ser “veraz e imparcial”.
Hasta no hace muchos años la inmensa mayoría de medios de comunicación convivían alineados políticamente en un dial que no pasaba mucho del centro a la izquierda, y en cambio sí, se profundizaba hasta bien entrada la extrema derecha. Por vía de ejemplo, pensemos en el PRI mexicano o el Frente Nacional colombiano.
En ese orden de ideas poco o nada se discutía si los medios liberales censuraban las ideas conservadores o los conservadores las liberales. Quien se haya desempeñado como periodista o columnista de la época sabe bien que así era. Inclusive, los medios se aseguraban bien de contratar a periodistas, y ni se diga a los columnistas, que se identificaran con sus ideologías, y en las más de las veces, adiestrarlos, por no decir alienarlos, en sus propias ideas.
Ahora que el péndulo se descuelga de lo más alto de su derecha hacia el centro y la izquierda, no podemos seguir mirando la libertad de expresión y de información con el mismo cristal de entonces. Amén de que el periodismo que llega a nuestros días ya no está dominado por lo político sino por lo económico. Ya la divisa de los medios no es ideológica sino empresarial. El neoliberalismo ha hecho de nosotros los periodistas, y lo digo con todo respecto por quien pueda pensar distinto, lo que el narcotráfico con la guerrilla en Colombia: nos ha convertido en su ejército regular.
Hoy en día, el grueso de la información nacional e internacional dominada por empresas periodísticas internacionales, entroncadas ellas mismas con multinacionales de diversas ramas económicas, nos llega obviamente condicionada a los intereses del trust de las comunicaciones. Eso ha llevado a ilustres pensadores a situarnos en la era de la información y a ubicar a la prensa en el primer lugar de los poderes estatales, valga decir, por encima del Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial.
Lamentablemente en esta era de la información, los medios nos han arrastrado a vivir una especie de “Mentira organizada”, como dije en mi libro de hace 10 años. Y con esto no estoy criticando ni a los periodistas ni a los medios, sino apenas reconociendo un hecho evidente del que tenemos que partir para comprender la sentencia de Don Ramón, en el sentido de que todo depende del color del cristal con que se mire.
Podríamos asegurar con alto porcentaje de acierto, que nadie funda un medio en el afán de informar veraz e imparcialmente a la sociedad, sino en su afán particular de divulgar sus ideas y socializar, como se dice hoy en día, su opinión, ésta que por naturaleza se configura de su más profunda subjetividad.
Aterrizando el tema en el campo colombiano, que conozco de primera mano, era lo que discutíamos ante la Corte Constitucional 15 años atrás, cuando mediante bien armada entelequia del entonces magistrado, Carlos Gaviria, se cayó la tarjeta profesional de periodista.
Si en el artículo 20 de la Constitución se dice que… “Se garantiza a toda persona la libertad de (…) recibir información veraz e imparcial, es evidente que esa garantía que ofrecía el Estado debió haberla asegurado elevando a la categoría de profesión el ejercicio periodístico, y distinguiendo a los periodistas, como se distingue a todo profesional: médicos, abogados, ingenieros, arquitectos y demás, con una tarjeta que le garantiza al usuario, en nuestro caso a los lectores, que estaban siendo atendidos por un profesional del ramo y no por teguas, fruto de las circunstancias.
El magistrado Gaviria nunca quiso distinguir esto, y en su ponencia confundió opinión con información y así concluye que por ser un derecho de libre ejercicio, el periodismo no constituía una profesión sino un oficio que cualquiera a discreción podía ejercer. Y hasta puso el ejemplo de que revestía más responsabilidad social el ingeniero que tendía un puente sobre un río que el periodista que hacía una noticia, como si formar opinión pública no fuera la mayor responsabilidad social que ser alguno pueda asumir sobre la tierra.
Nos desgañitamos los de entonces por hacerle entender que la información, en el contexto del artículo 20 de la Constitución no era enteramente libre porque el mismo texto la circunscribía a que fuera veraz e imparcial, y que opinar e informar eran cosas distintas, pero al parecer, calaron más en la materia gris del magistrado Gaviria las razones de la SIP que las del CPB, el Colegio y la Federación de Periodistas, y todas las demás organizaciones periodísticas regionales que dieron la batalla, lamentablemente perdida.
El esperpento jurídico que masacró la Tarjeta Profesional de Periodista, era lo único que necesitaba el neoliberalismo, representado por la SIP tanto ayer como hoy, para enterrar el poco aroma de libertad de expresión que en medio del fragor político podía aspirarse de vez en cuando en los medios tradicionales.
Así empezaron a brotar de todas partes, como flor en primavera, periodistas y columnistas lanzados por el gran capital a los medios de comunicación a esparcir el evangelio neoliberal. Esos periodistas y esos columnistas curiosamente resultaban ser siempre herederos directos de los dueños de los medios o entronques importantes de empresarios. Ese periodista que surgía del vulgo; y ese columnista que se maduraba en el autodidactismo “no va más”, como dice un conocido locutor de futbol cuando se acaba el partido.
Si esto nos ha quedado claro, podemos ahora entender la lucha mediática que se libra en Venezuela, Ecuador, Bolivia, Paraguay, Nicaragua, Honduras y demás países, como últimamente Argentina, que intentan zafarse del modelo neoliberal a ultranza; o la lucha que algunos damos en Colombia contra los medios oficialistas y oficiales de hecho y por conveniencia.
Todos los medios periodísticos en conflicto con los gobiernos prosocialistas, provienen de modelos capitalistas que los fundaron, los crecieron y reprodujeron a su imagen y semejanza. Y los gobiernos socialistas que irrumpen en esos lares, tratan de fundar, crecer y reproducir medios propios a su imagen y semejanza.
Resulta pertinente precisar ahora que la principal razón y causa de esa lucha mediática no proviene de un interés político que, digamos, se oponga al gobierno de izquierda por razones ideológicas, y al de derecha por lo tanto mismo, sino que la prensa de derecha responde al interés económico de su fuente capitalista y la de izquierda busca hacerse a un nicho en el mundo mediático, y con toda razón, en los gobiernos prosocialistas.
