Así como no existe la plena libertad individual, tampoco existe una plena soberanía nacional, o autonomía. Si mi libertad va hasta donde empieza la del otro, la soberanía nacional se extiende hasta la frontera del vecino. Es más: en un mundo globalizado e internacionalizado como el actual, ya no existe casi en nada plena soberanía nacional.
Realmente eso de autonomía o soberanía, tanto en el campo individual como en lo nacional, sólo han sido píldoras reconstituyentes del ego que no tienen más efecto que el emocional. Cuando uno las confronta con la realidad se encuentra con limitaciones y dependencias que van construyendo otra figura más cercana a la realidad: la “servidumbre voluntaria”.
Pero no es ahora que estamos descubriendo la dependencia simbiótica que nos impone la naturaleza como necesaria a la supervivencia, y probablemente, en la medida en que más nos alejemos de este imperativo universal, mayor será el acercamiento al final de la raza humana sobre la tierra.
Seguramente en la historia habrá ejemplos muchos de la solidaridad como elemento fundamental para vivir en paz y asegurarnos un sitio en el planeta. Pero uno que me gusta mucho es el del poeta John Donne (1572 – 1631), en su popular inspiración “Por quién doblan las campanas”: Ninguna persona es una isla. La muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad. Por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas: doblan por ti”.
Así, para volver al tema, ningún país puede, por ejemplo, tomar decisiones de comercio exterior que vayan en contra de normas internacionales elevadas a convenios por la CMC o contenidas en acuerdos regionales o subregionales como sería el caso de MERCOSUR o la CAN en Suramérica.
También en el campo del medio ambiente se han ido instrumentando decisiones que limitan la autonomía nacional. El caso del llamado Trapecio Amazónico es buen ejemplo para ilustrar el aserto. En la selva amazónica brasileña, colombiana o peruana, ninguno de estos gobiernos puede tomar decisiones autonómicas como por ejemplo convertirlas en cultivos de palma africana para producir etanol, por rentable que resulte.
En muchos otros aspectos de la vida de las naciones su autonomía se ha ido restringiendo y reduciendo a la nada, como también por ejemplo en el caso de la justicia vigilada ahora por una Corte Penal Internacional (CPI) que va poco a poco extendiendo su órbita aquende las fronteras de todos los países.
Si ello es así, como sin discusión parece, menos podría hablarse de autonomía nacional en la toma de decisiones que puedan amenazar la paz internacional.
No por otra cosa se han suscrito tratados que prohíben a todos los países el desarrollo de armas de destrucción masiva como las nucleares o químicas. Otra cosa es que se cumplan por aquellos arrogantes que como en el pasaje bíblico de la Torre de Babel, quisieran escapar al destino indivisible de la humanidad.
Por eso resultó ridícula la posición de los presidentes, entre ellos los de Brasil y Chile, que saludaron la gira “muda” de Uribe, intentando explicar lo inexplicable en el caso de los territorios que le ofrenda a Estados Unidos para las bases militares, con la salmodia declaración de que eran respetuosos de la autonomía nacional. Tan ridículo como si uno pretendiera guardar respeto a la inconcebible libertad que puede tener un atracador de ponerle a uno un cuchillo en el vientre y decirle: “la bolsa o la vida”.
Si fuera válida la autonomía nacional colombiana para llenar su territorio de bases militares estadounidenses, mañana resultaría válida también la autonomía nacional venezolana para montar en su territorio enclaves militares de Rusia o en Brasil de China. Y a nadie con mediana inteligencia escaparía el destino bélico que mediante estas falsas autonomías emprendería Suramérica, si no es que en ese sentido, ya está en marcha.
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