27 de enero de 2009

Individuo, comunidad y socialismo

Albert Einstein: un punto de vista científico
sobre el individuo, la comunidad y el socialismo

Por: Batallón ALBA
Fecha de publicación: 26/01/09

¿Es la economía propiamente una ciencia? Al principio parece que no hay diferencias esenciales, por ejemplo, entre la astronomía y la economía, pues en ambos casos los investigadores buscan leyes para un grupo limitado de fenómenos de forma que la interconexión entre ellos se comprenda tanto como sea posible. Pero pronto se entiende que estas diferencias esenciales si existen. Establecer leyes generales en economía es mucho más difícil por que la observación de los fenómenos económicos, a diferencia de los astronómicos, es afectada por un número mucho más grande de factores que además son muy difíciles de evaluar por separado. Agreguemos a esto que la experiencia acumulada en economía desde el principio de la civilización ha sido influida por causas que no son exclusivamente económicas. Por ejemplo, casi todos los grandes Estados de la historia debieron su existencia a la conquista de otros pueblos. Los pueblos conquistadores se establecieron entonces como la clase privilegiada del país conquistado, se aseguraron la propiedad de la tierra y escogieron un sacerdocio de entre sus propias filas. Los sacerdotes controlaron la educación y convirtieron la división en clases en una institución permanente. Crearon así un sistema de valores por el que el común de la gente, en gran medida de forma inconsciente, orienta su comportamiento social.

Pero la tradición histórica es después de todo demasiado reciente y en ninguna nación o civilización se ha podido superar en forma universal y permanente lo que podemos llamar "la actitud depredadora" de los seres humanos en cuanto a sus relaciones sociales. Los hechos económicos que podemos observar solamente reflejan esta fase depredadora, y las leyes que podemos derivar de ellos no son necesariamente aplicables a otras fases previsibles. Puesto que el verdadero propósito del socialismo es precisamente sobreponernos a esa actitud depredadora que prevalece hoy en las relaciones entre los seres humanos, el conocimiento económico actual no puede indicarnos mucho sobre la sociedad socialista. Y puesto que el socialismo está orientado hacia un fin ético-social, la ciencia sólo puede limitarse a ayudar a proporcionar los medios necesarios para cumplir tal fin. Como es ampliamente sabido y reconocido, la ciencia no puede por si misma fijarse fines éticos ni mucho menos inculcarlos en los seres humanos; la ciencia sólo puede proveer los medios con los que lograr ciertos fines. Pero los fines en realidad son concebidos e impulsados por personas y grupos con altos ideales éticos, y si estos fines no son débiles e ilusorios, sino más bien vitales, vigorosos y posibles, son, en algún momento propicio, reconocidos por muchos seres humanos. Pero estos fines no son entendidos y aquilatados solamente - ni principalmente- bajo la forma de razonamientos lógicos, sino sobre todo son reconocidos y valorados en su significado profundo bajo su forma mítica y simbólica. De inmediato, entonces, estos altos fines pasan a ser reclamados intensamente por muchísimas personas quienes así, de forma no siempre plenamente consciente en lo teórico, determinan la transformación de la sociedad.

Por estas razones, no debemos sobrestimar la ciencia y los métodos científicos cuando se trata de problemas humanos; y no debemos pensar que los expertos son los únicos que tienen derecho a expresarse en las cuestiones que afectan a la organización de la sociedad. La sociedad humana en verdad está pasando por una terrible crisis y su estabilidad está en grave peligro. Es típico de tal situación que los individuos se sientan indiferentes o incluso muestren agresividad hacia el grupo, pequeño o grande, al que pertenecen. Una experiencia personal puede servir de ejemplo: hace poco estaba discutiendo con un hombre inteligente y muy buena persona sobre la amenaza de otra guerra que en mi opinión pondría en peligro seriamente la existencia de la humanidad, y le dije que solamente una organización supranacional nos podría proteger de ese peligro. Entonces mi amigo, muy calmado y tranquilo, me dijo: "¿Pero porqué se opone usted tan profundamente a la desaparición de la raza humana?"