He seguido muy de cerca el caso de Venezuela, por ejemplo, y puedo afirmar que Chávez no ha amenazado con quitarle la licencia a ningún medio de radio o televisión. Lo que sí ha dicho en forma clara y contundente, es que no está dispuesto a renovar la licencia de funcionamiento, una vez se les venza a unos medios que le han decretado feroz oposición. Esto puede ser discutible, como todo, pero no resulta ilegal. Y si se considera un ataque a la libertad de expresión, asunto también discutible y harto, entonces debemos mirar el anverso de la moneda y juzgar con el mismo principio a los medios de oposición en los sistemas capitalistas cuyos gobiernos asedian y la empresa privada asfixia privándolos de publicidad bajo el silencio cómplice de la augusta SIP que no ve aquí rastros de censura ni pruebas de persecución como, por ejemplo, soterradamente anda haciendo el actual gobierno colombiano con el tercer canal que ofrece como vara de premio al medio de su predilección que mejor se porte… Y la SIP, ni fu ni fa.
Es que no podemos obligar a nadie a gobernar con el enemigo o a hacerle más fácil el camino hacia nuestra propia destrucción. Una cosa es respectar las ideas del contrario, pero no hasta el martirio de Voltaire cuando dice… “No estoy de acuerdo con lo que usted dice pero daría mi vida para que pudiera decirlo”. Eso es puro simbolismo de alguien que manejó como el que más la fina ironía y que en su momento también dijo, quizás con más realismo: “Proclamo en voz alta la libertad de pensamiento y muera el que no piense como yo”.
Honduras es un típico y patético ejemplo de la lucha por el poder que se libra, desde el campo mediático, entre capitalismo y socialismo siglo XXI en nuestra región. La SIP, dominada por los empresarios del periodismo, que tan alto eleva el SOS de la persecución a la libertad de prensa en Venezuela, no ha dicho ni mu sobre el asesinato de periodistas y la abierta censura que implantó Micheletti tras el golpe de Estado a Zelaya.
Y presten atención, para que nos demos cuenta de que efectivamente todo depende del color del cristal con que se mire: las pataletas de Chávez no serían tan estridentes ni el silencio de Estados Unidos tan profundo, si el golpe de Estado no hubiera sido contra el gobierno democrático de Zelaya sino contra el gobierno democrático de Uribe.
No podría cerrar esta reflexión sin referirme al nuevo periodismo que se expande en el ciberespacio a través de Internet. Para mi gusto, creo que ese es el Gran Hermano que la tan anhelada libertad de expresión necesitaba para alcanzar el más poderoso de todos los poderes: el conocimiento, como tan maravillosamente lo describe Alvin Toffler.
Quienes poco a poco nos hemos ido insertando en este mundo, nos resulta imposible hablar de censura o quejarnos de persecución. Se dice, y parece cierto, que los grandes cambios políticos que se han logrado en los últimos tiempos, incluyendo la elección de Obama en Estados Unidos, se debe en buena parte a la Internet. Se cree también que la quiebra de muchos y tradicionales medios impresos de Estados Unidos y de Europa, se debe igualmente al auge informativo de los medios virtuales. Yo, por ejemplo, hace más de cinco años no compro periódicos ni revistas y ya no necesito desayunarme con El Tiempo sobre la mesa; pero tampoco puedo pasar a manteles sin antes haber echado una miradita a lo que dicen mis corresponsales y abonados en la red.
Yo no voy a señalar qué tipo de periodismo debemos seguir: si hacia la derecha o hacia la izquierda. Creo que eso pertenece al fuero interno de cada quien y allá él.
Me interesa sólo como periodista y colega de quienes se expresan a través de lo medios tradicionales o alternativos, alcanzar claridad sobre lo que hacemos, y que podamos juzgar en nuestra recóndita conciencia si lo estamos haciendo bien o mal; si con nuestra profesión estamos contribuyendo a construir un tejido social más valioso y dueño de su propio destino, o le estamos haciendo el juego al poder económico que macabramente se beneficia cada vez más de nuestra mayor alienación y desventura.
Como en la socorrida toma de juramento en los cargos públicos, si lo primero, que Dios y la Patria os lo premien; si lo segundo, que El y Ella os lo reclamen.
El primer signo real del fin de la humanidad será su desintegración social. A partir de entonces, nada ni nadie podrá hacer nada por salvarla de su extinción final. Tal como se lucha por preservar lo más intacto posible los recursos naturales, el medio ambiente, la flora y la fauna del mundo, debemos luchar por mantener la integración sociaL y la solidaridad entre los seres humanos. ¡ESA ES LA IDEA! HAGÁMOSLE Octavio Quintero
30 de agosto de 2009
27 de agosto de 2009
Apareció el chavismo vergonzante
Recién pasada la Segunda Guerra Mundial aparecieron en Colombia los “pobres vergonzantes”. Se institucionalizó tanto el concepto que yo recuerdo programas impulsados por curas y colegios pidiendo limosna para los pobres vergonzantes.
Se trataba de comerciantes bien instalados en el gobierno que hicieron grandes fortunas importando y exportando mercancías tanto legalmente como de contrabando y que lo perdieron todo tras el colapso bélico del 45. Tales familias entraron en la ruina y les daba pena pedir limosna directamente. Entonces, especialmente en las iglesias, se instalaron despensas y urnas para recoger donaciones en dinero y en especie para los pobres vergonzantes.
Durante mucho tiempo el asunto me llamó la atención porque no podía entender quiénes podrían ser esos pobres vergonzantes que hacían que otras familias, pobres pero dignas, como las que van a las iglesias o mandan sus hijos a las escuelas públicas, sacaran de su escaso recurso algo para darles a ellos.
