4 de agosto de 2010

El legado de Uribe

Dentro de poco terminará oficialmente el gobierno del presidente más popular de todos los tiempos que haya ocupado el solio de Bolívar en Colombia: Álvaro Uribe Vélez. Ese sólo hecho podría catapultarlo a la historia sin más comentarios.
Su legado indiscutido entre sus fan –y el más discutible para mi- es la seguridad democrática, entendida ésta como cada quien quiera entenderla y acomodarla a su propia circunstancia, conveniencia e inteligencia. Una clara definición de esta ‘Seguridad Democrática’ podría ser algo tan maquiavélico y anticristiano como que el fin justifica los medios. Algo que en términos castrenses como los que rigieron al país en estos ocho años que han pasado a llamarse “la era de Uribe”, podría calificarse como el gobierno de… primero los resultados antes que las reglas. Y eso le bastó para pasarse por la faja –como se dice vulgarmente hablando- toda la cultura ética y moral, y la estructura jurídica de este país que acaba de cumplir dizque 200 años de independencia.
Se que no resulta agradable la comparación, pero la despedida que los colombianos del montón le están dando a Uribe, a pesar de los escándalos de sus allegados, de sus familiares y de él mismo, es muy parecida a la despedida bañada en lágrimas que los antioqueños dieron a Pablo Escobar, el capo de capos de todos los tiempos a quien, pese a todo, aún le llevan flores al cementerio y prolongarán su recuerdo más allá de Gardel.
Uribe vivirá en el recuerdo de esos colombianos que hacen perdurable la historia porque la guardan en el corazón y la transmiten con candorosa ingenuidad de boca en boca hasta la eternidad… Pero si alguien pudiera amarrar su existencia a la longevidad de la misma historia podría contar que la gente de su tiempo adoró a Uribe a pesar de…
1.- Haber llegado a la Presidencia en el 2002 combinando todas las formas de lucha, especialmente la armada a manos de paramilitares que ahogaron en sangre a los opositores, cuyas tumbas a cielo abierto apenas empiezan a aflorar.
2.- Haberse tejido la idea de que la muerte “accidental” o el asesinato de otrora cercanos amigos suyos cuyas investigaciones murieron también en las gavetas judiciales (Pedro Juan Moreno, por ejemplo), se debieron a que sabían demasiado.
3.- Haber comprado mediante cohecho una reforma constitucional que le permitió su reelección en el 2006.
4.- El escandaloso enriquecimiento ilícito de sus hijos mediante el uso de información privilegiada, el tráfico de influencias y el favoritismo de autoridades que se plegaron a sus intereses por orden o insinuación del papá-presidente; o mera lambonería subalterna.
5.- Abrir las puertas del Palacio de los Presidentes a mafiosos (el alias Job –que se sepa hasta ahora), entrando por detrás a llevarle información o recibirle órdenes sobre el espionaje que montó contra la oposición, la Corte Suprema de Justicia, los periodistas críticos de su gestión, los sindicalistas inconformes y hasta contra sus propios servidores inmediatos.
6.- El pago de recompensas por manos amputadas como prueba fehaciente de traiciones entre guerrilleros que supera con creces la conquista del Viejo Oeste a manos de los pistoleros gringos.
7.- Las interceptaciones ilegales del DAS que servirán de guiones a los futuros cinematógrafos nacionales e internacionales hasta bien entrada esta centuria del XXI, y que estimularán el masoquismo de futuras generaciones de la misma forma y manera como nos atraen hoy las sangrientas historias judías y su dios protector; las conquistas romanas y, más acá para abreviar, los bombazos de Hiroshima y Nagasaki, el exterminio judío o las clamorosas y a veces glamorosas Brigadas Rojas…
8.- Los escándalos de las yidis-políticas (en plural) para resumir todo lo que fue la profunda corrupción que Uribe inoculó a un Congreso que prometió curar o cerrar.
9.- Los agros-ingresos-seguros (también en plural) para resumir todo el favoritismo clientelista que hasta última hora de su gobierno (literalmente hablando) se practicó.
10.- La entrega total de la soberanía nacional al Imperio estadounidense, prestándose además como pívot para golpear a los vecinos indisciplinados.
La más somera puntualización de la era Uribe resultaría extensa y no queda más que poner punto final en cualquier parte, en tratándose como es el caso, de una mera columna periodística.
Pero sería bueno –finalmente- preguntarle a los hombres sabios si en su inteligencia se explican la adoración popular a Uribe por parte de un pueblo que deja en el más alto desempleo del continente latinoamericano; con la pobreza manifiesta en uno de cada dos colombianos; con los enfermos muriéndose a la puerta de los hospitales por falta de atención médica; con una diáspora de 5 millones de desplazados; 30 millones de pordioseros viviendo de “Familias en Acción” y del Sisbén; ciudades como su propia Medellín en poder de las mafias o la Cali de hoy bañada en sangre.
Quisiera preguntarle a quien sepa responderme si la seguridad democrática de la que tanto se ufana no le dio ni para salir de Palacio a vivir en paz con su familia, como lo hicieron todos sus antecesores, y tener que refugiarse en un bunker de la policía con dos anillos de seguridad a su alrededor para que sólo tengan acceso al ex presidente los mismos que le rodearon como presidente que no fueron propiamente los colombianos de mayor pudor… de los que también habrá que abrir capítulos anexos a la historia de Uribe para que las futuras generaciones no se pierdan ni un detalle del candidato a la inmortalidad.
Mientras no se me explique este contrasentido, seguiré creyendo que el poeta Epifanio Mejía, el mismo que compuso ese hermoso himno antioqueño que dice (…) “llevo el hierro entre las manos porque en el cuello me pesa”, tenía razón cuando en sus atardeceres se paraba en el balcón de su casa en Yarumal diciendo… “Todos estamos locos, dice la loca, qué verdad tan amarga dice su boca”.

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