Quizás si Estados Unidos instalara más bases aéreas en su propio territorio para controlar el narcotráfico de estupefacientes y el tráfico de armas hacia países en donde por efectos de una larga lucha armada, por y en defensa del poder se acude al terrorismo, no requeriría utilizar territorios extranjeros para dar esa lucha allende sus fronteras, que fuera lo lógico.
Suena a romanticismo decimonónico la propuesta porque ya sabemos que las bases aéreas de Estados Unidos en el exterior, como en Colombia, son instaladas para elevar su expansionismo geopolítico y su dominio imperial, y que eso de luchar contra el narcotráfico es apenas una excusa, tanto más si como se sabe, el negocio de las drogas y las armas al que primero beneficia económicamente es al propio Estados Unidos, campeón del consumo y meca industrial de la fabricación de todo tipo de armas.
Hay dichos convertidos en lugares comunes, tan comunes, que nos evidencian limitaciones intelectuales para expresarnos diferente. Pero es que ese de que “quien no conoce la historia está condenado a repetirla”, resulta tan patético al debate hoy en Colombia sobre las bases militares de Estados Unidos, que no deja escape, sobre todo a quienes recordamos los términos y los argumentos de hace 10 años entre estos mismos protagonistas en torno al Plan Colombia.
Cualquiera puede revisar la prensa de 1999 en adelante y verá que tanto los presidentes Clinton y Pastrana, como sus secuaces, decían, repetían y juraban que la ayuda militar y económica ofrecida a través de ese Plan, sería exclusivamente dirigida a combatir el narcotráfico. Hoy ya es vox populli que la plata, los equipos y las armas son las que está utilizando el gobierno colombiano para cazar guerrilleros, inclusive en los territorios vecinos, que es lo que tiene hecho un manojo de nervios las relaciones con Venezuela y Ecuador.
“Y un espíritu en la sombra se reía, se reía”, nos dice el poeta cuando de mostrarnos la conexión entre la marioneta y su titerero se trata.
El asunto de las tales bases aéreas de Estados Unidos en Colombia ha dado lugar a otro fenómeno más cruel: ahora todos somos uribistas, o chavistas o correistas, según la divisa nacional que nos haya deparado el destino.
No importa que Colombia se llene de bases militares gringas y que, como elemental respuesta de defensa preventiva, al fin y al cabo el principio lo hemos implantado en la praxis castrense internacional desde la criminal invasión a Irak, los vecinos se llenen de bases rusas, o chinas o árabes, si de lo que se trata es que el patriotismo nos hinche los pulmones y vayamos a la guerra como Mambrú, que nunca regresó.
“Y un espíritu en la sombra se reía, se reía”.
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