Haciendo un símil, parece que el Polo Democrático corre el destino de ser en política una especie de pobre vergonzante que pretende esconder su situación ideológica de izquierda en un país de abrumadora ideología de derecha. Es decir, la inferioridad numérica da vergüenza, como si ser de izquierda, para el Polo, fuera una cuestión de número y no de dignidad, como entendemos quienes sin vergüenza somos de izquierda.
Por eso, por mostrar vergüenza de ser de izquierda, se la han montado en la derecha desde donde a toda hora le piden explicaciones de su ideología social y de las relaciones interpartidistas del PDA.
No cabe duda, por desgracia, que el Polo, esa fuerza de izquierda que apenas hace unos cuantos años ilusionó a mucha gente con una posibilidad de opción alternativa de poder en Colombia, está reventada, tanto por la acción corrosiva externa como por la hoguera de las vanidades internas, dentro de las cuales brillan con luz propia el ex alcalde de Bogotá, Lucho Garzón, que hoy anda por ahí como loca enamorada deshojando margaritas, y Gustavo Petro, quien tras acrobática voltereta desde hace dos años anda ahora por ahí, mutatis mutandis, entre la rubia y la morena.
El tercer pobre vergonzante del Polo es el propio ex presidente del partido y ex candidato presidencial, y de nuevo precandidato, Carlos Gaviria. Siempre me pareció que se dejó enredar por Uribe y sus secuaces en las relaciones del Polo con las Farc. Cada vez que las Farc protagonizaban un hecho delictivo, el gobierno parecía exigirle al Polo que fuera el primer partido en descalificar y condenar la acción. Y no importaba los términos en que lo hiciera, los medios de comunicación, como por encargo del gobierno, se cuidaban bien de dejar en la opinión pública instalada la idea de que la condena del Polo a las Farc como que era débil o había resultado insuficiente.
Lo cierto es que al cabo del tiempo terminó por desarrollarse en Colombia la idea de que el Polo y las Farc tienen relaciones obscenas. Y ya no habrá quien le quite ese INRI al Polo porque, como dice la frase bíblica, resulta más fácil reemplumar una gallina desplumada al viento que recoger una calumnia.
Bueno, creí que esa etapa de pobre vergonzante de Gaviria había terminado, pero no: hoy vemos que está siendo forzado a poner distancia entre el gobierno de Chávez y el Polo. Ha expedido un comunicado ambiguo y, digámoslo de frente, vergonzante. Yo no creo que sea vergonzoso, como para disimular y mantener en secreto la afinidad ideológica, si es que existe, con el gobierno de Chávez. Yo no creo que el otro Gaviria, el del Partido Liberal, salga algún día a tener que dar explicaciones de la afinidad del liberalismo colombiano con los demócratas estadounidenses o, digamos a Pastrana, explicando qué tan parecidos son los conservadores colombianos a los republicanos gringos.
No, como se dice por ahí, ni tanto honor ni tanta indignidad, un término que en su lánguida explicación, Gaviria (el del Polo), porque hasta su apellido resulta una desgracia homónima del ex presidente liberal, dice que resulta algo parecida a la soberanía. Si ello es así, creo que en su ya madura carrera política, ha perdido soberanía sobre sus propias convicciones teniendo que rendir constantemente explicaciones de sus actos a diestra y siniestra, es decir, tanto a sus adversarios de la derecha como a sus prosélitos de la izquierda.
A Gaviria habrá que recordarle que cuando uno se la deja montar de alguien termina por quedarle la nuca oliendo a orines.
Se trataba de comerciantes bien instalados en el gobierno que hicieron grandes fortunas importando y exportando mercancías tanto legalmente como de contrabando y que lo perdieron todo tras el colapso bélico del 45. Tales familias entraron en la ruina y les daba pena pedir limosna directamente. Entonces, especialmente en las iglesias, se instalaron despensas y urnas para recoger donaciones en dinero y en especie para los pobres vergonzantes.
Durante mucho tiempo el asunto me llamó la atención porque no podía entender quiénes podrían ser esos pobres vergonzantes que hacían que otras familias, pobres pero dignas, como las que van a las iglesias o mandan sus hijos a las escuelas públicas, sacaran de su escaso recurso algo para darles a ellos.
Haciendo un símil, parece que el Polo Democrático corre el destino de ser en política una especie de pobre vergonzante que pretende esconder su situación ideológica de izquierda en un país de abrumadora ideología de derecha. Es decir, la inferioridad numérica da vergüenza, como si ser de izquierda, para el Polo, fuera una cuestión de número y no de dignidad, como entendemos quienes sin vergüenza somos de izquierda.
Por eso, por mostrar vergüenza de ser de izquierda, se la han montado en la derecha desde donde a toda hora le piden explicaciones de su ideología social y de las relaciones interpartidistas del PDA.
No cabe duda, por desgracia, que el Polo, esa fuerza de izquierda que apenas hace unos cuantos años ilusionó a mucha gente con una posibilidad de opción alternativa de poder en Colombia, está reventada, tanto por la acción corrosiva externa como por la hoguera de las vanidades internas, dentro de las cuales brillan con luz propia el ex alcalde de Bogotá, Lucho Garzón, que hoy anda por ahí como loca enamorada deshojando margaritas, y Gustavo Petro, quien tras acrobática voltereta desde hace dos años anda ahora por ahí, mutatis mutandis, entre la rubia y la morena.
El tercer pobre vergonzante del Polo es el propio ex presidente del partido y ex candidato presidencial, y de nuevo precandidato, Carlos Gaviria. Siempre me pareció que se dejó enredar por Uribe y sus secuaces en las relaciones del Polo con las Farc. Cada vez que las Farc protagonizaban un hecho delictivo, el gobierno parecía exigirle al Polo que fuera el primer partido en descalificar y condenar la acción. Y no importaba los términos en que lo hiciera, los medios de comunicación, como por encargo del gobierno, se cuidaban bien de dejar en la opinión pública instalada la idea de que la condena del Polo a las Farc como que era débil o había resultado insuficiente.
