31 de marzo de 2008

Eduardo Galeano: Invisibles

Nota del Editor

El diario La Jornada, de México, anticipó en su edición del 30 de marzo de 2008, varios capítulos del libro “Espejos/ Una historia casi universal”, de Eduardo Galeano, que pronto estará en librerías.

Gústenlos, degústenlos y compártanlos:

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Eduardo Galeano

Invisibles

El héroe

¿Cómo hubiera sido la guerra de Troya contada desde el punto de vista de un soldado anónimo? ¿Un griego de a pie, ignorado por los dioses y deseado no más que por los buitres que sobrevuelan las batallas? ¿Un campesino metido a guerrero, cantado por nadie, por nadie esculpido? ¿Un hombre cualquiera, obligado a matar y sin el menor interés de morir por los ojos de Helena?

¿Habría presentido ese soldado lo que Eurípides confirmó después? ¿Que Helena nunca estuvo en Troya, que sólo su sombra estuvo allí? ¿Que diez años de matanzas ocurrieron por una túnica vacía?

Y si ese soldado sobrevivió, ¿qué recordó?

Quién sabe.

Quizás el olor. El olor del dolor, y simplemente eso.

Tres mil años después de la caída de Troya, los corresponsales de guerra Robert Fisk y Fran Sevilla nos cuentan que las guerras huelen. Ellos han estado en varias, las han sufrido por dentro, y conocen ese olor de podredumbre, caliente, dulce, pegajoso, que se te mete por todos los poros y se te instala en el cuerpo. Es una náusea que jamás te abandonará.

Americanos

Cuenta la historia oficial que Vasco Núñez de Balboa fue el primer hombre que vio, desde una cumbre de Panamá, los dos océanos. Los que allí vivían, ¿eran ciegos?

¿Quiénes pusieron sus primeros nombres al maíz y a la papa y al tomate y al chocolate y a las montañas y a los ríos de América? ¿Hernán Cortés, Francisco Pizarro? Los que allí vivían, ¿eran mudos?

Lo escucharon los peregrinos del Mayflower: Dios decía que América era la Tierra Prometida. Los que allí vivían, ¿eran sordos?

Después, los nietos de aquellos peregrinos del norte se apoderaron del nombre y de todo lo demás. Ahora, americanos son ellos. Los que vivimos en las otras Américas, ¿qué somos?

Fundación de las desapariciones

Miles de muertos sin sepultura deambulan por la pampa argentina. Son los desaparecidos de la última dictadura militar.

La dictadura del general Videla aplicó en escala jamás vista la desaparición como arma de guerra. La aplicó, pero no la inventó. Un siglo antes, el general Roca había utilizado contra los indios esta obra maestra de la crueldad, que obliga a cada muerto a morir varias veces y que condena a sus queridos a volverse locos persiguiendo su sombra fugitiva.

En la Argentina, como en toda América, los indios fueron los primeros desaparecidos. Desaparecieron antes de aparecer. El general Roca llamó conquista del desierto a su invasión de las tierras indígenas. La Patagonia era un espacio vacío, un reino de la nada, habitado por nadie.

Y los indios siguieron desapareciendo después. Los que se sometieron y renunciaron a la tierra y a todo, fueron llamados indios reducidos: reducidos hasta desaparecer. Y los que no se sometieron y fueron vencidos a balazos y sablazos, desaparecieron convertidos en números, muertos sin nombre, en los partes militares. Y sus hijos desaparecieron también: repartidos como botín de guerra, llamados con otros nombres, vaciados de memoria, esclavitos de los asesinos de sus padres.

Padre ausente

Robert Carter fue enterrado en el jardín.

En su testamento, había pedido descansar bajo un árbol de sombra, durmiendo en paz y en oscuridad. Ninguna piedra, ninguna inscripción.

Este patricio de Virginia fue uno de los más ricos, quizás el más, entre todos aquellos prósperos propietarios que se independizaron de Inglaterra.

Aunque algunos padres fundadores de Estados Unidos tenían mala opinión de la esclavitud, ninguno liberó a sus esclavos. Carter fue el único que desencadenó a sus cuatrocientos cincuenta negros para dejarlos vivir y trabajar según su propia voluntad y placer. Los liberó gradualmente, cuidando de que ninguno fuera arrojado al desamparo, setenta años antes de que Abraham Lincoln decretara la abolición.

Esta locura lo condenó a la soledad y al olvido.

Lo dejaron solo sus vecinos, sus amigos y sus parientes, todos convencidos de que los negros libres amenazaban la seguridad personal y nacional.

Después, la amnesia colectiva fue la recompensa de sus actos.

La Justicia ve

La historia oficial de Brasil sigue llamando inconfidencias, deslealtades, a los primeros alzamientos por la independencia nacional.

Antes de que el príncipe portugués se convirtiera en emperador brasileño, hubo varias tentativas patrióticas. Las más importantes fueron las de Minas Gerais y Bahía.

El único protagonista de la Inconfidencia mineira que fue ahorcado y descuartizado, Tiradentes, el sacamuelas, era un militar de baja graduación. Los demás conspiradores, señores de la alta sociedad minera hartos de pagar impuestos coloniales, fueron indultados.

Al fin de la Inconfidencia bahiana, el poder colonial indultó a todos, con cuatro excepciones: Manoel Lira, João do Nascimento, Luis Gonzaga y Lucas Dantas fueron ahorcados y descuartizados. Los cuatro eran negros, hijos o nietos de esclavos.

Hay quienes creen que la Justicia es ciega.

Olympia

Son femeninos los símbolos de la revolución francesa, mujeres de mármol o bronce, poderosas tetas desnudas, gorros frigios, banderas al viento.

Pero la revolución proclamó la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, y cuando la militante revolucionaria Olympia de Gouges propuso la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana, la guillotina le cortó la cabeza.

Al pie del cadalso, Olympia preguntó:

–Si las mujeres estamos capacitadas para subir a la guillotina, ¿por qué no podemos subir a las tribunas públicas?

No podían. No podían hablar, no podían votar.

Las compañeras de lucha de Olympia de Gouges fueron encerradas en el manicomio. Y poco después de su ejecución, fue el turno de Manon Roland. Manon era la esposa del ministro del Interior, pero ni eso la salvó. La condenaron por su antinatural tendencia a la actividad política. Ella había traicionado su naturaleza femenina, hecha para cuidar el hogar y parir hijos valientes, y había cometido la mortal insolencia de meter la nariz en los masculinos asuntos de estado.

Y la guillotina volvió a caer.

Los invisibles

En 1869, el canal de Suez hizo posible la navegación entre dos mares.

Sabemos que Ferdinand de Lesseps fue autor del proyecto, que el pachá Said y sus herederos vendieron el canal a los franceses y a los ingleses a cambio de poco o nada, que Giuseppe Verdi compuso la ópera Aída para que fuera cantada en la inauguración y que noventa años después, al cabo de una larga y dolida pelea, el presidente Gamal Abdel Nasser logró que el canal fuera egipcio.

¿Quién recuerda a los ciento veinte mil presidiarios y campesinos, condenados a trabajos forzados, que construyendo el canal cayeron asesinados por el hambre, la fatiga y el cólera?

En 1914, el canal de Panamá abrió un tajo entre dos océanos.

Sabemos que Ferdinand de Lesseps fue autor del proyecto, que la empresa constructora quebró, en uno de los más sonados escándalos de la historia de Francia, que el presidente de Estados Unidos, Teddy Roosevelt, se apoderó del canal y de Panamá y de todo lo que encontró en el camino, y que sesenta años después, al cabo de una larga y dolida pelea, el presidente Omar Torrijos logró que el canal fuera panameño.

¿Quién recuerda a los obreros antillanos, hindúes y chinos que cayeron construyéndolo? Por cada kilómetro murieron setecientos, asesinados por el hambre, la fatiga, la fiebre amarilla y la malaria.

Las invisibles

Mandaba la tradición que los ombligos de las recién nacidas fueran enterrados bajo la ceniza de la cocina, para que temprano aprendieran cuál es el lugar de la mujer, y que de allí no se sale.

Cuando estalló la revolución mexicana, muchas salieron, pero llevando la cocina a cuestas. Por las buenas o por las malas, por secuestro o por ganas, siguieron a los hombres de batalla en batalla. Llevaban el bebé prendido a la teta y a la espalda las ollas y las cazuelas. Y las municiones: ellas se ocupaban de que no faltaran tortillas en las bocas ni balas en los fusiles. Y cuando el hombre caía, empuñaban el arma.

En los trenes, los hombres y los caballos ocupaban los vagones. Ellas viajaban en los techos, rogando a Dios que no lloviera.

Sin ellas, soldaderas, cucarachas, adelitas, vivanderas, galletas, juanas, pelonas, guachas, esa revolución no hubiera existido.

A ninguna se le pagó pensión.

28 de marzo de 2008

Injusticia social en cifras

OCTAVIO QUINTERO

Difícilmente se puede lograr una crítica más profunda a la injusticia social que reina en Colombia como la concebida por Aurelio Suárez Montoya en el periódico ‘La Tarde’ de la ciudad de Pereira, edición 18 de marzo ( ver en http://www.moir.org.co/ el artículo “Una desigualdad cada vez más desigual”).

La contundencia radica especialmente en las cifras que aporta, tomadas de fuentes oficiales, unas, o de fuentes privadas absolutamente serias y de alta credibilidad, otras.

Sobre cualquiera de las cifras individualmente consideradas, cualquier analista puede editorializar sobre un tema específico, como esa de que el quintín más alto en la escala salarial del país captura el 60% del total del ingreso nacional en tanto que el quintín más bajo en esa misma escala percibe apenas el 3% del ingreso nacional.

