3 de enero de 2009

Uribe: un gobierno de choque

OCTAVIO QUINTERO
02 – 01 - 09

Este gobierno no razona. Ningún régimen dictatorial sabe razonar, discutir y negociar hasta alcanzar consensos.

Este gobierno es de choque. A la manera como él enfrenta todo problema así habrá que enfrentarlo a él.

Cuánto llevamos diciendo que la última reforma laboral, justificada sobre la base de generar nuevo empleo, fue un despojo (uno de tantos) que el gobierno cometió contra los trabajadores en beneficio de los empresarios que, por tal disposición, vieron incrementar más allá del cien por ciento las utilidades de sus negocios en estos últimos cuatro años.

Esa ley, votada por un Congreso que el gobierno arrastra de la ternilla a punta de zanahoria y garrote, y también por medios no lícitos como el cohecho, contempla una posibilidad de revisión en caso de que sus objetivos no fueran cumplidos, tal como lo propuso en su momento la senadora Piedad Córdoba, esa que tanto detestan los uribistas y muchos doctos ignorantes que se orientan por la corriente de los medios de comunicación de propiedad, y por supuesto, al servicio de los grandes intereses económicos del país.

Y no ha sido posible hacer tal revisión como, por ejemplo, devolver el día laboral a las seis de tarde que esta ley profundizó hasta las 10 de la noche para no pagarle extras a los trabajadores que al menos en un 30 por ciento de toda la fuerza laboral se ocupan en la jornada de 2 pm a 10 pm.

Y, si la clase trabajadora no va al choque este año como tendría que ser, porque es lo que le gusta a un gobierno de choque como el de Uribe, van a ver que otras dos reformas andan buscando entrada en el régimen laboral: la eliminación del salario mínimo y de los llamados “puentes”, o Ley Emiliani, que trasladó a los lunes todos los festivos que en antes se presentaban entre semana. Y dese por seguro que esa reforma se propondrá dejando como laborales los días festivos pasados a comienzos de semana.

Si la clase trabajadora se mantiene pasiva, si las centrales obreras siguen divididas (como parece ser), ahí seguirán produciendo saludos a la bandera, mientras el régimen hunde hasta el cacho las últimas puñaladas a la política laboral de antes de las reformas neoliberales emprendidas en el gobierno de Gaviria, el que nos saludó en el 90 con el más grande sarcasmo que la historia colombiana está en mora de recoger: “Bienvenidos al futuro”.

¿Qué hacen, por ejemplo, las centrales obreras asistiendo todavía a una comisión tripartita que cada año se reúne a hacer el oso, mientras el gobierno espera para dictar un decreto de incremento en el salario mínimo que casi siempre es del orden de lo que proponen los empresarios?

Si las centrales tuvieron dignidad, debieran haberse retirado de ese circo hace años.

Sobre el salario mínimo, qué injusticia que ahora el gobierno sólo reconozca como incremento la inflación causada sin tener en cuenta la productividad que también hace parte de lo justo que debiera reconocerse a los trabajadores en el componente salarial.

¿O es que, alguien podrá explicarnos con razón que el año pasado las empresas colombianas no elevaron en nada su productividad?

Eso, nada más, sería una buena razón para que los dirigentes laborales de este país se pararan en la plaza de Bolívar a reclamar ese derecho, que no gracia como gobierno y empresarios creen, de los trabajadores.

Pero no, tal vez, a nuestros dirigentes laborales no les queda mayor tiempo de ocuparse de estas nimiedades porque los deja el avión con destino a Ginebra, Washington o Nueva York, o qué se yo, en donde mullidas butacas y deliciosos cocteles los esperan a las puertas de la consiguiente reunión.

Sin dirigentes comprometidos hasta los tuétanos con la clase trabajadora, en medio de un gobierno que como el de Colombia juega, y sin disimulo, en el equipo del gran capital, la clase laboral no tiene futuro y, quizás, ni sentido tenga esta nota.

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