Lo cierto es que al cabo del tiempo terminó por desarrollarse en Colombia la idea de que el Polo y las Farc tienen relaciones obscenas. Y ya no habrá quien le quite ese INRI al Polo porque, como dice la frase bíblica, resulta más fácil reemplumar una gallina desplumada al viento que recoger una calumnia.
Bueno, creí que esa etapa de pobre vergonzante de Gaviria había terminado, pero no: hoy vemos que está siendo forzado a poner distancia entre el gobierno de Chávez y el Polo. Ha expedido un comunicado ambiguo y, digámoslo de frente, vergonzante. Yo no creo que sea vergonzoso, como para disimular y mantener en secreto la afinidad ideológica, si es que existe, con el gobierno de Chávez. Yo no creo que el otro Gaviria, el del Partido Liberal, salga algún día a tener que dar explicaciones de la afinidad del liberalismo colombiano con los demócratas estadounidenses o, digamos a Pastrana, explicando qué tan parecidos son los conservadores colombianos a los republicanos gringos.
No, como se dice por ahí, ni tanto honor ni tanta indignidad, un término que en su lánguida explicación, Gaviria (el del Polo), porque hasta su apellido resulta una desgracia homónima del ex presidente liberal, dice que resulta algo parecida a la soberanía. Si ello es así, creo que en su ya madura carrera política, ha perdido soberanía sobre sus propias convicciones teniendo que rendir constantemente explicaciones de sus actos a diestra y siniestra, es decir, tanto a sus adversarios de la derecha como a sus prosélitos de la izquierda.
A Gaviria habrá que recordarle que cuando uno se la deja montar de alguien termina por quedarle la nuca oliendo a orines.
23 de agosto de 2009
Vamos a enterrar a Uribe
En varias ocasiones he dicho que lo mejor que le puede pasar al país político es que Uribe se presente a una segunda reelección y salga derrotado.
Parece cruel, pero lo mejor que le puede pasar a un enfermo terminal, como es el caso de la democracia colombiana, es que se muera cuanto antes. La agonía resulta más cruel, como nos está pasando en esta larga noche uribista en la que todos velamos, y más, los aspirantes a sucederle en el trono que hacen como esos afortunados herederos que lloran en público y ruegan en privado que Dios permita lo más pronto el eterno descanso del paciente, y de ellos también.
La mayoría de quienes se oponen a la reelección de Uribe no lo hacen en primera instancia en defensa de las instituciones democráticas sino porque el tipo les cae mal personalmente. El sólo hecho de que políticamente Colombia no tenga una importante opción de izquierda, prueba que somos mayoritariamente de centro-derecha, desde Carlos Gaviria hasta Juan Manuel Santos, obviamente con su diversidad de matices.
Creo que en los últimos meses la principal fuerza de oposición a Uribe es la compuesta por gente a la que el tipo les cae mal personalmente, empezando por la gran familia DMG que sigue creyendo, y con razón, que el gobierno quebró la empresa de David Murcia sólo para quitarle de encima un gran competidor al banquero Luis Carlos Sarmiento Angulo.
Creo que en ese mismo campo del desafecto personal suman también muchos paramilitares afectos a los capos extraditados quienes, de otra forma, hubieran seguido apoyando incondicionalmente a Uribe.
Y podría asegurarse que en el alma de muchos militares activos y en retiro aletea también su propia encrucijada de apoyar o no a Uribe, un tipo que ha desgalonado de tajo a muchos oficiales y suboficiales quemados como fusibles para impedir cortos en circuitos más sensibles de su administración, empezando por la propia Casa de Nariño, desde la cual despacha.
El eventual Uribe candidato a la segunda reelección no es el mismo Uribe del 2002 y 2006 que, independientemente de cómo lo haya logrado, arrasó en primera vuelta con sus opositores.
Así que, antes que seguir desgastándonos en disquisiciones jurídicas sobre la reelección, debemos prepararnos para enfrentar a Uribe en las urnas y mandarlo al lugar adecuado.
Y aquí la sorpresa: no creo que Uribe llegue hasta la candidatura. No porque sus secuaces políticos y amanuenses jurídicos no le allanen el camino, sino porque él sabe que no tiene ya el apoyo electoral suficiente para quedarse en Palacio, usurpando nuevamente el solio.
Uribe sólo pretende ganar un pulso político a través del referendo en las instancias que él domina (el Congreso y la Corte Constitucional), y demostrarles a sus opositores que sigue teniendo un gran poder político, basado obviamente en la corrupción, pero al fin y al cabo poder.
Una vez refrendada esta fuerza, Uribe renunciará a ser candidato, no porque no quiera, sino porque no podría bañar al país nuevamente en sangre para asegurarse la Presidencia, sin tener que rendir cuentas a una comunidad internacional que le mira con aguda desconfianza.
Así, invicto, se irá a la galería de ex presidentes colombianos a seguirnos gobernando tras bambalinas como lo hacen todos, desde Bolívar hasta Gaviria, Samper y Pastrana, para mencionar a los tres últimos antecesores de Uribe que, con excepción suya, más han contribuido a hundir al país en este fango político y social que embadurna la democracia y el futuro de Colombia.
Sólo derrotando a Uribe en las urnas podríamos empezar la catarsis de volver a ser dignos.
Parece cruel, pero lo mejor que le puede pasar a un enfermo terminal, como es el caso de la democracia colombiana, es que se muera cuanto antes. La agonía resulta más cruel, como nos está pasando en esta larga noche uribista en la que todos velamos, y más, los aspirantes a sucederle en el trono que hacen como esos afortunados herederos que lloran en público y ruegan en privado que Dios permita lo más pronto el eterno descanso del paciente, y de ellos también.
La mayoría de quienes se oponen a la reelección de Uribe no lo hacen en primera instancia en defensa de las instituciones democráticas sino porque el tipo les cae mal personalmente. El sólo hecho de que políticamente Colombia no tenga una importante opción de izquierda, prueba que somos mayoritariamente de centro-derecha, desde Carlos Gaviria hasta Juan Manuel Santos, obviamente con su diversidad de matices.
