Muchas personas, a no dudarlo, convendrán conmigo en que, el mundo en que vivimos hace cualquier cantidad de millones de años, ha atravesado por diversas etapas surgidas de fenómenos naturales que resultan ser como los estornudos humanos.
Nada –creo- está molestando tanto al mundo en toda su historia como el actual modelo económico neoliberal, insostenible por la sencilla razón de que la economía es apenas un subsistema de la biosfera finita de la que depende su existencia.
Por desgracia, el mundo entero ha dado en creer que el crecimiento económico puede sostenerse a perpetuidad, sin parar mientes en las continuas burbujas que revientan en Estados Unidos, en Europa y en Latinoamérica, haciendo pedazos el modelo que vuelve a levantarse a costa de grandes sacrificios sociales, algo a lo que tampoco podrá apelarse indefinidamente.
El Asunto ya no es de principios ideológicos, si eso es lo que nos mantiene agarrados de las mechas, sino de supervivencia. Cuando estamos a punto de rodar al abismo, –todos- creyentes y ateos, creo que podríamos ponernos de acuerdo en exclamar ¡Virgen Santísima!, si eso es lo que nos salva.
Ahora estamos ante una aparente paradoja: buscar hacer posible lo menos imposible. Es imposible, pensarán algunos, retrotraer a su punto de partida las reformas neoliberales. Tendríamos que cambiar la voluntad política de los gobiernos que bajo el esquema neoliberal gobiernan hoy al mundo; o seguir en la ruta de un modelo económico que mientras más avanza más antieconómico se vuelve en términos sociales y de medio ambiente, esto último que ya no va a golpear a los más débiles de la tribu sino a la tribu entera.
Y entonces, la tesis, la antítesis y la síntesis, podrían ser:
1).- Tesis: La teoría del crecimiento económico perpetuo es social y biofísicamente imposible.
2).- Antítesis: Hay que cambiar el modelo económico por otro que sea sostenible en términos sociales y ambientales. Pero entrañaría un cambio tan radical que, políticamente, parece imposible.
3).- Síntesis: Entre una imposibilidad de orden biofísico y una imposibilidad de orden político, pues, es evidente que resulta más viable cambiar la política que cambiar el mundo.
¿Quién le pone el cascabel al gato?
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