Hasta hace pocos años nadie habría hecho tan ligeramente una declaración como ésa. Es la manifestación de un hombre que se ha esforzado inútilmente en lograr un equilibrio interior y que tiene perdida la esperanza de conseguirlo. Es la expresión de la soledad dolorosa y del aislamiento que mucha gente está sufriendo en la actualidad. ¿Cuál es la causa? ¿Hay una salida? Es fácil plantear estas preguntas, pero difícil contestarlas con seguridad. Debo intentarlo, sin embargo, lo mejor que pueda, aunque estoy muy consciente del hecho de que nuestros sentimientos y esfuerzos son a menudo contradictorios y obscuros y que no siempre pueden expresarse en fórmulas fáciles y simples.

El hombre es, a la vez, un ser solitario y un ser social (comunitario). Como ser solitario, procura proteger su propia existencia y la de los que están más cercanos a él, para satisfacer sus deseos personales, y para desarrollar sus capacidades naturales. Como ser social, intenta ganar el reconocimiento y el afecto de sus compañeros humanos, para compartir sus placeres, para confortarlos en sus dolores, y para mejorar sus condiciones de vida. Estos objetivos diferentes -y frecuentemente contradictorios dado el carácter especial del hombre- determinan el grado en el que un individuo puede alcanzar su equilibrio interno y puede contribuir al bienestar de la sociedad (comunidad). Es muy posible que la fuerza relativa de estas dos pulsiones esté, en lo fundamental, fijada hereditariamente. Pero la personalidad que finalmente emerge en cada persona está determinada en gran parte por el ambiente en el cual se desarrolla, por la estructura de la sociedad en la que crece, por la tradición de esa sociedad, y por su valoración de los tipos de comportamiento. El concepto abstracto "sociedad" significa para el ser humano individual la suma total de sus relaciones directas e indirectas con sus contemporáneos y con todas las personas de generaciones anteriores. El individuo puede pensar, sentirse, esforzarse, y trabajar por si mismo; pero él depende tanto de la sociedad -en su existencia física, intelectual, y emocional- que es imposible de concebir fuera del marco de la sociedad. Es la "sociedad" la que provee al hombre de alimento, hogar, herramientas de trabajo, lenguaje, formas de pensamiento, y la mayoría del contenido de su pensamiento; su vida es posible por el trabajo y las realizaciones de los muchos millones en el pasado y en el presente que se ocultan detrás de la pequeña palabra "sociedad" (comunidad).

Por lo tanto, la dependencia del individuo de la sociedad es un hecho que no puede ser suprimido -- exactamente como en el caso de las hormigas y de las abejas. Sin embargo, mientras que la vida de las hormigas y de las abejas está fijada con rigidez en el más pequeño detalle, los instintos hereditarios, el patrón social y las relaciones de los seres humanos son muy susceptibles de cambio. La memoria, la capacidad de hacer combinaciones creativas, el regalo de la comunicación oral, han hecho posible progresos entre los seres humanos, los cuales son dictados por necesidades biológicas. Tales progresos se manifiestan en tradiciones, instituciones, y organizaciones; en la literatura; en las realizaciones científicas y tecnológicas; en las obras de arte. Esto explica que el hombre puede influir en su propia vida y que el pensamiento consciente y los deseos pueden también jugar un papel en este proceso vital.

El hombre adquiere al nacer, de forma hereditaria, una constitución biológica que debemos considerar fija e inalterable, incluyendo los impulsos naturales característicos de la especie humana. Además, durante su vida, va adquiriendo una constitución cultural que obtiene de la sociedad por medio de la comunicación y a través de muchas otras influencias. Y es precisamente esta constitución cultural la que con tiempo y esfuerzo puede cambiar y determinar en un grado muy importante la relación entre el individuo y la sociedad. Así lo ha reconocido la antropología moderna con la investigación comparativa de las llamadas culturas primitivas. El comportamiento social de los seres humanos puede diferenciarse grandemente, dependiendo de los patrones culturales que prevalecen y de los tipos de organización que predominan en la sociedad. Y es en esta comprobación donde basan sus esperanzas los que se esfuerzan por mejorar la suerte del hombre: los seres humanos no están condenados por su constitución biológica a aniquilarse o a sufrir un destino cruel ocasionado por ellos mismos con una actitud depredadora, homicida y finalmente suicida.