Creo que en los últimos meses la principal fuerza de oposición a Uribe es la compuesta por gente a la que el tipo les cae mal personalmente, empezando por la gran familia DMG que sigue creyendo, y con razón, que el gobierno quebró la empresa de David Murcia sólo para quitarle de encima un gran competidor al banquero Luis Carlos Sarmiento Angulo.
Creo que en ese mismo campo del desafecto personal suman también muchos paramilitares afectos a los capos extraditados quienes, de otra forma, hubieran seguido apoyando incondicionalmente a Uribe.
Y podría asegurarse que en el alma de muchos militares activos y en retiro aletea también su propia encrucijada de apoyar o no a Uribe, un tipo que ha desgalonado de tajo a muchos oficiales y suboficiales quemados como fusibles para impedir cortos en circuitos más sensibles de su administración, empezando por la propia Casa de Nariño, desde la cual despacha.
El eventual Uribe candidato a la segunda reelección no es el mismo Uribe del 2002 y 2006 que, independientemente de cómo lo haya logrado, arrasó en primera vuelta con sus opositores.
Así que, antes que seguir desgastándonos en disquisiciones jurídicas sobre la reelección, debemos prepararnos para enfrentar a Uribe en las urnas y mandarlo al lugar adecuado.
Y aquí la sorpresa: no creo que Uribe llegue hasta la candidatura. No porque sus secuaces políticos y amanuenses jurídicos no le allanen el camino, sino porque él sabe que no tiene ya el apoyo electoral suficiente para quedarse en Palacio, usurpando nuevamente el solio.
Uribe sólo pretende ganar un pulso político a través del referendo en las instancias que él domina (el Congreso y la Corte Constitucional), y demostrarles a sus opositores que sigue teniendo un gran poder político, basado obviamente en la corrupción, pero al fin y al cabo poder.
Una vez refrendada esta fuerza, Uribe renunciará a ser candidato, no porque no quiera, sino porque no podría bañar al país nuevamente en sangre para asegurarse la Presidencia, sin tener que rendir cuentas a una comunidad internacional que le mira con aguda desconfianza.
Así, invicto, se irá a la galería de ex presidentes colombianos a seguirnos gobernando tras bambalinas como lo hacen todos, desde Bolívar hasta Gaviria, Samper y Pastrana, para mencionar a los tres últimos antecesores de Uribe que, con excepción suya, más han contribuido a hundir al país en este fango político y social que embadurna la democracia y el futuro de Colombia.
Sólo derrotando a Uribe en las urnas podríamos empezar la catarsis de volver a ser dignos.
16 de agosto de 2009
Mambrú se va a la guerra
Quizás si Estados Unidos instalara más bases aéreas en su propio territorio para controlar el narcotráfico de estupefacientes y el tráfico de armas hacia países en donde por efectos de una larga lucha armada, por y en defensa del poder se acude al terrorismo, no requeriría utilizar territorios extranjeros para dar esa lucha allende sus fronteras, que fuera lo lógico.
Suena a romanticismo decimonónico la propuesta porque ya sabemos que las bases aéreas de Estados Unidos en el exterior, como en Colombia, son instaladas para elevar su expansionismo geopolítico y su dominio imperial, y que eso de luchar contra el narcotráfico es apenas una excusa, tanto más si como se sabe, el negocio de las drogas y las armas al que primero beneficia económicamente es al propio Estados Unidos, campeón del consumo y meca industrial de la fabricación de todo tipo de armas.
Hay dichos convertidos en lugares comunes, tan comunes, que nos evidencian limitaciones intelectuales para expresarnos diferente. Pero es que ese de que “quien no conoce la historia está condenado a repetirla”, resulta tan patético al debate hoy en Colombia sobre las bases militares de Estados Unidos, que no deja escape, sobre todo a quienes recordamos los términos y los argumentos de hace 10 años entre estos mismos protagonistas en torno al Plan Colombia.
Cualquiera puede revisar la prensa de 1999 en adelante y verá que tanto los presidentes Clinton y Pastrana, como sus secuaces, decían, repetían y juraban que la ayuda militar y económica ofrecida a través de ese Plan, sería exclusivamente dirigida a combatir el narcotráfico. Hoy ya es vox populli que la plata, los equipos y las armas son las que está utilizando el gobierno colombiano para cazar guerrilleros, inclusive en los territorios vecinos, que es lo que tiene hecho un manojo de nervios las relaciones con Venezuela y Ecuador.
“Y un espíritu en la sombra se reía, se reía”, nos dice el poeta cuando de mostrarnos la conexión entre la marioneta y su titerero se trata.
El asunto de las tales bases aéreas de Estados Unidos en Colombia ha dado lugar a otro fenómeno más cruel: ahora todos somos uribistas, o chavistas o correistas, según la divisa nacional que nos haya deparado el destino.
No importa que Colombia se llene de bases militares gringas y que, como elemental respuesta de defensa preventiva, al fin y al cabo el principio lo hemos implantado en la praxis castrense internacional desde la criminal invasión a Irak, los vecinos se llenen de bases rusas, o chinas o árabes, si de lo que se trata es que el patriotismo nos hinche los pulmones y vayamos a la guerra como Mambrú, que nunca regresó.
“Y un espíritu en la sombra se reía, se reía”.
Suena a romanticismo decimonónico la propuesta porque ya sabemos que las bases aéreas de Estados Unidos en el exterior, como en Colombia, son instaladas para elevar su expansionismo geopolítico y su dominio imperial, y que eso de luchar contra el narcotráfico es apenas una excusa, tanto más si como se sabe, el negocio de las drogas y las armas al que primero beneficia económicamente es al propio Estados Unidos, campeón del consumo y meca industrial de la fabricación de todo tipo de armas.
Hay dichos convertidos en lugares comunes, tan comunes, que nos evidencian limitaciones intelectuales para expresarnos diferente. Pero es que ese de que “quien no conoce la historia está condenado a repetirla”, resulta tan patético al debate hoy en Colombia sobre las bases militares de Estados Unidos, que no deja escape, sobre todo a quienes recordamos los términos y los argumentos de hace 10 años entre estos mismos protagonistas en torno al Plan Colombia.
