OCTAVIO QUINTERO
25 – 01 – 09
Ya se que sería más importante llamar la atención sobre los 600.000 puestos de trabajo que se perdieron en Colombia en noviembre del año pasado como reflejo primario de la gran crisis que envuelve al mundo industrializado con Estados Unidos a la cabeza y que, graciosamente, nuestro gobierno sigue diciendo, sin vergüenza, que el país está blindado al contagio.
Pero es que sigo creyendo que la cuestión central a resolver en Colombia no es la economía sino la política porque, precisamente, por tener el gobierno que tenemos es por lo que tenemos la casa patas arriba, hablando en términos sociales, pues, ya sabemos que los que están en la cúspide de la pirámide, disfrutan de lo lindo los toros desde la barrera. Bueno, al menos de momento.
No era cosa de adivinos prever que en el ocaso de Uribe los ahijados se iban a agarrar de las mechas por la sucesión del padrino. Cualquiera que tuviera una ligera noción de la política colombiana sabía que las cabezas de esos grupitos que se conformaron alrededor de Uribe son, unos, impotables, arrogantes y egoístas, como Santos y Vargas Lleras, por ejemplo; oportunistas otros, como las puntas conservadoras con el ex presidente Pastrana a la cabeza y Noemí Sanín a la cola; falsos profetas como los grupos religiosos que han pelechado a la sombra de este nefasto mandato, incluyendo a la propia iglesia católica que sostiene como Papa propio a ese troglodita de Rubiano y, en fin, vividores los más, como ese que desde la cárcel sigue orientando a su Convergencia Ciudadana, en clara desobediencia al mismo Uribe que al menos tuvo la honradez de decirles que aprobaran todas sus sandeces ejecutivas y/o legislativas, “mientras los metieran a la cárcel”. Es decir, si bien le entiendo al “padrino”, desde la cárcel no debieran seguir votando, como ese otro que se me escapaba, Álvaro Araujo, de Alas Equipo Colombia, que hasta gobernador propio tiene en el otrora invencible pueblo antioqueño que llevaba el hierro entre las manos porque en el cuello le pesaba, según su portentoso vate, Epifanio Mejía que, de vivir, quizás viendo a sus paisanos de hoy, tal inspiración no hubiera parido.
Fue entonces cuando llegó el cuarto de hora de Horacio Serpa. Un zorro como él sabía que era cuestión de esperar y, por supuesto, no dejarse quitar la iniciativa de conducir un partido liberal por la senda de la justicia social y la equidad económica. Pero no, quizás, un complejo entramado político lo obligó a dar un paso al costado dándole curso al reencauche en la dirección del liberalismo al precursor del imperio neoliberal en Colombia, César Gaviria y, luego, se refugió en una gobernación que, por importante que sea, no suple la orfandad en que quedó la base liberal tras su abdicación.
Apareció el Polo Democrático Alternativo (PDA). Soy testigo ático que importantes jefes y militantes liberales y conservadores, cuyos nombres no estoy autorizado a revelar, estuvieron a tiro de as de afiliarse al PDA. Pero comenzaron a desinflarse del Polo tras la tibia administración de Lucho Garzón en la capital y, de totazo, cuando apareció esa sorpresiva entrevista de Petro a la revista Cambio en la que dijo que el problema del país no era Uribe y que el Polo debía ser pragmático, un término que en política es algo así como matar a la madre para anticipar la herencia.
Lo de Petro fue un campanazo cuyo gong resonante tiene hecho añicos al PDA, un movimiento que empezó como esperanza y va a terminar como la más grande frustración de la izquierda por alcanzar el poder en Colombia, un país que, definitivamente, se queda a la zaga de la corriente socialista que oxigena las “venas abiertas” de nuestra patria latinoamericana.
Todo este largo introito para decir que me parece lánguida la actitud de Carlos Gaviria, el presidente del Polo, al no tallar de frente y de fondo su candidatura presidencial para el 2010.
También, quien tenga una ligera notición de la política colombiana sabe que esos 2 millones 700.000 votos que la izquierda alcanzó en las pasadas elecciones del 2006, en su gran mayoría, fueron depositados por su candidato, Carlos Gaviria.
Pero el Gaviria de hoy ha asumido una posición dubitante, y esto en política, es mortal. No otra cosa debe entenderse en su declaración a la periodista Margarita Vidal en El País, de Cali, cuando dice que (…) “No busco la candidatura, no busco el poder, pero si (…) se presentaran hechos que determinaran que la unidad del Polo o su posible éxito depende de que yo acepte o no una candidatura, yo no podría claudicar”.
Una lectura primaria de esa declaración, lleva a regocijo, pues, queda la esperanza de que muchos colombianos puedan votar en las próximas elecciones sin macularse en esos uribismos corrompidos o en ese conservatismo, a más de corrompido, ese sí, pragmático, como Petro.
Pero no sea ingenuo, doctor Gaviria: los halcones del Polo, encabezados por Petro, Lucho, Navarro Walf y la ‘princesita’ Maria Emma, que ya dividieron al Polo, a usted lo volverán añicos en la próxima convención, si es que usted sigue con la misma paciencia que llevó a Sócrates a beber la cicuta antes que desobedecer la ley, con lo que corrobora en parte su sentencia: “Yo sólo se que nada se”, especialmente de política, podría agregársele al cabo del tiempo.
No, doctor Gaviria: si quiere la Presidencia, búsquela; lúchela; alcáncela o piérdala, pero en el fragor de la batalla. No esperando a que la corona le caiga como le caían del cielo y por herencia a los Luises de Francia.
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