Es impensable una guerra a punta de misilazos entre Colombia y Venezuela. Eso no cabe ni en la cabeza más calenturienta –sin hablar de Uribe.
Pero, que no se dispare un solo tiro, no significa que muchas personas puedan morir –o ya estén muriendo- de hambre a cuenta de un nacionalismo insano puesto en boga por Uribe-Chávez y/o Chávez-Uribe. Es decir, unas veces el uno, otras el otro. Las relaciones colombo-venezolanas entre estos dos enfermos de opinión popular, fueron utilizadas para cultivar el más crudo y peligroso instinto del ser humano: el fanatismo.
Resulta evidente que la salida de Uribe comenzó a apaciguar los ánimos de Chávez, al punto que anda echando candela contra las Farc… Y eso es bueno, porque, ¿quién duda hoy que Uribe en el fondo tenía razón al reclasificar la insurgencia colombiana devenida en grupos de terroristas y narcotraficantes?
Pasada la página de Uribe –y ojalá lo más pronto posible la de Chávez-, Colombia y Venezuela tienen que formalizar sus relaciones, no porque se quieran mucho, sino porque la simbiosis establecida entre los dos resulta insuperable.
Es inexplicable la pasividad de los industriales y comerciantes colombianos frente a este tema, que confirma, además, la pusilanimidad que se ha apoderado de la dirigencia nacional.
Yo –y usted-, me imagino la “descabezada” que el sector privado estadounidense le pegaría a Obama el día en que por cualquier gracia nacionalista ponga en riesgo el comercio con la China, del cual depende hoy en día como el pez del agua.
Aquí no pasó nada, aunque todo pasó: las exportaciones a Venezuela cayeron de 6.000 a 4.000 millones de dólares entre el 2008/09; y en lo corrido del 2010, la caída va por arriba del 80 por ciento.
Entre los sectores más afectados se encuentran los de confecciones, autopartes, textiles, cosméticos, perfumería, carne, leche, derivados lácteos y en general las llamadas exportaciones menores. Mención especial merece el sector automotriz por constituir un verdadero record Guiness “irrepetible” –como el mismo Uribe- al decir del presidente del Congreso, Armando Benedetti: las exportaciones de automóviles y camiones pasaron de 45.000 unidades en el 2007 a 0 (SÍ, CERO) unidades en el 2009.
Vimos todos al presidente de la ANDI en repetidas ocasiones decir que la caída del comercio con Venezuela era fácil de sustituir con otros mercados. El más ilustre vocero de los empresarios colombianos debe saber lo difícil que resulta –y más en este mundo globalizado e internacionalizado- abrir y sostener nuevos mercados. La realidad es tozuda: de esos casi 4.000 millones de dólares que se han perdido en el comercio con Venezuela en los últimos dos años, sólo unos 20 o 30 millones se han podido reponer con mercados sustitutivos.
Estos “ilustres” dirigentes del sector privado también debieran estar de salida…
Buena parte del alto desempleo que registra el país –12%, la tasa más alta de Latinoamérica- se debe a la pérdida del mercado venezolano.
Por eso, esa comunidad empresarial y esos millares de desempleados colombianos, deben tener los dedos cruzados hoy rogando a Santos-Chávez que arreglen el problema “civilizadamente”, como dice la gente, y no a los gritos de “quédese, sea varón” o “lárgate pa’l carajo”, que fue la tónica de ayer entre estos atizadores de vanidosas hogueras.
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