OCTAVIO QUINTERO
Bueno, Colombia entró a Ecuador, cazó a Reyes y, después de armarse la gazapera más grande de la historia reciente entre los hermanos bolivarianos de que nos hablan en Colombia los iniciados en historia patria, todo ha terminado con un apretón de manos entre los presidentes involucrados en la algazara: Colombia – Ecuador – Venezuela.
Esta fue, quien lo duda, una decisión política; y debido a que la política como el mismo presidente Uribe lo considera, esta llena de farsas y mentiras, es de suponer que las causas subjetivas que llevaron a la prehecatombe subsistan y vuelvan a aparecer más temprano que tarde porque el estertor que la preside sigue ahí: las Farc, de las que, si es cierto que están en desbandada y agonía, podrían convertirse más peligrosas que nunca. El episodio del comandante Ríos, asesinado y descuartizado por sus propios guardaespaldas, dice de lo que es capaz, no sólo un guerrillero acorralado, sino cualquier ser humano puesto contra la espada y la pared: vivir o morir, that`s the question, parodiando a Shakespeare. Guardadas las debidas proporciones, ese episodio de Ríos, traicionado por sus guardaespaldas, tiene alguna analogía con las chuzadas (conexión clandestina a las comunicaciones telefónicas privadas) al presidente Uribe, que no pueden provenir más que de altos rangos de confianza que orbitan muy cerca de la esfera gubernamental.
Que Uribe se de en la jeta con los vecinos me importa un pito; pero que en esa riña de matones se involucre a todo el país, es lo irresponsable del episodio que acaba de registrar la historia bolivariana: bueno, si es que la historia alguna vez se cuenta a la posteridad como fue en la realidad.
Los protagonistas saben que toda guerra entre naciones se declara por intereses políticos o económicos, nunca por cuestiones de interés social. Las guerras que se desatan por cuestiones sociales se inician siempre como conflictos internos y rara vez, muy rara vez, como la de Cuba, trascienden las fronteras con esos mismos fines sociales con que se iniciaron. Por la misma época de Batista, derrocado por Castro, otros dictadores en Latinoamérica cayeron a somatén de revoluciones dizque democráticas. Pero sólo Castro mantuvo hasta el fin de sus días de gobernante, sus ideales y reivindicaciones sociales. Los demás cayeron en el mismo juego de poderes y corrupción que denunciaron como excusa de sus golpes de Estado, y ahí en lo interno, quedó la cosa.
Deben saber también los protagonistas que toda guerra tiene los dos únicos componentes que motivan a los seres humanos: el racional y el emocional. Los que saben bien por qué disputan manejan lo racional; y los que se parcializan a uno y otro lado de los contendientes, como los hinchas de fútbol, que por eso mismo les queda mejor llamarlos fanáticos, manejan lo emocional. Eso explica por qué las encuestas en Colombia le daban a Uribe más del 80 por ciento de respaldo, en tanto que allende las fronteras, la misma abrumadora proporción de fanáticos respaldaba a Chávez y Correa. Luego, en lo emocional, todos tienen motivos para rodear al líder; y así como en Colombia no bajan de “perro” a Chávez y de terrorista a Tiro Fijo, en Venezuela no bajan de “paraco y asesino” a Uribe y de “traidor” a Baduel, un general que se ha convertido en la fuente predilecta de los periodistas colombianos cuando tienen que cumplir con la cuota diaria de vaciar a Chávez.
A mi modo de ver, el apretón de manos en el epílogo de
Si las causas y las personas que nos llevaron al extremo están ahí; son las mismas, eso quiere decir que en cualquier momento pueden volver a agitar el cotarro. No guardo mucha esperanza de que los actores emocionales de este tragicómico episodio se hayan dado cuenta de la manipulación, pero si de algo sirve lo presente, es con mucho gusto.
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