Cualquier análisis con honradez mental que gire en torno a esta brecha, tendrá que concluir que Colombia es el país de la más alta injusticia social en Latinoamérica y el mundo, como de hecho ya ha empezado a figurar en distintos análisis.

Mientras esto ocurre y trascurre sin molestias morales y sin presión social al gobierno, el Estado, ese Estado de tan aberrante injusticia social, destina a la guerra el 6,5% del PIB, una suma igual a la suma de todas las transferencias en salud, educación y saneamiento ambiental, según el documento elaborado por dos prestigiosos analistas nacionales: José Fernando Isaza y Diógenes Campos.

Tal vez, los críticos del gobierno de Uribe estamos desenfocados al acentuar nuestras reparaciones en torno a la guerra en sí misma que libra contra las Farc: que si debe reconocerles beligerancia o no; que si debe despejar una parte del territorio nacional para adelantar los diálogos de paz o no; que si la ley de justicia y paz es realmente una ley universal o fue concebida sólo para beneficiar a los paramilitares; que fue que fue que...

Quizás, parodiando la ya famosa advertencia del debate por la presidencia de Estados Unidos que enfrentó a Clinton contra Bush – padre, cuando desde la galería alguien le gritó: “Es la economía, estúpido”, también aquí alguien nos debiera gritar que lo malo de Uribe no es su Seguridad Democrática, por la cual obtiene tan altos márgenes de aceptación, sino la cantidad de plata que destina a esa seguridad que no se corresponde con los resultados, en primer término, ni se justifica desde los costos en términos sociales que tan compulsiva dedicación a la guerra estamos pagando.

Algo así fue lo que enfocó Stiglitz al analizar los resultados de la invasión de Estados Unidos a Irak; que no se detuvo en las cuestiones morales y políticas sino en el impresionante costo económico de 3 billones de dólares destinados en estos cinco años a una operación fracasada.

Cuando realmente seamos conscientes de que desde el punto de vista socioeconómico, la guerra contra las Farc es un fracaso, así nos entreguen en bandeja de plata la cabeza de Reyes o las manos de Ríos, será entonces cuando esas aplastantes marchas del 4F y del 6M que con tan loables propósitos se emprendieron en protesta contra guerrilleros y paramilitares y como recordación póstuma de sus víctimas, también les agreguemos esas otras víctimas invisibles que se componen de los niños sin escuela, los adultos sin trabajo, los viejos sin atención médica, las mujeres sin seguridad social que están así precisamente por los costos de una guerra que no se mira más que en el prisma del exterminio al contrario.

Y entonces todos podrán gritar conmigo: “Es la justicia social, estúpido” a través de la cual se puede desactivar los factores objetivos y subjetivos de una guerra de más de 40 años que a pesar de no haber sido declarada oficialmente en el interior del país ya se nos internacionalizó.

27 de marzo de 2008

Maldita Piedad

OCTAVIO QUINTERO

Cuando tenemos problemas graves en la casa con frecuencia la emprendemos a patadas contra el gato del vecino.

La presidenta del Senado, Nancy Patricia Gutiérrez, la emprendió contra la senadora, Piedad Córdoba, dizque por estar desprestigiando a Colombia en el exterior.

Vaya baladronada. Nadie con buen juicio y honradez mental negaría que entre quienes más han desprestigiado al país en el exterior están esos 60 parlamentarios ultrauribistas que se encuentran enjuiciados por la Corte Suprema de Justicia por parapolíticos, con todo lo que ello significa en el contexto de unos criminales que se apoderaron del país a sangre y fuego; que corrompieron la política para hacerse elegir y hacer elegir al elegido de sus protervos fines; que se apoderaron del presupuesto público y la burocracia oficial; de la justicia y del patrimonio de millares de campesinos y pequeños empresarios agrícolas y pecuarios que hoy deambulan por las ciudades en busca de misericordia pública y justicia social.

Esos sí, señora presidenta del Senado, debieran responder por la mala imagen de Colombia en el exterior; no la senadora Piedad Córdoba que con sus valerosas denuncias y denodada lucha, solo busca que organismos y líderes internacionales nos ayuden a encuadernar el país que usted y sus secuaces han hecho trizas.

Aparte de esa hecatombe parlamentaria, desde esta columna emplazo a la presidenta del Congreso a que responda:

¿Qué ha desprestigiado más a Colombia en el exterior: las denuncias de la senadora Córdoba o esos burdos embajadores nombrados por el presidente Uribe, como en Chile como en México, que hoy le sacan el bulto a los estrados judiciales?

¿Qué ha desprestigiado más la imagen externa del país: la lucha que la senadora tuvo que emprender en el exterior porque aquí se le agotaron las instancias y le cerraron las puertas, o las irresponsables sandeces del nefasto asesor José Obdulio que nos lanza a todos los de la oposición a la condición de amigos y compinches de las Farc, y de paso terroristas, a tal punto que las más prestigiosas organizaciones de Derechos Humanos y del Derecho Internacional Humanitario, han tenido que pedirle al presidente Uribe que tome distancia frente a semejante irresponsabilidad pública?

¿Será que la soledad de Colombia en el exterior se debe a las denuncias del Estado mafioso de que habla Piedad, o a la casandra que ocupa la cartera del Ministerio de Defensa que pregona la guerra por doquier?

Tal vez, quién quita, que por culpa de Piedad todos los países latinoamericanos censuraron la agresión de Colombia a Ecuador y de paso quedamos solos como Mambrú haciendo la guerra contra unos insurgentes en términos que degradan más que enaltecen al Estado al hacer uso de prácticas propias, esas sí internacionalmente reconocidas como Terrorismo de Estado.

Quizás, por culpa de Piedad, la caza de Reyes en la vecindad nos ha develado un conflicto internacional que el propio gobierno insiste en desconocerlo internamente, lanzándonos a una “guerra fría” de la que se solazan los halcones de Washington

Es la senadora Piedad, lo dice la primera autoridad del Congreso, la culpable de nuestro desprestigio internacional y no la incalificable insensatez de justificar el pago de 5.000 millones de pesos a un asesino que le entrega la mano de su víctima a las autoridades como prueba de su hazaña

¿Considerará alguien con buen sentido que desprestigia más al país las denuncias de Piedad que las prácticas del paramilitarismo para exterminar a sus víctimas, despresándolas y arrojándolas a los ríos; haciéndolas picar de culebras para que sus muertes aparecieran como accidentales; enterrándolas al boleo en fosas comunes, en lo que ya se califica con rigor como una “catástrofe humanitaria” que está cerca de superar el holocausto judío de la Segunda Guerra Mundial?

Yo creo que si a alguien tiene que cuidar con esmero este gobierno es a la senadora Piedad Córdoba, no por un arranque de humanidad de que adolece como se aprecia en casos tan extremos como los de los secuestrados con Ingrid Betancourt a la cabeza, como debiera ser, sino por la necesidad que tiene de seguirle echando patadas al gato del vecino.

oquinteroefe@yahoo.com

27 – 03 - 08

23 de marzo de 2008

Bienvenidos al Sexto Frente

OCTAVIO QUINTERO

Un viejo amigo epistolar, de esos que son más contundentes por lo tácito que por lo explícito, me dice en su último correo que titula “Maleducándolo” que… “A punta de aplausos por cualquier cosa que haga, el pobre va a llegar a la Corte Penal Internacional”.

Yo, que conozco años ha a mi corresponsal, me pareció un apunte más porque, a decir verdad, mejores me ha enviado.

Lo curioso es que a renglón seguido me llegó también la columna del ex magistrado José Gregorio Hernández titulada “Algunos errores en marzo”, la cual me dispuse a leer, como siempre.

Dice que al presidente Uribe, los aduladores de siempre, a quienes les parece “divino” todo lo que hace, le prestan un flaco servicio “haciéndole oír lo que quiere y le gusta oír, sabiendo ellos que está equivocado”.

Cuando mi epistolar amigo suelta al esguince sus dagas al hígado, me parecen alabados ingenios de su socarrona ironía; pero cuando un tipo tan serio y adusto como el ex magistrado Hernández, afirma desde su columna que el presidente de Colombia tiene un séquito de asesores que le engañan a sabiendas, ya estamos hablando de palabras mayores.

El propio ex magistrado advierte que se atreve a elevar tal acusación “más que todo por lealtad de un colombiano con su Presidente”.

He visto en mi correo reiterados comentarios que exigen el retiro de José Obdulio a quien, seguro, el ex magistrado Hernández tiene encabezando la lista de esos “aduladores” que afirma están engañando al presidente Uribe. Pues, este consejero estrella, encargado de hostigar frecuentemente a la oposición y de instigar a sus secuaces contra los críticos del régimen de la “Seguridad Democrática”, ha decidido acusarnos a todos los que criticamos al gobierno por Internet, de conformar el “Sexto Frente de las Farc”, según la declaración textual que concedió por ahí a uno de los tantos medios impresos de los que se hace entrevistar cada vez que quiere enrarecer con sus venenosos dardos la dialéctica nacional.

Ya parece evidente que algunos líderes de la marcha del 6M, a la que el consejero estrella del régimen asoció con las Farc, han pagado con su vida el hecho de recordarle al país que también estamos siendo víctimas de la violencia de los paramilitares. Si la instigación de este consejero es tan efectiva como parece, debemos sospechar que el ataque de crackers a las páginas de la senadora Piedad Córdoba y del Colectivo de Abogados, borrándoles sus archivos y dejándoles mensajes de muerte, son piezas de la “Seguridad Democrática” contra el “Sexto Frente de las Farc” en palabras de José Obdulio.

