14 de marzo de 2008

Apocalipsis now

Octavio Quintero

Yo, pues, me resisto a creer lo que estoy pensando al leer en El Espectador de hoy 14-03-08 sobre el asesinato sucesivo y sospechoso de personas que en alguna forma tuvieron protagonismo en la marcha del 6M, la que se convocó con el fin de protestar específicamente contra los crímenes de los paramilitares, y también contra los de las Farc, bajo la premisa de que en el país no pueden existir polarizaciones tan detestables como la de tener víctimas de primera y segunda clase, en tal forma y manera, que sobre las primeras el gobierno moviliza y hace movilizar todo el aparato del Estado en señal de protesta, y sobre las segundas, tiende un manto de impunidad y hasta llega a descalificar, o mejor a acusar de cómplices y auspiciadores del terrorismo, a las personas que enarbolaron la protesta social.

Me resisto a creer, repito. Pero como así fue que se inició el genocidio de la UP a manos de los paramilitares, empezando por su líder Bernardo Jaramillo, el del afiche con la invitación de “Venga esa mano país”, invitación que al cabo del tiempo el esbirro Rojas acoge entregando la mano de Ríos al Ejército, pues, no queda más que abrirle espacio a esa escalofriante posibilidad.

Qué tristeza y decepción. Por más esfuerzos mentales que uno haga por creer que el país tiene arreglo, no le queda más remedio que admitir con profundo dolor de Patria que no estamos en nada; o mejor, que estamos destrozados física y moralmente: físicamente, por unos criminales capaces de llegar a los extremos más impensables en términos humanos, como ese haker que ingresó a la página web de la senadora Piedad Córdoba, y tras tragarse todos los archivos dejó escrito el mensaje de que ya no faltaba sino “borrar a la senadora”; y moralmente, porque no puede mantener el gobierno a su lado, ni una sociedad sana lo permitiría, a un asesor que incita a la violencia con sermones tan incendiarios como los que pronunció José Obdulio contra los organizadores y eventuales participantes en la marcha del 6M.

Yo creo, y espero sinceramente estar equivocado, que tras la corrupción total del gobierno presidido por Uribe, icono que encarna la incitación de los unos (los buenos), contra los otros (los malos); claro está, en su particular concepción del bien y del mal, la sociedad entera, o al menos ese 84 por ciento que lo respalda, está enferma de odio, de venganza, de indiferencia y de insolidaridad. En un país en el que hasta los curas celebran la muerte del otro, ninguna moral decente puede existir. Y no es que ese país se haya vuelto inmoral, como que haya perdido la ruta de sus buenas costumbres; no, es que ese país ha caído en la amoralidad y por tanto no tiene parámetros con los cuales medir lo bueno por bueno y lo malo por malo. Por eso, los colombianos le suben el rating al gobierno al 84 por ciento cuando acribilla a mansalva y sobreseguro a un guerrillero en territorio extranjero, y por esa misma amoralidad, también respalda por abrumadora mayoría la entrega de recompensa a un asesino que llega con la mano de su víctima como prueba reina de su hazaña. Los amorales no tienen principios, ni buenos ni malos: ni buenos, porque todo lo que le parece bueno es la eliminación violenta del otro; ni malos, porque su bestial conciencia carece de remordimiento y temor.

Parodiando al general en jefe de las fuerzas armadas que con tanto éxito acuñó la frase del “fin del fin”, aduciendo a la desintegración en marcha de las Farc, también pudiéramos decir que por el camino de la amoralidad que parece haberse apoderado del país, tendiendo mantos de impunidad a los amigos del gobierno y soplando vientos de guerra a muerte a sus enemigos, la sociedad colombiana ha entrado en una fase apocalíptica de la que difícilmente podrá recuperarse en un largo tiempo.

Es muy probable que los sucesos de hoy estén encarnando al vengador de los rebeldes de mañana, “para que todo cambie sin que cambie nada”, como diría el Gatopardo.

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