Recién pasada la Segunda Guerra Mundial aparecieron en Colombia los “pobres vergonzantes”. Se institucionalizó tanto el concepto que yo recuerdo programas impulsados por curas y colegios pidiendo limosna para los pobres vergonzantes.
Se trataba de comerciantes bien instalados en el gobierno que hicieron grandes fortunas importando y exportando mercancías tanto legalmente como de contrabando y que lo perdieron todo tras el colapso bélico del 45. Tales familias entraron en la ruina y les daba pena pedir limosna directamente. Entonces, especialmente en las iglesias, se instalaron despensas y urnas para recoger donaciones en dinero y en especie para los pobres vergonzantes.
Durante mucho tiempo el asunto me llamó la atención porque no podía entender quiénes podrían ser esos pobres vergonzantes que hacían que otras familias, pobres pero dignas, como las que van a las iglesias o mandan sus hijos a las escuelas públicas, sacaran de su escaso recurso algo para darles a ellos.
Haciendo un símil, parece que el Polo Democrático corre el destino de ser en política una especie de pobre vergonzante que pretende esconder su situación ideológica de izquierda en un país de abrumadora ideología de derecha. Es decir, la inferioridad numérica da vergüenza, como si ser de izquierda, para el Polo, fuera una cuestión de número y no de dignidad, como entendemos quienes sin vergüenza somos de izquierda.
Por eso, por mostrar vergüenza de ser de izquierda, se la han montado en la derecha desde donde a toda hora le piden explicaciones de su ideología social y de las relaciones interpartidistas del PDA.
No cabe duda, por desgracia, que el Polo, esa fuerza de izquierda que apenas hace unos cuantos años ilusionó a mucha gente con una posibilidad de opción alternativa de poder en Colombia, está reventada, tanto por la acción corrosiva externa como por la hoguera de las vanidades internas, dentro de las cuales brillan con luz propia el ex alcalde de Bogotá, Lucho Garzón, que hoy anda por ahí como loca enamorada deshojando margaritas, y Gustavo Petro, quien tras acrobática voltereta desde hace dos años anda ahora por ahí, mutatis mutandis, entre la rubia y la morena.
El tercer pobre vergonzante del Polo es el propio ex presidente del partido y ex candidato presidencial, y de nuevo precandidato, Carlos Gaviria. Siempre me pareció que se dejó enredar por Uribe y sus secuaces en las relaciones del Polo con las Farc. Cada vez que las Farc protagonizaban un hecho delictivo, el gobierno parecía exigirle al Polo que fuera el primer partido en descalificar y condenar la acción. Y no importaba los términos en que lo hiciera, los medios de comunicación, como por encargo del gobierno, se cuidaban bien de dejar en la opinión pública instalada la idea de que la condena del Polo a las Farc como que era débil o había resultado insuficiente.
Lo cierto es que al cabo del tiempo terminó por desarrollarse en Colombia la idea de que el Polo y las Farc tienen relaciones obscenas. Y ya no habrá quien le quite ese INRI al Polo porque, como dice la frase bíblica, resulta más fácil reemplumar una gallina desplumada al viento que recoger una calumnia.
Bueno, creí que esa etapa de pobre vergonzante de Gaviria había terminado, pero no: hoy vemos que está siendo forzado a poner distancia entre el gobierno de Chávez y el Polo. Ha expedido un comunicado ambiguo y, digámoslo de frente, vergonzante. Yo no creo que sea vergonzoso, como para disimular y mantener en secreto la afinidad ideológica, si es que existe, con el gobierno de Chávez. Yo no creo que el otro Gaviria, el del Partido Liberal, salga algún día a tener que dar explicaciones de la afinidad del liberalismo colombiano con los demócratas estadounidenses o, digamos a Pastrana, explicando qué tan parecidos son los conservadores colombianos a los republicanos gringos.
No, como se dice por ahí, ni tanto honor ni tanta indignidad, un término que en su lánguida explicación, Gaviria (el del Polo), porque hasta su apellido resulta una desgracia homónima del ex presidente liberal, dice que resulta algo parecida a la soberanía. Si ello es así, creo que en su ya madura carrera política, ha perdido soberanía sobre sus propias convicciones teniendo que rendir constantemente explicaciones de sus actos a diestra y siniestra, es decir, tanto a sus adversarios de la derecha como a sus prosélitos de la izquierda.
A Gaviria habrá que recordarle que cuando uno se la deja montar de alguien termina por quedarle la nuca oliendo a orines.
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