Es evidente que el presidente Uribe está urdiendo la trama de una hecatombe internacional que justifique como hace algunos meses dijo su reelección, con la muerte de Reyes a sabiendas de que adelantaba gestiones de paz con los gobiernos de Francia, Suiza y España, facilitadores oficiales de Colombia en un eventual acuerdo humanitario e, internamente, hostigando e instigando a la oposición y la sociedad civil a través de aduladores profesionales y medios de comunicación que han ido condicionando a la gente con unos valores y creencias que les hacen obrar por conductas instintivas… “Aun en contra de sus propios intereses”, como diría Kant.

17 de marzo de 2008

¡No hay derecho!

OCTAVIO QUINTERO

El mensaje profundo de El Tiempo.com de hoy lunes 17 de marzo de 2008 (5:00 a.m), no es, como aparentemente expone, el concierto de Juanes por “La paz sin fronteras”, sino la publicidad que camufla en esa noticia y en todas las demás, incluyendo su editorial y las notas de opinión, que dice: “si usted está cansado de sus vecinos decídase ya: venda – arriende lo que quiera”. Esta publicidad, animada con una foto del presidente Chávez que va cambiando de cara a la velocidad del relámpago, se la refriegan al lector todo el tiempo al lado derecho de su visión periférica en un agresivo e incitante fondo rojo, como la capa que el torero le sacude al toro para que embista con bravura y casta. Como se trata de una publicidad institucional de El Tiempo, queda manifiesta, entonces, la intención del periódico de los Santos + Planeta de ofender a todos los venezolanos como vecinos y a su presidente como persona.

Esta agresión virtual por parte del medio de expresión más influyente de Colombia, dirigido por una familia que tiene dos altos representantes en el gobierno (el vicepresidente y el ministro de Defensa), a un país hermano y a su Presidente, quien por demás le ha demostrado al mundo que sí se puede negociar con las Farc cuando el asunto se hace en términos políticos y no militares refleja, patéticamente, que quien está provocando la animadversión social y la enemistad personal es Colombia, un vecino, él sí, que se ha puesto incómodo por cohabitar con un matón internacional que solamente en Irak lleva más de un millón de muertos; tres billones de dólares tirados a la guerra y una infame excusa de que tras analizar 600.000 documentos incautados al régimen de Hussein, no halló prueba alguna de sus vínculos con Al Qaeda y Ben Laden, autores materiales, porque los intelectuales siguen en averiguación, del ataque a las Torres.

Así, si la principal información periodística de El Tiempo es el concierto de Juanes sobre “La paz sin fronteras”, deslumbrante manifestación de civilidad y convivencia entre pueblos vecinos, nunca antes registrada en la historia universal, titulada además muy acertadamente por ese medio como “Siete ‘cancilleres de la paz’ hicieron olvidar las fronteras con su música en Cúcuta", irónicamente la publicidad de marras al lado de la información se encarga de revolvernos la sangre y predisponer nuestro envenenamiento mental contra el vecino. Parece una venganza a petición de parte de alguien que no fue invitado, y fuera de eso le dijeron que no fuera al magno evento.

Contrarrestar el mensaje de los artistas con esa tendenciosa publicidad es toda una obra de arte, como dicen los creativos de las agencias de publicidad, y como seguramente estarán diciendo los halcones que bajo la batuta del Imperio hostigan a nuestros vecinos e incitan a Colombia con el fin de vernos agarrados de las mechas.

El verdadero enemigo de la convivencia de Latinoamérica no duerme, y hoy más que antes anda inquieto porque se ve perdedor tras la Cumbre de Río en Santo Domingo y, especialmente, porque el mapa geopolítico de lo que Estados Unidos considera su “patio trasero”, se puebla de flores que despiertan a la primavera de Latinoamérica.

Hay publicidades tan hirientes que sus efectos son contrarios a lo que pretenden. Yo creo que ésta de hoy en El Tiempo.com es una de ellas aunque, por supuesto, no faltarán quienes la aplaudan e inclusive que algunas de las agencias de medición de imagen del presidente Uribe le asigne un muy alto porcentaje de aceptación. Pero no, la mala leche se repudia por naturaleza hasta de la propia madre y el buen gusto es una cuestión estética y no política.

14 de marzo de 2008

Apocalipsis now

Octavio Quintero

Yo, pues, me resisto a creer lo que estoy pensando al leer en El Espectador de hoy 14-03-08 sobre el asesinato sucesivo y sospechoso de personas que en alguna forma tuvieron protagonismo en la marcha del 6M, la que se convocó con el fin de protestar específicamente contra los crímenes de los paramilitares, y también contra los de las Farc, bajo la premisa de que en el país no pueden existir polarizaciones tan detestables como la de tener víctimas de primera y segunda clase, en tal forma y manera, que sobre las primeras el gobierno moviliza y hace movilizar todo el aparato del Estado en señal de protesta, y sobre las segundas, tiende un manto de impunidad y hasta llega a descalificar, o mejor a acusar de cómplices y auspiciadores del terrorismo, a las personas que enarbolaron la protesta social.

Me resisto a creer, repito. Pero como así fue que se inició el genocidio de la UP a manos de los paramilitares, empezando por su líder Bernardo Jaramillo, el del afiche con la invitación de “Venga esa mano país”, invitación que al cabo del tiempo el esbirro Rojas acoge entregando la mano de Ríos al Ejército, pues, no queda más que abrirle espacio a esa escalofriante posibilidad.

Qué tristeza y decepción. Por más esfuerzos mentales que uno haga por creer que el país tiene arreglo, no le queda más remedio que admitir con profundo dolor de Patria que no estamos en nada; o mejor, que estamos destrozados física y moralmente: físicamente, por unos criminales capaces de llegar a los extremos más impensables en términos humanos, como ese haker que ingresó a la página web de la senadora Piedad Córdoba, y tras tragarse todos los archivos dejó escrito el mensaje de que ya no faltaba sino “borrar a la senadora”; y moralmente, porque no puede mantener el gobierno a su lado, ni una sociedad sana lo permitiría, a un asesor que incita a la violencia con sermones tan incendiarios como los que pronunció José Obdulio contra los organizadores y eventuales participantes en la marcha del 6M.

Yo creo, y espero sinceramente estar equivocado, que tras la corrupción total del gobierno presidido por Uribe, icono que encarna la incitación de los unos (los buenos), contra los otros (los malos); claro está, en su particular concepción del bien y del mal, la sociedad entera, o al menos ese 84 por ciento que lo respalda, está enferma de odio, de venganza, de indiferencia y de insolidaridad. En un país en el que hasta los curas celebran la muerte del otro, ninguna moral decente puede existir. Y no es que ese país se haya vuelto inmoral, como que haya perdido la ruta de sus buenas costumbres; no, es que ese país ha caído en la amoralidad y por tanto no tiene parámetros con los cuales medir lo bueno por bueno y lo malo por malo. Por eso, los colombianos le suben el rating al gobierno al 84 por ciento cuando acribilla a mansalva y sobreseguro a un guerrillero en territorio extranjero, y por esa misma amoralidad, también respalda por abrumadora mayoría la entrega de recompensa a un asesino que llega con la mano de su víctima como prueba reina de su hazaña. Los amorales no tienen principios, ni buenos ni malos: ni buenos, porque todo lo que le parece bueno es la eliminación violenta del otro; ni malos, porque su bestial conciencia carece de remordimiento y temor.

Parodiando al general en jefe de las fuerzas armadas que con tanto éxito acuñó la frase del “fin del fin”, aduciendo a la desintegración en marcha de las Farc, también pudiéramos decir que por el camino de la amoralidad que parece haberse apoderado del país, tendiendo mantos de impunidad a los amigos del gobierno y soplando vientos de guerra a muerte a sus enemigos, la sociedad colombiana ha entrado en una fase apocalíptica de la que difícilmente podrá recuperarse en un largo tiempo.

Es muy probable que los sucesos de hoy estén encarnando al vengador de los rebeldes de mañana, “para que todo cambie sin que cambie nada”, como diría el Gatopardo.

13 de marzo de 2008

Apague y vámonos…

Octavio Quintero

La Corte Constitucional colombiana desestimó la demanda de inconstitucionalidad entablada contra la reforma laboral del 2002 conocida como Ley 789 que alargó la jornada laboral ordinaria de 6 de la mañana hasta las 10 de la noche; disminuyó la remuneración del trabajo en días dominicales y feriados y menguó la indemnización económica que los empresarios debían pagar a los trabajadores frente a despidos sin justa causa, entre otros.

La Corte dijo que esa demanda no se podía tramitar porque pertenecía a cosa juzgada ya que en el 2004 le había impartido mérito constitucional bajo la condición de que el Congreso se ocupara de vigilar su eficacia, es decir, que efectivamente la reforma propiciara la generación de nuevos empleos.

Lo que parece decir la Corte en este nuevo fallo es que corresponde al Congreso modificar la Ley 789, si es que efectivamente no ha arrojado los resultados que sirvieron como justificación para su expedición: la generación de empleo. Pero queda visto que los parlamentarios uribistas sólo le caminan a las propuestas del gobierno… “mientras los meten a la cárcel”, como les ordenó una vez el propio presidente Uribe desde un púlpito empresarial.

Aunque el propio presidente de la Corte, Humberto Sierra Porto, reconoce que la tal reforma es regresiva en el sentido de que desconoce derechos adquiridos y beneficios sociales de los trabajadores que antes se consideraban jurídicamente inalienables, se atuvo al principio de “cosa juzgada” por medio del cual una misma materia no puede ser sujeta de fallo constitucional más de una vez.