Pero, entonces, ¿Cómo deben ser cambiadas la estructura de la sociedad y la actitud cultural del hombre para hacer que la vida humana se desenvuelva tan satisfactoria como sea posible? Bien, ante todo debemos estar siempre conscientes del hecho de que hay ciertas condiciones propias de los seres humanos que no podemos modificar. Como mencionamos antes, la naturaleza biológica del hombre es, para todos los efectos prácticos, inmodificable. Además, los progresos tecnológicos y el crecimiento de la población en los últimos siglos han creado ciertas condiciones culturales de vida que llegaron para quedarse. En lugares densamente poblados cuyos habitantes disfrutan de bienes imprescindibles para su existencia continuada, son indispensables tanto una división del trabajo extrema como un aparato altamente productivo. Se han ido para siempre los tiempos ilusoriamente deliciosos en que individuos o pequeños grupos podían ser autosuficientes. La humanidad constituye ahora una comunidad planetaria de producción y consumo.

Establecido este punto, podemos entonces indicar brevemente lo que constituye la esencia de la crisis de nuestro tiempo. Se refiere a la relación del individuo con la sociedad. En realidad el individuo es más consciente que nunca de su dependencia de la sociedad. Pero él no ve hoy la dependencia como un hecho positivo, como un lazo orgánico, como una fuerza protectora, sino más bien como algo que amenaza sus derechos naturales, o incluso su existencia económica. Por otra parte, su posición en la sociedad es tal que sus pulsiones egoístas se están agudizando constantemente, mientras que sus pulsiones sociales, que son por naturaleza más débiles, se deterioran progresivamente. Todos los seres humanos, cualquiera que sea su posición en la sociedad, están sufriendo ahora este proceso de deterioro. A sabiendas de nuestro propio egoísmo, nos sentimos inseguros, solos, y privados del disfrute ingenuo, simple, y sencillo de la vida. Y en verdad el hombre sólo puede encontrar sentido a su vida, corta y arriesgada como es, dedicándose a la sociedad (comunidad).

La anarquía económica de la sociedad capitalista es la verdadera fuente del mal. Una comunidad enorme de productores que trabajan sin cesar es privada hoy en día de los frutos de su trabajo colectivo. Y no por la fuerza, sino conforme a las reglas convenidas y legalmente establecidas. A este respecto, es importante señalar que los medios de producción -es decir, la capacidad productiva entera necesaria para producir bienes de consumo y capital adicional- es ahora en su mayor parte propiedad privada de particulares. Si llamamos "trabajadores" a todos los que no compartimos la propiedad de los medios de producción, tenemos que los propietarios de los medios de producción están en posición de comprar la fuerza de trabajo de estos trabajadores. Usando los medios de producción, el trabajador produce entonces nuevos bienes que se convierten en propiedad del capitalista. El punto esencial en este proceso es la relación entre lo que produce el trabajador y lo que le es pagado, ambos medidos en valor real. Como el contrato de trabajo es "libre", lo que el trabajador recibe está determinado y medido no por el valor real de los bienes que produce, sino por sus necesidades mínimas de subsistencia y por la demanda de fuerza de trabajo por parte de los capitalistas. Esta demanda siempre es menor a la oferta de fuerza de trabajo por parte del gran número de trabajadores que compiten individualmente entre sí por conseguir empleo. Los capitalistas son entonces los que “libremente” fijan las condiciones, y es importante entender en definitiva que el salario del trabajador no está determinado por el valor de su producto.