Cualquiera puede revisar la prensa de 1999 en adelante y verá que tanto los presidentes Clinton y Pastrana, como sus secuaces, decían, repetían y juraban que la ayuda militar y económica ofrecida a través de ese Plan, sería exclusivamente dirigida a combatir el narcotráfico. Hoy ya es vox populli que la plata, los equipos y las armas son las que está utilizando el gobierno colombiano para cazar guerrilleros, inclusive en los territorios vecinos, que es lo que tiene hecho un manojo de nervios las relaciones con Venezuela y Ecuador.
“Y un espíritu en la sombra se reía, se reía”, nos dice el poeta cuando de mostrarnos la conexión entre la marioneta y su titerero se trata.
El asunto de las tales bases aéreas de Estados Unidos en Colombia ha dado lugar a otro fenómeno más cruel: ahora todos somos uribistas, o chavistas o correistas, según la divisa nacional que nos haya deparado el destino.
No importa que Colombia se llene de bases militares gringas y que, como elemental respuesta de defensa preventiva, al fin y al cabo el principio lo hemos implantado en la praxis castrense internacional desde la criminal invasión a Irak, los vecinos se llenen de bases rusas, o chinas o árabes, si de lo que se trata es que el patriotismo nos hinche los pulmones y vayamos a la guerra como Mambrú, que nunca regresó.
“Y un espíritu en la sombra se reía, se reía”.
7 de agosto de 2009
Vientos de guerra
Así como no existe la plena libertad individual, tampoco existe una plena soberanía nacional, o autonomía. Si mi libertad va hasta donde empieza la del otro, la soberanía nacional se extiende hasta la frontera del vecino. Es más: en un mundo globalizado e internacionalizado como el actual, ya no existe casi en nada plena soberanía nacional.
Realmente eso de autonomía o soberanía, tanto en el campo individual como en lo nacional, sólo han sido píldoras reconstituyentes del ego que no tienen más efecto que el emocional. Cuando uno las confronta con la realidad se encuentra con limitaciones y dependencias que van construyendo otra figura más cercana a la realidad: la “servidumbre voluntaria”.
Pero no es ahora que estamos descubriendo la dependencia simbiótica que nos impone la naturaleza como necesaria a la supervivencia, y probablemente, en la medida en que más nos alejemos de este imperativo universal, mayor será el acercamiento al final de la raza humana sobre la tierra.
Seguramente en la historia habrá ejemplos muchos de la solidaridad como elemento fundamental para vivir en paz y asegurarnos un sitio en el planeta. Pero uno que me gusta mucho es el del poeta John Donne (1572 – 1631), en su popular inspiración “Por quién doblan las campanas”: Ninguna persona es una isla. La muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad. Por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas: doblan por ti”.
Así, para volver al tema, ningún país puede, por ejemplo, tomar decisiones de comercio exterior que vayan en contra de normas internacionales elevadas a convenios por la CMC o contenidas en acuerdos regionales o subregionales como sería el caso de MERCOSUR o la CAN en Suramérica.
También en el campo del medio ambiente se han ido instrumentando decisiones que limitan la autonomía nacional. El caso del llamado Trapecio Amazónico es buen ejemplo para ilustrar el aserto. En la selva amazónica brasileña, colombiana o peruana, ninguno de estos gobiernos puede tomar decisiones autonómicas como por ejemplo convertirlas en cultivos de palma africana para producir etanol, por rentable que resulte.
En muchos otros aspectos de la vida de las naciones su autonomía se ha ido restringiendo y reduciendo a la nada, como también por ejemplo en el caso de la justicia vigilada ahora por una Corte Penal Internacional (CPI) que va poco a poco extendiendo su órbita aquende las fronteras de todos los países.
Si ello es así, como sin discusión parece, menos podría hablarse de autonomía nacional en la toma de decisiones que puedan amenazar la paz internacional.
No por otra cosa se han suscrito tratados que prohíben a todos los países el desarrollo de armas de destrucción masiva como las nucleares o químicas. Otra cosa es que se cumplan por aquellos arrogantes que como en el pasaje bíblico de la Torre de Babel, quisieran escapar al destino indivisible de la humanidad.
Por eso resultó ridícula la posición de los presidentes, entre ellos los de Brasil y Chile, que saludaron la gira “muda” de Uribe, intentando explicar lo inexplicable en el caso de los territorios que le ofrenda a Estados Unidos para las bases militares, con la salmodia declaración de que eran respetuosos de la autonomía nacional. Tan ridículo como si uno pretendiera guardar respeto a la inconcebible libertad que puede tener un atracador de ponerle a uno un cuchillo en el vientre y decirle: “la bolsa o la vida”.
Si fuera válida la autonomía nacional colombiana para llenar su territorio de bases militares estadounidenses, mañana resultaría válida también la autonomía nacional venezolana para montar en su territorio enclaves militares de Rusia o en Brasil de China. Y a nadie con mediana inteligencia escaparía el destino bélico que mediante estas falsas autonomías emprendería Suramérica, si no es que en ese sentido, ya está en marcha.
Realmente eso de autonomía o soberanía, tanto en el campo individual como en lo nacional, sólo han sido píldoras reconstituyentes del ego que no tienen más efecto que el emocional. Cuando uno las confronta con la realidad se encuentra con limitaciones y dependencias que van construyendo otra figura más cercana a la realidad: la “servidumbre voluntaria”.
Pero no es ahora que estamos descubriendo la dependencia simbiótica que nos impone la naturaleza como necesaria a la supervivencia, y probablemente, en la medida en que más nos alejemos de este imperativo universal, mayor será el acercamiento al final de la raza humana sobre la tierra.