Pero algunos argumentos también jurídicos del mismo presidente de la Corte y del magistrado, Jaime Araújo Rentaría, daban pie para que el fallo hubiera sido de inconstitucional, pues, en el 2004, la reforma laboral se halló exequible bajo el argumento de que se basaba en hipótesis posibles, es decir, que la extensión de la jornada laboral ordinaria y las demás reformas propuestas, efectivamente estimularan entre los empresarios la generación de empleo.

Por eso, al decir de estos magistrados, no se estaba juzgando la misma cosa sino otra cosa ya bien distinta, que el magistrado Araújo Rentaría explica en los siguientes términos:

"Vistos los resultados, es claro que después de cuatro años, no se cumplieron esos objetivos, pues de los 640.000 empleos que se esperaba generar, sólo se crearon, según lo informa el Gobierno, 240.000, lo que significa que hay un déficit de 400.000 empleos, mientras que los empleadores obtuvieron billones de pesos que no compensa la reducción drástica de los derechos de los trabajadores en materia de pago de dominicales y festivos; horas extras e indemnización por despido. Esta norma sólo favorece a los empleadores y perpetúa una situación que atenta contra los derechos constitucionales de los trabajadores".

En donde parece verse con claridad que el fallo final de la Corte fue objeto de mucha presión por parte del gobierno es cuando el alto tribunal conceptúa que “aún no se puede determinar si la norma ha servido para cumplir el objetivo que se propuso”. Es evidente que este concepto es traído de los cabellos frente a la contundente cifra que aportaba el mismo gobierno en el debate sobre 640.000 nuevos empleos de proyección frente a los 240.000 que en la realidad se han generado.

Y como en Colombia, al parecer, se está abriendo camino la jurisprudencia del absurdo, ahora le tocó a la Corte Constitucional establecer el absurdo precedente que da lugar a que permanezcan vigentes de manera indefinida normas que lesionan los derechos constitucionales de los trabajadores. Así de sencillo.

Con fina ironía, algún lector de los medios de comunicación hizo este comentario que parece entrar de lleno a la nueva literatura de la Alta Gerencia: “El Código Laboral tiende a convertirse en un texto legal compuesto por un único artículo: "el patrón siempre tiene la razón".

Fuera bueno que los encuestadores de opinión pública, tan diligentes a medir la imagen del gobierno a la hora de asestar duros golpes a las Farc y engancharse en guerras mediáticas con los países vecinos, por lo cual, el 84 por ciento de los colombianos le aplaude, midieran también cuántos colombianos le avalan esta política de atropello a los derechos adquiridos de los trabajadores. Si se mantuviera ese 84 por ciento de imagen del presidente Uribe, entonces, apague y vámonos.

oquinteroefe@yajoo.com

13-03-08

11 de marzo de 2008

La guerra de los US$3 billones


Joseph E. Stiglitz

Como el 20 de marzo se cumple el quinto aniversario de la invasión del Iraq encabezada por los Estados Unidos, ya es hora de hacer balance de lo ocurrido. En nuestro nuevo libro La guerra de los tres billones de dólares, con Linda Bilmes, de la Universidad de Harvard, calculamos por lo bajo el costo económico de la guerra para los Estados Unidos en tres billones de dólares, y para el mundo otros tres billones de dólares… muy superiores a los cálculos aproximadados del gobierno de Bush antes de la guerra. El equipo de Bush no sólo engañó al mundo sobre los posibles costos de la guerra, sino que, además, ha intentado enturbiar los costos, mientras ésta seguía.

No es de extrañar. Al fin y al cabo, el gobierno de Bush mintió sobre todo lo demás: desde las armas de destrucción en gran escala de Saddam Hussein hasta su supuesta vinculación con Al Qaeda. De hecho, sólo después de la invasión pasó Iraq a ser un caldo de cultivo para terroristas.

El gobierno de Bush dijo que la guerra costaría 50.000 millones de dólares. E.U. está gastando esa cantidad en Iraq cada tres meses. Si situamos esa cantidad en su contexto, resulta que por una sexta parte del costo de la guerra, E.U. podría dotarse de una base económica sólida para su sistema de seguridad social durante más de medio siglo, sin reducir las prestaciones ni aumentar las contribuciones. Además, el gobierno de Bush redujo los impuestos a los ricos al tiempo que se lanzaba a la guerra, pese a tener un déficit presupuestario. A consecuencia de ello, ha tenido que recurrir a un exceso de gasto público –gran parte de él financiado desde el extranjero- para sufragar la guerra. Se trata de la primera guerra de la historia americana que no ha exigido algún sacrificio a los ciudadanos mediante un aumento de los impuestos: al contrario, se va a legar todo el costo a las generaciones futuras. Si no cambia la situación, la deuda nacional de E.U., que ascendía a 5,7 billones de dólares cuando Bush llegó a la presidencia, será dos billones de dólares mayor por la guerra (además del aumento en 800.000 millones de dólares durante el período de Bush anterior a la guerra).

¿Se trató de un ejemplo de incompetencia o de falta de honradez? Casi seguramente de las dos cosas. Conforme a la contabilidad de caja, el gobierno de Bush se centró en los costos actuales y no en los futuros, incluida la atención de salud y de invalidez de los veteranos de regreso a casa. Sólo años después de haber comenzado la guerra, encargó el Gobierno los vehículos especialmente blindados que habrían salvado la vida a las numerosas víctimas por las bombas situadas al borde de las carreteras. Como no se quería restablecer el reclutamiento obligatorio y resultaba difícil reclutar a soldados para una guerra impopular, las tropas se han visto obligadas a participar —con una tensión tremenda— en dos, tres o cuatro despliegues.

El Gobierno ha intentado ocultar los costos de la guerra al público. Los grupos de veteranos han recurrido a la Ley de Libertad de Información para averiguar el número total de heridos: 15 veces más que el de víctimas mortales. Ya hay 52.000 veteranos de regreso a casa a los que se ha diagnosticado el síndrome de tensión postraumática. Estados Unidos va a tener que pagar indemnizaciones por invalidez al 40 por ciento, aproximadamente, de los 1,65 millones de soldados que ya se han desplegado y, naturalmente, la sangría seguirá mientras continúe la guerra y la cuenta por la atención de salud e invalidez asciende ya a más de 600.000 millones de dólares (en valor actual).

La ideología y la especulación también han desempeñado un papel en el aumento de los costos de la guerra. Estados Unidos ha contado con contratistas privados, que no han resultado baratos. Un guardia de seguridad de la empresa Blackwater Security puede costar más de 1.000 dólares al día, sin incluir el seguro de vida e invalidez, que paga el Gobierno. Cuando la tasa de desempleo en Iraq subió al 60 por ciento, contratar a iraquíes habría sido lo más sensato, pero los contratistas prefirieron importar mano de obra barata de Nepal, Filipinas y otros países.

La guerra ha tenido sólo dos vencedores: las compañías petroleras y los contratistas para la defensa. El precio de las acciones de Halliburton, la antigua empresa del vicepresidente Dick Cheney, se ha puesto por las nubes.

Iraq ha cargado con el mayor costo de esta guerra mal gestionada. La mitad de sus médicos han resultado muertos o han abandonado el país, el desempleo representa el 25 por ciento y, cinco años después del comienzo de la guerra, Bagdad sigue teniendo menos de ocho horas de electricidad al día. De los 28 millones de habitantes que componen la población total del Iraq, cuatro millones están desplazados y dos millones han abandonado el país.

Los millares de muertes violentas han acabado por hacer perder el interés a la mayoría de los occidentales por lo que está sucediendo: un atentado con bomba que mata a 25 personas apenas tiene ya interés periodístico, pero los estudios estadísticos de las tasas de mortalidad anteriores y posteriores a la invasión revelan parte de la desalentadora realidad. Indican muertes suplementarias desde un nivel bajo de unas 450.000 en los 40 primeros meses de la guerra (150.000 de ellas violentas) hasta 600.000.

En vista de que tantas personas en Iraq sufren tanto de tantas formas, puede parecer una muestra de insensibilidad examinar los costos económicos y puede parecer particularmente egocéntrico centrarse en los costos económicos para Estados Unidos, que se lanzó a esta guerra violando el derecho internacional, pero se trata de costos económicos enormes y representan mucho más que desembolsos presupuestarios. El mes próximo explicaré cómo ha contribuido la guerra a los problemas económicos actuales de Estados Unidos.

A los estadounidenses les gusta decir que no existe un almuerzo gratuito y tampoco —hemos de añadir— una guerra gratuita. E.U. —y el mundo— pagarán su precio durante decenios por venir.

* Premio Nobel de economía en 2001, es profesor de Economía en la U. de Columbia.

Copyright: Project Syndicate, 2008.

Joseph E. Stiglitz

Una peligrosa teoría

OCTAVIO QUINTERO

No se puede uno aislar de opiniones riesgosas como las que se van generando alrededor de la muerte de Iván Ríos, el alto mando de las Farc, a manos de su guardaespaldas (alias Rojas), porque pasaría a ser cómplice de la escandalosa aplicación de justicia que se viene dando en el país desde que las autoridades legítimamente constituidas decidieron aliarse con unos criminales (las AUC) para combatir a las Farc y de paso alzarse con el poder constitucional en cabeza del presidente Álvaro Uribe, con o sin su conocimiento y consentimiento, pero es la realidad.

No se requiere ser abogado ni tocado de jurista para rechazar con repugnancia la tesis del Fiscal General de la Nación en el sentido de que Rojas no será juzgado por homicidio porque obró bajo el influjo de “un miedo insuperable” (…) causal que podría exonerarlo de responsabilidad, y de paso, que parece ser lo más importante, hacerse acreedor a la jugosa recompensa que ofrecía el Estado por Ríos.