El capital privado tiende además a concentrarse con el tiempo en pocas manos, en parte debido a la competencia entre los capitalistas, y en parte porque el desarrollo tecnológico y el aumento de la división del trabajo estimulan la formación de unidades de producción cada vez más grandes que destruyen a las más pequeñas. El resultado de este proceso es una oligarquía del capital privado cuyo enorme poder no se puede controlar con eficacia ni siquiera en una sociedad organizada políticamente en forma democrática. Esto es así porque los miembros prominentes de los poderes públicos son seleccionados por los partidos políticos, los cuales son financiados en gran parte o influidos de diversas maneras por los capitalistas privados quienes, para todos los propósitos prácticos, separan al electorado de sus gobernantes, legisladores y magistrados. La consecuencia es que los representantes del pueblo de hecho no protegen suficientemente los intereses de los grupos no privilegiados de la población. Por otra parte, los capitalistas privados inevitablemente controlan, directa o indirectamente, las fuentes principales de información (prensa, radio, educación). Es así extremadamente difícil, y de hecho en la mayoría de los casos absolutamente imposible, para el ciudadano común individual obtener conclusiones objetivas y hacer un uso inteligente de sus derechos políticos.

Una economía basada en la propiedad privada del capital está así caracterizada en lo principal: primero, los medios de producción (capital) son poseídos de forma privada y los propietarios disponen de ellos como lo consideran oportuno; en segundo lugar, el contrato de trabajo es libre. Por supuesto, no existe una sociedad capitalista pura. En particular, debe notarse que los trabajadores, a través de luchas políticas largas y amargas, han tenido éxito en asegurar una forma algo mejorada de "contrato de trabajo libre" para ciertas categorías de trabajadores. Pero tomada en su conjunto, la economía actual no se diferencia mucho de capitalismo "puro". La producción está orientada hacia el beneficio del capitalista, no hacia el mayor y mejor uso de los bienes y servicios. No está garantizado que todos los que tienen capacidad y quieran trabajar puedan encontrar empleo; existe casi siempre un "ejército de desempleados". El trabajador está constantemente atemorizado con perder su trabajo. Puesto que desempleados y trabajadores mal pagados no proporcionan un mercado rentable, la producción de bienes de consumo se limita sólo a abastecer a los que pueden pagar por ellos, y la consecuencia es entonces una gran privación para amplios sectores de la población (excluidos). El progreso tecnológico produce con frecuencia más desempleo en vez de aliviarles a todos los trabajadores el esfuerzo de su trabajo. La motivación del beneficio, conjuntamente con la competencia entre capitalistas, produce también vaivenes indeseables en la acumulación, y en la utilización del capital, los cuales conducen a su vez a depresiones económicas cada vez más severas. La competencia desenfrenada conduce a un desperdicio enorme de trabajo y a la amputación definitiva de la conciencia social de los individuos. Considero esta mutilación de la conciencia social de los individuos el peor mal del capitalismo. Nuestro sistema educativo entero sufre de este mal. Se inculca una actitud competitiva exagerada al estudiante, que es entrenado para adorar el éxito codicioso como preparación para su carrera futura.

Estoy convencido de que hay solamente un camino para eliminar estos graves males: el establecimiento de una economía socialista acompañada por un sistema educativo orientado hacia metas sociales. En una economía así, los medios de producción son poseídos por la sociedad y utilizados de una forma planificada. Una economía planificada que ajuste la producción a las necesidades de la comunidad, distribuiría el trabajo a realizar entre todos los capacitados para trabajar y garantizaría un sustento a cada hombre, mujer, y niño. La educación del individuo, además de promover sus propias capacidades naturales, procuraría desarrollar en él un sentido de la responsabilidad para sus compañeros-humanos en lugar de la glorificación del poder y del éxito que se da en nuestra sociedad actual.

Sin embargo, es necesario recordar que una economía planificada no es todavía socialismo. Una economía planificada puede estar acompañada de la completa esclavitud del individuo. La realización del socialismo requiere solucionar algunos problemas sociopolíticos extremadamente difíciles: ¿cómo es posible, con una centralización de gran envergadura del poder político y económico, evitar que la burocracia llegue a ser todopoderosa y arrogante? ¿Cómo pueden estar protegidos los derechos del individuo y cómo conseguiremos un contrapeso democrático al poder de la burocracia?

albatallon@gmail.com

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