Seguramente en la historia habrá ejemplos muchos de la solidaridad como elemento fundamental para vivir en paz y asegurarnos un sitio en el planeta. Pero uno que me gusta mucho es el del poeta John Donne (1572 – 1631), en su popular inspiración “Por quién doblan las campanas”: Ninguna persona es una isla. La muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad. Por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas: doblan por ti”.
Así, para volver al tema, ningún país puede, por ejemplo, tomar decisiones de comercio exterior que vayan en contra de normas internacionales elevadas a convenios por la CMC o contenidas en acuerdos regionales o subregionales como sería el caso de MERCOSUR o la CAN en Suramérica.
También en el campo del medio ambiente se han ido instrumentando decisiones que limitan la autonomía nacional. El caso del llamado Trapecio Amazónico es buen ejemplo para ilustrar el aserto. En la selva amazónica brasileña, colombiana o peruana, ninguno de estos gobiernos puede tomar decisiones autonómicas como por ejemplo convertirlas en cultivos de palma africana para producir etanol, por rentable que resulte.
En muchos otros aspectos de la vida de las naciones su autonomía se ha ido restringiendo y reduciendo a la nada, como también por ejemplo en el caso de la justicia vigilada ahora por una Corte Penal Internacional (CPI) que va poco a poco extendiendo su órbita aquende las fronteras de todos los países.
Si ello es así, como sin discusión parece, menos podría hablarse de autonomía nacional en la toma de decisiones que puedan amenazar la paz internacional.
No por otra cosa se han suscrito tratados que prohíben a todos los países el desarrollo de armas de destrucción masiva como las nucleares o químicas. Otra cosa es que se cumplan por aquellos arrogantes que como en el pasaje bíblico de la Torre de Babel, quisieran escapar al destino indivisible de la humanidad.
Por eso resultó ridícula la posición de los presidentes, entre ellos los de Brasil y Chile, que saludaron la gira “muda” de Uribe, intentando explicar lo inexplicable en el caso de los territorios que le ofrenda a Estados Unidos para las bases militares, con la salmodia declaración de que eran respetuosos de la autonomía nacional. Tan ridículo como si uno pretendiera guardar respeto a la inconcebible libertad que puede tener un atracador de ponerle a uno un cuchillo en el vientre y decirle: “la bolsa o la vida”.
Si fuera válida la autonomía nacional colombiana para llenar su territorio de bases militares estadounidenses, mañana resultaría válida también la autonomía nacional venezolana para montar en su territorio enclaves militares de Rusia o en Brasil de China. Y a nadie con mediana inteligencia escaparía el destino bélico que mediante estas falsas autonomías emprendería Suramérica, si no es que en ese sentido, ya está en marcha.
4 de agosto de 2009
Dinero falso circula en el BBVA
El BBVA de Colombia, al menos en su oficina de Santa Paula, al norte de Bogotá, se ha convertido en un reciclamiento de moneda falsa.
Por alguna macabra circunstancia este servidor, que muy pocas veces ha hecho uso de su propia circunstancia para elevar denuncia, ha sido víctima recurrente del dinero falso entregado por el BBVA en la mencionada oficina.
El martes, primero de julio, fui como de costumbre a retirar mi pensión, y en un fajo de billetes de 50.000 pesos me resultaron dos falsos. Como ese mismo día salí de viaje, sólo a los dos o tres siguientes pude ir al banco a presentar la correspondiente reclamación.
Por haber trabajado en ese banco por 12 años, cuando operaba con el nombre de Granahorrar, sabía que la reposición del dinero era un imposible, pues, seguro me iban a decir que cuando uno recibe el dinero y sale del banco, la responsabilidad es toda del cliente.
No obstante, por seguir teniendo algún aprecio, no por el banco que ya es otro, sino por unos cuantos amigos que todavía quedan por ahí desperdigados en esa institución española, quise advertirlos de la situación a ver si emprendían alguna investigación al respecto.
Pienso ahora, retomando el tema, que esa disculpa de que cuando uno sale del banco toda la responsabilidad es del cliente, opera sólo para el caso en que no se cuente bien la plata que le dan. Si dicha responsabilidad opera también para no dejarse meter dinero falso en el propio banco, apague y vámonos porque de aquí en adelante, lo que tendríamos que hacer es llevar detector de dinero falso para revisar uno por uno los billetes que recibe en el propio interior del banco.
En fin: ahí dejé la denuncia y me fui.
Al mes siguiente, es decir, en este mes de agosto, fui el lunes 3 a retirar mi pensión. Al recibir el dinero le pedí a la cajera que me revisara uno por uno los billetes de 50.000 pesos y me certificara que estaban buenos. Así lo hizo y me dijo que no había ninguno falso. Luego me entregó un fajo de billetes de 20.000 y al pedirle que hiciera lo mismo me dijo: “no, esos están buenos”. Acepté la suposición, pues, como el dinero en Colombia apenas vale un poco más que la vida (que no vale nada), me pareció de momento que los “honorables” falsificadores no iban a perder el tiempo falsificando un infeliz billete de 20.000
Ingenuo que es uno, Pues, vean que al desfajar el paquete, ya en mi casa, me encontré con un billete falso pegado no se con qué diablos a uno bueno, de tal manera que al pasar por la máquina contadora lo registraba, y ni se diga al pasarlo por los dedos dentro de un fajo que por lo general lo entrega el banco sellado con cinta o papel común y corriente. Si a uno se le ocurriera desplegarlos, así como se abre un mazo de naipe, seguramente el falso habría pasado inadvertido pegado del bueno.
El mismo billete tenía un sello que decía falso, con lo que se nos devuelve la película al principio: ¿tendremos en adelante que revisar billete por billete en el BBVA, así sea de la más mínima valoración, y quizás también las monedas que nos dan, a ver si entre la plata que recibimos hay moneda falsa? ¿Y, entonces, cuál es la garantía de tener la plata en el banco si ni siquiera responde por la calidad del dinero que recibimos?