No tan rápido, señor fiscal: miedo insuperable no sólo siente una persona bajo el mando de un asesino; miedo insuperable siente un soldado cuando lo obligan a prestar servicio en zonas de combate y también un estudiante en examen bajo la tutela de un hosco profesor. ¿Podría entonces aplicarse su teoría de exoneración de responsabilidad al soldado que mata a su superior o el alumno a su profesor bajo el influjo de un miedo insuperable? Ojo, señor Fiscal, que podemos encontrarnos con algo tan parecido a eso por andar buscándole cinco patas al gato. Creo que el Fiscal sabe que bajo la arista jurídica de “ira e intenso dolor”, muchos abogados sacaron de la cárcel a los asesinos de sus esposas que mataron por otros motivos distintos al honor.

Algo más: reconocer recompensa a un criminal por llegar con la prueba reina de su crimen, es tanto como reconocerle autoridad a todos los que decidan matar a personas consideradas por el Estado o por ellos mismos como un peligro social. Y entonces los sujetos de causa ya no serían los altos mandos del secretariado de las Farc, que es lo que justifica el hecho de hoy, sino, y por ejemplo, los drogadictos. Nada más tenebroso que un drogadicto en busca de money para la maracachafa. Sin necesidad de recompensa, cualquier hijo de vecino podría emboscarlo y matarlo y luego, tranquilamente, entregar su cuerpo a las autoridades como prueba de que libró a Colombia de quién sabe cuántos delitos más que podría haber cometido el drogadicto en caso de seguir viviendo. Por “miedo insuperable” cualquier agente de la policía podría matar a un malhechor en vez de llevarlo ante los jueces que terminan dejándolo en libertad por “falta de pruebas” o porque su delito es excarcelable. Pregúntenle a cualquier policía que sea capaz de confesar, cuántas veces ha pasado agachado ante delincuentes por temor a su retaliación.

No, señor Fiscal. Cuando se le tuerce el pescuezo a la justicia para favorecer un caso específico, se termina dando vida a un Frankenstein que empieza por matar a su propio creador.

Es increíble que el período de nuestro subdesarrollo apenas ande por los siglos XVIII y XIX cuando en plena conquista del Oeste, los Estados Unidos pagaban a caza-recompensas por todo delincuente, especialmente los que robaban los bancos de los señores ricos, que entregaran a las autoridades “vivo o muerto”.

Este Fiscal nos está resultando bien particular. No engaveta los expedientes como su antecesor, pero a cada caso le aplica su propia teoría. Hace apenas unos días rechazó la prueba científica del polígrafo que favorecía a un parapolítico, prueba que al decir de juristas está admitida ya en muchos tribunales del mundo, dizque por subjetiva; y ahora no vacila en validar semejante subjetividad como el “miedo insuperable” para exonerar a un criminal per se, como es el caso de Rojas, de homicidio.

Me resisto a creerlo, y aunque no es mi “santo de devoción”, estoy por creer que el Procurador General terminará por objetar esa recompensa porque en ninguna parte de los avisos del Estado se dice que será para quien entregue al sindicado “vivo o muerto”.

A medida que avanza este episodio de la amarga Colombia que nos ha tocado vivir en los tiempos del paramilitarismo, me sigo aferrando más al portento moral de Tomás de Aquino: el fin no justifica los medios. Cada vez que el ser humano se ha apartado de esta moral, termina por caer en brutal salvajismo.

E.U: historia política reciente

Nota del Editor:

Nuestro corresponsal Alfredo Viloria, director de Red Informativa Virtin, nos ha hecho llegar un estupendo informe sobre la historia política reciente de Estados Unidos que a su vez, es tomada de la Red Voltaire (http://www.voltairenet.org/article155706.html#nb1), a la que con alguna frecuencia acudimos directamente en busca de los excelentes materiales que esta página mantiene disponible a sus lectores.

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Cómo se mantiene «El Estado profundo» a pesar de la alternancia política partidista

La continuidad del poder en Estados Unidos, detrás de la Casa Blanca

Thierry Meyssan

Periodista y escritor, presidente de la Red Voltaire con sede en París, Francia. Es el autor de La gran impostura y del Pentagate.

(http://www.voltairenet.org/auteur29.html?lang=es)

Sesenta años de propaganda atlantista nos han convencido de que Estados Unidos es una gran democracia. Sin embargo, ningún observador cree que Ronald Reagan o George W. Bush ejercieron realmente el poder inherente al cargo presidencial. Entonces ¿quién preside? Los observadores también están de acuerdo en que, después del segundo recuento de los votos, Al Gore había ganado la elección presidencial del 2000. Entonces, ¿por qué se encuentra George W. Bush en la Casa Blanca ? Preguntas a las que ningún periodista quiere responder. Thierry Meyssan rompe con el tabú.

Durante los últimos 60 años, Estados Unidos se dotó de lo que se ha dado en llamar «aparato securitario de Estado». Este se conformó como un Estado detrás del Estado, encargado de dirigir desde la sombra la guerra fría contra la URSS y, más, tarde de ocupar el espacio que dejara vacante el desmantelamiento de la Unión Soviética y de dirigir la guerra contra el terrorismo. Dispone de un gobierno militar fantasma designado para reemplazar el gobierno civil, en caso de que este último quedase decapitado durante un ataque nuclear.

En su célebre discurso de adiós, el 17 de enero de 1961, el presidente Eisenhower declaró: «En los consejos de gobierno, tenemos que tener cuidado con la adquisición de una influencia ilegítima, deseada o no, por parte del complejo militaro-industrial. Existe el riesgo de un desastroso desarrollo de un poder usurpado y [ese riesgo] se mantendrá. No debemos permitir nunca que el peso de esta conjunción ponga en peligro nuestras libertades o los procesos democráticos».

Este aviso resultó sin embargo insuficiente. La lógica del «aparato securitario de Estado» ahogó poco a poco la de las instituciones que ese mismo aparato debía proteger. El complejo militaro-industrial utilizó su poder para modificar las instituciones civiles según su propia conveniencia, en vez de ponerse al servicio de estas. En definitiva, el lobby de la guerra falseó el proceso electoral y logró decidir, en cada elección presidencial, quién sería el ocupante de la Casa Blanca.

Desde hace 60 años, sin excepción alguna, el presidente es siempre el candidato que se compromete a concretar las exigencias del «aparato securitario de Estado» y que obtiene el apoyo financiero masivo de las firmas que tienen contratos con el Pentágono. Claro está, después tomar posesión de la Oficina Oval , el elegido trata siempre de deshacerse de sus padrinos y de acercarse a los verdaderos intereses de su pueblo. Tendrá entonces que ser capaz de darse cuenta del margen de maniobra del que dispone, con la posibilidad de que lo eliminen, política o incluso físicamente. Finalmente, el riesgo de que un presidente que se aparte del «Estado profundo» logre a pesar de ello mantenerse en el poder estará siempre limitado por la regla, impuesta durante la misma época, que limita el ejercicio de la función presidencial a dos mandatos consecutivos.

En esas condiciones –como veremos más adelante– la alternancia entre demócratas y republicanos no proporciona a los ciudadanos estadounidenses un medio de cambiar la política, sino que constituye para el «aparato securitario de Estado» la posibilidad de mantener la misma política más allá de la impopularidad del presidente ya “desgastado”. Se trata de la aplicación del principio que Giuseppe Tomasi di Lampedusa atribuye al Gatopardo: «Todo tiene que cambiar, para que nada cambie y para que podamos seguir siendo los amos».

A veces el «Estado profundo» sale a la superficie y deja entrever su poderío. Eso sucede ocasionalmente durante el período de transición presidencial. Se produce entonces un semivacío del poder, durante la fase en que el presidente saliente sigue a cargo de los asuntos pendientes, mientras que el presidente electo se prepara para asumir el mando.

En el siglo XVIII, se explicaba que ese período de transición de 11 semanas era el tiempo necesario para hacer un balance de los resultados y conformar un equipo, debido al gran tamaño del país y la lentitud de las comunicaciones. La primera transición se desarrolló en 1797, cuando John Adams fue electo como sucesor de George Washington. Durante siglo y medio, no existió ningún tipo de procedimiento para regular ese período ya que los dos presidentes (el presidente saliente y el que lo reemplaza) no tenían ninguna razón que los obligara a colaborar entre sí. Hoy en día la cosa es muy distinta ya que el «aparato securitario de Estado» aprovecha ese período para poner al nuevo ocupante de la Casa Blanca al corriente de lo que debe saber sobre «Estado profundo». Para comprender el sistema, volvamos a la historia de esas transiciones.

La guerra fría mantiene la democracia entre paréntesis

Harry Truman (presidente de Estados Unidos desde 1945 hasta 1953) modificó profundamente la naturaleza del Estado federal al crear en su seno el «aparato securitario de Estado», un tríptico conformado con el Consejo de Jefes de Estado Mayor (JCS), la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y el Consejo de Seguridad Nacional (NSC). Estos organismos, que nada tienen de transparentes, disponen de poderes exorbitantes, solamente comparables a los establecidos para tiempos de guerra. Y es que su misión consiste precisamente en mantener el estado de movilización de la Segunda Guerra Mundial , sin mantener por ello a la sociedad civil bajo presión, como medio de librar una nueva forma de guerra contra la Unión Soviética : la guerra fría.

Para «contener» la influencia soviética, Truman organizó el puente aéreo hacia Berlín, estableció la alianza atlántica (OTAN) y declaró la guerra de Corea. Extendió además el «Estado profundo» estadounidense al interior mismo de los Estados aliados, mediante la creación de las redes stay-behind y la integración de las mismas al seno de la CIA [1].

