14 de abril de 2010

Nadie sabe para quién trabaja

La eclosión del Partido Verde hace apenas un mes, tras su inesperado e intempestivo éxito en las elecciones parlamentarias, por el que creo que mucha gente votó buscando más una opción presidencial menos suicida que la de Santos, confirma que la oposición a Uribe sí había logrado construir un espacio político más allá de la “Seguridad Democrática”.
¿Y, quién duda que el PDA fuera el catalizador de esa fuerza?
Pero no aguantó. Primero fue la vanidad inconmensurable del ex alcalde Lucho Garzón que inició la estampida, claro, después de lanzar unas cuantas cargas de profundidad contra el capitán del barco, Carlos Gaviria.
La hoguera de las vanidades quedó encendida. Un gran senador, como lo era Petro, se convirtió de la noche a la mañana en el niño terrible del PDA. Su metamorfosis ideológica quedó al descubierto en el nunca bien lamentado reportaje a la desaparecida revista Cambio del 2008, en el que dijo que el problema de Colombia no era Uribe y que la izquierda colombiana tenía que volverse más pragmática si quería llegar al poder. Especialmente esto último, que en política es una manera eufemística de justificar el “todo vale”, provocó que la incipiente fuerza del Polo se fraccionara como la hidra: tantas corrientes como cabezas tenía la serpiente. Y ahí están, para ejemplo, los gaviristas, los petristas, los luchistas, los samuelistas, los robledistas y no más “istas” porque, infortunadamente, ese atajo pragmatista resultó ser sinónimo de Heracles, el héroe mitológico que abatió a la serpiente.
Lo que va descubriendo esta llamada “Marea Verde”, es que la oposición a Uribe no era solamente del Polo; y mejor, era de polo a polo. De hecho, dos grandes opositores al régimen son liberales: Eduardo Sarmiento que en lo económico ha logrado demostrar hasta la saciedad los errores teóricos y ya prácticos del neoliberalismo y, Piedad Córdoba. En el conservatismo también se alzaron prestantes opositores como el ex ministro Juan Camilo Restrepo, tanto en lo económico como en lo político, y el ex magistrado José Gregorio Hernández, quizás el primero entre todos que en lo jurídico empezó a llamar la atención sobre el desmonte a rajatabla del Estado Social de Derecho. Entre los intelectuales, casi todos, que en los diferentes medios de comunicación mantuvieron su lanza en ristre contra el régimen: Antonio Caballero, Héctor Abad, Daniel Samper y un largo etcétera. Periodistas y columnistas como Daniel Coronel, Ramiro Bejarano y Felipe Zuleta Lleras, fueron más, mucho más, que el ejército de alacranes uribistas con el que cruzaron sus espadas. Y en la prensa, cómo no brindar por esa enhiesta oposición del Nuevo Siglo que terminó dando cobijo a lo más selecto de las plumas colombianas y lo más digno de la inteligencia ideológica nacional. Lástima grande que su director, el queridísimo Juan Gabriel Uribe, terminara al final hundiéndose con Noemí, cuyo solo nombre resume lo más espurio de la política nacional.
Aparte, y como ejemplo de verdadero periodismo virtual, Columnistas Libres, de Rodrigo Jaramillo: un aplauso sonoro a esa “Casa en el Aire” a donde sólo pudieron llegar los aviadores del gran Escalona.
Pero, como en la epopeya de Troya, toda lucha fue estéril, o cuando más, un triunfo pírrico: porque ante la pulverización del Polo, toda esta masa crítica que se logró formar en estos crisoles de la polioposición a Uribe, quedó como ese que anda en la oscuridad buscando algo que no sabe qué es ni dónde está.
A manera de ficción política, imaginemos tan sólo en estos momentos de efervescencia y calor electoral, una llave presidencial entre Gaviria y Petro…
Ahora andamos disputándonos la cresta de la Ola Verde, empujando ciertamente a un par de neoliberales tan sólo porque la otra opción es un salto al vacío. Y la verdad sea dicha: no vemos en Mockus o Fajardo, uribitos capaces de cohechar con jidis o confabulándose con narcotraficantes y paramilitares por la puerta de atrás de la Casa de Nariño. Y esto último digámoslo con un amén de colofón.
Que todo cambie para que nada cambie, es como algo así de lo que trata el Gato Pardo, cuya novela estamos a punto de refrendar en la praxis de la política colombiana el próximo 30 de mayo en las elecciones presidenciales.

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