Si fuera yo el único pendejo a quien le están metiendo dinero falso, vaya y venga y corra por mi cuenta: por eso, por pendejo. Pero es indudable que alrededor del sistema financiero opera la delincuencia en muchas modalidades, como esa de decirle a los hampones qué clientes salen con algún dinero en efectivo de importancia para que los atraquen en el camino; y la recurrencia de mi caso, evidencia que al interior del BBVA, al menos en la oficina que maneja mi pensión, debe haber alguna conexión insospechable para mi, pues… todos son tan queridos conmigo.
A algunos amigos que les he contado el caso, me han dicho que también han sido víctimas de dinero falso retirado en los cajeros automáticos. Ninguno ha podido recuperar el dinero, pues, ese principio financiero de que al recibir el dinero uno, y solo uno es el responsable, blinda a los bancos de cualquier responsabilidad. A los bancos, como a los delincuentes menudos de hoy en día, hay que cogerlos infraganti para poderles iniciar alguna acción legal. Otro gallo cantaría si la carga de la prueba recayera sobre el banco.
De momento, créanme, insistir en una denuncia penal, corre uno el riesgo de ser recusado como falsificador, pues, la presunción ampara al banco de que tal vez uno se las está dando de vivo, metiendo dinero falso dentro del que recibe del banco para que se lo tengan que cambiar por bueno.
“Que el mundo fue y será una porquería”, ya lo dijo Santos Discépolo en 1934 y agregó: “¡Cualquiera es un señor! ¡Cualquiera es un ladrón!”.
Por alguna macabra circunstancia este servidor, que muy pocas veces ha hecho uso de su propia circunstancia para elevar denuncia, ha sido víctima recurrente del dinero falso entregado por el BBVA en la mencionada oficina.
El martes, primero de julio, fui como de costumbre a retirar mi pensión, y en un fajo de billetes de 50.000 pesos me resultaron dos falsos. Como ese mismo día salí de viaje, sólo a los dos o tres siguientes pude ir al banco a presentar la correspondiente reclamación.
Por haber trabajado en ese banco por 12 años, cuando operaba con el nombre de Granahorrar, sabía que la reposición del dinero era un imposible, pues, seguro me iban a decir que cuando uno recibe el dinero y sale del banco, la responsabilidad es toda del cliente.
No obstante, por seguir teniendo algún aprecio, no por el banco que ya es otro, sino por unos cuantos amigos que todavía quedan por ahí desperdigados en esa institución española, quise advertirlos de la situación a ver si emprendían alguna investigación al respecto.
Pienso ahora, retomando el tema, que esa disculpa de que cuando uno sale del banco toda la responsabilidad es del cliente, opera sólo para el caso en que no se cuente bien la plata que le dan. Si dicha responsabilidad opera también para no dejarse meter dinero falso en el propio banco, apague y vámonos porque de aquí en adelante, lo que tendríamos que hacer es llevar detector de dinero falso para revisar uno por uno los billetes que recibe en el propio interior del banco.
En fin: ahí dejé la denuncia y me fui.
Al mes siguiente, es decir, en este mes de agosto, fui el lunes 3 a retirar mi pensión. Al recibir el dinero le pedí a la cajera que me revisara uno por uno los billetes de 50.000 pesos y me certificara que estaban buenos. Así lo hizo y me dijo que no había ninguno falso. Luego me entregó un fajo de billetes de 20.000 y al pedirle que hiciera lo mismo me dijo: “no, esos están buenos”. Acepté la suposición, pues, como el dinero en Colombia apenas vale un poco más que la vida (que no vale nada), me pareció de momento que los “honorables” falsificadores no iban a perder el tiempo falsificando un infeliz billete de 20.000
Ingenuo que es uno, Pues, vean que al desfajar el paquete, ya en mi casa, me encontré con un billete falso pegado no se con qué diablos a uno bueno, de tal manera que al pasar por la máquina contadora lo registraba, y ni se diga al pasarlo por los dedos dentro de un fajo que por lo general lo entrega el banco sellado con cinta o papel común y corriente. Si a uno se le ocurriera desplegarlos, así como se abre un mazo de naipe, seguramente el falso habría pasado inadvertido pegado del bueno.
El mismo billete tenía un sello que decía falso, con lo que se nos devuelve la película al principio: ¿tendremos en adelante que revisar billete por billete en el BBVA, así sea de la más mínima valoración, y quizás también las monedas que nos dan, a ver si entre la plata que recibimos hay moneda falsa? ¿Y, entonces, cuál es la garantía de tener la plata en el banco si ni siquiera responde por la calidad del dinero que recibimos?
Si fuera yo el único pendejo a quien le están metiendo dinero falso, vaya y venga y corra por mi cuenta: por eso, por pendejo. Pero es indudable que alrededor del sistema financiero opera la delincuencia en muchas modalidades, como esa de decirle a los hampones qué clientes salen con algún dinero en efectivo de importancia para que los atraquen en el camino; y la recurrencia de mi caso, evidencia que al interior del BBVA, al menos en la oficina que maneja mi pensión, debe haber alguna conexión insospechable para mi, pues… todos son tan queridos conmigo.
A algunos amigos que les he contado el caso, me han dicho que también han sido víctimas de dinero falso retirado en los cajeros automáticos. Ninguno ha podido recuperar el dinero, pues, ese principio financiero de que al recibir el dinero uno, y solo uno es el responsable, blinda a los bancos de cualquier responsabilidad. A los bancos, como a los delincuentes menudos de hoy en día, hay que cogerlos infraganti para poderles iniciar alguna acción legal. Otro gallo cantaría si la carga de la prueba recayera sobre el banco.
De momento, créanme, insistir en una denuncia penal, corre uno el riesgo de ser recusado como falsificador, pues, la presunción ampara al banco de que tal vez uno se las está dando de vivo, metiendo dinero falso dentro del que recibe del banco para que se lo tengan que cambiar por bueno.
“Que el mundo fue y será una porquería”, ya lo dijo Santos Discépolo en 1934 y agregó: “¡Cualquiera es un señor! ¡Cualquiera es un ladrón!”.
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