El «aparato securitario de Estado» consideraba que el mejor sucesor de Truman sería el general Dwight Eisenhower, que había sido comandante supremo de las fuerzas aliadas en Europa durante la Segunda Guerra Mundial (http://www.voltairenet.org/article124418.html), y había ocupado posteriormente ese mismo cargo en el seno de la OTAN. Era el hombre idóneo para continuar la guerra de Corea hasta la victoria. La opinión pública lo adulaba y lo consideraba un héroe, aunque nunca había combatido personalmente, ni siquiera había estado cerca de la línea del frente.

Como Eisenhower no era un político, ni tenía vínculos con ninguna organización política, los dos partidos trataron de atraerlo. Truman le pedió, en vano, que se uniera a los demócratas. Finalmente, Eisenhower se decidió por la candidatura republicana. Con ese partido llegó a un acuerdo que estipulaba que gozaría como presidente de libertad de acción para aplicar una política exterior antisoviética y emplearse «a fondo» en Corea, hasta la victoria. En pago, Eisenhower se comprometía a aplicar una política interna y económica de corte conservador. Escogió como compañero de candidatura al senador Richard Nixon (cuya hija se casaría en poco tiempo con el nieto de Eisenhower), que se había dado a conocer como uno de los promotores de las «cacerías de brujas» contra los comunistas.

Al resultar electo Dwight Eisenhower, Truman se puso en contacto con él para presentarle el dispositivo de seguridad nacional dado que, aunque la existencia del mismo era pública, su funcionamiento era secreto.

Eisenhower elaboró la doctrina de defensa que lleva su nombre, en virtud de la cual Estados Unidos no vacilará en utilizar la fuerza, en cualquier lugar del mundo, donde la influencia comunista amenace los intereses occidentales. Agregó además, al sistema de seguridad nacional, el principio de continuidad del gobierno. Designó, mediante un decreto secreto, un gobierno alternativo compuesto simultáneamente de militares y de industriales escogidos entre sus propios amigos, que se encargaría de tomar el mando en caso de que las instituciones desapareciesen como consecuencia de un ataque nuclear soviético.

O sea, paralelamente al procedimiento constitucional en lo tocante al vacío del poder, existe desde hace 50 años un segundo procedimiento –de carácter militaro-industrial– que puede ponerse en marcha en caso de hecatombe nuclear. En el primer caso, el vicepresidente reemplaza al presidente, de ser necesario lo reemplaza el presidente pro tempore del Senado, o el presidente de la Cámara de Representantes. En el segundo caso, los políticos electos por el pueblo se ven excluidos por un gobierno fantasmo –cuya composición es, además, secreta– que sale bruscamente de las penumbras, aunque no dispone de legitimidad electoral alguna.

Sin embargo, el «aparato securitario de Estado» le reprochó a Eisenhower no haber hecho lo suficiente, sobre todo en materia de misiles, y se negó a apoyar al vicepresidente Nixon como su sucesor. Inquieto por las consecuencias que el creciente poder del complejo militaro-industrial podía tener para la democracia, Eisenhower lanzó un aviso a sus conciudadanos en su discurso de adiós, que ya citamos anteriormente. El lobby de la guerra volvió entonces su mirada hacia el partido demócrata.

Fue de esa manera cómo John F. Kennedy obtuvo el apoyo de los industriales del armamento. Para congraciarse con ellos centró su campaña electoral en la denuncia de una supuesta ventaja de los soviéticos en materia de misiles y en la necesidad de eliminar ese abismo («missile gap»). Además, designó como su compañero de fórmula al belicoso líder del grupo parlamentario demócrata, Lyndon Johnson. Directamente vinculado al complejo militaro-industrial, durante su campaña electoral tomó la iniciativa de crear grupos de trabajo para hacer un balance de la situación y preparar sus primeras decisiones en caso de resultar electo.

Kennedy puso a la cabeza de los dos grupos de trabajo más importantes a quienes habían sido sus dos principales rivales por la investidura demócrata, neutralizando así el rencor de ambos al tiempo que explotaba sus habilidades. Creó hasta 29 grupos temáticos, cuyos miembros eran todos voluntarios no remunerados. Después de su elección, Kennedy designó al abogado Clark Clifford para coordinar el traspaso de poderes con Eisenhower, y luego nombró por lo menos a un miembro de cada grupo de trabajo para formar parte de su gabinete. No fue por sus cualidades como abogado y negociador que la elección recayó sobre Clifford sino por tratarse de un halcón, que además era un representante del «Estado profundo». Clifford había participado junto a Truman en la creación del «aparato securitario de Estado» y Eisenhower lo había nombrado ministro fantasma en el seno del gobierno militar de repuesto.

Más tarde, Kennedy impuso la Presidential Transition Act para que los siguientes presidentes pudieran seguir sus pasos teniendo a su disposición un financiamiento federal con el que pagar a los miembros de sus grupos de trabajo.

Kennedy desafió a la URSS ante el muro de Berlín, desplegó misiles en Turquía y logró disuadir a los soviéticos de instalar los suyos en Cuba como respuesta. También emprendió los grandes programas espaciales. Pero no tardó en revisar sus compromisos con intenciones de reducirlos. Es verdad que autorizó la invasión contra Cuba, pero rectificó después del fiasco de Bahía de Cochinos. También es cierto que metió las manos en Vietnam, pero rápidamente empezó a tratar de buscar cómo preparar la retirada.

Apoyándose en la legitimidad que le otorgaba un amplio apoyo popular, entró en conflicto con su estado mayor y ordenó investigaciones sobre las actividades políticas de varios generales. En definitiva, acabó siendo asesinado para favorecer a su vicepresidente, Lyndon B. Johnson –cuya ceremonia de toma de juramento había sido preparada justo antes de que Kennedy fuese abatido–, quien aprobó sin demora la escalada de Vietnam y nombró además a Clifford Clark como ministro de Defensa para realizar esa sucia tarea.

La impopularidad de Johnson hacía imposible su reelección, así que este renunció a tratar de obtener la candidatura. Como el partido demócrata estaba en manos de pacifistas que se oponían a los horrores de la guerra de Vietnam, los halcones necesitaban un cambio de partido para mantenerse en el poder y continuar su propia política. Eligieron, con toda lógica, al ex vicepresidente Richard Nixon, un oportunista que ya conocía todos sus secretos.

Cuando los dos candidatos más importantes ya habían recibido la investidura de sus respectivos partidos, Johnson se reunió con ellos para ponerse de acuerdo sobre los detalles de la transición. Se trata solamente de un espectáculo puramente formal, pero que permitió que el demócrata Johnson se pusiera en contacto con el candidato republicano antes de que este fuera electo.

Aprovechando la existencia de la Presidential Transition Act , el republicano Nixon siguió los pasos del demócrata Kennedy creando así 30 grupos de trabajo para definir su futura política en estrecho contacto con el «Estado profundo».

Nixon aplicó una política de distensión hacia la URSS y negoció los acuerdos de limitación de la carrera armamentista respetando los intereses del complejo militaro-industrial, o sea suprimiendo ciertas armas para favorecer las más sofisticadas. Por iniciativa de su consejero Henry Kissinger, estableció una sorprendente alianza con la China comunista para aislar a Moscú. Sin embargo, renunció a tratar de vencer en Vietnam, cosa que el «aparato securitario de Estado» le hizo pagar muy caro al organizar contra él un proceso de destitución como consecuencia del escándalo del Watergate. Durante meses, el número 2 del FBI, Mark Felt (alias «Deep Throat»), destiló personalmente informaciones devastadoras al Washington Post.

Acorralado, Nixon preparó en secreto su renuncia y sólo le avisó a Gerald Ford con un día de antelación. Ambos hicieron un trato: Ford ocuparía la Oficina Oval a cambio del perdón para Nixon y de la suspensión de toda acción judicial contra este último. Ford aceptó. Previendo aquella posibilidad, Ford ya había conformado un pequeño equipo de trabajo, pero este fue disuelto inmediatamente. Un miembro importante del «aparato securitario de Estado», el embajador de Estados Unidos ante la OTAN, Donald Rumsfeld (adversario de Kissinger), fue llamado urgentemente a Washington para que se encargara de la transición.

Rumsfeld ayudó a conformar el nuevo equipo –una combinación de ex colaboradores de Nixon y de caras nuevas. El asunto era más complicado de lo que parecía ya que se trataba de penalizar la política que había llevado a la pérdida de Vietnam, representada por Kissinger, salvaguardando a la vez la influencia de la industria armamentista, también representada por el propio Kissinger (que había sido secretario general del American Security Council, la principal organización del complejo militaro-industrial en aquella época). Ford designó a Nelson Rockefeller como nuevo vicepresidente. Este último no sólo era el heredero de la más importante dinastía industrial del país. También había sido el jefe de operaciones secretas del «aparato securitario de Estado» durante la presidencia de Eisenhower.

Rápidamente, Ford se dio cuenta de que los ex colaboradores de Nixon arrastraban el peso de la imagen del Watergate y le pidió a Rumsfeld que terminara el trabajo. Rumsfeld se convirtió así en secretario general de la Casa Blanca. Echó a los últimos colaboradores de Nixon, con excepción del propio Kissinger, y puso a George H. Bush a la cabeza de la CIA (http://www.voltairenet.org/article123470.html). Con la ayuda de este último, Rumsfeld creó una comisión de evaluación de la amenaza soviética («el equipo B») que inmediatamente gritó que venía “el lobo” y reactivó la carrera armamentista.

