16 de marzo de 2006

Asesinaticos de un poeta

Tomado de Cronopios


LA PATRIA ASESINADITA

Por Juan Manuel Roca

El siguiente texto fue leído por el poeta Juan Manuel Roca durante el

encuentro de artistas e intelectuales que respaldan la candidatura

presidencial de Carlos Gaviria Díaz:

Buenas noches:

Al expresar con convicción algunos motivos por los que creo que Carlos

Gaviria Díaz debe ser el próximo presidente de Colombia, me resulta

imposible no ver su figura en evidente contravía con el talante del

actual gobernante de algunos colombianos.

No sólo porque Carlos Gaviria, como claro constructor de democracia

está en el lado opuesto de la balanza autoritaria, sino porque

acudiendo a la metáfora de un creador de imposibles, Joao Guimaraes

Rosa, se constituye en la tercera orilla del río.

Las otras dos orillas, la de la barbarie y la de la civilización,

parecen no verse, parecen darse la espalda de manera irrevocable. Una

tercera orilla, que es la que creo que encarna Carlos Gaviria, es la

que condena desde el secuestro (todo secuestro es fascista), hasta el

hecho de otorgarle investiduras de prohombres al para-militarismo, a

los que han ayudado a crear un proyecto de expoliación que resulta una

contra-reforma agraria sin que haya existido una reforma.

El país está, ya lo hemos dicho muchos de los adherentes a esta

candidatura, en un momento que no admite la apatía. Una apatía, una

nata de escepticismo que está montada en el trípode del hastío

político, del miedo y la miseria.

No es exagerado afirmar que estamos en una encrucijada histórica en la

que habrá de definirse la suerte o la desgracia nacional.

Tal vez por esos motivos, y sabiendo que Carlos Gaviria es alguien

proveniente de la Academia y la Cultura, cerca de 900 artistas e

intelectuales firmamos una carta de apoyo a su candidatura, algo sin

precedentes en la historia de las candidaturas presidenciales en

Colombia.

El proyecto no por coherente menos siniestro del actual mandatario, la

entronización de los grandes señores de la guerra sucia más que como

interlocutores como capataces, la soberanía de la nación entregada a

retazos a un tratado que ni es libre ni es de comercio, las leyes que

perdonan a los victimarios pero olvidan a las víctimas, el desdén y

el cerco a la cultura, la supresión de cualquier interés en las

artes, las capturas masivas de personas que no distan para nada de las

pescas milagrosas de la guerrilla, el intento de acallar todo disenso,

son apenas algunos rasgos de la historia clínica del momento

colombiano.

Repito, entre la civilización o, mejor, el llamado a una civilidad que

encuentro en Carlos Gaviria y el talante bárbaro de las realizaciones

uribistas, el péndulo señala una hora infortunada de polarizaciones.

Gaviria Díaz no niega que haya un conflicto armado. Uribe lo niega y

sigue investido de una verdad sin asidero, como aquel reyezuelo al que

los niños advertían que iba desnudo en su andadura por las calles,

pero al que sus cortesanos le celebraban su atuendo invisible.

Tantas barbaries como las que hemos padecido en el país, tantos

quebrantos y frustraciones, tantos desplazamientos y desapariciones,

tantos despojos nos han dejado muchas heridas abiertas que pueden ser

restañadas por una cultura viva y de manera significativa por el arte,

por ese meridiano donde se debe debatir también el fin de la guerra y

la búsqueda de una cohesión y una civilidad sin la servidumbre del

colonizado, hasta que logremos detener el desangre.

"Sólo los sacerdotes pueden pretender que el valor de una idea se

mida por la cantidad de sangre que ha hecho derramar", decía con

claridad cenital Simone Weil.

Carlos Gaviria es, entre todos los candidatos a la presidencia de

Colombia, el único que ha manifestado un interés real en debatir los

problemas de la cultura en el país, como partícipe que ha sido de

ella desde la creación de espacios y reflexiones de orden filosófico,

histórico y jurídico.

Nunca antes la izquierda civilizada ha tenido en Colombia un candidato

más idóneo que Carlos Gaviria. Lejos de un país que practica la

autofagia, Gaviria no intenta suprimir el discurso de quienes piensan

de manera diferente a la suya.

Lejos de la hipnosis ayudada a crear en buena parte por los medios y

por la falta de una cultura política, nuestro candidato es alguien que

no impone sus ideas pero las debate desde su gran capacidad

humanística y desde su vocación argumentativa.

No hay mesianismo en su discurso, pues sabe con Simone Weil que

"vivimos una época privada de futuro". "La espera de lo que

vendrá ya no es esperanza sino angustia", señalaba la formidable

pensadora de las libertades y de la opresión social, como punto de

partida para examinarnos como miembros fundamentales de un momento

puntual de la historia, de un momento puntual de una colectividad.

Quiero ya, para finalizar, hacerle una petición a nuestro candidato,

una petición que no es tan banal como parece. Que la única

restricción que ejerza durante su mandato sea la abolición de los

diminutivos, a no ser que tengan un carácter irónico como en la

célebre novela que Miguel Miura tituló "El Caso de la Mujer

Asesinadita".

Un título que, cambiándole la palabra Mujer por la palabra Patria,

podría inspirar las memorias del primer, y ojalá último cuatrienio

del actual presidente de la República.

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