La imagen de Ford era desastrosa. La opinión pública lo veía como un pícaro que había exonerado a Nixon para tomar su lugar en la presidencia, mientras que el «aparato securitario de Estado» quería borrar la humillante imagen de la caída de Saigón a la que se le asociaba (aunque aquello no era otra cosa que una consecuencia de la paz que quería Nixon). Ford no tenía la legitimidad necesaria para emprender iniciativas importantes. El «Estado profundo» necesitaba, por consiguiente, un nuevo presidente demócrata. Este sería Jimmy Carter, protegido de David Rockefeller (el hermano del vicepresidente Nelson Rockefeller), capaz de pasar la página de los crímenes anteriores y de mantener a la vez el rumbo ante la URSS.

Carter escogió como consejero de Seguridad Nacional a Zbignew Brzezinski [2], secretario general de la Comisión Trilateral , el think tank de los Rockefeller. Brzezinski había teorizado sobre una versión moderna del «containment» que se practicaba hacia la Unión Soviética , fortaleciendo así la doctrina del «aparato securitario de Estado».

Sobre esa base, disminuyó la presión militar en América del Sur (renegociación del control del Canal de Panamá y fin de las dictaduras militares) y la desplazó hacia el Asia Central (guerra de Afganistán contra los soviéticos). Fue en ese contexto que contrató a Osama Ben Laden y desarrolló el apoyo estadounidense a las organizaciones extremistas sunnitas anticomunistas.

Desgraciadamente, la credibilidad de Estados Unidos se resquebrajó con el asunto de los rehenes de la embajada de Teherán. Lo más importante fue que, luego de las revelaciones de las comisiones investigadoras parlamentarias, al bautista Carter se le ocurrió moralizar la CIA aprovechando la limpieza post-Watergate. Al verse así amenazado, el «aparato securitario de Estado» organizó una campaña mediática contra Carter, acusándolo de ser portador del «síndrome de Vietnam». Y luego, empezó a buscarle un sustituto republicano.

En definitiva, el «Estado profundo» organizó la fórmula Reagan-Bush (este último había sido director de la CIA). Por primera vez en la historia de Estados Unidos, el vicepresidente era el hombre fuerte, mientras que el presidente no era más que un actor de Hollywood en un papel de relleno [3].

Reagan y Bush nombraron un triunvirato para que organizara la transición: Ed Meese como encargado de preparar las nominaciones y el programa, el abogado William Casey se ocupaba de de las relaciones con el «aparato securitario de Estado», mientras que el brillante James Baker correteaba por todas partes. En realidad, Casey había sido el oficial que se ocupaba de Reagan cuando, en años anteriores, este último había sido en Hollywood [como Vito Corleone en el famoso film de Coppola. Nota del Traductor.] el Padrino –destacado en el seno de la farándula– del Comité Internacional de Refugiados (International Refugee Committee), una pantalla anticomunista de la CIA. Y , enseguida que se le presentó la oportunidad, Reagan nombró a Casey director de la agencia de espionaje.

Sobrevino inmediatamente el doloroso episodio del intento de asesinato contra Ronald Reagan, por parte de un amigo de los Bush. El atentado fracasó, pero Reagan entendió el mensaje y dejó todo lo que tenía que ver con la defensa totalmente en manos de su vicepresidente.

Fue durante ese período que se desarrolló el procedimiento de continuidad del gobierno. El gobierno militar de repuesto creado por Eisenhower no había sido, hasta entonces, otra cosa que una directiva. En aquel momento, se decide materializarlo. Se creó entonces un equipo permanente y se construyeron gigantescos búnkeres especialmente equipados para proteger a dicho equipo junto con los dirigentes sobrevivientes: Cheyenne Mountain, Raven Rock (llamado "site R") y Mount Weather.

Este equipo instaló un sistema de vigilancia sobre el gobierno civil para poder seguir en tiempo real todos los asuntos que tratara este último y estar así preparado para proseguir la acción gubernamental sin que se produjese ni un minuto de interrupción en caso de apocalipsis nuclear. Se organizaron ejercicios de simulación de continuidad gubernamental dos veces al año.

Con toda confianza, el «aparato securitario de Estado» apoyó al vicepresidente Bush como sucesor de Reagan. El encargado de servir de enlace entre el «Estado profundo» y el equipo de campaña fue un miembro del Consejo de Seguridad Nacional, el general Colin Powell.

En 1989-91, los «combatientes de la guerra fría» vieron como se derrumbaba la Unión Soviética , hecho que siempre habían deseado, pero que los dejaba desconcertados. El «aparato securitario de Estado» había cumplido su misión. Durante 45 años, hombres sinceros habían creído que estaban defendiendo a su país cuando manipulaban las instituciones a costa de la democracia. Como Dwight Eisenhower lo había previsto, algunos de ellos se habían acostumbrado tanto a aquel poder que ya no podían resignarse a perderlo. Aunque había perdido su razón de ser, el «Estado profundo» iba a mantenerse. Pero, ¿a qué precio?

A falta de enemigo, el «aparato securitario de Estado» entra en guerra consigo mismo

Le tocó a George H. Bush (Bush padre) la pesada tarea de definir los objetivos de Estados Unidos en el mundo postsoviético. No sin vacilaciones, Bush padre imaginó la construcción de un «nuevo orden mundial» favorable a una dominación económica global que ejercería Estados Unidos. Ordenó reducir el formato de las fuerzas armadas y estudió las posibilidades de reconversión del «aparato securitario de Estado» para luchar contra el surgimiento de nuevos competidores. Ante la duda existencial, el «Estado profundo» favoreció la alternancia partidista.

Los periodistas trotkistas que la CIA había reclutado en el pasado para luchar contra la influencia soviética en el seno de la izquierda se habían pasado al partido republicano, bajo la apelación de «neoconservadores». Se habían convertido en los propagandistas del lobby de la guerra. Como veletas que giran en el sentido del viento, se pusieron entre contra de Bush padre criticándolo por no haber aprovechado el fin de la URSS para derrocar a Sadam Husein al final de la operación Tormenta del Desierto, y llamando a votar por el único candidato capaz de desencadenar la próxima guerra en Yugoslavia: Bill Clinton.

Perfectamente conciente de la ocasión que se le presentaba, el gobernador Clinto hizo campaña basándose en el surgimiento de nuevas amenazas y en la necesidad de desempeñar el papel de gendarme en Yugoslavia. También propuso modernizar las fuerzas armadas adaptando la administración de estas a las evoluciones sociales, lo cual significaba entre otras cosas más apertura al reclutamiento de mujeres y gays. Bush padre, que era el presidente más popular de Estados Unidos en el siglo XX (¡90% de opiniones favorables!) subestimó la capacidad de los «combatientes de la guerra fría» para sacarlo de la Casa Blanca. Para privarlo del apoyo de una parte de sus electores, estos financiaron la candidatura independiente de Ross Perot, un millonario que había servido de cobertura para una operación de salvamento de las Fuerzas Especiales en Irán. Bush padre perdió las elecciones.

A pesar de que Sadam Husein ya se había sometido a las resoluciones de la ONU, Bill Clinton se opuso al levantamiento del embargo que la ONU había decretado contra Irak, hambreando así a los iraquíes y provocando 500 000 muertes. Sin embargo, lo que sí hizo Clinton fue frenar el rearme (principalmente al bloquear el proyecto de armamento espacial) y negarse a emprender la operación de Yugoslavia, que le había valido el apoyo del «aparato securitario de Estado». Peor aún, durante un ejercicio de simulacro, Bill Clinton descubrió la composición del gobierno secreto que el «aparato securitario de Estado» había conformado para sustituirlo a él.

A la cabeza de aquel gobierno secreto se encontraba el ex secretario de Defensa Donald Rumsfeld (http://www.voltairenet.org/article123817.html), y se componía además de algunos de sus propios colaboradores, como el jefe de la CIA, James Woolsey. Para poder estar listos para garantizar el relevo, aquella gente espiaba permanentemente al gobierno civil, interceptando todas sus comunicaciones y todos sus documentos. Considerando que aquel dispositivo de la guerra fría era ya obsoleto, Clinton –que se negaba a ser un presidente desechable más– ordenó la disolución de dicha estructura. Y le costó caro.

El conflicto que comenzó entonces empezó a corroer a Estados Unidos desde adentro ya que algunos dirigentes del «Estado profundo» se dejaron llevar por la embriaguez del poder, mientras que otros trataban de parar aquella tendencia infernal. La desgarradura inevitablemente empuja Estados Unidos hacia la desintegración o la dictadura.

Luego de pasar a la clandestinidad total, parcialmente exilado en Israel, el «Estado profundo» estadounidense urde un complot contra Bill Clinton. Atrapado en 1995 en un asunto de faldas con una becaria israelí de la Casa Blanca , Mónica Lewinsky, Clinton se vio sometido a un procedimiento de impeachment de 1998 a 1999. Pero, contrariamente a Nixon –que no tenía margen de maniobra–, Clinton dio marcha atrás. En momentos en que la Cámara de Representantes acababa de votar su destitución, Clinton restableció el gobierno secreto y el Senado lo salvó. Después, le ordenó a la OTAN que bombardeara Serbia.

De todas maneras, después de toda aquella lucha por el poder, el «aparato securitario de Estado» no tenía intención alguna de aceptar al vicepresidente Albert Gore como sucesor de Clinton. El candidato del «aparato securitario de Estado», el republicano John McCain, perdió una primaria decisiva, pasándole así el testigo a una personalidad poco creíble, George W. Bush (Bush Jr.). No quedó más remedio que preparar al nuevo candidato, con la mayor precipitación. Se conformó un nuevo equipo con Dick Cheney, el gran jefe del Partido Republicano, y varios de los hombres claves del «Estado profundo».

Se le dio a Bush una formación acelerada mediante un grupo de especialistas, los Vulcanos (nombre del dios encargado de forjar las armas en el Olimpo), bajo la dirección del inoxidable Henry Kissinger y de la sovietóloga Condoleezza Rice. Se recolectó un océano de dólares para su campaña electoral. A pesar de todo, Al Gore derrotó a Bush Jr. El «Estado profundo» se vio entonces obligado a hacer trampa para cambiar el resultado del escrutinio, de forma visible y nada gloriosa, y para lograr que la Corte Suprema nombrara presidente a Bush Jr., a falta de haber podido lograr que saliera electo.

La transición Clinton-Bush Jr. se convirtió en una larga crisis. Durante el litigio por los resultados de la elección, los fondos que la Presidential Transition Act destinaba a los grupos de trabajo estuvieron congelados y los inmensos locales que estos grupos debían usar se mantuvieron cerrados. La administración Clinton tuvo que tomar medidas extraordinarias de seguridad para proteger al vicepresidente Gore. En definitiva, este último acabó abandonando el litigio como consecuencia de serias amenazas contra su familia. El dúo Bush Jr.-Cheney finalmente entró a la Casa Blanca. Al igual que en la época de la llegada del dúo Reagan-Bush padre, el verdadero poder recayó en el vicepresidente.

Saliendo nuevamente de las sombras, Donald Rumsfeld fue nombrado secretario de Defensa, mientras que Colin Powell se convertía en secretario de Estado y Condoleezza Rice era nombrada a la cabeza del Consejo de Seguridad Nacional. Meses más tarde, el «aparato securitario de Estado» organizaba los espectaculares atentados de Nueva York y Washington, reactivando así el militarismo estadounidense, ahora contra un adversario imaginario: el terrorismo islamista.

Lejos de consolidar el sistema, las demostraciones de fuerza que tuvieron lugar con el complot Lewinsky de 1995 a 1999, con las elecciones fraudulentas de 2000 y los atentados de 2001 aceleraron su desintegración interna postguerra fría. La inadecuación de las fuerzas armadas estadounidenses a la colonización de Afganistán e Irak condujo a una catástrofe similar a la Vietnam. El proyecto del vicepresidente Cheney, en el que Irán sería la siguiente presa, provocó el amotinamiento de una parte del Estado Mayor, inquieto ante la posibilidad de verse obligado a desplegar aún más tropas [4]. Por primera vez, el «aparato securitario de Estado» se encuentra dividido, en guerra consigo mismo.

En lo tocante a la sucesión de George W. Bush, las dos facciones tienen cada una su propio candidato. Y no resulta fácil comprender de qué manera pueden esperar los Clinton sacar provecho de dicha división para tomar su revancha y lograr meter a Hillary en la Oficina Oval. Los amotinados apoyan a Barack Obama, con el proyecto de una retirada parcial de Irak, quedando en buenos términos con Irán, y del ataque contra Pakistán. Mientras tanto, el clan Cheney apoya a McCain, con la esperanza de mantenerse en Irak y de acrecentar la presión sobre el Medio Oriente.

Ninguno de estos dos candidatos dispone de un plan tendiente a reconciliar las facciones opuestas en el seno del «aparato securitario de Estado». Lo cual indica que el próximo ocupante de la Casa Blanca , sea a quien sea, no podrá evitar la implosión del sistema.

No queda más remedio que reconocer que, aún tratándose de un hecho deplorable, el desarrollo del «aparato securitario de Estado» respondía a una lógica. Es posible comprender por qué se aplicó una democracia “entre paréntesis” durante la Segunda Guerra Mundial , e incluso durante la guerra fría. Pero nada en la situación actual justifica que eso se repita. En definitiva, las contradicciones internas de ese sistema han llegado al paroxismo en momentos en que el «aparato securitario de Estado» afirma querer democratizar el mundo por la fuerza.

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[1] «Stay-behind: les réseaux d’ingérence américains», por Thierry Meyssan, Réseau Voltaire, 20 de agosto de 2001. Ver sobre todo el libro de referencia: NATO’s Secret Army: Operation Gladio and Terrorism in Western Europe, por el professeur Daniele Ganser. Versión francesa Les Armées Secrètes de l’OTAN, éditions Demi-Lune, 2007. Disponible por correspondencia mediante la Librairie du Réseau Voltaire. Entrevista de Silvia Cattori con el autor: «Le terrorisme non revendiqué de l’OTAN», Réseau Voltaire, 29 de septiembre de 2006.

[2] «La stratégie anti-russe de Zbigniew Brzezinski», por Arthur Lepic, Réseau Voltaire, 22 de octubre de 2004. http://www.voltairenet.org/article123178.html

[3] «Ronald Reagan contre l’Empire du Mal», Réseau Voltaire, 7 de junio de 2004.

[4] «Washington décrète un an de trêve globale», por Thierry Meyssan, 3 de diciembre de 2007.

8 de marzo de 2008

¿De qué hablábamos?


OCTAVIO QUINTERO

Bueno, Colombia entró a Ecuador, cazó a Reyes y, después de armarse la gazapera más grande de la historia reciente entre los hermanos bolivarianos de que nos hablan en Colombia los iniciados en historia patria, todo ha terminado con un apretón de manos entre los presidentes involucrados en la algazara: Colombia – Ecuador – Venezuela.

Esta fue, quien lo duda, una decisión política; y debido a que la política como el mismo presidente Uribe lo considera, esta llena de farsas y mentiras, es de suponer que las causas subjetivas que llevaron a la prehecatombe subsistan y vuelvan a aparecer más temprano que tarde porque el estertor que la preside sigue ahí: las Farc, de las que, si es cierto que están en desbandada y agonía, podrían convertirse más peligrosas que nunca. El episodio del comandante Ríos, asesinado y descuartizado por sus propios guardaespaldas, dice de lo que es capaz, no sólo un guerrillero acorralado, sino cualquier ser humano puesto contra la espada y la pared: vivir o morir, that`s the question, parodiando a Shakespeare. Guardadas las debidas proporciones, ese episodio de Ríos, traicionado por sus guardaespaldas, tiene alguna analogía con las chuzadas (conexión clandestina a las comunicaciones telefónicas privadas) al presidente Uribe, que no pueden provenir más que de altos rangos de confianza que orbitan muy cerca de la esfera gubernamental.

Que Uribe se de en la jeta con los vecinos me importa un pito; pero que en esa riña de matones se involucre a todo el país, es lo irresponsable del episodio que acaba de registrar la historia bolivariana: bueno, si es que la historia alguna vez se cuenta a la posteridad como fue en la realidad.

Los protagonistas saben que toda guerra entre naciones se declara por intereses políticos o económicos, nunca por cuestiones de interés social. Las guerras que se desatan por cuestiones sociales se inician siempre como conflictos internos y rara vez, muy rara vez, como la de Cuba, trascienden las fronteras con esos mismos fines sociales con que se iniciaron. Por la misma época de Batista, derrocado por Castro, otros dictadores en Latinoamérica cayeron a somatén de revoluciones dizque democráticas. Pero sólo Castro mantuvo hasta el fin de sus días de gobernante, sus ideales y reivindicaciones sociales. Los demás cayeron en el mismo juego de poderes y corrupción que denunciaron como excusa de sus golpes de Estado, y ahí en lo interno, quedó la cosa.

Deben saber también los protagonistas que toda guerra tiene los dos únicos componentes que motivan a los seres humanos: el racional y el emocional. Los que saben bien por qué disputan manejan lo racional; y los que se parcializan a uno y otro lado de los contendientes, como los hinchas de fútbol, que por eso mismo les queda mejor llamarlos fanáticos, manejan lo emocional. Eso explica por qué las encuestas en Colombia le daban a Uribe más del 80 por ciento de respaldo, en tanto que allende las fronteras, la misma abrumadora proporción de fanáticos respaldaba a Chávez y Correa. Luego, en lo emocional, todos tienen motivos para rodear al líder; y así como en Colombia no bajan de “perro” a Chávez y de terrorista a Tiro Fijo, en Venezuela no bajan de “paraco y asesino” a Uribe y de “traidor” a Baduel, un general que se ha convertido en la fuente predilecta de los periodistas colombianos cuando tienen que cumplir con la cuota diaria de vaciar a Chávez.

A mi modo de ver, el apretón de manos en el epílogo de la Cumbre de Río, no soluciona nada de lo que vienen a ser las causas subjetivas del distanciamiento entre los hermanos andinos: 1) Las Farc siguen ahí; 2) los modelos antagónicos del neoliberalismo y socialismo, siguen ahí; 3) Uribe sigue siendo Uribe y Chávez, Chávez; Uribe sigue siendo el cachorro del imperio y Chávez el sucesor de Castro; 4) Uribe sigue contando con el poder del Imperio y Chávez con el del petróleo a más de 100 dólares el barril; y, principalmente, 5) Uribe sigue necesitando tiempo para redondear su faena preimperial en Colombia y consolidar la estrategia intervencionista de Estados Unidos en Suramérica y Chávez para aclimatar su Revolución Bolivariana y socialismo del siglo XXI y proyectarlos al exterior y, de paso, contener el expansionismo yanki.

Si las causas y las personas que nos llevaron al extremo están ahí; son las mismas, eso quiere decir que en cualquier momento pueden volver a agitar el cotarro. No guardo mucha esperanza de que los actores emocionales de este tragicómico episodio se hayan dado cuenta de la manipulación, pero si de algo sirve lo presente, es con mucho gusto.